James Potter y La Maldición del Guardián (17 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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Merlín sacudió la cabeza.

—Pero no tema, señor Potter. Tengo buenas razones para creer que no ha acabado con usted. Se dejará ver en su debido momento. Tal vez la próxima vez, estará usted mejor equipado para tratar con él.

Un momento después, el gran hombre había desaparecido, fundiéndose de algún modo con las sombras del pasillo, sus pisadas no hacían ningún ruido en absoluto. Había algo definitivamente espeluznante en el viejo mago. Parecía cargar con una sensación de naturaleza salvaje y aire nocturno, incluso dentro de las paredes de la escuela. Obviamente, Merlín tenía formas secretas de saber lo que estaba pasando entre estos muros. Después de todo, había sabido exactamente dónde encontrar a James y qué estaba tramando. A James se le ocurrió que probablemente sería todo un desafío pasar inadvertido para Merlín incluso con la Capa de Invisibilidad.

Al poco rato, los Gremlins volvieron a subir de puntillas las escaleras. Rose fue la última, y se cubría la boca para ahogar una risita.

Mientras se dirigían de regreso a la sala común Gryffindor, Petra preguntó:

—¿Has visto a alguien, James?

James la miró fijamente, considerándolo. Después de un momento, sacudió la cabeza.

—Nadie a quien valga la pena mencionar.

Fue lo más cercano a la verdad que se le ocurrió.

A la mañana siguiente, cuando bajaba a trompicones las escaleras para desayunar, se vio detenido por una ruidosa multitud apiñada alrededor del rellano. Filch estaba de pie en medio, mirando hacia la ventana. Sus mejillas eran de un rojo vívido y sus cejas trabajaban furiosamente. James podía ver la ventana Heracles claramente desde su posición aventajada a mitad del tramo de escaleras. La imagen de Heracles había desaparecido. En su lugar había una representación bastante buena de Salazar Slytherin. Extrañamente, parecía estar sonriendo estúpidamente y bajando por un camino sinuoso. Iba cogido del brazo con un chico de cabello oscuro alborotado: Albus. Un estandarte flotaba sobre sus cabezas con las palabras "¿HECHOS EL UNO PARA EL OTRO?". Peor aún, detrás de ellos, yaciendo afligido en medio del camino, había un chico pálido de rasgos afilados y cabello rubio platino. La caricatura de Scorpius tenía un globo de diálogo saliendo de la boca. Se leía "¡EN VERDAD, SALAZAR! ¡MIRA COMO ME HAS ROTO EL CORAZÓN!

—Es una frase de un soneto de amor mágico clásico —dijo Damien con aire satisfecho mientras se acercaba a James—. Probablemente solo lo captará uno de cada diez, pero a mí en cierta forma me atrae.

—Que cerebrito eres, Damien —dijo Sabrina afectuosamente.

El sol presidía una tarde excepcionalmente cálida cuando James se encontró con Ralph cerca del gran arco de la vieja rotonda. Rayos de luz dorada formaban bandas sobre el suelo de mármol y subían parcialmente por los restos de las estatuas de los fundadores originales. Nada excepto sus pies y parte de sus piernas quedaban tras todos esos años. Los trozos rotos estaban lisos por el desgaste de siglos de manos curiosas.

—Ya viene —dijo James mientras trotaba hasta detenerse cerca de su amigo—. Le lleva un montón estar lista. ¿Qué pasa con las chicas y eso de estar listas?

Ralph se encogió de hombros.

—Fiera Hutchins dice que a las chicas les lleva más tiempo estar listas porque tienen realmente que prepararse. Dice que los chicos simplemente se aplastan el pelo, se ponen algo de colonia y ya lo llaman estar listos.

—¿Y qué hay de malo en eso? —masculló James.

Rose se aproximó a ellos desde atrás. Se la veía genial y, James tuvo que admitirlo, mucho más preparada de lo que estaba él.

—Te dije que iba justo detrás de ti —le amonestó.

—¿Que hay en la bolsa? —preguntó Ralph, señalando con la cabeza a la pequeña cartera que colgaba del hombro de Rose.

—Veamos —dijo Rose, inclinando la cadera—. Mi varita, algo de agua, unas pocas galletas, un encantamiento repelente-de-bichos, un cuchillo de campo, un par de binoculares, un par extra de calcetines y unas gafas de sol. —Miró una y otra vez a Ralph y James—. ¿Qué? ¡Dijiste que viniera preparada para una caminata!

James sacudió la cabeza.

—¿Cómo puedes parecerte tanto a tu madre y a tu padre al mismo tiempo?

—Cuestión de suerte, supongo —resopló Rose.

—¿Se supone que teníamos que estar listos para una caminata? —preguntó Ralph, frunciendo el ceño—. ¿Eso es algo así como senderismo?

James se puso en marcha a través del suelo de la rotonda.

—Vamos, Merlín dijo que se encontraría con nosotros en la entrada, y cuando da órdenes, las da en serio.

—Ni siquiera tengo zapatos de senderismo apropiados —se lamentó Ralph, siguiéndole.

Los tres salieron a la calidez de la tarde. Hubo un tiempo, hacía siglos, en que la entrada de la rotonda había sido la entrada principal al castillo Hogwarts. Ahora estaba virtualmente en desuso. El pórtico estaba casi siempre abierto, mirando hacia los largos campos de rastrojos y brezos, que terminaban en el Bosque.

—Son escalofriantes —dijo Rose, volviendo la mirada a la penumbra de la rotonda y los restos de las estatuas—. Deben haber sido enormes antes de que se rompieran. ¿Qué les habrá ocurrido?

—¿Las estatuas de los fundadores? —replicó James—. Fueron destruidas. Hace mucho tiempo. En una batalla o algo.

—No lo sabes, ¿verdad? —desafió Rose, alzando las cejas.

James no lo sabía, pero no iba a admitirlo. Fingió buscar a Merlín.

Ralph frunció el ceño pensativamente.

—Me pregunto qué ocurrió con los pedazos. ¿Creéis que todavía están por ahí, guardados en algún sótano o algo parecido?

—No me sorprendería —estuvo de acuerdo Rose—. Aquí hay espacio suficiente para guardar de todo. Dicen que los propios fundadores están enterrados aquí en alguna parte, aunque nadie sabe dónde. Todos excepto Salazar Slytherin.

Ralph parpadeó hacia ella.

—¿Por qué él no está enterrado aquí?

—Creí que habías dicho que habías leído Hogwarts: Una Historia.

Ralph se giró hacia James.

—¿Siempre es así? Si la respuesta es sí, recuérdame no preguntarle nunca nada más.

—No está enterrado aquí —respondió James—, porque tuvo una gran pelea con los demás fundadores y le echaron a patadas de la escuela.

Ralph hizo una mueca.

—Probablemente no quiera saber por qué fue, ¿verdad?

—Estoy seguro de que puedes suponerlo —replicó James—. Menos mal que los tiempos han cambiado, ¿eh?

—Los tiempos nunca cambian —dijo una voz profunda. James levantó la mirada y vio a Merlín subiendo los escalones desde el campo de abajo—. Pero la gente sí. Saludos, amigos míos. ¿Listos para emprender la marcha?

—Si eso quiere decir que si estamos listos para caminar —dijo Ralph tentativamente—, no estoy seguro de estar preparado para responder a eso.

Merlín se giró en los escalones y empezó a descenderlos nuevamente hasta los hierbajos de abajo. James miró a Rose y Ralph, después se encogió de hombros y echó a correr escaleras abajo.

—¿Entonces cómo vamos a llegar allí, director? —llamó Rose—. ¿Traslador? ¿Escoba? ¿Aparición compartida?

—Creí que el señor Potter ya les habría informado —replicó Merlín sin mirar atrás—. Vamos a caminar.

—¿Todo el camino? —dijo Ralph, tropezando inesperadamente con un parche de brezo.

Merlín parecía estar divirtiéndose.

—Se hará más fácil a medida que avancemos, señor Deedle. En mis días... y tengo que admitir que esos días fueron hace mucho tiempo, ciertamente... la gente caminaba virtualmente a todas partes. Es bueno para las brujas y los magos moverse en la naturaleza. Nos recuerda quienes somos.

—Yo sé quien soy —gruñó Ralph—. Soy un tipo con zapatos feos y preferencia por la comida que viene envuelta.

Alcanzaron el borde el Bosque y Merlín entró en él sin interrumpir la zancada. No había camino, pero él parecía saber donde pisaba. Apenas hacía más ruido que el de una pisada o el doblar de un tallo de hierba. James se detuvo un momento en la linde del bosque. Merlín no había desacelerado y James sabía que si no se daba prisa perdería rápidamente al gran mago en la densidad de los árboles. Se lanzó tras él, intentando igualar las gigantescas zancadas de Merlín tan bien como podía.

—Esperad un minuto —llamó Rose, arrancándose pelotillas espinosas de los vaqueros mientras caminaba—. No todos nosotros podemos comunicarnos como uno con la naturaleza y todo eso.

Mientras progresaban, sin embargo, James notó algo extraño. De algún modo sutil, parecía estar conectando con los bosques que le rodeaban. Era como si el Bosque se fundiera con Merlín cuando éste se movía, abriéndose para él y cerrándose otra vez a su paso. Si James, Ralph y Rose se mantenían lo bastante cerca, viajaban a la estela de esa apertura. Los brezos se apartaban de ellos, las corrientes se aquietaban, secando piedras para que pasaran, e incluso la hierba se aplanaba, suavizando el suelo para sus pies. Ninguna rama les arañaba a pesar de que los bosques eran excesivamente densos. Incluso la enrojecida luz solar parecía preceder su camino a través de las espesas copas de los árboles, trazando un sendero de luz para ellos.

—Oye, James —dijo Ralph quedamente—, ¿cuánto crees que hemos avanzado?

—Solo llevamos media hora o así —replicó James, levantando la mirada al sol—. No podemos haber llegado mucho más lejos de Hogsmeade, dependiendo de qué dirección estemos siguiendo. Es difícil de decir, ¿verdad?

Ralph asintió.

—Sí, lo es. Juro que parece como si lleváramos caminando solo unos pocos minutos y alrededor de una semana al mismo tiempo.

—La mente te engaña —dijo Rose—. Pasa en los viajes largos. La monotonía te puede. Probablemente apenas hayamos perdido de vista el castillo. Si al menos los árboles se espaciaran un poco.

Mientras Rose hablaba, Merlín entró en un haz de luz naranja. James entrecerró los ojos mientras avanzaba, entonces jadeó, deteniéndose y estirando las manos para detener a Ralph y Rose. Estos le golpearon por detrás.

—Oye —replicó Rose, dejando caer su cartera—, ¿cuál es la gran...?

Su voz se desvaneció cuando levantó la mirada. Una puesta de sol cegadoramente hermosa llenaba la vista ante ellos, resplandeciendo con naranjas, rosas y profundos tonos de lavanda, pero eso era solo la mitad. A cinco metros por delante de los pies de James, la tierra pedregosa caía, zambulléndose vertiginosamente hasta una playa rocosa golpeada por el oleaje. Una neblina era llevada por el viento, humedeciendo sus caras y mojando sus pestañas.

—¿Es eso el océano? —preguntó Rose sin aliento—. ¡Es imposible!

Una voz les llamó claramente. James arrancó los ojos de la visión que había bajo ellos y vio a Merlín a cierta distancia. Estaba de pie sobre el estrecho camino que atravesaba la cima del acantilado. Hacía gestos con las manos para que le siguieran. Después de unos pocos momentos de terror, lo hicieron.

El rugido del océano y el azote del viento llenaban sus oídos mientras bordeaban el acantilado, alcanzando a Merlín. Mientras todavía estaban algo lejos de él, Rose se deslizó junto a James.

Manteniendo la voz baja, dijo:

—James, ¿por qué me pediste a mí que viniera a este viaje?

—Es fácil —replicó James, avanzando tan rápidamente como podía sobre el camino accidentado a lo largo del acantilado—. Tenía que escoger a alguien que pudiera guardar un secreto. Además, sabía que tenías algunas dudas sobre Merlín. Quería que le vieras de cerca y personalmente.

—Tengo que decirte que por ahora, no me siento mucho mejor respecto a él —le confió Rose—. De algún modo, nos ha hecho caminar alrededor de ciento cincuenta kilómetros en media hora. Pero aún así, tengo que preguntar, James: ¿por qué no le pediste a Albus que viniera?

James miró a Rose sobre el hombro.

—No sé. Tú fuiste la primera persona en la que pensé.

—Solo es que creo que resulta curioso, eso es todo.

Ralph los había alcanzado.

—¿Y por qué me pediste a mí que viniera? —preguntó, jadeando un poco.

—Merlín te solicitó a ti específicamente, Ralph. Dijo que sabía que tú y yo éramos buenos guardando secretos.

Rose frunció el ceño.

—Me gustaría saber de quién está protegiendo esos secretos.

—Shh —siseó James mientras se acercaban a Merlín.

Este se había detenido en la cima de un promontorio pronunciado y rocoso. Cuando los tres treparon para encontrarse con él, comprendieron que estaban en el extremo de una estrecha península. Solo cuando se unieron a Merlín en lo alto vieron que la península se extendía ante ellos, formando un puente natural sobre el oleaje que chocaba muy abajo. La península era apenas más amplia que un camino, con una caída a plomo a ambos lados. En el extremo, conectaba con un enorme monolito escarpado, casi del mismo tamaño y forma que una torre de Hogwarts. La parte alta parecía apenas plana y estaba cubierta de hierba agitada por el viento.

—No vamos a ir por ahí —declaró Ralph rotundamente—. Quiero decir, ¿no vamos a hacerlo, verdad? Eso sería una absoluta locura.

Cuando terminaba de hablar, Merlín avanzó sobre el camino pedregoso.

—Seguidme atentamente, amigos míos. Es menos peligroso de lo que parece, pero no inofensivo. Os cogeré si caéis, pero intentemos evitar esa necesidad.

Afortunadamente, James no temía particularmente a las alturas. Manteniendo los ojos en el hombre grande que recorría a zancadas la estrecha vértebra de tierra, James avanzó siguiéndole.

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