Authors: Dan Simmons
La Dama Oscura
empezó a dar tumbos y a retorcerse más salvajemente, aunque Mahnmut no sabía si era con la nave moribunda o por su cuenta. Activó más cámaras, los impulsores subacuáticos del sumergible y el sistema de control de daños. La mitad de los sistemas no funcionaban o respondían con lentitud.
¿Orphu?
No hubo respuesta. Mahnmut activó los másers omnidireccionales, intentando un enlace por tensorrayo.
¿Orphu?
Ninguna respuesta. Los vuelcos aumentaron. La bodega de
La Dama Oscura
, presurizada para la llegada de Koros, perdió de repente toda su atmósfera, haciendo girar al sumergible más salvajemente.
Voy por ti, Orphu
, llamó Mahnmut. Hizo volar la compuerta y se soltó las correas. Tras él, en alguna parte, bien en la nave que se desgajaba o en
La Dama Oscura
misma, algo exploto y lo hizo chocar violentamente contra el panel de control y luego lo hundió en la oscuridad.
Por la mañana, después de un buen desayuno preparado por los servidores de la madre de Daeman en sus apartamentos de Cráter París, Ada y Harman y Hannah y Daeman faxearon hasta el lugar del último Hombre Ardiente.
El fax-nódulo estaba iluminado, naturalmente, pero fuera del pabellón circular era noche profunda y el aullido del viento resultaba audible incluso a través del campo de fuerza semipermeable. Harman se volvió hacia Daeman.
—Éste era el código que tenía: veintiuno ochenta y seis. ¿Te parece correcto?
—Es un maldito pabellón de fax-nódulo —gimió el hombre más joven—. Todos parecen iguales. Además, está oscuro ahí fuera. Y vacío. ¿Cómo voy a saber si es el mismo lugar que visité hace dieciocho meses, de día, con una multitud de otras personas?
—El código parece correcto —dijo Hannah—. Yo seguí a otra gente, pero recuerdo que el nódulo del Hombre Ardiente tenía un numero alto, no uno al que yo hubiera faxeado antes.
—¿Y tenías qué? —preguntó desdeñoso Daeman—. ¿Dieciséis años, entonces?
—Era poco mayor —dijo Hannah. Su voz era fría. Mientras que Daeman era una masa pálida, Hannah tenía los músculos bronceados. Como reconociendo esta diferencia (aunque Daeman nunca había oído que hubiera dos seres humanos que lucharan físicamente fuera del drama del paño de turín), dio un paso atrás.
Ada ignoró la quisquillosa conversación y se acercó al borde del pabellón, presionando el campo de fuerza con sus delgados dedos. El campo onduló y se combó, pero no cedió.
—Esto es
sólido
—dijo—. No podemos salir.
—Tonterías —contestó Harman. Se reunió con ella y ambos empujaron y sondearon, apoyando su peso contra el elástico campo de energía, que de todas formas no cedió. No era semipermeable después de todo: o al menos no a los objetos físicos como los seres humanos.
—Nunca había oído hablar de nada igual —dijo Hannah, uniéndose a ellos para apoyar el hombro contra la pared invisible—. ¿Qué sentido tiene levantar un campo de fuerza en un pabellón fax?
—¡Estamos atrapados! —dijo Daeman, poniendo los ojos en blanco—. Como ratas.
—Idiota —dijo Hannah. Por lo visto aquel día no se llevaban bien—. Siempre puedes faxear y largarte. El portal está aquí mismo, detrás de ti, y sigue funcionando.
Como para demostrar el argumento de Hannah, dos servidores esféricos de uso general atravesaron el titilante fax-portal y flotaron hacia los humanos.
—El campo no nos deja salir —les dijo Ada a los servidores.
—Sí, Ada
Uhr
—dijo una de las máquinas—. Lamentamos el retraso en venir a ayudarles. Este fax-nódulo se... usa raramente.
—¿Y qué? —dijo Harman, cruzándose de brazos y mirando al servidor líder con el ceño fruncido. La otra esfera se había acercado flotando a uno de los cubículos de suministros en la columna blanca del pabellón—. ¿Desde cuándo están sellados los fax-nódulos? —continuó Harman.
—-Mis disculpas de nuevo, Harman
Uhr
—dijo el servidor con la voz casi-masculina utilizada por todos los servidores de uso general en todas partes—. El clima exterior es inhóspito en extremo en esta época del año. Si se aventuraran ustedes a salir sin termopieles, sus posibilidades de sobrevivir serían escasas.
El segundo servidor extrajo cuatro termopieles del cubículo y flotó hacía los cuatro humanos, para ofrecer a cada persona aquellos trajes moleculares más finos que el papel.
Daeman sostuvo el traje con ambas manos, perplejo.
—¿Es una broma?
—No —respondió Harman—. Me he puesto uno antes.
—Y yo también —-dijo Hannah.
Daeman desplegó la termopiel. Era como sujetar humo.
—Esto no me cabrá encima de la ropa.
—No es para eso —dijo Harman—. Tiene que ir pegado a la piel. Tiene capucha también, pero podrás ver y oír a través de ella.
—¿Podemos llevar nuestra ropa normal encima? —preguntó Ada.
Había un atisbo de preocupación en su voz. Después de su inútil exhibición de la noche anterior, no se sentía muy aventurera. Al menos no cuando se trataba de desnudez.
El primer servidor respondió:
—Excepto el calzado, no es aconsejable llevar otras capas, Ada
Uhr
. Para que la termopiel sea efectiva, debe ser plenamente osmótica. La ropa reduce su eficacia.
—Será una broma —dijo Daeman.
—Siempre podríamos faxear de vuelta a casa y ponernos nuestra ropa de invierno más gruesa —dijo Harman—. Aunque no estoy seguro de que valga para las condiciones climatológicas de ahí fuera —miró hacia la pared del campo de fuerza. El aullante viento era audible y aterrador.
—No —dijo el segundo servidor—, las chaquetas y abrigos y capas estándar no serían adecuadas aquí, en el Valle Seco. Podemos facturar ropa de clima extremo más modesta y regresar con ella dentro de treinta minutos si lo prefieren.
—Al diablo —dijo Ada—. Quiero ver qué hay ahí fuera.
Se dirigió al centro del pabellón, tras el fax-portal mismo, y empezó a desnudarse a la vista de todos. Hannah dio cinco pasos y se unió a ella, quitándose la túnica y los pantalones globo de seda.
Daeman se rió un momento. Harman se le acercó, le tocó el brazo y lo condujo al otro lado del círculo, donde también empezó a desnudarse. Mientras se desvestía, Daeman miró varias veces por encima del hombro a las mujeres: la piel de Ada brillaba rica y plena a la luz de los halógenos del techo; Hannah era esbelta y fuerte y bronceada. Hannah alzó la cabeza mientras se subía la termopiel por las piernas y miró a Daeman con el ceño fruncido. Él apartó los ojos rápidamente.
Cuando los cuatro se reunieron de nuevo en el centro del pabellón, con sólo las botas o los zapatos sobre la termopiel, Ada se echó a reír.
—Estas cosas revelan más que si fuéramos desnudos —-dijo.
Daeman se agitó, cortado por el acierto de la declaración, pero Hannah sonrió a través de su máscara. La termopiel era más pintura que ropa.
—¿Por qué tenemos colores diferentes? —preguntó Daeman. Ada era amarillo vivo; Hannah naranja; Harman de un azul intenso; Daeman verde.
—Para que se identifiquen unos a otros con facilidad —respondió el servidor como si le hubieran hecho la pregunta a él.
Ada volvió a reírse: aquella risa libre, tranquila, inconsciente, que hizo que ambos hombres se volvieran a mirarla.
—Lo siento —dijo—. Es que es... es bastante obvio, incluso desde lejos, quién de nosotros es quién.
Harman se acercó al campo de fuerza y colocó su mano azul contra él.
—¿Podemos pasar ahora? —les preguntó a los servidores.
Las máquinas no respondieron, pero el campo de fuerza tembló levemente, la mano de Harman lo atravesó y luego su cuerpo azul pareció moverse a través de una cascada de plata y pasó al otro lado.
Los servidores siguieron a los cuatro a la ventosa oscuridad.
—No necesitamos vuestra escolta —les dijo Harman a las máquinas. Daeman advirtió que la voz del otro hombre se perdía con el viento, pero que podía oírla claramente a través de la capucha de termopiel. Había algún tipo de aparato de transmisión auditiva y auriculares en el traje molecular.
—Pido disculpas, Harman
Uhr
—dijo el primer servidor, pero si que la necesitan. Por la luz.
Ambos servidores estaban iluminando el abrupto terreno con múltiples haces de luz que surgían de sus cuerpos.
—Ya he usado estas termopieles otras veces, en las montañas altas y el lejano norte. Llevan un dispositivo para ampliar la luz en las lentes de la capucha. —Se tocó la sien, palpo un instante—. Aquí. Ahora puedo ver perfectamente. Las estrellas son brillantes.
—Oh, cielos —dijo Ada mientras conectaba su visión nocturna. En vez de los pequeños círculos de luz que creaban los haces de los servidores, todo el Valle Seco era ahora visible, todas las rocas y los peñascos resplandecían. Cuando alzó la cabeza, las titilantes estrellas la dejaron sin respiración. Cuando la volvió, el pabellón de fax-nódulo iluminado brillaba, era un horno rugiente de luz.
—Esto es... maravilloso —dijo Hannah. Se apartó veinte pasos del grupo, saltando de roca en roca. Estaban en el fondo de un amplio valle rocoso, con acantilados graduales a cada lado. Sobre ellos, los campos nevados brillaban azules y blancos a la luz de las estrellas, pero el valle en sí estaba despejado de nieve. Las nubes se movían ante las estrellas como ovejas fosforescentes. El viento aullaba alrededor, agitándolos aunque estuvieran quietos.
—Tengo frío —dijo Daeman. El regordete joven se movía de un lado a otro. Sólo llevaba zapatillas.
—Podéis regresar al pabellón y dejarnos —les dijo Harman a los servidores.
—Con el debido respeto, Harman
Uhr
, nuestra programación para proteger a las personas no nos permite dejarlos aquí solos, corriendo el riesgo de ser heridos o de perderse en el Valle Seco —dijo uno de los servidores—. Pero nos apartaremos un centenar de metros, si lo prefieren.
—Lo preferimos —dijo Harman—. Y apagad esas malditas luces. Son demasiado brillantes para nuestras lentes de visión nocturna.
Ambos servidores obedecieron y se marcharon flotando hacia el pabellón del fax-nódulo. Hannah los guió por el valle. No había árboles, ni hierba, ningún signo de vida aparte de los cuatro seres humanos de colores vivos.
—¿Qué estamos buscando? —preguntó Hannah, saltando sobre lo que podría haber sido en verano un pequeño arroyo... si es que el verano llegaba alguna vez a ese lugar.
—¿Es éste el sitio del Hombre Ardiente? —preguntó Harman.
Daeman y Hannah echaron un vistazo alrededor. Finalmente, Daeman habló:
—Podría ser. Pero había, ya sabes, tiendas y pabellones y excusados y flujodomos y el campo de fuerza sobre el valle y grandes calefactores y el Hombre Ardiente y luz diurna y... era diferente entonces. No hacía tanto frío. —Saltó torpemente de un pie a otro.
—¿Hannah? —inquirió Harman.
—No estoy segura. Aquel lugar también era rocoso y desolado, pero... Daeman tiene razón, parecía diferente con miles de personas y a la luz del día. No lo sé.
Ada encabezó la marcha.
—Vamos a desplegarnos para buscar algún signo de que el Hombre Ardiente se celebró aquí.... fuegos de campamento, montoncillos de rocas... algo. Aunque no creo que encontremos a vuestra Judía Errante aquí esta noche, Harman.
—Shhh —dijo Harman, mirando por encima de su hombro azul a los lejanos servidores, y advirtiendo entonces que estaban transmitiendo su conversación de todas formas—. Muy bien —dijo con un suspiro—, vamos a desplegarnos, digamos unos treinta metros, y busquemos cualquier cosa que...
Se detuvo cuando una forma grande, sólo vagamente humanoide, apareció en un cañón lateral. La criatura se abrió paso entre las rocas con gracia torpemente familiar. Cuando estuvo a diez metros, Harman dijo:
—Vuelve. No necesitamos a ningún voynix.
Uno de los servidores respondió, la voz sonando en sus oídos aunque la esfera flotaba tras ellos.
—Debemos insistir, damas y caballeros. Éste es el más remoto y hostil de todos los fax-nódulos conocidos. No podemos correr el riesgo de que algo les haga daño.
—¿Hay dinosaurios? —preguntó Daeman, nervioso.
Ada se echó a reír de nuevo y abrió los brazos y las manos a la oscuridad y el aullante frío.
—Lo dudo, Daeman. Tendrían que ser de alguna dura raza recombinada invernal de la que nunca he oído hablar.
—Cualquier cosa es posible —dijo Hannah, señalando una gran roca próxima a la entrada de otro cañón lateral, a unos cincuenta metros a la derecha—. Eso de ahí podría ser un alosaurio esperándonos.
Daeman dio un paso atrás y estuvo a punto de tropezar con una roca.
—No hay ningún dinosaurio aquí —dijo Harman—. No creo que haya ningún ser vivo. Hace demasiado frío. Si dudáis de mí, quitaos las capuchas un segundo.
Los otros así lo hicieron. Los auriculares moleculares resonaron con sus exclamaciones.
—Quédate atrás hasta que se te llame —instruyó Hannah al voynix. La criatura retrocedió treinta pasos.
Emprendieron el ascenso del valle, hacia el noroeste, siguiendo los Indicadores de dirección de sus palmas. Las estrellas se estremecían por la fuerza del viento y de vez en cuando los cuatro tuvieron que acurrucarse al socaire de un gran peñasco para no salir volando. Cuando la furia del viento disminuyó su intensidad, volvieron a desplegarse.
—Ahí hay algo — dijo la voz de Ada.
Los otros corrieron a reunirse con la forma amarilla a una treintena de metros al sur. Ada estaba contemplando lo que a primera vista parecía una roca más, pero cuando Daeman se acercó, vio el pelo quebradizo o el pelaje, los extraños apéndices aleteantes y los agujeros negros u ojos. La cosa parecía haber sido tallada en madera ajada.
—Es una foca —dijo Harman.
—¿Qué es eso? —preguntó Hannah, arrodillándose para tocar la figura inmóvil.
—Un mamífero acuático. Las he visto cerca de las costas... lejos de los fax-nódulos. —También él se arrodilló y tocó el cadáver del animal—. Se ha secado... momificado, es la palabra. Puede que lleve aquí siglos. Milenios.
—Así que estamos cerca de una costa —dijo Ada.
—No necesariamente —respondió Harman, poniéndose en pie y echando un vistazo en derredor.
—Eh —dijo Daeman—. Recuerdo ese peñasco grande. El pabellón de la cerveza estaba situado justo debajo. —Correteó hacia el peñasco situado cerca de la pared del acantilado.