Ilión (48 page)

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Authors: Dan Simmons

BOOK: Ilión
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—Vamos a ver dónde están Hannah y Ada y los demás —dijo Savi. Se echó a reír—. Aunque tal vez deseen haber activado también los inhibidores de lejonet.

Daeman no se atrevía a abrir el puño.

—Recíclalo —dijo Savi.

—¿Cómo?

—¿Cómo te libras de tu flecha localizadora?

—Pienso «apágate» —dijo Daeman, y añadió mentalmente:
estúpida
.

—Hazlo.

Daeman lo pensó y el óvalo azul desapareció.

—Cercanet se activa pensando en un círculo amarillo con un triángulo verde dentro —dijo Savi. Miró su propia palma y un brillante rectángulo amarillo apareció sobre ella.

—Piensa en Hannah —dijo Savi.

Así lo hizo. Las palmas de ambos mostraron un continente (Norteamérica, pero Daeman no lo reconoció), y luego un zoom hasta la sección sur-central, zoom al norte hasta la costa, zoom a una compleja serie de palabras ilegibles y mapas topográficos, zoom bajo estilizados árboles hasta una forma estilizada con la cabeza de Hannah sobre un cuerpo de caricatura, caminando sola... no, sola no, advirtió Daeman, pues había un signo de interrogación caminando junto a ella.

Savi volvió a reírse.

—Cercanet no sabe cómo procesar a Odiseo.

—No veo a Odiseo —dijo Daeman.

Savi acercó la mano a su cubo holográfico amarillo y tocó el signo de interrogación. Señaló las dos figuras rojas en el borde de la nube.

—Ésos somos nosotros —dijo—. Ada y Harman deben de estar al norte.

—¿Cómo sabemos que es Hannah? —preguntó Daeman, aunque había visto su coronilla.

—Piensa «primer plano» —dijo Savi. Le mostró la nube de su palma que había bajado más, hasta nivelarse, y estaba contemplando a la estilizada Hannah con la cara real de Hannah caminar entre árboles estilizados, a lo largo de un estilizado arroyo.

Él pensó «primer plano» y se maravilló de la claridad de la imagen. Veía la sombra de los árboles sobre sus rasgos. Hablaba animadamente con el símbolo (Savi había dicho que era un signo de interrogación) que flotaba junto a ella. Daeman se alegró de no encontrar a Hannah en mitad del acto sexual.

Savi debía haber visualizado a Ada y Harman, pues la nube amarilla de su palma cambió y mostró a dos figuras caminando sobre signos topográficos en algún lugar por encima de los puntos rojos estacionarios que había identificado como ellos mismos.

—Todo el mundo está vivo, los dinosaurios no se han comido a nadie —dijo Savi—. Pero me gustaría que regresaran de una maldita vez para que pudiéramos marcharnos. Se está haciendo tarde. Si estos fueran los viejos tiempos, los llamaría a sus palmas y les diría que movieran el culo y volvieran.

—¿Puedes usar esto para comunicarte? —dijo Daeman, alzando su mano vacía.

—Por supuesto.

—¿Por qué no sabemos esas cosas? —lo dijo con cierto enfado.

Savi se encogió de hombros.

—Los llamados humanos antiguos no sabéis mucho de casi nada.

—¿Qué quieres decir con eso de «llamados humanos antiguos»? —inquirió Daeman. Ahora estaba enfadado de verdad.

—¿Crees realmente que los humanos de la Edad Perdida, los pretéritos, tenían todas estas nanomáquinas insertadas genéticamente en sus células y cuerpos? —preguntó Savi.

—Sí —respondió Daeman, aunque se dio cuenta de que no sabía absolutamente nada de los pretéritos de la Edad Perdida, y le importaba aún menos.

Savi guardó un minuto de silencio. A Daeman le parecía cansada, pero quizá todos los antiguos humanos prefermería tenían tan mal aspecto. No lo sabía.

—Deberíamos ir a recogerlos —dijo ella por fin—. Yo iré por Hannah y Odiseo, tú ve por Ada y Harman. Pon tu palma en cercanet, activa tu localizador como de costumbre y eso te llevará hasta ellos. Diles que el autobús se marcha.

Daeman no tenía ni idea de qué era un «autobús», pero le daba igual.

—¿Hay otras funciones? —preguntó antes de que la anciana se marchara.

—Centenares.

—Muéstrame una —la desafió Daeman. No la creía. Centenares, no; pero con una o dos le bastaría para ser popular en las fiesta, interesante para las mujeres jóvenes.

Savi suspiró y se apoyó contra el sonie. Se había levantado viento y las ramas de la secuoya que se alzaba sobre ellos se agitaban.

—Puedo mostrarte la función que acabó por expulsar a los posthumanos de la Tierra —dijo en voz baja—. La todonet.

Daeman cerró el puño de nuevo y apartó la mano.

—No si es peligroso.

—No lo es —dijo Savi—. No para nosotros. Mira, yo primero.

Le bajó el brazo, le abrió los dedos y le tocó la palma de una manera que a él le pareció casi excitante. Luego colocó su propia palma junto a la suya.

—Visualiza cuatro rectángulos sobre tres círculos rojos sobre cuatro triángulos verdes —dijo ella suavemente.

Daeman frunció el ceño: era difícil, las sombras resbalaban al borde de su habilidad para retener la imagen, pero lo consiguió por fin, cerrando los ojos.

—Abre los ojos —dijo Savi.

Daeman así lo hizo y tuvo que agarrarse al sonie con ambas manos para apoyarse.

No había ninguna nube de palma. Ningún mapa ilegible ni ninguna figura de dibujo animado.

En cambio, hasta donde alcanzaba la vista todo se había transformado. Los árboles cercanos, para él sin ningún otro interés que la sombra que le proporcionaban eran ahora complejos, altísimos, transparentes, capa tras capa de tejido vivo y pulsante, corteza muerta, vesículas, venas, materia interior que mostraba vectores estructurales y anillos de columnas de datos fluyentes, el móvil rojo y verde de la vida: agujas, xylemas, floemas, agua, azúcar, energía, luz del sol. Supo que de haber sabido leer el flujo de datos habría comprendido exactamente la hidrología del milagro viviente que era ese árbol, habría sabido exactamente cuánta presión aplicaba para elevar osmóticamente toda esa agua desde las raíces... Si Daeman miraba hacia abajo veía las raíces hundidas en el suelo, el intercambio energético de agua de la tierra a las raíces, el largo viaje de docenas de metros desde las raíces a los túbulos verticales que elevaban el agua... ¡docenas de metros en vertical! ¡Como un gigante que sorbiera de una pajita! Y luego el movimiento lateral del agua, moléculas de agua en tuberías de grosor microscópico, a lo largo de ramas de quince, veinte o treinta metros, estrechándose, estrechándose, la vida y los nutrientes de esa agua, la energía del sol...

Daeman alzó la cabeza y vio la luz solar como la lluvia de energía que era: luz que alcanzaba las agujas de pino y era absorbida, luz que incidía en el humus bajo sus pies y calentaba las bacterias que allí había. ¡Podía contar las atareadas bacterias! El mundo a su alrededor era un torrente de información, una marea de datos, un millón de microecologías interactuando a la vez, energía a energía. Incluso la muerte era parte de la compleja danza del agua, la luz, la energía, la vida, el reciclado, el crecimiento, el sexo y el hambre que fluían a su alrededor.

Daeman vio un ratón muerto casi enterrado en el humus, al otro lado del claro, poco más que pelo y huesos ya, pero aún una bengala de energía de luz roja mientras las bacterias se daban un festín y los huevos de las moscas incubaban para convertirse en gusanos al sol de la tarde y la lenta disgregación de las proteínas seguía a nivel molecular, y...

Jadeando, casi ahogándose, Daeman se dio la vuelta, tratando de acabar con aquella visión, pero la complejidad estaba en todas partes: el pulsante y humeante flujo de la energía transmitiéndose; los nutrientes siendo absorbidos; las células siendo alimentadas; las moléculas bailando en los árboles transparentes y respirando suelo: el cielo encendido con su lluvia, y el arrebato de la luz del sol y los mensajes de radio de las estrellas.

Daeman se cubrió los ojos con las manos, pero demasiado tarde: había mirado a Savi, la vieja, también una galaxia de vida. Vida anidada en las destellantes neuronas de su cerebro, tras aquel cráneo sonriente, que ardía como relámpagos en la cadena de impactos que corrían por sus nervios retinales y en los miles de millones de formas vivas de su estómago, ocupadas e indiferentes todas, y, tratando de apartar la mirada, Daeman cometió el error de mirarse a sí mismo, de mirar dentro de sí, más allá de sí, su conexión con el aire y el suelo y el cielo...

—¡Apágate! —dijo Savi; la mente de Daeman repitió la orden.

La brillante luz del mediodía que se reflejaba en los árboles y el suelo cubierto de agujas le pareció de repente a Daeman tan oscura como la medianoche. Las piernas le fallaron. Jadeando, Daeman se deslizó por el borde del sonie y se desplomó en el suelo, rodó hasta quedar boca abajo, los brazos extendidos, las palmas planas, la cara apretada contra las agujas de pino.

Savi se agachó junto a él y le dio una palmada en el hombro.

—Pasará dentro de un minuto —dijo suavemente—. Descansa aquí. Yo iré a buscar a los demás.

Ada vaciló cuando Harman sugirió que fueran a dar un paseo: temía que Savi se enfadara o se sintiera alarmada por la ausencia de todo el mundo cuando regresara al claro, pero Hannah ya había salido corriendo detrás de Odiseo, y Ada no quería quedarse junto al sonie con Daeman. Además, no sabía si tendría otra oportunidad para hablar en privado con su nuevo amante antes de que ella regresara a Ardis y él se fuera volando con Savi a aquella Cuenca Meditecomosellamara. Subieron una colina, luego siguieron un arroyo al otro lado. El bosque bullía de cantos de pájaros, pero no vieron ningún animal más grande que una ardilla. Harman parecía preocupado, perdido en sus pensamientos y la única vez que tocó a Ada fue cuando le tendió la mano para ayudarla a cruzar el arroyo sobre una cascada de tres metros. Ella se preguntó si la noche que habían pasado juntos había sido un error, un fallo de cálculo por su parte, pero cuando se detuvieron a descansar en la base de la cascada, vio que sus ojos se centraban en ella, vio el afecto y la ternura de su mirada y se alegró de que se hubieran convertido en amantes.

—Ada —dijo él— ¿conoces a tu padre?

Ella parpadeó. La pregunta no era del todo sorprendente: la gente sabía que tenía padre, por supuesto, teóricamente, pero esas cosas no se preguntaban casi nunca.

—¿Quieres decir si sé quién fue?

Harman negó con la cabeza.

—Quiero decir si lo
conoces
. ¿Lo has visto?

—No —respondió ella—. Mi madre llegó a decirme su nombre en una ocasión, pero creo que él... alcanzó su Quinto Veinte hace algunos años.

Casi había estado a punto de decir
pasó a los anillos
, el eufemismo humano más común para referirse a la ascensión corpórea al cielo de los posthumanos. Su corazón redobló cuando se preguntó por qué Harman le estaba haciendo aquella extraña pregunta. ¿Creía que existía la posibilidad de que
él
fuera su padre? Sucedía, claro. Las mujeres jóvenes hacían el amor con hombres mayores que podrían ser sus anónimos padres espermáticos: el incesto no era tabú, ya que no había ninguna posibilidad de que nacieran hijos de una unión semejante, y no había hermanos ni hermanas, ya que cada mujer sólo podía reproducirse una vez, pero la idea era extrañamente inquietante.

—Yo no sé quién fue mi padre —dijo Harman—. Savi dijo que en una época, incluso después de la Edad Perdida, los padres eran casi tan importantes para los niños como lo son las madres ahora.

—Cuesta imaginarlo —dijo Ada, todavía confusa. ¿Qué estaba intentando decirle? ¿Que era demasiado viejo para ella? Eso era una tontería.

Él empezó a caminar de nuevo y ella lo siguió bajo los árboles. Hacía fresco a la sombra, pero el aire era más denso. La cascada murmuraba tras ellos. De repente Ada miró en derredor, alarmada.

—¿Has oído algo? —preguntó Harman, deteniéndose junto a ella.

—No. Es que... hay algo raro.

—No hay servidores —dijo Harman—. Ni voynix.

Era eso, advirtió Ada. Estaban solos. Durante los dos últimos días, la ausencia de los omnipresentes servidores y voynix había sido como un sonido de fondo que faltara. Pero resultaba más evidente ahora que estaban solos, nada más que ellos dos.

De repente, sin ningún motivo concreto, Ada se estremeció.

Harman asintió.

—He estado tomando notas del terreno y observando el sol —señaló con la rama que estaba usando como bastón— El claro está detrás de esa colina.

Ada sonrió, pero no estaba totalmente convencida. Comprobó su localizador de palma, pero estaba en blanco, como sucedía desde que habían dejado el domi de la Antártida. Había estado en el bosque otras veces (normalmente en sus tierras de Ardis), pero nunca sin un servidor flotando cerca para mostrarle el camino a casa o sin un voynix como protección. Pero esto no era más que tensión de fondo a la ansiedad central de la extraña pregunta de Harman.

—¿Por qué preguntas por los padres?

Él la miró mientras seguían bajando la colina, internándose en el bosque de secuoyas. La sombra era casi penumbra, aunque lanzadas de luz salpicaban aquí y allá el silencio catedralicio.

—Por algo que me ha dicho Savi esta mañana —respondió—. Algo de que yo era lo bastante viejo para ser tu abuelo. Sobre que me metía en esta aventura para encontrar la fermería y relacionarme contigo, como una especie de negación de mi Veinte Final.

La primera respuesta de Ada fue la furia, seguida inmediatamente de una punzada de celos. Furia por la estúpida observación de Savi: no era asunto de aquella mujer con quién se acostaba Ada ni qué edad tenía. Celos por el hecho de que Harman se hubiera levantado de la cama aquel amanecer para ir a charlar con Savi. Ada simplemente le había dado un beso de despedida cuando se levantó, se lavó y se vistió esa mañana, un poco decepcionada porque su nuevo amante no quería pasar otra hora con ella antes de que todos se levantaran para desayunar, pero respetando su decisión, suponiendo que era madrugador por costumbre.

¿Pero qué era tan importante para que tuviera que dejarla al amanecer para ir a hablar con Savi? ¿No planeaba pasar los próximos días con Savi en su estúpida búsqueda de una nave espacial? De hecho, advirtió Ada, Savi iba a ocupar
su
lugar en esa aventura.

Estudió el rostro de Harman, de aspecto mucho más joven, sin las sorprendentes patas de gallo y el pelo gris de Odiseo, y vio que él no había advertido su arrebato de furia y celos. Harman seguía preocupado, perdido en sus propias reflexiones, y Ada se preguntó si la atención y la amabilidad que le había dispensado en los últimos días (hasta su maravilloso apareamiento de la noche anterior) eran aberraciones, sólo parte de un preludio al sexo, y no su conducta habitual. No lo creía, pero no lo sabía. ¿Era toda esta intimidad que había estado sintiendo con Harman una ilusión, algo generado por su encoñamiento con él?

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