Imperio (20 page)

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Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Imperio
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—Cole —le dijo a Cessy. Y al teléfono volvió a repetir—: Cole.

—Por favor, dime que no he metido la pata hasta el fondo.

—No, lo has hecho estupendamente —respondió Reuben—. Has mantenido la calma. Has hablado con la suficiente pasión para que se notara que te importaba. Los tipos que podían estar dudando si unirse o no al golpe creo que habrán quedado convencidos de no hacerlo. Tal vez muchos de ellos.

—O tal vez he dado pie a un motín. Tal vez muera alguien.

—La gente hace lo que hace —dijo Reuben—. Lo que tú has hecho ha sido recordarles su honor.

—Sí —suspiró Cole—. No he sabido con seguridad que iban a contar con el general Alton hasta un momento antes de empezar.

—Bueno, si te hubieras molestado en llamarme, podría haberte dicho que naturalmente le ofrecerían una oportunidad para defenderse. Las cabezas parlantes son malas en la tele, cara a cara es buena televisión.

—Claro, pero no creía que fuera a aparecer en pantalla. ¡Si le hubieras visto ayer! Es como si fuera otro. Qué mentiroso.

—Sí —dijo Reuben—. ¿Pero cuándo mentía?

Un largo silencio.

—¿Crees que me han tendido una trampa?

—¿Por qué iban a tendérmela sólo a mí?

—Ahora que lo pienso... Era muy exagerado, como si se hubiera estudiado el manual del fanático ultraderechista. Incluso llegó a decir «maricones».

—¿Y «tortilleras»?

—No. Supongo que se puso un límite. ¿Me engañó? ¿De verdad lo crees? ¿Por qué?

—No lo sé. No sé si te engañó y, si lo hizo, no sé por qué. El asesinato del presidente fue algo terrible, pero no está causando tanta confusión como para que el ejército tenga una excusa para hacerse con el poder. Si hay un golpe será más bien una toma de poder. De hecho, si hay un golpe podemos contar con que quien lo dé es quien entregó mis planes a los terroristas. Es quien les dijo exactamente dónde estaba el presidente.

—Así que es un plan ultraderechista —dijo Cole—. Como lo de Oklahoma City.

—Sí, bueno, la izquierda tenía el Unabomber, aunque nadie parece recordar que su lógica se parece a la de Al Gore cuando predica sobre el medio ambiente: una completa locura pero cargada de lógica políticamente correcta.

—Hay locos en ambos bandos.

—El loco para un hombre es el profeta de otro.

—Lo que significa que el que para uno es Hitler es Churchill para otro.

—Excepto que a Churchill nunca se le ocurrieron los campos de exterminio.

—Sabes a qué me refiero. Hay tipos buenos y tipos malos, pero antes de que tengan la oportunidad de demostrar lo que hacen con el poder cuesta distinguirlos.

—Cole, ¿dónde vas a quedarte esta noche?

—No lo había pensado.

—A menos que seas de familia rica, no puedes permitirte alojarte en Manhattan con la paga de capitán.

—Demonios, ni siquiera puedo permitirme aparcar el coche.

—Ven a West Windsor. Le paso el teléfono a Cessy para que te indique cómo llegar desde la ciudad: lleva viniendo aquí toda la vida, conoce mejor la ruta.

Cessy se puso al teléfono.

—Es muy perezoso —le dijo a Cole.

Mientras ella le daba las indicaciones, Reuben regresó al salón. Había detenido la imagen en el rostro de Alton. Dijo:

—¿Cuál es tu juego, general Alton? ¿Tan tonto eres? ¿O los tontos somos nosotros?

11. La Zona Cero

El gran logro para la evolución humana, el que hizo posible la civilización, fue el descubrimiento de que dos machos dominantes podían establecer intensos lazos de hermandad en vez de seguir el instinto de luchar hasta que uno de los dos muriera o huyera. Es la historia de Gilgamesh y Enkidu: un hombre se arroja al infierno por su amigo. Así el ADN masculino es engañado para que se sacrifique en beneficio de un ADN ajeno; la historia triunfa sobre el Instinto; la civitas monógama triunfa sobre la tribu patriarcal. En vez de que el macho dominante transmita sus genes superiores una y otra vez, hay una proporción mucho mayor de machos que se reproducen, aunque algunos mueran en la guerra. Todo porque los machos humanos aprendieron a engañarse a sí mismos para amarse hasta el punto de la locura suicida.

Cuando Cole llegó a casa de la tía Margaret, gracias a Cessy, que lo guiaba por el móvil como un panel de instrumentos para aterrizar con niebla, eran más de las nueve y en todos los canales de noticias abundaban los rumores acerca de un golpe o los rumores de que los rumores acerca de un golpe eran un artimaña para justificar una toma derechista... o, dependiendo de la emisora, izquierdista.

—Creo que ha conseguido quitar protagonismo a los funerales del presidente y el vicepresidente —le dijo la tía Margaret a Cole—. Y el secretario de Defensa bien podía no haberse molestado en morir, por la atención que le están prestando.

Cole comía la ensalada de pasta que había sobrado: la tía Margaret era especialista en servir ensaladas como plato principal, sustituyendo la mozzarella fresca por el tipo de carne que diera nombre a la ensalada. Cole comía como si acabara de descubrir la comida. Tardó un momento en tragar y responder.

—Estoy seguro de que si tuviera que volver a hacerlo, se saltaría esa reunión en la Casa Blanca.

Mark y Nick estaban todavía despiertos, sentados en la entrada, cerca del salón, donde probablemente esperaban no llamar la atención de los adultos de la cocina, porque si reparaban en ellos sin duda los enviarían a la cama. Pero Mark no pudo evitar reírse por la manera en que Cole dijo aquello después de tragar y con el tenedor lleno de ensalada todavía en el aire.

Cessy se volvió hacia ellos.

—A la cama.

—Yo no me he reído —dijo Nick.

—No os envío a la cama por reíros.

—Os envía a la cama porque sois jóvenes —dijo Cole—. Ser joven es una sentencia de dieciocho años de cárcel por un crimen que cometieron vuestros padres. Pero os descuentan tiempo por buena conducta.

A Nick esto sí que le hizo reír. Mark sólo lo miró como si fuera raro. Pero obedecieron y se marcharon.

—Gracias por subvertir nuestra disciplina —le dijo Reuben a Cole.

—De todas formas, seguro que van a escuchar desde la puerta de su habitación.

—Son niños obedientes —dijo Cessy.

—Están pasando cosas importantes y terribles en el mundo —dijo Cole—. Si fuera usted una niña, ¿de verdad sería tan obediente que no se escabulliría para escuchar lo que sea que intentan hacer los adultos que no sepa?

—No —dijo Cessy—. Pero no soy una niña, soy su madre y no quiero que lo sepan.

—¿No cree que los asustará más no saber qué está pasando?

—La gente que no tiene hijos siempre sabe criarlos mejor que sus padres —dijo la tía Margaret—. Hablo por experiencia. Nunca he tenido hijos.

—No es asunto mío —comentó Cole—. Una ensalada magnífica.

Reuben miró a Cessy.

—Confiamos en que Mark no le diga a sus amigos que estoy aquí y ése es el único secreto que tendrá consecuencias desagradables si lo cuenta.

—No quiero que se asusten —dijo Cessy.

—Yo tampoco —contestó Reuben—. Así que dejemos que vuelvan.

—Tú no eres el que se despierta con sus pesadillas.

—¿Eso es un no?

—Es un voto. Tú tienes el otro.

—¿Es un permiso?

—Un permiso a regañadientes, lleno de posibles «te-lo-dije».

—A mí me basta. —Entonces, sin alzar la voz lo más mínimo, dijo—: Muy bien, chicos, podéis volver.

El ruido de pies a la carrera empezó al instante.

Cole sonrió, con motas de albahaca en dientes y labios. Cessy le tendió una servilleta.

—Cuando estoy en casa, mis padres todavía me hacen salir de la habitación cuando quieren discutir sobre algo —dijo Cole.

—¿Es el bebé de la familia?

—Sí. Todavía me llaman Barty.

Antes de que Reuben pudiera llamarlo de aquel modo, Cole alzó una mano.

—Son las únicas personas
vivas
que me llaman así.

Con los niños otra vez en la entrada y tía Margaret triturando frambuesas frescas para convertirlas en la suave crema helada casera que tenía en el congelador, se pusieron a trabajar.

Les pareció lo más natural que Cessy llevara las riendas porque era la que tenía más experiencia burocrática en Washington. Reuben y Cole se las habían visto con la burocracia durante sus años en el Ejército, pero en el Pentágono, donde la gente hacía lo que le decían, más o menos.

Cessy representó gráficamente en un papel a los terroristas, a la persona desconocida que les había pasado los planes de Reuben, al desconocido miembro del personal de la Casa Blanca que les había dicho que el presidente estaría en aquella sala, a la persona o personas desconocidas que habían interferido los teléfonos móviles y cortado las líneas de tierra en Hain's Point y que habían disparado contra Reuben y Cole desde los árboles.

También representó al general Alton y su plan golpista, que dibujó como una línea de puntos porque podía existir o no, y si existía podía estar relacionado con el asesinato o no estarlo.

Al presidente Nielson, que podía o no estar relacionado de algún modo con Alton y su conspiración tal vez inexistente también lo tuvo en cuenta.

Y, naturalmente, a Reuben, Cole y al
jeesh
de Reuben.

—¿Quién se beneficia? —preguntó Cessy.

—Define «beneficio» —dijo Reuben—. Quiero decir que suele pensarse en el dinero o el poder o el sexo o la venganza. Mucha gente odiaba al presidente. Los medios de comunicación no lo dicen, pero internet está lleno de blogs e imágenes de gente que celebra abiertamente el asesinato: con fuegos artificiales y pancartas y marchas haciendo sonar los cláxones.

—Sí, pero esos idiotas no tenían acceso a la Casa Blanca.

—Pero podría haber gente que siente lo mismo que ellos y que sí lo tenía.

—¿Y que estuviera trabajando en una Casa Blanca republicana?

—Un contable. Un empleado. No tiene necesariamente que ser alguien afín con la política del presidente. No se le hace pasar ninguna prueba ideológica al personal de seguridad de la Casa Blanca. Ni al del Servicio Secreto, ya puestos.

—Era a Clinton a quien odiaban los tipos del Servicio Secreto —dijo Cole.

—Algunos
tipos del Servicio Secreto —lo corrigió Reuben.

—No estás sugiriendo esto en serio, ¿verdad? —preguntó Cessy.

—Sólo digo que hay demasiados que piensan que un presidente muerto es, en este caso, buena cosa. Es posible que haya quien piensa que acaba de salvar Estados Unidos del fin de la libertad. Quiero decir que... piensa en la retórica de Washington de estos últimos años. Odio, odio, odio: el presidente más peligroso que hemos tenido jamás; la Constitución se desmorona; todos nuestros sagrados derechos y valores tirados a la basura.

—O restablecidos —dijo Cole.

—Exactamente —continuó Reuben—. Creo que tenemos que valorar los hechos en el contexto del preludio de una guerra civil. Hay dos bandos que ven el mundo de manera tan radicalmente opuesta que creen de verdad que todo el que no esté de acuerdo con ellos es perverso o estúpido, o ambas cosas. En ese contexto, hay gente dispuesta a matar o a ayudar a quienes quieren matar. Puedo imaginarme a alguien diciéndose a sí mismo (o a sí misma, porque tenemos que mantener la mente abierta en este caso), diciéndose que sí, que va a ayudar a los terroristas, por
esta vez
las víctimas no serán trabajadores inocentes y bomberos y policías en las torres gemelas, esta vez la víctima será el causante de todos los problemas, será la fuente del mal en persona.

—Lo que estás diciendo es que no podemos saber el motivo —dijo Cessy.

—Hay demasiados motivos, demasiadas razones por las que alguien querría ayudar a matar al presidente.

—Entonces ¿cómo los encontraremos? —preguntó Cessy—. La conspiración es real.

Cole levantó una mano de la mesa. Sólo un poquito, porque se sentía como un entrometido interrumpiendo a esos dos. Al fin y al cabo, los había conocido el día antes. Aunque las últimas treinta y seis horas habían sido muy densas.

—Um —dijo Cole—, ¿por qué nos dedicamos a este trabajo? Quiero decir, ¿no se encarga ya el FBI de eso?

—¿Estás seguro de que en el FBI no hay elementos que forman parte de la conspiración? —preguntó Cessy—. ¿De que no tiene nada que ocultar?

—Bueno, sólo digo que no es esto lo que sabemos hacer. Hay cientos de personas,
miles
de personas entrenadas para hacerlo.

—Nosotros tenemos un motivo añadido —dijo Reuben—. Toda esa gente está recibiendo montones de pruebas que me inculpan. Y después de tu aparición en la tele, esta noche, apuesto a que hay un montón de pruebas que te inculpan a ti también.

—Si el general Alton iba en serio —dijo Cessy.

—Así que si lo dejamos en manos de esos investigadores, que están sometidos a una enorme presión para encontrar respuestas inmediatamente —dijo Reuben—, entonces la respuesta que van a encontrar soy yo. Tal vez somos
nosotros.

—Y no olvides —dijo la tía Margaret alegremente— que tu esposa fue en su momento una miembro muy apreciada del equipo del
nuevo
presidente.

—Tiene razón —dijo Cessy—. La gente que busca conspiraciones se agarra a cualquier coincidencia y la usa.

—Sí —dijo Cole—, ¿pero no es eso exactamente lo que nosotros estamos haciendo?

—Claro —respondió Reuben—, con la diferencia de que nosotros no nos consideramos posibles sospechosos.

—Así que nuestras deducciones serán mejores que las suyas —dijo Cessy.

—Entonces ¿por qué dejáis que os interrumpan? —dijo Cole—. Continuad. Continuad.

Cessy le dio una palmadita en la mano.

—Era una buena pregunta.

Se volvió hacia Reuben, que estaba sentado frente a ella, al otro lado de la mesa.

—Si no podemos usar los motivos para reducir la lista de sospechosos, ¿entonces qué usamos?

—Los medios. La oportunidad. Las relaciones.

—Un montón de gente en la Casa Blanca podría haber sabido dónde estaba el presidente.

—Pero habrían tenido que estar a solas, donde nadie pudiera oírlos, al menos unos minutos, durante el rato que pasó entre que se tomó la decisión de celebrar la reunión en esa sala concreta y el momento en que la alcanzaron los cohetes.

—¿La decisión? —preguntó Cole—. ¿Dieron justo entonces la orden? ¿Y si la hicieron coincidir con tu presencia en Hain's Point? ¿Tuvo eso algo que ver con la decisión?

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