Imperio (30 page)

Read Imperio Online

Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Imperio
3.39Mb size Format: txt, pdf, ePub

La furgoneta iba todavía demasiado rápida para detenerse, a pesar del chirrido de los neumáticos y los bandazos que iba dando. Bien. No le interesaba la furgoneta. Quería el coche deportivo.

Estaba frenando mejor. Cole no quería romper el parabrisas. Pero la ventanilla del acompañante ya estaba abierta. Por ella asomaba el cañón de un rifle. Qué idiotez usar un rifle para disparar a través de la ventanilla de un coche. A lo mejor aquellos tipos eran unos aficionados, después de todo.

Cole esperó, los pies firmes, las dos manos en la pistola. Disparó una vez y destrozó la mano del hombre que empuñaba el rifle.

La puerta del conductor se abría ya. Bien. En el momento en que la cabeza del conductor asomó por encima de la capota, Cole se la voló.

Luego rodeó corriendo el PT Cruiser, abrió la puerta de atrás, sacó el M-240 de Rube y abrió fuego contra la furgoneta, calculando que las balas atravesarían fácilmente los costados de metal y los asientos.

Se llevó el chaleco Mollie porque tenía la munición para el M-240 y la pistola. Corrió hacia el coche deportivo. El hombre al que había herido en la mano casi había salido del todo del coche empuñando una pistola. ¡Tenía una pistola desde el principio, el muy idiota! Sin embargo la izquierda no era su mano buena y no tenía práctica con ella. Cole le disparó en la cara para que la bala no dañara el coche. Arrojó el chaleco Mollie y el M-240 por la ventanilla y luego dio la vuelta hasta el lado del conductor. Vio entonces que la puerta izquierda de la furgoneta estaba abierta y que había un cadáver tirado en el asfalto.

Se volvió mientras se acercaba a la puerta del coche deportivo y vio dos jeeps que subían por el cañón a toda velocidad. Así que habían pedido refuerzos.

El deportivo seguía en marcha. Rodeó la furgoneta justo cuando el semáforo cambiaba y los civiles intentaban entrar en el carril que él ocupaba. Empuñó la pistola con la mano izquierda y mostró el arma por la ventanilla. Dejaron de tocarle el claxon. Pasó el semáforo sin chocar con nadie.

Tenía más potencia para subir la colina. Los jeeps no estaban hechos para eso.

Pero indudablemente llamarían a alguien para que lo interceptara. ¿Cuántos militares había implicados en aquella conspiración?

No. No, esos jeeps eran de soldados corrientes. Chicos leales que habían recibido una llamada a través de los canales militares. Si duda les habían descrito a Cole como un asesino peligroso que acababa de matar a un oficial, a una empleada civil y disparado o asesinado a varios agentes en un tiroteo en el Pentágono. No había forma (no le darían ninguna oportunidad) de que Cole se identificara y les mostrara la carta del presidente. Además, no tenía aquella carta. Estaba en el bolsillo de Rube. Probablemente no tardarían en usarla como prueba para meter en un brete al presidente Nielson.

Sonó el móvil. Era Drew.

—Estoy en Oregón —dijo Cole inmediatamente.

—Deja atrás la Western y sigue recto por Wyndee y otra vez a la izquierda. Volverás a Beach, pero no es de una sola dirección. Gira a la izquierda en la autopista Este-Oeste.

—Ya no voy en el PT Cruiser —dijo Cole—. Ahora llevo un Corvette C6, negro. Tengo un M-240 y una pistola.

—Bien. Temía que no supieras imitar a Rambo.

—La cosa es que ahora puedo ir más rápido.

—Entonces, en la bifurcación de la Este-Oeste toma a la derecha y gira por Connecticut. Es la primera calle grande. En el semáforo siguiente desemboca en el cinturón que conduce hacia Virginia. Si ves el templo mormón, es que te has equivocado de camino.

—No creo que deba intentar llegar a ese Borders.

—No, no. No puedes quedarte mucho tiempo en el cinturón. Pronto habrá atascos monumentales y ahora que puedes ir a mucha velocidad querrás carreteras solitarias. Pero ¿todavía quieres reunirte con nosotros o llegar a Gettysburg?

—No creo que pueda llegar a Gettysburg sin ayuda. Han lanzado la caballería contra mí.

—Algunas carreteras son de una sola dirección por la mañana —dijo Drew—. La mejor ruta... Toma la salida de MacArthur. Ve hacia el oeste. Rodea Great Falls Park hasta River Road.

—¿Tan bien conoces esas carreteras?

—Estoy mirando Google Maps en mi portátil, ¿qué te creías? Pero he conducido por esas carreteras. Sigue un buen trecho por la Ciento noventa hasta que tengas que girar a la derecha en Edwards Ferry, y luego sigue hasta la Ciento siete. Para entonces ya tendrás a Babe contigo: vive por esa zona. Te guiaré el resto del camino. Nos veremos en el lado de Maryland del puente Leesburg.

—Si crees que he memorizado todo eso...

—Llámame tantas veces como sea necesario. Pero ahora voy a colgar para volver al coche. Se acabó el portátil. Lo siento.

Cole estaba entrando en la rampa de la Cuatrocientos noventa y cinco cuando lo retuvo el tráfico que esperaba para incorporarse. Tenía los jeeps detrás a un par de coches de distancia. Pero esos individuos no iban a quedarse en su carril, ni en los vehículos.

Cole dudó entre bajarse y apoderarse del coche de alguien o esperar a que los dioses del tráfico lo ayudaran. Se imaginó atascado con un M-240 a un lado de la carretera, incapaz de disparar sin alcanzar a civiles, eligiendo entre la rendición o echar a correr hacia el parque donde los tiradores podrían abatirlo a placer.

Los dioses del tráfico respondieron. El coche de delante se movió. Un par de agresivos conductores de Maryland se abrieron paso y el atasco se alivió. Cole miró por el retrovisor y vio que del primer jeep bajaban dos hombres y que el segundo no se detenía a recogerlos. Parecían cabreados. Es lo que pasa cuando abandonas tu transporte sin conocer las intenciones ni la capacidad del enemigo.

Sólo que él era el enemigo y ellos eran el Ejército de Estados Unidos.

Se movía con el tráfico, metiendo el Corvette en huecos tan estrechos que los otros conductores no se contentaban sólo con pitar sino que parecían querer embestirlo. Pero no volvió a sacar la pistola. No había motivo para causar más pánico. Parecería un gilipollas en un coche deportivo, que era exactamente lo que la gente esperaba. Un día normal al volante en Maryland.

Tuvo tiempo de hacer otra llamada. La que menos deseaba hacer. Pero tenía que hacerla, no sólo porque Cecily tenía derecho a saber lo ocurrido sino porque necesitaba que Nielson le ayudara y pusiera fin a aquella persecución si podía.

Sabía el número de su móvil (lo había memorizado, naturalmente), y ella respondió al primer timbrazo.

—Cecily —dijo Cole—. Ésta es la peor llamada que recibirás en tu vida, pero necesito ayuda desesperadamente. Así que acércate a alguien que pueda continuar al aparato si tú no puedes.

—Ha muerto —dijo Cecily.

—DeeNee le disparó y está muerto. No hay ninguna esperanza de que sobreviviera.

—DeeNee...

—Trabaja para ellos. Entregó los planes a los terroristas. Cecily, ¿sigues conmigo? Me está persiguiendo el Ejército. Necesito que el presidente detenga la persecución. ¿Puedes conseguirlo?

—Sí —dijo—. Detener la persecución.

—Estoy en un Corvette C6 negro robado. Los dos jeeps que me persiguen tienen que dejar de hacerlo. Que no se autorice ninguna otra persecución. ¿Lo entiendes?

—Sí.

—Lo siento, Cecily. Sabes que habría recibido esa bala por él si hubiera podido.

—¿Tienes la PDA? —preguntó ella.

—Sí.

—Entonces vuelve aquí con vida.

—Sí, señora.

—Estoy en la puerta del despacho del presidente. Permanece a la escucha si puedes.

Cole oyó que alguien hablaba. Luego Nielson se puso al teléfono.

—¿Cole?

—Sí, señor. El mayor Malich ha muerto. La secretaria preparó una trampa y ella misma apretó el gatillo. Después de salir del Pentágono he matado a la primera oleada de perseguidores... que eran sin duda rebeldes. Pero los que ahora van detrás de mí son soldados regulares. Indudablemente les han mentido sobre quién soy y lo que ha sucedido en el Pentágono.

—Me encargaré de ello, hijo —dijo Nielson—. Para eso están los presidentes.

La comunicación se cortó. Cole apagó su teléfono.

Tuvo que reconocer la habilidad de los conductores de los jeeps. Fueron capaces de no perderlo de vista entre el tráfico. Una vez que llegara a una zona de carretera despejada, podría pisar a fondo el acelerador y dejarlos atrás.

Cole no tenía ni idea de cuánto tardaría Nielson en cancelar la persecución. Sería una estupidez que lo mataran (o que mataran a otra persona) durante los minutos en que esperaba a que se filtrara la noticia. La batalla de Nueva Orleáns de nuevo.

El carril contrario de MacArthur estaba atestado, pero no había nadie en el suyo. El problema era que si tenía que adelantar no podría, con todos aquellos coches a la izquierda. Y, naturalmente, acabó detrás de un camión de granja y vio cómo los jeeps se le acercaban.

Pero no lo embistieron. Permanecieron tras él, pero no aceleraron. A lo mejor estaban hablando por radio justo en aquel momento.

Llamó Drew.

—¿Dónde estás?

—En MacArthur. Acabo de dejar atrás la bifurcación de Clara Barton, pero estoy atascado detrás de un camión. Creo que el presidente Nielson está dando la orden de que me dejen en paz.

—No cuelgues y dime si se van. Entonces podremos cambiar nuestra ruta. No hay motivo para ir a Leesburg si no te persiguen.

Los jeeps no estaban pegados a él, pero tampoco habían renunciado a seguirlo.

—Se supone que tenía que decirles que no me siguieran, pero...

El segundo jeep saltó por los aires.

—Alguien está disparando contra los jeeps —gritó Cole al teléfono.

El que tenía justo detrás viró bruscamente en una maniobra evasiva. ¿Qué lo perseguía?

Cole vio un hueco en el tráfico que venía de frente. No suficiente para que adelantara nadie en su sano juicio, pero quien estuviera disparando contra los jeeps probablemente sólo quería apartarlos del camino para poder alcanzar a Cole. Dio un volantazo y adelantó el camión mientras el segundo jeep estallaba en llamas y volaba por los aires.

El conductor del camión vio lo que sucedía y aunque no comprendiera la razón de las explosiones, comprendió que lo adelantaba un loco. Se echó de golpe a la derecha. Mientras, el coche que venía de frente pisó el freno y también se apartó. Cole pasó por los pelos. Luego aceleró.

Al principio los otros conductores lo maldijeron. Luego vieron lo que perseguía a Cole. Una docena de aerodeslizadores monoplaza, como motocicletas impulsadas por cohetes, al menos dos de ellos con armas antitanque montadas en el chasis. No tenían que adelantarlo. Ni siquiera un Corvette C6 podía superar la velocidad de un cohete.

Por fortuna, la carretera empezaba a tener curvas y había coches que intentaban incorporarse al tráfico. Cole tuvo que conducir tratando de no chocar con nadie por una carretera que no había sido diseñada precisamente para ir a ciento cincuenta kilómetros por hora. Al menos no había corredores. Oh, un momento. Sí que los había.

Al parecer los jardines de la izquierda formaban parte del parque de Great Falls.

—Drew —dijo Cole al teléfono—. Los jeeps ya no están. Los han pulverizado. Tienen aerodeslizadores con lo que parecen armas antitanque. MacArthur tiene bastantes curvas y aún no han podido dispararme, pero tengo que saber qué...

—Mira —dijo Drew—, la cosa pinta mal. MacArthur se acaba en el parque. Tienes que girar a la derecha para poder continuar. Y a partir del parque la calle es recta como una flecha.

—Estos tipos puede que sean unos hijos de puta, pero siguen siendo estadounidenses y no creo que quieran herir a civiles. Tal vez les...

—Chorradas —dijo Drew—. Matarán a quien sea y te echarán a ti la culpa. Y es lo que pretenden, porque será culpa tuya por escapar.

—Entonces, ¿qué hago?

—Babe va hacia ti. Yo estoy con Cat, que le está llamando para decirle que se dé prisa.

—Sólo si va armado para combatir contra armas antitanque. Estoy llegando al desvío. Si puedo tomarlo sin frenar tanto como para que me vuelen en pedazos…

Logró tomar la curva. E inmediatamente lo lamentó. Hacia él, llenando la carretera de lado a lado, había seis de los aparatos mecánicos bípedos contra los que habían combatido el día antes en Nueva York.

—Tengo mecas delante —dijo Cole. Se guardó el móvil en el bolsillo y efectuó un giro de ciento ochenta grados demasiado rápido.

En las películas, siempre son muy chulos. En la vida real, los coches suelen volcar y acaban dando vueltas de campana. El Corvette se comportó como si estuviera decidido a hacerlo. Pero el motor estadounidense fue lo bastante bueno para que Cole no acabara destripado en el asfalto.

Iba otra vez hacia los aerodeslizadores, que acababan de salir de la curva de MacArthur. Cole fue dando bandazos deliberadamente para que nadie pudiera apuntarle bien. En cambio, los otros despegaron. Les daba igual. Los aerodeslizadores no necesitaban una superficie pavimentada. Sólo frenaron lo justo para dar la vuelta y seguirlo.

Cuando llegó al desvío de MacArthur podría haber girado a la izquierda, pero de haberlo hecho pronto se hubiese topado con el tráfico de frente y no sólo hubiese muerto él, sino que probablemente hubiesen muerto varios civiles.

Además, estaba empezando a esbozar otro plan. Un plan estúpido y peligroso. Pero eso parecía ser lo que estaba necesitando.

Aquello era el parque de Great Falls. Recordaba haberlo visto desde el lado de Virginia. Desde los miradores de aquel lado, se veía uno de los del lado de Maryland. Cogió el teléfono mientras aceleraba con determinación hacia el parque.

—Drew, vuelvo por MacArthur hacia el parque.

—¡Es un callejón sin salida!

—Voy a cruzar el río por el parque.

—¡No se puede cruzar el río!

—Lo averiguaremos, ¿no?

—La gente se ahoga en ese río. No sólo unos cuantos sino cualquiera que intenta saltar desde las rocas.

—Pero a mí me entrenaron.

—Me importa una mierda que seas un maldito SEAL —dijo Drew.

—Seré hombre muerto si me quedo en este coche y en estas carreteras —dijo Drew—. Así que ésa es mi mejor opción.

—Entonces tus opciones son una porquería, tío.

—Me enfrentaré al río si vosotros podéis cubrirme.

—Maldita sea. Nos costará cinco dólares por coche entrar en el parque.

—Cierra el pico —dijo Cole. Cortó la comunicación y se concentró en conducir.

Other books

Gemini by Mike W. Barr
Consent by Lasseter, Eric
Exiled by J. R. Wagner
Cats in May by Doreen Tovey
The Midwife Murders by James Patterson, Richard Dilallo
Blackout by Chris Myers