James Potter y La Maldición del Guardián (13 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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No eran invisibles; al menos no completamente. James se quedó atrás, sinceramente renuente a acercarse demasiado a las horribles y semitransparentes criaturas atadas a los carruajes. El más cercano batía lentamente sus alas como de cuero. Se giró para mirarle, con sus grandes ojos vacíos grotescamente saltones.

—Puedes verlos, ¿eh? —preguntó una voz. James levantó la mirada, sobresaltado, y vio la cara recia y las mejillas rojas de su amigo Damien Damascus. Damien también estaba mirando a los thestrals, con la frente ligeramente fruncida—. Yo empecé a verlos al principio de mi cuarto año. Me sorprendió bastante, te diré. Yo creía que los carruajes eran simplemente mágicos, que se propulsaban a sí mismos hasta el castillo. Noah me llevó a un lado y me habló de los thestrals. Él los ve desde su segundo año. Vamos, son inofensivos. En realidad son bastante guays cuando te acostumbras a ellos.

James lanzó su mochila al interior del carruaje y escaló al asiento de atrás.

—Hola, James —dijo Sabrina cuando se elevaba hasta el asiento delantero. Todavía llevaba una pluma en su cabello rojo ondulado. Esta rebotó con garbo al girarse para mirar sobre el hombro—. ¿De qué iba todo ese drama del tren? Merlín parecía a punto de disparar rayos mortales por los ojos.

James se pasó la mano cansadamente por el cabello.

—No me lo recuerdes. Ya conseguí que le quitaran diez puntos a Gryffindor.

—No es la mejor forma de empezar el año —dijo Petra Morganstern, uniéndose a Sabrina en el asiento delantero—. Ese tipo de cosas pueden hacer que tus compañeros Gryffindors se irriten un poco. Afortunadamente, los de séptimo estamos por encima de semejantes mezquindades.

—Sabrina y yo somos de sexto —señaló Damien—. Y no sé ella, pero yo sigo siendo tan mezquino como siempre. No os he perdonado por hacernos perder la Copa de las Casas el año pasado. Para Hufflepuff, quién lo iba a decir.

—Perdona por intentar salvar el mundo —dijo Petra a la ligera, arreglándose la túnica sobre el asiento—. Además, te recuerdo que tú también estuviste implicado en esa aventura.

—Puede ser, pero al contrario que el resto de vosotros, mi implicación nunca fue probada. Por eso nuestro querido ex compañero Ted me nombró chivo expiatorio oficial Gremlin. Las acusaciones simplemente me resbalan.

Sabrina asintió seriamente.

—Me alegro de que hayas encontrado un buen uso a ese pellejo aceitoso tuyo.

Se produjo un súbito tirón y el carruaje rodó hacia adelante. James miró y vio al thestrals fantasmal trotando, tirando del carruaje. Entrecerró la mirada hacia él, intentando verlo más claramente.

Damien se inclinó y le preguntó en voz baja.

—¿Quién murió?

—¿Qué? —balbució James, girándose para mirar al chico mayor. Bajó su propia voz y preguntó—: ¿Cómo lo sabes?

—Mi tía murió cuando estaba en tercero —replicó Damien—. Fue una estupidez, en realidad. Un accidente de escoba cuando volvía de visitar a mis abuelos. Mamá le advirtió que no volara con una tormenta en camino, pero la tía Aggie siempre se creyó indestructible. Se mantuvo viva en St. Mungo lo suficiente como para que todos llegáramos a verla. Murió mientras yo estaba allí, en la habitación. Cuando volví al año siguiente, vi a los thestrals por primera vez. Creí que me había vuelto loco hasta que Noah me llevó a un lado y me habló de ellos. Dijo que se volvían visibles para cualquiera que hubiera presenciado y aceptado una muerte. ¿Así que, quién murió?

James se recostó en su asiento y tomó un profundo aliento.

—Mi abuelo Weasley —dijo con voz suave—. Tuvo un ataque al corazón.

Damien alzó las cejas.

—¿El viejo Arthur Weasley?

—¿Le conocías?

—Bueno, no en persona —replicó él—, pero era el suegro de tu padre, y afrontémoslo, tu padre es una celebridad. Además, Arthur Weasley se enfrentó a la serpiente de Voldy, ¿no? ¡No estuvo mal para un chupatintas del Ministerio! Mucha gente lo sabe. Dicen que eso prueba que el valor es más importante que la magia cuando llega el momento.

James miró a Damien, sorprendido.

—¿De verdad?

—Claro —dijo Damien—. Quiero decir, la gente que dice eso es también la clase de gente que compra encantamientos crecepelo y lee El Quisquilloso, pero sí, eso es lo que dicen.

James volvió a mirar a la forma nebulosa del thestral. Trotaba hacia adelante, tirando fácilmente del carruaje a pesar del hecho de que parecía lo bastante flaco como para partirse por la mitad.

—¿Por qué solo es parcialmente visible? —preguntó finalmente James.

—¿Qué? —Damien se inclinó hacia delante—. A mí me parece bastante sólido.

—Puedo ver la calle a través de él —dijo James, estremeciéndose.

—Bueno, como ya he dicho —replicó Damien, recostándose en su asiento mientras el gran castillo se alzaba sobre los árboles cercanos—, los thestrals se vuelven visibles para cualquiera que haya visto y aceptado una muerte. No parece que hayas visto a tu abuelo morir con tus propios ojos como me pasó a mí con mi tía, pero fuera lo que fuera lo que pasó significó lo bastante para ti como para impresionarte igual.

—Estábamos esperando a que volviera a casa —replicó James huecamente—. Estábamos esperando a que volviera por la red Flu. Alguien lo hizo, pero no era el abuelo. Era el mensajero para decirnos que había muerto.

—Así que pasaste de creer que estaba allí mismo contigo, a saber de su muerte, todo en cuestión de segundos —dijo Damien, asintiendo con la cabeza—. Lo bastante cerca como para proporcionarte una mirada a los thestrals. Pero no creo que eso sea todo lo que hay. Parece que no lo has aceptado del todo aún, ¿no?

James suspiró, sin responder. En vez de eso, contempló la descomunal y monstruosa forma del castillo que surgía delante. Sus innumerables ventanas estaban iluminadas contra la brumosa y nublada noche. James creyó divisar la Torre Gryffindor, donde su cama estaba esperando por él. Era agradable volver incluso si las cosas parecían diferentes. Se había sentido así desde el funeral, sabiendo que el abuelo ya no estaba allí fuera en alguna parte como siempre había estado. No, comprendió James, no había aceptado la muerte del abuelo. Aún no. Es más, no quería hacerlo. No parecía justo para el abuelo. Aceptar su muerte le parecía como desentenderse de él.

Durante un momento, James se preguntó si Albus se sentiría igual, y después recordó como Albus había atacado a Scorpius en el pasillo del tren, derribándole y gritando "¡Retíralo! ¡Retíralo ahora mismo!". Albus no había aceptado la muerte del abuelo tampoco. Solo que para él era diferente, principalmente porque Albus había encontrado a alguien sobre quien descargar su rabia y su pena. Probablemente no fuera la forma más sana de llevar las cosas, pero a James no se le ocurría otra mejor. Estaba claro, Scorpius hacía que el odiarle fuera bastante fácil para Albus. James había crecido con Albus, y sabía lo apasionado que el chico podía ser. Pensando en eso, James no supo si despreciar a Scorpius o sentir pena por él.

James se maravilló de la capacidad del tiempo para alterar la percepción de uno. Solo un año antes, había entrado en el Gran Comedor por primera vez, lleno de aprensión y preocupación. Ahora se lanzó alegremente a la algarabía de la asamblea de estudiantes, saludando a amigos a los que no había visto en todo el verano y siendo recibido en medio de la saludable gresca de la mesa Gryffindor. Las velas flotantes llenaban el comedor de calidez y luz, formando un excitante contraste contra el gris hosco de las nubes nocturnas que representaba el techo de la habitación. James se sentó a la mesa y agarró un puñado de Judías Bertie Bott de Todos los Sabores de un cuenco cercano. Valientemente, se echó una a la boca sin comprobar el color. Un momento después, torció el gesto, sin atreverse a escupir la golosina.

—Deberías ser especialmente cuidadoso con esas, James —gritó un compañero de segundo, Graham Warton—. Fueron donadas gratuitamente por tus colegas Weasleys. Se han asociado con Bertie Bott para toda una nueva línea de sabores novedosos, y están haciendo pruebas de mercado.

—¿Qué es? —dijo James, tragando la horrible judía y agarrando una jarra de zumo de calabaza.

—A juzgar por el color de tu lengua, yo diría que esa era de lima-limón-judía —dijo Graham, guiñando la mirada estudiosamente—. También hay de menta-chocolate-ardilla y melocotón-pepino-tofe.

—¡Damien acaba de comerse una de carne-riñón-roca! —gritó Noah desde el otro extremo de la mesa, señalando—. ¡Agacharse todo el mundo! ¡Creo que va a explotar!

James no pudo evitar reír mientras Damien luchaba por tragar la judía. Petra le golpeó duramente en la espalda hasta que Damien la apartó, abalanzándose sobre su copa.

Un silencio ondeó sobre los bulliciosos estudiantes y James levantó la mirada para ver a Merlín aproximarse al enorme podio sobre el estrado del comedor. Vestía una resplandeciente túnica roja con un cuello alto dorado, y James reconoció la versión bastante anticuada de Merlín de una túnica de gala. Las mangas y el cuello de la túnica tenían incrustados adornos entretejidos que relucían con oro y joyas auténticas. La barba del gigantesco hombre centelleaba por el aceite y llevaba con él su báculo, golpeándolo agudamente contra el suelo mientras se aproximaba. Era tan alto que hacía que el podio pareciera pequeño. Se inclinó sobre él ligeramente, sus ojos eran ilegibles mientras recorrían a la silenciosa asamblea.

—Saludos, estudiantes y personal de la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería —dijo lentamente, su voz profunda resonó por todas partes—. Mi nombre es Merlinus Ambrosius, y como puede que ya sepáis por la radio mágica o los periódicos, soy el nuevo director de esta institución. Como tal, espero no volver a oír más de esa inquietante tendencia verbal de esta era de utilizar mi nombre como expresión de asombro. Deberías saber que ni yo ni mis pantalones lo encontramos en absoluto divertido.

James sabía que el comentario se habría considerado una broma si Merlín no lo hubiera dicho con tan penetrante gravedad. Miraba a la asamblea de estudiantes, desafiando a cualquiera a intentar aunque fuera una risa ahogada. Aparentemente satisfecho, se enderezó y sonrió apaciguadoramente.

—Muy bien entonces. Como director, sucedo a madame Minerva McGonagall, que, como pueden ver, se ha dignado permanecer en la escuela para ejercer como mi consejera y continuar con sus tareas como profesora de Transformaciones.

Hubo una salva de aplausos, que pareció tomar a Merlín por sorpresa. Parpadeó hacia la multitud, y después sonrió ligeramente, comprendiendo lo que estaba ocurriendo. El aplauso creció hasta una ovación sostenida y Merlín retrocedió apartándose del podio, reconociendo a la anterior directora. Sobre el suelo ante el podio, los de primer año estaba alineados tras el profesor Longbotton. James vio a Albus y Rose, que miraban alrededor a su vez con temor reverencial.

Rose alzó la mirada hacia el estrado justo cuando la recientemente renombrada profesora McGonagall empujaba su silla hacia atrás. Se ponía en pie y alzaba una mano, sonriendo tensamente. En el suelo, Rose codeó a Albus y señaló.

—Gracias —gritó McGonagall sobre el sonido del aplauso, intentando ahogarlo—. Gracias, sois muy amables, pero os conozco demasiado bien como para no saber que al menos algunos están aplaudiendo mi largamente esperada partida por razones propias. Aún así, se aprecia bastante el sentimiento.

La risa sustituyó al aplauso mientras se profesora McGonagall volvía a posarse en su silla. Merlín se aproximó al podio de nuevo.

—Además de encontraros con un nuevo director, aquellos que volvéis este año encontraréis varios cambios más. El menor de ellos no será la instauración de nuestra nueva profesora de Literatura Mágica, Juliet Revalvier, que es en sí misma una competente escritora, como muchos puede que sepáis. Finalmente, permitidme presentaros a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, el profesor Kendrick Debellows.

Una oleada de susurros respetuosos llenó el comedor cuando un hombre alto se levantó a medias de su asiento en el estrado. Su sonrisa era enorme y dispuesta, y alzó una mano. James le recordaba del tren. Era el hombre que había pasado junto a él y Albus cuando estaban buscando al borley. James no le había reconocido entonces, ahora lo hizo. Su cabello todavía era negro y severamente corto, pero había ganado un montón de peso en los años transcurridos desde su famosa cruzada como líder de los Harriers, el escuadrón de fuerzas especiales del mundo mágico. Al otro lado de la habitación, en la mesa Slytherin, James vio a Ralph con aspecto asombrado. Su amigo Trenton estaba inclinado sobre él, al parecer explicando quien era Kendrick Debellows. Sobre el suelo bajo el estrado, James vio a Scorpius darse la vuelta, con la cara vagamente disgustada.

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