Historia de España en el Siglo XX [I-Del 98 a la proclamación de la República] (16 page)

BOOK: Historia de España en el Siglo XX [I-Del 98 a la proclamación de la República]
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Por otra parte, avanzando en la comparación, el nacionalismo vasco mantuvo un estrecho contacto con los sectores populares, a diferencia de lo que a menudo le sucedió a la Lliga. Desde un principio fue un movimiento interclasista que podía tener en sus filas a Sota pero también a los arrantzaks (pescadores) de la provincia de Vizcaya, con graves problemas de adaptación en su dedicación laboral. El nacionalismo de comienzos de siglo todavía tuvo un componente más popular en otras provincias, hasta el punto que puede decirse que el factor distintivo esencial de sus miembros fue la juventud y no la pertenencia a una clase social. Un rasgo muy peculiar del nacionalismo vasco fue también que desde una fecha muy temprana contó con un sindicato industrial, algo que no tuvo ningún nacionalismo peninsular. En 1911 fue creada la Solidaridad de Trabajadores Vascos (Eusko Langille Alkartasuna), que, aunque se dirigió a empleados y dependientes, supo penetrar también en los medios proletarios propiamente dichos, en especial los metalúrgicos y obreros de la construcción con cierta cualificación. Aunque nació en conflicto permanente con UGT, y no logró apenas afiliados entre la población obrera inmigrada, al cabo de pocos años este sindicato no pudo ser criticado por la carencia de contenidos reivindicativos.

Otro rasgo muy distintivo del nacionalismo vasco fue su configuración desde fecha temprana como «partido-comunidad», lo que implica, en primer lugar, que se identificó con la propia idea de nación. Años después Aguirre, su principal dirigente durante la República, lo definió como «la patria vasca en marcha» y con frecuencia en sus propios organismos partidistas presagió la futura organización del Estado vasco. Así como el nacionalismo catalán ha tenido, con carácter hegemónico, tres organizaciones partidistas sucesivas, el PNV ha sido la única importante del nacionalismo vasco. Por otro lado, la condición de «partido-comunidad» implicó, desde fecha muy temprana, la existencia de una red de instituciones y asociaciones destinadas a la socialización política. La principal de ellas fueron los batzokis, centros de reunión y de diversión, pero también las asociaciones sectoriales de mujeres (emakume), montañeros (mendigoizales)…, etc. Esos círculos de sociabilidad, no estrictamente partidistas, fueron desde fecha temprana un instrumento de penetración capilar. Antes de la Primera Guerra Mundial la Juventud Vasca era la asociación con más socios en Bilbao.

Pero con la comparación entre nacionalismos hemos avanzado en el tiempo cronológico y debemos ahora volver al punto de partida. A comienzos de siglo el nacionalismo había hecho sus primeras armas y establecido sus primeros núcleos, pero su relevancia política era todavía mínima. Sin que se pueda decir en estrictos términos que el nacionalismo vasco fue obra de tan sólo una persona, pues hubo también una derivación del liberalismo conservador que lo nutrió, cabe, sin embargo, afirmar que en él jugó un papel absolutamente decisivo Sabino Arana Goiri, que, si no lo dotó de una estrategia clara ni especialmente acertada, se convirtió en un profeta cuyas enseñanzas serían seguidas muy fielmente, incluso hasta la actualidad, en grado muy superior a cualquier dirigente nacionalista. La ortodoxia aranista nunca ha sido contestada a fondo en el PNV o, cuando lo ha sido, ha concluido por provocar heterodoxias sin, por tanto, asumir una parte de las críticas a ese bagaje ideológico. Esto contribuye a explicar su radicalidad: nunca el PNV ha aceptado de forma explícita ninguna Constitución española. Arana había nacido en una familia de navieros carlistas y llevó una vida de rentista interesado por variados aspectos de la cultura e historia del País Vasco. De mala salud y carácter introvertido, fue una persona profundamente católica cuyas lecturas, excepto en materias religiosas, eran exclusivamente vascas, y que aprovechó su luna de miel para peregrinar a Lourdes. Su procedencia ideológica queda ratificada si tenemos en cuenta que dejó escrito que, de ser español, sería «tradicionalista integrista», que aborrecía el liberalismo, incluso el moderado, y que España impedía al pueblo vasco «dirigirse a Dios». A pesar de haber residido en Barcelona, Arana no parece haber quedado inicialmente impresionado por el catalanismo, de cuyo posibilismo y voluntad de aceptar una autonomía (y no la independencia) abominó. En 1894 fundó la primera asociación nacionalista, todavía a medio camino entre la cultura y la política, denominada Euzkeldun Batzokija, cuya influencia se limitó a la provincia de Vizcaya. La actuación de dicha sociedad fue muy característica del nacionalismo vasco de esos momentos: un grupo reducido y compacto, frecuentemente perseguido por la policía y extremadamente sectario y purista. Los socios debían poseer, por sus apellidos, una clara ascendencia vasca y tenían prohibido hablar de política española. La organización era autoritaria y no excluía la posibilidad del empleo de la violencia (los «mausers», como decía el hermano de Sabino, Luis). Tales actitudes deben ponerse en relación con el ideario de Arana, basado en un milenarismo que presentaba el pasado de los vascos como una mítica Edad de Oro de la que había dado paso a la abyección catastrófica de la sumisión a España. El libro más importante de Arana —Bizkaia por su independencia— presentaba a esta provincia como radicalmente libre en el pasado medieval, demostrándolo con cuatro batallas sucesivas desde el siglo IX al XII, y sus fueros como una especie de leyes constitucionales. Al margen de esta notoria instrumentalización de la Historia, Arana partía de una afirmación católica a rajatabla, que convertía el catolicismo en un signo de identidad nacional y consideraba la impiedad (o incluso el baile «agarrao») como propia de «maketos», es decir, de inmigrantes no vascos. Estos serían gente «de blasfemia y navaja», autores de todos los desórdenes sociales en un País Vasco cuyo pasado y raíz campesina se mitificaba —uno de los primeros órganos del nacionalismo se tituló Baseritarra, es decir campesino—. Arana se declaró republicano y partidario de un Estado independiente a caballo de los Pirineos. En términos políticos su concepción puede ser definida como una especie de democracia patriarcal y popular: repudiaba la aristocracia de la sangre o el dinero e incluso a Bilbao como Babel de la civilización capitalista. La difusión del nacionalismo, sin embargo, se hizo originariamente en esta capital y sólo después en el medio rural. Muy de acuerdo con la mentalidad de la época Arana atribuyó a la raza —incluso más que a la lengua— un papel de primera importancia en la formación de la nacionalidad. Lo que nos interesa especialmente es que, a partir del Desastre de 1898, se produjo un evidente giro en el comportamiento del nacionalismo. Se debe recordar que Arana había sido propagandista de la independencia cubana, por lo que fue encarcelado, y había considerado que los objetivos nacionalistas serían tanto más fáciles de cumplir cuanto «más postrada» estuviera España. En ese año fue fundado el PNV y Arana fue elegido diputado provincial de Vizcaya. Este éxito se explica por la colaboración con el grupo de Arana de otros sectores denominados «euskalerríacos» —por su procedencia de la sociedad Euskal Herría— que representaban un liberalismo moderado, capaz de obtener el apoyo de la burguesía de negocios y de actuar dentro de los límites de la legalidad. Su figura más destacada fue el ya citado Ramón de la Sota. El mundo de los «euskalerríacos» tuvo una larga tradición durante el XIX. En definitiva, era el de la autonomía política y administrativa y el de la industria y el comercio desarrollados en la ría; estaban muy lejos de las añoranzas rurales de un Arana, cuyo hermano a veces los trató despectivamente como «fenicios», en el sentido de sólo motivados por las riquezas materiales, que poco podían interesar a quienes se movían sobre todo por razones morales. En definitiva, los «euskalerríacos» venían a suponer algo parecido, incluso en términos culturales, a lo que la Lliga en Cataluña. Fue la colaboración de los «euskalerríacos» lo que permitió que, en Bilbao, entre una cuarta parte y un tercio de los votos se decantaran por los nacionalistas a partir del cambio de siglo; al menos la mitad de los candidatos eran de esa procedencia burguesa y moderada. El desarrollo del nacionalismo en el resto del País Vasco fue mucho más lento: tras la muerte de Arana se implantó en Guipúzcoa, pero el primer diputado provincial sólo fue elegido en 1915. De todos modos sería exagerado atribuir a esa apertura de los «euskalerríacos» un carácter fundamental e irreversible pues, de hecho, las dos almas —radical y moderada— siguieron conviviendo en el seno del partido nacionalista. Quizá esa convivencia —que se solía concretar en una teoría radical y una práctica moderada— contribuyó a potenciar las posibilidades del partido. En junio de 1902, sin embargo, el fundador del PNV esbozó un cambio de táctica: llegó a escribir que «hay que hacerse españolista y trabajar con toda el alma por el programa que se trace con ese carácter». Si tenemos en cuenta que en otro momento había recomendado responder a quien, en peligro de muerte, solicitara auxilio en español, que no entendía el idioma, se apreciará lo significativo de su cambio de postura. No obstante, su declaración de 1902 era un difícil equilibrio entre el posibilismo y el radicalismo y, además, la muerte —1903— le impidió llevar a cabo, en la práctica, ese giro político que sus palabras parecían anunciar. Después de la muerte de Arana las dos tendencias en el seno del PNV convivieron con no pocas dificultades. Los más radicales solían repudiar las alianzas, incluso con los sectores católicos, y mantenían un aranismo de estricta obediencia que se revolvía contra el «iberismo ñoño» mientras el sector «esukalerríaco» defendió las colaboraciones electorales y la selección de los candidatos por su prestigio social. El sustrato ideológico era, sin embargo, semejante, pues el deseo de llegar a la independencia se siguió manteniendo, aunque no apareció en el programa del partido en 1906, como tampoco la exigencia de ascendencia vasca, y la práctica diaria estuvo templada por un posibilismo. De hecho el nacionalismo pudo ser para no pocos una radicalización del «fuerismo» que defendía con especial énfasis tesis generalmente aceptadas por todos los vascos, como los conciertos. Con característica ambigüedad el texto doctrinal de más éxito entre los nacionalistas por estos años —«A mí Vasco» de Ibáñez de Ibero— argumentaba que lo principal no era «precisamente la independencia sino el amor a la independencia». A partir de la muerte de Arana pareció imponerse la tendencia representada por los más radicales, cuya expresión ideológica encontramos en los escritores Arantzadi y Eleizalde, y la política en dirigentes puristas y radicales como Zabala y Luis Arana, hermano de Sabino, que estuvieron al frente del partido de forma sucesiva. Pero, en la práctica, se siguió una estrategia posibilista que permitió un avance en las posiciones políticas del partido que, sólidamente establecido en Bilbao, empezó, además, a conquistar lentamente los distritos rurales en gran parte mediante la colaboración con los afines en la derecha católica. En 1905, por ejemplo, el nacionalismo colaboró en una Liga foral con los partidos monárquicos y durante el largo gobierno de Maura hubo dos alcaldes de Real Orden nacionalistas (Ibarreche y Horn). Sin embargo, estos éxitos iban a menudo acompañados de problemas y limitaciones. Frente a lo que luego sería la habitual imagen del partido, el PNV tuvo problemas con las autoridades eclesiásticas: podía tener el apoyo del clero rural (de los 47 suscriptores de Bizkaitarra, el periódico nacionalista, seis eran sacerdotes), pero los obispos de Vitoria y Pamplona quisieron unificar a la totalidad de los católicos en contra de los planes del liberalismo canalejista y chocaron con el PNV, aparte de que no aceptaron que se dieran nombres vascos a los bautizados. En cuanto a las limitaciones, nacían de la incapacidad de consolidar un apoyo electoral en los distritos rurales antes de la Primera Guerra Mundial; el PNV estuvo ausente de Álava hasta 1913. En esa fecha se fundó Euzkadi, que sería su principal órgano de expresión. En cambio el PNV, como ya se ha indicado, no tuvo nunca verdaderos problemas con la emergencia de un nacionalismo de corte liberal o republicano. En 1910 se creó un centro liberal y nacionalista, que tuvo escasa trascendencia, y, en 1911, un partido republicano nacionalista, equivalente a la UFNR catalana, que tampoco alcanzó papel político de importancia.

Otros movimientos de carácter nacionalista o regionalista empezaron a despuntar en estos momentos finiseculares, pero probablemente tan sólo el galleguismo y el valencianismo llegaron a tener, en el periodo anterior a la Primera Guerra Mundial, verdadera relevancia, aunque de carácter ideológico más que electoral. En estas regiones se daban los componentes culturales capaces de justificarlos, pero, en cambio, no existieron otros elementos que en Cataluña coincidieron o coadyuvaron al advenimiento de los movimientos de este tipo. Es obvio que no se puede poner en relación el regionalismo o nacionalismo gallegos con la modernización económica puesto que en esta región no se produjo, lo que explica el tono agrarista del galleguismo. En Valencia, en cambio, aunque sin industrialización, la modernización sí tuvo lugar y la defensa de los intereses regionales estuvo relacionada, en más de una ocasión, con la exportación de cítricos. Por otro lado, en los dos casos da la sensación de que el nacimiento de una conciencia de identidad no consiguió pasar del nivel estrictamente cultural al político sin encontrar, además, una única y exclusiva fórmula en este terreno. Los grupos políticos se tiñeron de una peculiaridad especial pero sin convertirse por ello en movimientos propiamente nacionalistas o, siquiera, regionalistas. Finalmente, el caso de Cataluña parece haber resultado particularmente influyente tanto en Galicia como en Valencia, principalmente en la coyuntura de 1907, aunque esa mimesis fue más aparente que real. En el caso gallego encontramos, a diferencia del caso vasco —donde se dio en fecha muy temprana una actitud claramente separatista, aunque moderada en la práctica—, un nacionalismo que hasta la Primera Guerra Mundial se concibió claramente en el marco del Estado español de manera que los historiadores se han referido a él más como «regionalismo» que como nacionalismo. Los pensadores políticos gallegos distinguían entre «nación» o «nacionalidades» o «naciones pequeñas», atribuyendo a España la primera denominación y a Galicia las dos siguientes. También en este caso, como en el catalán, el regionalismo tuvo un triple origen, liberal, tradicionalista y federal. Con todo, ha de señalarse una diferencia fundamental que radica en el distinto grado de movilización y vertebración política de ambas regiones. En Galicia hubo una aparición temprana del renacer cultural, pero el político fue tardío, entrecruzándose con luchas personalistas en medios intelectuales reducidos o con combates agrarios en los que lo primordial era más la redención de los foros que la vertebración de unas instituciones propias y peculiares. Un rasgo muy peculiar del galleguismo en comparación con otros movimientos nacionalistas fue que la emigración americana (especialmente la dirigida a Cuba y Argentina) tuvo un papel importante en la financiación de este movimiento político. Incluso buena parte de sus connotaciones sociales tuvieron esta procedencia ultramarina.

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