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Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Imperio (12 page)

BOOK: Imperio
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Mingo se llevó un dedo a los labios y se acercó a la puerta. Reuben bajó la ventanilla y a través de ella Mingo le tendió la bolsa de la compra que llevaba. Pantalones chinos, camiseta, chanclas.

Reuben pasó por encima del cambio de marchas y se cambió de ropa en el asiento trasero. Estuvo tentado de quedarse los calzoncillos pero al final renunció a ellos. Al parecer Mingo había pensado lo mismo porque, cuando sacó las prendas de la bolsa, había calzoncillos también. Todo de su talla. Aquellos tipos eran buenos. Gracias al cielo que no había engordado desde sus días en Operaciones Especiales. Era la recompensa por las interminables sesiones de ejercicio. Reuben estaba decidido a no convertirse nunca en uno de esos tristes oficiales gordos que ya ni siquiera intentan mantenerse en forma para combatir.

Si se quedaba en el servicio el tiempo suficiente para ser general.

Si seguía con vida y salía de la cárcel.

Cuando terminó de cambiarse completamente de ropa, guardó los teléfonos móviles en sus nuevos bolsillos, dejó las llaves en la visera y cerró el coche. Sería fácil abrirlo más tarde, con el código de la puerta.

Caminó junto a Mingo, todavía sin decir palabra, hasta un vehículo aparcado en la zona de minusválidos. Aquellos tipos habían sido tan concienzudos que del espejo retrovisor colgaba una placa de minusválido. Probablemente era legal, dado lo patéticamente fácil que era conseguir aquellas placas.

Mingo indicó el asiento de pasajeros y Reuben se tendió en el suelo mientras Mingo cerraba la puerta tras él, antes de ponerse al volante. Reuben no intentó volverse para mirar adónde iban: confiar significa no exponer tu cara para adivinar la ruta.

Eso no significaba que Reuben pudiera desconectar la parte de su cerebro que automáticamente contaba los giros y estimaba las distancias. Cuando calculó que estaban volviendo hacia Tyson's Córner, habló por fin.

—¿Se supone que tengo que estar aquí tendido hasta que lleguemos?

Mingo sacó el móvil de la bandejita del centro del salpicadero, lo abrió y sólo entonces respondió a Reuben, para que si alguien lo veía hablar pensara que lo hacía por teléfono.

—Es más seguro, ¿no crees? Ya que nos hemos tomado todas estas molestias, sería una tontería que uno de los que te siguen viera tu feliz cara blanca por casualidad.

—¿Destino?

—Adelante, Rube. Quiero que lo deduzcas.

—No un restaurante, donde un camarero podría oírnos, pero sí un sitio adecuado para que un puñado de tíos se reúnan y hablen en persa. Así que tiene que ser un Starbucks o una librería con cafetería. Estamos en la Ruta 7, así que apuesto por el Borders, que está enfrente del Marriot, en Tyson's Córner.

—Mierda —dijo Mingo.

—¿Mierda mala o mierda buena?

—Mala.

—¿Cuánto has perdido?

—Sólo un dólar, pero ya conoces a Benny. «Nunca apuestes contra Rube.»

—¿Eso dice?

—No estaba apostando contra ti —dijo Mingo—. Apostaba a que el plan de Benny era tan malo que se te ocurriría uno mejor y supondrías que eso haríamos.

—De momento es un buen plan —dijo Reuben—. Pero tengo otro invitado a la fiesta.

Desde el suelo de la furgoneta llamó a Cole y pronunció una sola frase, en persa:

—Fronteras en la Ruta 7, en la esquina, ahora.

No podía decir Tyson's Córner porque «Tyson» no tenía traducción.

La gente que lo seguía ya habría encontrado un traductor de persa después de las palabras que Load le había dirigido en el aeropuerto. Así que si Cole había sido descuidado o alguien había abierto el almuerzo de DeeNee en el frigorífico de la sala de descanso, volvería a tenerlos encima e implicaría a todos los demás en la conspiración de la que se suponía que formaba parte. Pero había que correr algunos riesgos o más valía hacer como Saddam y esconderse en un agujero, en alguna parte, hasta que te encontraran y te plantaran delante de un tribunal mediático.

Llegaron al Borders y ocuparon dos mesas y ocho sillas de la cafetería.

Hablando en persa y en voz baja, Reuben explicó rápidamente cómo habían utilizado su propio plan para matar al presidente. Cole llegó entonces (vestido de paisano, afortunadamente) y Reuben lo presentó.

Pero Cole tenía que saber más que sólo sus nombres.

—¿Fueron ustedes un equipo? Quiero decir, ¿en el país?

—Todos hemos estado en el mismo equipo que Rube, en un momento u otro —dijo Arty Wu—. Pero eso fue hace mucho tiempo y muy lejos.

—Ahora somos su
jeesh
—dijo Mingo.

Cole sabía árabe, aunque la palabra hubiera aparecido en una frase en persa.

—¿Su ejército?

—Su pequeño ejército —dijo Load—. Porque él es nuestro héroe.

—Somos tipos que confían unos en otros —dijo Reuben.

—Y somos realmente muy buenos matando a los malos —dijo Drew.

—Así que le pusimos a nuestro club un nombre árabe que diera miedo —dijo Babe.

—Cole, cuénteles la reunión que tuvimos ante la Casa Blanca —pidió Reuben.

Si Cole se preguntó por qué Reuben, que sabía más, le pedía a él que expusiera el informe, lo disimuló. Cole hablaba bien el persa, lo suficiente, y si de vez en cuando se atascaba alguien le suministraba la palabra. El objetivo no era impresionarlos con su dominio de aquel idioma. Necesitaban oír la voz de Cole y ver que Reuben confiaba en él, a pesar de haberlo conocido aquel mismo día.

—Mi familia está con la tía Margaret en West Windsor, N. J. —dijo Reuben en persa—. A menos que se me ocurra un plan mejor, iré allí mañana, porque a estas alturas el FBI o quien me esté siguiendo sabe que tengo un billete para La Guardia. No tengo más planes, pero me gustaría que no me arrestaran mientras intento averiguar quién dio esa información a los terroristas y cuál es realmente su objetivo.

—¿Quieres decir que no crees que esto se haya acabado con la muerte del presidente y el vicepresidente? —preguntó Arty Wu—. Si eso debe ser lo más parecido al nirvana para los de Al Qaeda.

—No creo que los
terroristas
planearan nada más que lo que han hecho hoy, no —contestó Reuben—. Pero la gente que los ha utilizado tiene algo más en mente. Sin duda no teníamos un Steven Phillips dentro de la Casa Blanca y quien «compartió» mis planes desde dentro del Pentágono deseaba ver al presidente y el vicepresidente muertos. Supongo que esos estadounidenses lo hicieron con algún objetivo en mente que no tiene nada que ver con Al Qaeda.

—Desestabilización —dijo Cole, en inglés. Continuó en persa—. Pero eso es obvio.

—Sí —respondió Reuben—, pero nos gusta decir lo obvio. No estamos aquí para impresionarnos mutuamente con nuestras habilidades deductivas. A excepción de Benny y Mingo.

Benny alzó una ceja y Mingo le tendió un dólar.

—Lo que estamos buscando —dijo Drew Linnie, que era catedrático de la Universidad Americana— es que sea lo que sea que planeen hacer a continuación, podemos adelantarnos y pillarlos con los pantalones bajados.

—Una imagen a la vez pintoresca y vagamente gay —dijo Babe Austin.

—Cui bono?
—preguntó Cat Black, que era abogado—. Si América se sume en el caos, ¿quién se beneficia?

—Presumiendo de saber latín... —murmuró Load.

—Podemos descartar a LaMonte, Nielson —dijo Reuben—. Cessy lo conoce y es un tipo decente. Además, tengo la sensación de que nadie en su sano juicio consideraría que ser presidente es un «beneficio» en estos momentos.

—Nielson contará con todas las simpatías durante unos cuantos minutos —dijo Cat—, pero no es probable que eso se traduzca en un montón de apoyos. Nunca podría haber sido elegido presidente, y es demasiado conservador para no ser un pararrayos.

—Los asesinatos no bastan para desestabilizar el país —dijo Load Arnsbrach—. Los ha habido antes y el país continúa adelante.

—También hemos tenido antes presidentes que no fueron elegidos —dijo Benny.

—Uno, al menos —comentó Load.

—Bien, aquí todos somos genios de la política —dijo Cat—. ¿Alguien más cree que esto es sólo el Paso A?

—Creo que el Paso B es el mayor Malich —dijo Cole—. Creo que a quienes entregaron la información a los terroristas les daba igual que los asesinatos llegaran a cometerse o no... Que Al Qaeda o quien sea tuviera éxito puede incluso que los escandalizara.
Propósito
era tenderle una trampa al mayor Malich.

—Reuben —le corrigió Reuben.

—Rube —Mingo corrigió su corrección.

—Creo que para averiguar quién ha hecho esto tenemos que centramos en... Rube —dijo Cole; le costaba faltar de aquel modo al protocolo—, y ver quién se beneficiaría de llevarlo a juicio por traicionar a su país
y
conspirar para asesinar al presidente y el vicepresidente.

—¿Te refieres al Rube de carne y hueso o al héroe de guerra de Operaciones Especiales, el mayor Reuben Malich, de valor simbólico? —dijo Arty.

—Será el Rube de carne y hueso quien vaya a la cárcel —dijo Cat.

—Así que si Rube huye, o se esconde, o hace algo que le haga parecer sospechosos, ellos ganan —dijo Benny—. A partir de ese momento no les hará falta que siga con vida, porque la gente lo considerará culpable. De hecho, les resultará más útil muerto. Porque nadie tendrá prisa por limpiar el nombre de un muerto.

—Supongamos que ése es el plan —dijo Drew—. A Rube se le acusa de formar parte de la conspiración y luego se muere. Discúlpame por la hipotética fatalidad, Rube.

—Me estoy tomando el pulso —dijo Reuben.

Drew continuó:

—¿Qué, exactamente, sacaría nadie de la muerte de Rube?

—¿Desacreditar a la derecha? —propuso Mingo.

—No soy tan derechista —dijo Reuben—. Mi mujer es demócrata, por el amor de Dios.

—No hace falta ser extremista para que te acusen de serlo. Demonios, eres soldado, tío. Mírate. El niño del cartel para la imagen pacifista del poderoso guerrero ario.

—No puedo evitar ser un serbio increíblemente guapo en perfecta forma —dijo Reuben.

—Para ser un viejo cuarentón —dijo Benny.

—Tengo treinta y siete.

—Pues un viejo de treinta y siete.

—Mirad, todavía no hemos llegado a eso —dijo Cole—. ¿Qué se puede hacer con la imagen de un militar conservador que planeó el asesinato del presidente? No se pueden ganar unas elecciones con eso: el presidente era conservador y su sucesor lo es también. ¿Quién está a favor de los magnicidios? ¿Cómo se pueden ganar las elecciones declarándose uno en contra de los asesinatos? ¿Quién es tu oponente en eso?

Sólo entonces Reuben ató cabos.

—¿Quién ha dicho nada de ganar unas elecciones?

—Bueno, ¿qué si no? —preguntó Mingo.

—Tal vez no es porque soy conservador. Tal vez es porque pertenezco a Operaciones Especiales. La elite del Ejército. Tal vez se trata de un ataque contra los militares.

—Los defensores de lo políticamente correcto atacan a los militares continuamente —dijo Load—. No han olvidado los eslóganes de asesinos de niños de la época de la guerra de Vietnam.

—Sí, y la gente en su sano juicio los ignora. Pero ahora no lo hará —dijo Reuben.

—Sigue sin convencerme —dijo Drew—. Nada de esto justifica un acto tan monstruoso.

—Al Qaeda... —empezó a decir Cat.

—Se dedica a los actos monstruosos —terminó Load—. Pero los otros tipos, los estadounidenses, ¿por qué querrían ir a por Reuben, el emblema de lo castrense? ¿Por qué desacreditar al Ejército de manera tan drástica?

Babe se hundió más en su asiento. Eso significaba que estaba a punto de decir algo que consideraba importante. A veces incluso lo era.

—Creo que no vamos a averiguar qué pretenden hacer con Rube hasta que lo hagan.

—Pero entonces habrá muerto —replicó Arty.

—Como no vamos a dejar que nadie lo mate —dijo Babe—, lo que quiero decir es esto: tenemos que ver cómo se desarrolla esta historia y quién se encarga de inventarla. Entonces sabremos para qué le han puesto la trampa.

—Así que no haremos nada —dijo Cole.

—Qué va. Lo que tenemos que hacer es no darles nada con lo que puedan trabajar ellos. Y, mientras tanto, seguiremos con lo nuestro. O, supongo, lo hará Rube.

—Nada con lo que trabajar... —dijo Reuben—. ¿Quieres decir entonces que no debería ir a Jersey? ¿No debería hacer nada que pudiera interpretarse como que me escondo?

—No, quiero decir que tendrías que hablar antes con la prensa.

—¿Sobre qué? Todo mi trabajo está clasificado.

—¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que empiecen a filtrar que a ti se te ocurrieron esos planes? —dijo Babe—. ¿Crees que toda esa mierda seguirá clasificada cuando la investigación se vuelva fea y política?

—Es un delito revelar información clasificada.

—Algo irrelevante desde el momento en que tu información clasificada se utilizó para matar al presidente. Además, sólo el hecho de que te hayas reunido con nosotros aquí es ya suficiente para que la prensa deduzca que hay una conspiración.

—Babe tiene razón —dijo Load—. El hecho de que les haya dado esquinazo a sus perseguidores probablemente basta. Es un síntoma de conciencia culpable, ¿no, Cat?

—Ves demasiado
Ley y Orden,
Load —dijo Cat.

Cole se echó a reír, incrédulo.

—Vamos, ¿estás diciendo que el mayor Malich debería celebrar una rueda de prensa?

—No —respondió Babe—. Hay que anunciarlas con antelación y los federales pueden impedirlas. Creo que ahora mismo, mientras no lo siguen, deberíamos llevarlo directamente al
Washington Post.

—¿Por qué al
Post
? —dijo Reuben—. ¿Por qué tengo que ir a ver precisamente a la gente que más interés tiene en destruirme?

—Porque su historia la leerán y la usarán en todas partes —contestó Babe—. Incluso en el caso de que se burlen de ti, tu declaración de que alguien te ha tendido deliberadamente una trampa para que cargues con la culpa se hará eco entre los lectores. Si alguien te mata, eso se volverá en su contra. Mucha gente creerá que te han matado para que no hables.

—No quiero descubrir cuál cree la gente que es el motivo por el que me han asesinado —dijo Reuben—. Esta conversación empieza a preocuparme.

—Si creen que no va a resultarles beneficioso, no hay motivo para que te maten. Cuéntaselo todo al
Post.
Da todos los nombres que puedas. —Babe sonrió—. Me dedico a las relaciones públicas y voy a decirte qué les diría a Brad Pitt y Russell Crowe: no dejéis que cuenten la historia por vosotros, contadla vosotros antes.

BOOK: Imperio
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