Authors: Dan Simmons
—Quiero preguntarle por las cabezas de piedra —dijo Mahnmut a través del comunicador—. Preguntarle quiénes son, por qué están haciendo esto.
—No hasta que encontremos un modo de llegar al Olympus —insistió Orphu.
Mahnmut suspiró y comunicó la petición de ayuda para llegar al gran volcán. Transmitió imágenes del Monte Olympus tal como lo había visto desde la órbita y preguntó si había algún modo de que los HV pudieran hacerlos viajar por tierra a través de las montañas de Tempe Terra, o al este a lo largo de la costa del Tetis durante más de cuatro mil kilómetros, y luego al sur a lo largo de la costa de Alba Patera hasta el Monte Olympus.
ESO
NO
ES
POSIBLE.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Orphu cuando Mahnmut transmitió la respuesta—. ¿Quiere decir que no es posible ayudarnos, o viajar al este de esa forma?
Mahnmut había sentido algo parecido al alivio cuando el HV traductor declaró que su misión había terminado, pero de todas formas formuló la aclaración que solicitaba Orphu.
NO
ES
POSIBLE
QUE
VIAJÉIS
HASTA
EL
ESTE
EN
SECRETO
PORQUE
LOS
HABITANTES
DEL
OLYMPUS
OS
VERÍAN
Y
OS
MATARÍAN.
—Pregúntale si hay otro modo —dijo Orphu—. A lo mejor podríamos seguir por tierra, por el Valle Kasei.
NO.
IRÉIS
AL
LABERINTO
NOCTIS
EN
FALUCHO.
—¿Qué es un falucho? —preguntó Orphu cuando Mahnmut transmitió la respuesta—. Suena a payaso italiano.
Es un barco de vela latina, de dos mástiles —dijo Mahnmut, cuya formación en los negros fondos submarinos de Europa había incluido todo lo que podía descargarse sobre los líquidos mares de la Tierra—. Solían recorrer el Mediterráneo hace milenios.
—Pregúntales cuándo podemos partir —envió Orphu.
—¿Cuándo podemos partir? —preguntó Mahnmut, sintiendo la pregunta como una vibración a través de sus dedos y un cosquilleo en la mente.
LA
BARCAZA
DE
LAS
PIEDRAS
LLEGA
POR
LA
MAÑANA.
EL
FALUCHO
VENDRÁ
CON
ELLA.
PODRÉIS
PARTIR
EN
ÉL.
—Necesitaremos rescatar algunas otras cosas de nuestro sumergible —dijo Mahnmut. Envió las imágenes del Aparato y las otras dos piezas de carga de la bodega, imaginó que las llevaban a la orilla y las transportaban a la cueva. Luego envió la imagen de los HV llevando a Orphu a la misma cueva.
En respuesta, docenas de hombrecillos verdes empezaron a chapotear y nadar hacia la nave. Otros se acercaron a Orphu y empezaron a colocar los rodamientos en una plataforma del tamaño de Orphu.
—Creo que no podré seguir sujetando el corazón de este hombre más tiempo —le dijo Mahnmut a Orphu a través del comunicador—. Es como agarrar un cable eléctrico.
—Suéltalo, entonces —dijo el ioniano.
—Pero...
—Suéltalo.
Mahnmut le dio las gracias al intérprete (les dio las gracias a todos) y soltó su presa. Igual que el primer intérprete, este hombrecillo verde cayó a la arena, se retorció, siseó, se secó y murió.
—Oh, Dios —susurró Mahnmut. Se apoyó contra el caparazón de Orphu. Los hombrecillos verdes estaban ya levantando la masa del ioniano, colocando ruedas bajo él.
—¿Qué están haciendo?
Mahnmut describió el cadáver del intérprete y el trabajo que hacían a su alrededor, los preparativos para transportar a Orphu y el Aparato y otros objetos que ya habían sacado de la nave, los cables que sujetaban el submarino, los cientos de HV que tiraban de ellos desde la orilla arrastrando ya
La Dama Oscura
hacia el oeste, hacia la cueva donde estaría a salvo de las miradas del cielo.
—Iré contigo a la cueva —dijo Mahnmut, sombrío. El cadáver del intérprete era como un pellejo seco, encogido y marrón sobre la arena roja. Todos los órganos internos se habían secado y el fluido se había derramado, convirtiendo el charco de lodo que creaba en algo parecido a sangre roja. Los otros hombrecillos verdes, sin prestar atención al cadáver, empezaban ya a hacer rodar a Orphu por la arena, hacia el oeste.
—No —protestó Orphu—. Sabes lo que tienes que hacer.
—Ya te describí las caras cuando las vi desde el mar.
—Las viste de noche y a través de la boya periscopio —dijo Orphu—. Tenemos que ver una o dos a plena luz del día.
—La que hay en la base del acantilado está hecha pedazos —dijo Mahnmut, con ganas de llorar—. La siguiente está a un kilómetro hacia el este. En lo alto de los acantilados.
—Ve tú —dijo Orphu—. Permaneceré en contacto por el comunicador mientras ellos me llevan a la cama. Podrás ver cómo manejan
La Dama Oscura
durante la mayor parte de tu paseo.
Mahnmut accedió a regañadientes y caminó hacia el este, alejándose de la multitud de HV que tiraban de su submarino muerto por la costa y de Orphu y del frescor y la sombra de la cueva.
La cabeza caída estaba rota en demasiados pedazos para distinguir ningún rasgo, Mahnmut subió con esfuerzo el empinado sendero por el que los hombrecillos verdes habían descendido aparentemente con tanta facilidad. El sendero era estrecho y aterradoramente empinado y resbaladizo.
En la cima, Mahnmut se detuvo un segundo para recargar sus células y mirar alrededor. Al norte, el Mar de Tetis se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Al sur, tierra adentro, la piedra roja daba paso a montañas bajas también rojas y, varios kilómetros más al sur, Mahnmut distinguió bosques verdes al pie de las montañas. Había algo de hierba en el sendero que siguió hacia el este a lo largo del borde del precipicio.
Mahnmut se detuvo para mirar el promontorio y el agujero preparado para la cara de piedra que los hombrecillos verdes habían sacrificado lanzándola desde lo alto del acantilado para abrir las puertas de la bodega de carga. Había sido preparado cuidadosamente y Mahnmut pudo ver que la base del cuello de las grandes cabezas de piedra encajaba en el agujero y se sostenía así en su sitio. Estos hombrecillos verdes eran artesanos y hábiles picapedreros.
Mahnmut caminó hacia el este. Veía la siguiente cabeza del horizonte oriental. El moravec no estaba diseñado para caminar (su función consistía básicamente en estar sentado en un sumergible de exploración, y a veces nadar) y cuando se cansaba de ser bípedo, alteraba el funcionamiento de sus articulaciones y columna y caminaba como un perro durante un rato.
Cuando llegó a la siguiente cabeza de piedra se detuvo junto a su ancha base. El agujero donde encajaba el cuello había sido rellenado con algo parecido a cemento. Miró el sendero que los rodamientos y miles de HV habían creado a lo largo de la cima del acantilado, y al oeste, donde la multitud verde había tirado del submarino y empujado a Orphu ya casi hasta la cueva.
—¿Has llegado? —dijo la voz de Orphu.
—Sí. Estoy apoyado contra ella.
—¿Cómo es la cara?
—Es un mal ángulo desde abajo —dijo Mahnmut—. Casi todo labios y barbilla y nariz.
—Llégate otra vez a la playa, estas caras están hechas para ser vistas desde el mar por algún motivo.
—Pero... —empezó a decir Mahnmut, contemplando el empinado acantilado que caía al menos un centenar de metros hasta la arena. Había un leve sendero en las rocas cubiertas de hierba, igual que en el otro lado—. Si me rompo el cuello tratando de bajar —envió—, será por tu culpa.
—Entendido —dijo Orphu—. Percibo la vibración mientras me mueven, pero no tengo ni idea de cuánto nos falta para llegar a la cueva. ¿Puedes verlo tú?
Mahnmut amplificó su visión mientras miraba hacia el oeste.
—Estáis a sólo un par de cientos de metros de la entrada —dijo— Voy a bajar. ¿Estás seguro de que quieres que compruebe también la siguiente cabeza? Es otro kilómetro y todas las cabezas parecían iguales desde la órbita.
—Creo que deberíamos comprobarlo —dijo Orphu.
—Dijo el vec sin patas —murmuró Mahnmut. Empezó el largo y empinado descenso hasta la playa.
Se alejó cuanto pudo, retrocediendo hasta que las olas le lamieron las patas. El rostro era absolutamente identificable. Sin decir nada, caminó otro kilómetro hasta el este por el borde del agua. La siguiente cara era idéntica a la primera: orgullosa, imperiosa, imponente, su rostro contemplaba ferozmente el mar, la piedra esculpida representaba el rostro de un anciano, con la coronilla casi calva pero con melena que caía a cada lado del arrugado rostro, los ojos pequeños bajo cejas duras y de curva descendente, arrugas en las comisuras, pómulos altos tallados en la piedra, una barbilla pequeña pero firme, labios finos convertidos en una mueca y el mismo semblante severo.
—Es un viejo —dijo Mahnmut por el comunicador—. Definitivamente, un varón humano mayor, pero no lo reconozco por los bancos de datos de historia.
Sólo hubo estática durante unos segundos.
—Fascinante —dijo Orphu—-. ¿Por qué se merecería un viejo de la Tierra miles de estas cabezas de piedra en la costa marciana?
—No tengo ni idea —dijo Mahnmut.
—¿Es uno de los que iban en el carro? —preguntó Orphu—. ¿Parece un dios?
—Un dios griego no —respondió Mahnmut—. Más parece un viejo poderoso pero dispéptico. ¿Puedo volver ya, antes de que uno de esos tipos con toga y barba gris venga en su carro volador y me vea aquí de pie mirando embobado como un turista?
—Sí —dijo Orphu—. Creo que deberías volver.
Odiseo no contó la historia de sus viajes aquella mañana durante el desayuno en la burbuja verde situada en lo alto de la Puerta Dorada en Machu Picchu. Nadie se acordó de preguntárselo. A Ada todos le parecieron preocupados, y no tardó en darse cuenta de por qué.
Ada estaba cansada porque había dormido poco, pero había pasado la noche más maravillosa de su vida con Harman. Había «tenido sexo» antes (¿qué mujer de su edad no lo había tenido?), pero nunca hasta entonces había
hecho el amor
. Harman había estado exquisitamente tierno y a la vez ansiosamente insistente, atento a sus necesidades y respuestas pero no controlado por ellas, sensible pero firme. Durmieron un poco, enroscados juntos en la estrecha cama contra la pared de cristal curvo, pero despertaron a menudo, sus cuerpos renovaron el acto del amor antes de que sus mentes estuvieran plenamente despiertas. Cuando el sol se alzó sobre la torre situada al este de Machu Picchu, Ada se sentía una persona distinta: no, no era eso, advirtió, se sentía una persona más grande, más plena, más conectada.
Ada pensó que Hannah también actuaba de una forma extraña esa mañana: arrebolada, hiperalerta, atenta a todos los comentarios del hombre que se hacía llamar Odiseo y miraba a Ada de vez en cuando y luego apartaba los ojos, un poco ruborizada.
Dios mío
, comprendió Ada justo cuando terminaban el desayuno y estaban listos para partir, para volar juntos hasta Ardis Hall, al norte.
Hannah se ha acostado con Odiseo
.
Durante un minuto, a Ada no le costó creerlo: nunca desde que eran amigas le había comentado Hannah que hubiera estado con un hombre ni nada sobre asuntos sexuales, pero vio las miradas que Hannah dirigía al hombre de la barba y las señales físicas: la joven estaba sentada frente a Odiseo, pero su cuerpo reaccionaba todavía a cada movimiento del hombre, las manos nerviosas, inclinándose hacia delante... y Ada se dijo que había sido una noche entretenida en los domis de la Puerta Dorada.
Daeman y Savi contrastaban claramente. El joven no estaba de mejor humor que la noche anterior; ladraba preguntas sobre la Cuenca Mediterránea, ansioso por iniciar su aventura con Harman y Savi, pero obviamente nervioso por ello. Savi parecía retraída, casi apenada y con prisa por partir.
Harman estaba silencioso y, le pareció a Ada, todavía concentrado en ella, aunque no ajeno a los demás. Ella captó su mirada una o dos veces y algo cálido se movió en su pecho cuando le sonrió. Una vez puso la mano en la parte externa de su pierna, bajo la mesa, y la palmeó dos veces.
—¿Entonces cuál es el plan? —preguntó Daeman mientras terminaban el desayuno de cruasanes calientes (Ada había visto con sorpresa cómo Savi horneaba el pan el día antes) y mantequilla y bayas y zumo de frutas recién exprimidas y rico café.
—El plan es llevar volando a Odiseo, Hannah y Ada a Ardis Hall, ya se hace tarde si queremos llegar antes de que oscurezca, y luego que tú, Harman y yo vayamos a la Cuenca Mediterránea —contestó Savi—. ¿Sigues dispuesto a participar en esta expedición. Daeman
Uhr
?
—Sigo dispuesto.
A Ada no se lo parecía: le parecía cansado o resacoso o ambas cosas.
—Entonces guardemos los bártulos y movamos el culo —dijo la anciana.
Partieron en el mismo sonie en el que habían venido, aunque Hannah le dijo a Ada que había otras máquinas voladoras en una de las salas adjuntas a la torre sur del puente. El pequeño sonie tenía un número sorprendente de compartimentos en la parte trasera, para la mochila de Savi y sus otras cosas, pero era Odiseo quien llevaba más equipaje: una espada corta en una vaina, su escudo, mudas de ropa y las dos lanzas que había empleado para cazar las Aves Terroríficas. Savi se tendió en la depresión central delantera, manejando los brillantes controles virtuales, con Ada a su izquierda y Harman a la derecha. Daeman, Odiseo y Hannah ocuparon las tres concavidades posteriores, y Ada miró hacia atrás una vez y vio a su amiga de la mano del hombre de la barba.
Volaron hacia el este sobre las altas montañas y luego descendieron y viraron de nuevo hacia el norte sobrevolando una densa jungla y un río ancho y marrón que Savi dijo que se llamaba Amazonas. La jungla en sí era un sólido dosel de bosque tropical roto sólo aquí y allá por unas cuantas pirámides de cristal azul cuyas cimas tenían trescientos metros de altura y se internaban en las nubes bajas portadoras de lluvia. Savi no les dijo qué eran esas pirámides y los demás parecían demasiado cansados o sumidos en sus propios pensamientos para preguntar.
Media hora después de que la última de las pirámides desapareciera tras ellos, Savi hizo virar el sonie hacia la izquierda y volaron rumbo oeste-noroeste a través de altas montañas. El aire era tan ligero y frío que la burbuja del campo de fuerza tuvo que reforzarse a la aparente baja altura de treinta metros sobre el terreno, y el aire de la burbuja se presurizó de nuevo con un contenido de oxígeno más alto.