—No puede superar al Departamento de Defensa —dijo Cat—. Nadie tiene tanto dinero.
—Es mejor administrador de su dinero que el Departamento de Defensa —respondió Torrent—. No tiene que mantener bases militares ni pagar los salarios de miles de soldados en Corea y Alemania. No tiene que complacer a los congresistas. Y no tiene que igualar nuestra fuerza militar: sólo tiene que disponer de una fuerza lo suficientemente convincente para causarnos problemas.
Torrent les entregó copias del informe sobre el coste probable de la fabricación de los mecas y los aerodeslizadores.
—Hemos hecho los cálculos. Suponiendo que pague a sus soldados el mismo sueldo que cobran los soldados estadounidenses; suponiendo que sólo uno de cada cinco mecas está tripulado mientras que los demás los controla a distancia un operario informático; cotejando eso con el dinero que sabemos que obtuvo de la venta de sus bienes, nuestra valoración es una fuerza posible de 250 mecas, un millar de aerodeslizadores y unos mil soldados adicionales que dirigen los pulsos electromagnéticos y se encargan de las patrullas rutinarias.
—No se olvide de que podría tener dinero de sobra que no fuera suyo propio —dijo Cat—. Está todo el dinero de Hollywood.
—Todo ese capital tendría que ir a parar a organizaciones la inversión en las cuales fuese un gasto deducible para Hacienda. El único dinero estadounidense que puede gastar sin dar explicaciones es el suyo —dijo Torrent.
—Pero podría tener una fuente de dinero iraní —sugirió Benny.
—Posiblemente. O ruso, o chino. Pero no lo creo. Si Vero aceptase aunque fuera un centavo de dinero extranjero, y se supiera, entonces perdería mucho apoyo. Su causa no puede parecer patrocinada por extranjeros, punto.
—Muy bien —dijo Cecily—. Digamos que es Vero, y que tiene las fuerzas que usted estima. ¿Y ahora qué?
—Las fotos tomadas por satélite de las fuerzas desplegadas en Nueva York revelan que hay menos de cincuenta mecas y sólo unos doscientos aerodeslizadores.
—Una quinta parte de su estimación —dijo Drew.
—Exactamente —contestó Torrent—. ¿Dónde está el resto?
—Los tiene almacenados por todo el país. Mirad lo rápido que aparecieron los mecas y los aerodeslizadores cuando estaban persiguiendo a Cole.
—Seis mecas y una docena de aerodeslizadores —dijo Torrent—. Cerca de la capital de la nación, en un momento en que eran necesarios para impedir que la PDA del mayor Malich llegara a nuestras manos. Pero no creo que estén almacenados por todas partes, y saben ustedes por qué.
—Los secretos son difíciles de guardar —dijo Drew.
—No dividas tus fuerzas —dijo Cole.
—Ambas cosas —respondió Torrent—. Vero no puede permitirse tener montones de escondites, porque estas cosas son difíciles de ocultar. Sobre todo cuesta ocultar a los soldados, camuflar guarniciones enteras, sobre todo si las estás entrenando para ponerlas en plena forma. Y no quiere fuerzas diminutas esparcidas por donde tal vez nunca vaya a necesitarlas. Necesita tener a la mayoría en un escondite realmente magnífico. Un lugar desde donde pueda dispersarlas según le haga falta.
—¿Dónde? —dijo Cole.
—No lo sé —respondió Torrent.
Todos mostraron su decepción.
—Pero tampoco sabe con seguridad que Aldo Vero sea el responsable —dijo Cecily—. ¿Dónde cree que está?
—Por eso le he pedido que trajera un mapa —dijo Torrent—. Igual que Vero es el responsable más probable, el lugar lo es también.
Cecily desplegó el mapa y lo sujetó en el extremo de la mesa.
—Llevo semanas buscándolo y para mí no es obvio.
—Primero, veamos qué necesita —dijo Torrent—. Terreno accidentado. Un lugar donde esconder con facilidad cosas grandes. Eso significa bosque o montañas. O ambas cosas. Iowa no vale.
Los soldados asintieron.
—Luego necesita que esté cerca de donde le hace falta. No planea conquistar todo Estados Unidos, va a intentar ocupar y proteger territorios que simpatizan con su causa.
—Los estados azules —dijo Drew.
—No —replicó Torrent—. Porque ustedes saben que lo de «estados azules» y «estados rojos» es mentira. La mayoría de los estados azules son azules porque el voto ciudadano supera al voto rural. Pero esconder esas cosas dentro de una ciudad es imposible, ¿verdad?
De nuevo ellos estuvieron de acuerdo con su razonamiento.
—Entonces necesita aislamiento. Territorio despoblado. Pocos vecinos. Eso descarta prácticamente todo el Este y el Medio Oeste, ¿no? La tierra está demasiado habitada, demasiado observada constantemente. Incluso en la parte más salvaje de las montañas del estado de Nueva York (al margen de lo republicanas que son esas zonas) hay miles de vuelos y demasiado tráfico en las carreteras.
—Así que se va al Oeste —dijo Cole.
—A California no. Una vez más, está demasiado poblada y hay demasiados conservadores en ella. Sólo hay dos estados con amplios espacios abiertos, de dominio político progresista y donde los conservadores están tan acorralados que prácticamente se han dado por vencidos.
—Ecotopía —dijo Mingo.
—Washington y Oregón, así es —dijo Torrent—. Ahora miren el mapa de la señora Malich.
Hasta ese momento, Cecily lo había visto todo como una telaraña de envíos que pespunteaban el país. Pero si uno miraba sólo Oregón y Washington, Oregón estaba prácticamente libre de puntos de entrega.
—Tiene que ser en Washington —dijo—. ¿Pero dónde? Es un estado grande.
—Necesita estar cerca de una autopista importante —respondió Torrent—. Pero tiene que ser en territorio muy irregular.
—La mayor parte del territorio montañoso está en la parte oeste, en las cascadas —dijo Cecily—. Que es también la parte más progresista del estado.
—Encaja con su fórmula —dijo Torrent—. Suponiendo que tengamos razón.
—¿Pero no ha buscado ya en las fotos por satélite?
—Por supuesto. Y no hay nada. Pero no hay nada en ninguna parte del mundo. Los equipos del Departamento de Defensa han buscado por el mundo entero un sitio donde estas cosas se pudieran construir y almacenar.
—Así que piensa que están bajo tierra —dijo Drew.
—Creemos que una de esas montañas está probablemente repleta de cuevas. Aldo Vero es lo suficientemente listo para aprender de los túneles de Al Qaeda. Sólo que lo hará a mayor escala y con alta tecnología.
—¿Y la tierra? —dijo Mingo—. He trabajado en la construcción, tío. He cavado túneles. Sacas una paletada de tierra y aparece en los satélites, créame.
—No, si tampoco está en la superficie.
—No se puede cavar un agujero y esconder la tierra en el agujero que cavas —dijo Mingo—. Entonces ya no hay agujero.
—Lo había pensado —dijo Torrent.
—No me extraña —comentó Cecily.
—Cavas el agujero y escondes la tierra bajo el agua.
—¿Así que está en la costa? —preguntó Arty.
—Alguien lo hubiese visto si estuvieran cargando tierra en botes y arrojándola en alta mar. Pero en Washington hay un montón de lagos, tanto naturales como artificiales. Esto es lo que pienso: Vero subvencionó a grupos de activistas ecologistas para conseguir que dejaran de oponerse a construir una presa en alguna parte. Y coló. Una presa en un cañón va a formar un embalse muy profundo. ¿Y si Vero es el dueño de una montaña situada junto al embalse y, mientras el nivel sube, su gente arroja al agua los escombros de los túneles que construye? Desde los satélites, parecerá que el nivel del agua sube más y más. Nadie navega por esas aguas porque el embalse todavía se está llenando. Nadie ve nada.
—¿Tan listo es Vero? —preguntó Cole.
—Tal vez no. Tal vez todo sucedió en Rusia o China. Tal vez ni siquiera sea Vero. Pero yo creo que sí que es Vero y que es así de listo. Prácticamente controla todo el movimiento progresista. No puede ser nadie más porque nadie hace nada en la izquierda sin que él meta baza. Como Hitler hizo con Mein Kampf, lo anunció desde el principio y nadie cree que va en serio, nadie cree que se pueda hacer. Pero miren lo que han conseguido esos rebeldes. Tienen Nueva York, no sólo nuestra ciudad más grande y probablemente la más progresista, sino la sede de la mayoría de las cadenas de televisión, incluida la Fox... que, por cierto, es lo bastante listo como para no censurar todavía. Y teniendo Nueva York tiene a las Naciones Unidas. Y se ha llevado a cabo esa invasión de un modo que el Ayuntamiento la apoyó a posteriori. Esta gente ya es la fuerza policial legalmente constituida de Nueva York, de modo que técnicamente ni siquiera están ocupando la ciudad, son parte de ella. ¿Creen que un comité de progresistas realmente sinceros provocó esto?
—No sé, nosotros somos un comité —dijo Cole—. Somos bastante listos.
—Y estamos a treinta pasos del despacho del presidente —respondió Torrent—. La gente lista no forma comités ni envía cartas. Gravita hacia el poder de modo que sus ideas puedan ser llevadas a la práctica.
—Cerebro y dinero —dijo Drew.
Torrent sonrió.
—Un hombre con cerebro y dinero y ambición implacable, todo al servicio de una causa, de modo que se siente completamente autorizado a matar a cualquiera que se interponga en su camino, desde presidentes a porteros. ¿No les parece cosa del mismo cerebro que ha jugado con todos nosotros como hizo el viernes 13 y con las operaciones clandestinas del mayor Malich y... con todo?
No tuvo que mencionar el intento del general Alton de implicar a Nielson para que declarara la ley marcial. Le bastó con mirar a Cole.
—Sí que me lo parece —dijo éste—. Al menos es una posibilidad. Supongo que ya habrá identificado todas las presas de reciente construcción y los nuevos embalses de Washington.
—Sólo hay dos candidatos —respondió Torrent—. Uno al lado del otro, forman parte del mismo proyecto de suministro de agua y energía. Los embalses Chinnereth y Genesseret.
—¿No son los nombres griego y hebreo del mar de Galilea? —dijo Cat.
Todos lo miraron como si nunca lo hubieran visto hasta aquel momento.
—¿Qué pasa, que un negro no puede estudiar hebreo? —dijo Cat—. En el Ejército aprendí árabe, el hebreo es el idioma más parecido. Y soy ministro seglar.
—Los embalses recibieron su nombre de una pequeña colonia religiosa que estaba en el vallecito que queda justo debajo de las presas —dijo Torrent—. Hoy en día nadie vive allí. Toda la tierra adyacente es un bosque nacional, cedido a un puñado de compañías madereras. No tengo ni idea de cuál de los dos lagos fue utilizado para tirar la tierra. Tal vez los dos. Lo principal es que no tuvieron ningún problema para conseguir los permisos. Hubo dos denuncias de grupos ecologistas, pero fueron retiradas.
—Si es ahí donde está realmente la guarnición rebelde, ¿qué podemos hacer contra doscientos mecas y ochocientos aerodeslizadores?
—Recuerden que mis suposiciones sobre lo que tiene podrían estar equivocadas. Tal vez tenga el doble de equipo y la mitad de gente. Cada persona que hayan entrenado es una posible fuente de filtración. Tal vez Vero nunca haya tenido más de un par de cientos de soldados. Ahora puede que estén esforzándose para entrenar a voluntarios de Nueva York. Podrían tener cientos de mecas alineados contra las paredes sin nadie para manejarlos.
—O tal vez tengan armas que no hemos visto todavía —dijo Mingo.
—O un ejército de miles de hombres armados con armas estándar, además de las tropas que manejan las nuevas máquinas —dijo Babe.
—No quiero que lleven ustedes a cabo un ataque frontal —dijo Torrent—. Necesitamos una operación quirúrgica. Necesitamos pruebas.
—¿Qué tipo de pruebas? —preguntó Cecily—. La mitad de la población mundial no cree que llegáramos a la Luna en el 69. ¿Por qué iban a creer en un puñado de fotos de mecas alineados en una cueva cuando en Hollywood pueden crear imágenes de hileras de robots o multitudes de soldados?
—Pero su vídeo será poco nítido y tendrá mal aspecto —dijo Torrent—. Así la gente lo creerá. Además, lo que realmente queremos es a Aldo Vero y a sus cabecillas, dispuestos a confesarlo todo.
—¿Por qué iban a hablar? —preguntó Cole.
—¿Bromea? Vero es un charlatán. Tener que mantener esto en secreto lo estará matando. Pero sabe que si lo capturan se acabó su campaña particular. Sin duda tiene visiones de la Restauración Progresista Mundial continuando sin él. Pero esta pequeña guerra suya, iniciada el viernes 13, se acabó. En ese punto, ¿qué hay que esconder? Querrá fanfarronear porque es un fanfarrón. No sólo ama su movimiento, ama que sea suyo. Estará ansioso por firmar un acuerdo editorial con Knopf y, créanme, él mismo habrá escrito cada palabra. Vero es Unabomber...
[9]
con dinero.
—Hace usted que parezca muy fácil —dijo Cecily—. Pero mi marido ni siquiera pudo salir del Pentágono con vida. ¿Cómo van a entrar estos hombres en una zona inexplorada y traer de vuelta a un prisionero vivo con cientos de soldados disparándoles?
—Esa no será la situación —respondió Torrent—. Si tengo razón, cuando tengamos, bien a Vero vivo o su cadáver, allí mismo, en su fortaleza, los otros se detendrán porque ya no tendrá sentido.
—Son creyentes. Son fanáticos. Seguirán disparando.
—Algunos es posible —dijo Torrent—. Pero en el momento en que tengan ustedes en su poder a Vero y, espero, a sus cabecillas, entonces llamen al Ejército. Habrá que aguantar hasta que terminen de limpiar la resistencia y asegurar al resto de los prisioneros.
—¿Y si no encontramos las instalaciones? —dijo Cole.
—Ésa es la cuestión. Estamos especulando. Y desde luego no tengo ni idea de en qué punto de la zona que rodea la represa está ese lugar, si es que existe. Ni dónde, en su interior, encontraremos a Aldo Vero.
—¿Por qué cree que estará allí?
—Porque en esto no va a dejar que nadie más que él esté al mando. Lo microdirige y estará en el centro mismo del poder. Confíen en mí: si ese lugar existe, y es suyo, entonces estará allí.
Entonces Cecily lo comprendió.
—Usted lo conoce, ¿verdad? Lo conoce personalmente. Lo conoce bien.
Torrent pareció sorprendido.
—Naturalmente. Creía que todos lo sabían. Ha estado en varios de mis seminarios. Me odia, pero aprende de mí.
—¿Por qué le odia? —dijo Cecily—. No es usted más republicano que yo.
—Usted ejemplifica la respuesta —contestó Torrent con una sonrisa—. Usted no es republicana y, sin embargo, está aquí. Cuando empecé a trabajar como asesor del CSN, Vero me acusó de prostituirme y dejamos de hablarnos. Lástima, porque lo entendió todo al revés. Las prostitutas dan sexo a cambio de dinero. Yo daba consejo gratis. ¿Una oportunidad para jugar con la historia? ¿Una oportunidad para marcar la diferencia?