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Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Imperio (17 page)

BOOK: Imperio
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Pero todavía más quería decir que no. Lo último que Reuben necesitaba en aquellos momentos era una esposa con una jornada de trabajo de dieciséis horas. Había sido decisión suya quedarse en casa con los niños y había tomado la decisión adecuada: para ella y Reuben, al menos. Con Reuben a menudo fuera de casa durante semanas y meses seguidos, los niños necesitaban a alguien que fuera un pilar de estabilidad en sus vidas.

—Tenemos cinco hijos, señor presidente. Sabe que no debería intentar apartarme de ellos.

—¿La cháchara patriótica no servirá?

—No, señor.

—Muy bien, te diré una cosa. La oferta seguirá en pie durante un mes. Cambia de opinión antes de agosto y estás dentro. Mientras tanto, no te preocupes por tu marido. El mayor Malich va a tener el pleno apoyo de la Casa Blanca y el Ejército. Te garantizo que no le sucederá nada malo.

Era todo lo que Cecily podía pedir. Y él tenía un montón de cosas que hacer. No había tiempo para seguir charlando. Le dio las gracias, se despidió y colgó.

—Ha tratado de contratarte —dijo la tía Margaret.

—Ya has oído mi respuesta.

—Es difícil rechazar algo así, ¿eh? En la Casa Blanca, cuando el presidente te conoce y confía en ti, consigues verdadero poder, ¿verdad?

—Sí, supongo —contestó Cecily—. Menos mal que tengo todo el poder que quiero amedrentando a mis hijos.

—Ha prometido ayudar a tu marido, pero todavía pareces preocupada.

—Estoy preocupada —dijo—. ¿Por qué estoy preocupada?

—Eres croata —dijo Margaret—. Por muy bien que vayan las cosas siempre pueden torcerse. Los croatas nunca olvidan eso.

—Sí, ¿cuál fue tu brindis el día de nuestra boda? «Cada día que termine sin que vosotros dos hayáis dejado de hablaros será un triunfo sobre la naturaleza humana.»—O algo por el estilo. Y tenía razón.

—Pasa algo raro. Es... No me gusta la forma en que me ha prometido que conseguirá que Reuben salga bien parado. Si alguien en el inundo sabe que el Congreso no puede ser controlado por la Casa Blanca es LaMonte Nielson.

—Tal vez piensa que todavía tiene mano en el Congreso.

—No, solía decir que el único presidente que llegó a controlar el Congreso fue Johnson, y porque era un... capullo de primera.

—Un completo imbécil —sentenció Margaret.

—Y tampoco puede controlar a la prensa. Van a intentar manchar la reputación de Reuben y bailar sobre su tumba.

—Acaban de nombrarlo presidente. Se siente rumboso.

—Nunca ha sido generoso. Pero no, estaba bromeando, siguiéndome la corriente.

—Y tú sigues preocupada.

—Estoy preocupada porque Reuben está en paradero desconocido. ¿Va a venir aquí? ¿Va a ir a esconderse a alguna otra parte? ¿Va a abandonar el país? ¿Está en algún tipo de misión? ¿Lo han arrestado? ¿Está...?

La puerta de entrada se abrió de golpe.

—¡Eh, ten cuidado con mi vieja casa! —exclamó la tía Margaret.

—¡Papi tiene un coche nuevo! —gritó Mark.

—Está aquí —suspiró Cecily.

—Id a ayudar a vuestro padre con el equipaje —les ordenó Margaret.

—¡No trae!

Cuando Cecily llegó a la puerta principal, con J. P. en brazos, la del garaje ya se estaba cerrando detrás de Reuben y el coche que traía. Así que Cecily rodeó la casa y le interceptó a la salida del garaje. Se besaron y Reuben tomó a J. P. y saludó a las niñas, que ya habían bajado corriendo las escaleras.

—¿Dónde está Nick? —preguntó.

—Leyendo sobre mujeres musculosas y hombres fascinantes —dijo Mark.

—En el patio de atrás —dijo Cecily.

Reuben dio a todo el mundo otro abrazo y se fue al patio en busca de su segundo hijo.

Se reunieron en la cocina y Reuben les contó, con todo detalle, su lucha con los terroristas. Lettie y Annie estaban fascinadas, pero su reacción era más bien decir: «Oh, qué asco. ¿Los viste muertos?» Mark quería saber más detalles, pero por respuesta Reuben le recordó que aquella historia no podía contarse fuera de la familia.

—Si le dices a alguien que tu padre es el mayor Reuben Malich, a cualquiera de tus amigos, muy pronto habrá periodistas ante la casa y no tendremos paz.

Mark se disgustó.

—Eso ya lo sé, papá —dijo.

Nick no comentó nada. Tan sólo observaba a su padre. Y escuchaba. Y lo asimilaba todo. Era el que preocupaba a Cecily. Nick construía su vida en torno a héroes imaginarios, aunque las novelas de fantasía se suponía que eran divertidas. Y luego miraba al padre que tenía: el auténtico, el guerrero musculoso, el héroe. ¿Cómo podía Nick medirse con esa fantasía?

Cecily pensaba que Nick se alistaría en el Ejército. Pensaría que tenía que hacerlo para ser un hombre. Sólo que su sitio no era el Ejército. Necesitaba tiempo para sí mismo. Necesitaba una vida sin sobresaltos. Necesitaba estar rodeado de amabilidad. Porque era frágil. El combate le haría daño. Acabaría con cicatrices de las que no sanan nunca.

Cicatrices como las que roían a su padre. No matas hombres sin dañar tu alma. Aunque te estés defendiendo y defiendas a tu gente. Aunque los malos sean verdaderamente perversos. Y si alguna vez llegas al punto en que no te importa realmente matar, entonces has perdido la decencia. Gracias a Dios, Reuben nunca había alcanzado ese punto, y nunca lo haría. Pero Nick... ¿podría soportar esas heridas en el alma?

—Así que estoy de vacaciones unos cuantos días —dijo Reuben—. Tal vez más.

—En dos palabras —dijo Mark—. ¡Atlantic City!

—Eres demasiado joven para mirar chicas, Mark —dijo Reuben.

—Ya dije eso una vez, papá. Es una broma.

—No importa. He visto tu expresión.

—Sí, bueno, ¿has visto cómo visten?

—Tienes sólo diez años. Eres demasiado joven para que eso te interese.

Y así continuaron. Dejaron de hablar de guerras. Pero los niños no se marcharon. El tiempo con papá era precioso. Y no les contaba a menudo lo que hacía en su trabajo de soldado. No necesitaban saberlo. Sólo hubiera servido para que pasaran miedo mientras estuviera fuera. Sin embargo, esta vez Cecily sabía que él tenía que contárselo, porque íban a oír la parte negativa y tenían que conocer los hechos tal como realmente se habían desarrollado.

Al cabo de un rato, las niñas arrastraron a su padre escaleras arriba para enseñarle el proyecto en el que estaban trabajando juntas: Lettie siempre tenía un proyecto, y Annie acababa siendo la ayudante que nunca se salía con la suya en nada, así que acababan gritando y chillando y luego las dos volvían al mismo proyecto porque Annie prefería sentirse fatal y oprimida con Lettie que libre pero sola.

Mark se unió al grupo porque era Mark y tenía que estar con gente que hiciera algo. J. P. fue con ellos porque Reuben lo tenía en brazos. Lo cual dejó a Cecily sola sentada a la mesa de la cocina con Nick.

—¿En qué estás pensando? —dijo—. Si es en helados, creo que quedan dos de chocolate con los que J. P. no se ha pringado de pies a cabeza.

Nick ignoró el helado que le ofrecía, cosa que no resultó ninguna sorpresa. Solía ser indiferente a la comida.

—El rey ha muerto —dijo—. Larga vida al rey.

—¿Qué?

—Has preguntado en qué estaba pensando. Alguien ha matado al presidente y todo lo que la gente piensa es en qué les beneficia esto.

—Yo no pienso eso —dijo Cecily.

—No, porque papá y tú estáis pensando en cómo va a perjudicaros. Están diciendo cosas que hacen que parezca que papá participó en el asesinato en vez ser quien intentó impedirlo.

—Así se venden periódicos.

—A eso es a lo que me refiero —dijo Nick—. ¿Ves? El presidente ha muerto, ¿cómo podemos vender periódicos? El presidente ha muerto, ¿cómo puedo aprovecharme de eso?

—Y tú tienes nueve años, ¿no? —preguntó Cecily.

—Sé que piensas que leo demasiada ficción —dijo Nick—, pero de eso va todo. De poder. Alguien muere, alguien se va, alguien llega e intenta hacerse con el control. Y hay que esperar que los buenos sean lo bastante fuertes y lo bastante listos y lo bastante valientes para ganar.

—¿Lo son?

—En las novelas de fantasía. Pero en el mundo real los malos ganan siempre. Gengis Kan destrozó el mundo. Hitler acabó perdiendo, pero antes mató a millones de personas. Pasan cosas verdaderamente espantosas. La gente perversa se sale con la suya. ¿Crees que no lo sé?

«Nuestros hijos son demasiado listos para su propio bien», pensó Cecily.

—Nick, tienes toda la razón. Y ¿sabes qué hacemos nosotros? Hacemos una isla. Levantamos un castillo. Cavamos un foso alrededor y construimos muros fuertes de piedra.

—Supongo que no te refieres a la casa de la tía Margaret —dijo Nick.

—Sabes a qué me refiero —dijo Cecily—. Estoy hablando de la familia, y de la fe. Aquí, en esta casa, no intentamos aprovecharnos. Nuestra familia no intenta beneficiarse de la muerte del rey. Nuestra familia siempre tiene suficiente para compartir, aunque no tengamos suficiente para comer. ¿Lo entiendes?

—Claro. Eso dicen en la iglesia. Porque papá tiene un arma y va y mata a los malos. No se esconde en un castillo detrás de un foso y ayuda a los pobres y los enfermos.

—Tu padre no va y mata a los malos. Va y hace lo que le ordenan, y el objetivo es persuadir a los malos de que no se saldrán con la suya matando gente, así que es mejor que se detengan.

—Mamá —dijo Nick—, lo que estás diciendo es que nuestro Ejército los persuade de que no maten siendo mejores que ellos matando.

Ella se desplomó en su silla.

—Es difícil reconciliar eso con el cristianismo, ¿verdad?

—No, no lo es —contestó Nick—. «El mayor amor del hombre no es otro que el que siente por sus amigos.»

—¿Me has estado escuchando?

—Leo.

—Acabo de rechazar una oferta del presidente. LaMonte Nielson. Solía trabajar para él. Debí hacer un buen trabajo, porque quiere que vaya a trabajar a la Casa Blanca.

—¿Vas a hacerlo?

—Oh, no. Y ¿sabes por qué?

—¿Por nosotros? —dijo Nick.

—Porque lo mejor que puedo hacer para que este mundo sea un lugar mejor es hacer un trabajo realmente brillante educándoos. Y no podré hacerlo si no estoy en casa.

—Si trabajaras en la Casa Blanca, podrías haber sido una de las personas que murieron.

—Pero no lo fui. Y no lo seré.

—Tienen que estar cabreados con papá.

—¿Quiénes?

—Los jefes de los terroristas. Mató a los suyos. Impidió que lanzaran uno de sus cohetes. Casi les impidió que mataran al presidente.

—Supongo que estarán un poco enfadados con él. Pero no esperaban que no devolviéramos los disparos.

—No van a venir aquí a matarnos, ¿verdad?

—No —dijo Cecily.

—En las películas, siempre van a por la familia del héroe.

—Lo hacen porque es una fórmula de Hollywood. Para que la película dé más miedo y te quedes mirando dos horas enteras. En el mundo real, a esos terroristas no les importamos las personas corrientes como nosotros. Atacan objetivos grandes... como el World Trade Center y al presidente.

—Y el Pentágono.

—Y a los soldados en el campo de batalla. Siempre hemos sabido que ése es el trabajo de papá. Pero ¿nuestra casa? Como te he dicho, es un castillo.

Nick asintió. Luego se levantó y sacó un helado del congelador.

—¿Quieres uno?

—No me gusta el chocolate —respondió Cecily.

—¿Uno de nata?

—Tráeme uno, monstruo de la tentación.

Él le lanzó un helado de nata y se quedó con el de chocolate.

—¿Te has preguntado alguna vez cómo sería frotarse esto por todo el cuerpo? —dijo mientras lo desenvolvía.

Cecily ató cabos.

—No le habrás dicho eso a J. P., ¿verdad?

—El helado le chorreaba por toda la mano y se estaba poniendo frenético.

—¿Estaba en el patio trasero?

—Sabe abrir las puertas, mamá. ¿No lo sabías?

—Así que le has dicho: «¿Te has preguntado alguna vez cómo sería frotarse esto por todo el cuerpo?»

—Le he dicho que estaba tan pringado de helado que bien podía quitarse la ropa y terminar el trabajo.

—¿Y no se te ha ocurrido vigilarlo para asegurarte de que no lo hiciera?

Nick la miró como si estuviera loca.

—¿Por qué tendría que haber hecho una cosa así? Ha sido divertido verlo frotarse el culo con el helado.

—Oh, ya —dijo Cecily con fastidio—. Lees novelas cómicas.

—¿De qué sirve tener un hermano menor si no puedes convencerlo para que haga estupideces?

—Nick, por favor, no vuelvas a hacerlo. J. P. no es tu juguete.

—Es
tu
juguete. Se supone que tienes que compartirlo, ¿no?

—Sabes que estoy muy enfadada contigo.

—Mucho no —dijo él, pasando a su antiguo juego.

—Mucho, mucho.

—No mucho, mucho, mucho.

—Mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, muy. Mucho —dijo ella.

—Lo has hecho a propósito.

—No puedo decir «mucho» tantas veces seguidas sin equivocarme.

—Venga ya, mamá, si hablas un idioma que no tiene vocales.

—El croata tiene vocales. Sólo que no las necesitamos en cada sílaba.

En aquel momento los otros bajaron corriendo las escaleras y la conversación privada se terminó.

Cecily no tuvo ocasión de estar a solas con Reuben hasta la noche, cuando salieron y se sentaron en el columpio del patio. Cecily le contó que había hablado con el presidente y declinado su oferta de trabajo. Reuben le contó que había hablado con Leighton Fuller del
Post.

—Y Cole me ha telefoneado —dijo Reuben—. El general Alton está planeando un golpe de Estado. Se propone mantener a Nielson como fachada. Tal vez lo haga. Alton siempre ha sido un charlatán. Pero hay gente que ve el mundo de su misma manera. Tal vez tenga apoyo. Tal vez haya quien lo siga.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

—Mantener la cabeza gacha —dijo Reuben—. Hay cosas que un mayor del Ejército de Estados Unidos no tiene poder para hacer. Si dan el golpe, sin embargo, presentaré mi dimisión. Me alisté para servir a los Estados Unidos de América, no a un comité de generales que piensan que tienen el derecho a decidir cómo debería ir el país.

—No sucederá —dijo ella—. Eso no puede suceder. Es tan... tan latinoameriano. Tan
turco.
Aquí estas cosas no pasan.

—Hasta que pasan. Cole ha dicho otra cosa.

—¿Qué?

—Ha citado algo que el general Alton le citó a su vez. Lo que recuerda que Alton dijo es: «Los soldados quieren cobrar y seguir vivos. Los civiles quieren que los dejen en paz. Nosotros les pagaremos a los soldados y no les pediremos que mueran. Dejaremos a los civiles en paz.»

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