Redujo la velocidad, se encaminó con precaución a la salida. A pesar de ello, los neumáticos patinaron en varias ocasiones. Cada vez que ocurría, agarraba con fuerza el volante y reconducía el camión.
—¡Vaya, vaya! Por lo visto han caído a montones —dijo—. Todo esto está muy resbaladizo. ¡Pero qué siniestro es ese bicho! Oye, ¿se te ha pegado alguna vez una sanguijuela?
—No, por lo que recuerda Nakata, nunca se le ha pegado ninguna.
—Yo crecí en las montañas de Gifu y se me han pegado muchas veces. Cuando andas por el bosque, a veces te caen desde lo alto encima de la cabeza. Y, cuando entras en el río, se te agarran a las piernas. Conozco muy bien las sanguijuelas. Y tanto que sí. Y una vez que se te enganchan, ya no te sueltan. Si intentas arrancarte las gordas a lo bruto, te llevas la piel y luego te queda una cicatriz. La mejor manera de quitártelas de encima es quemándolas. ¡Qué bichos tan malos! ¡Cómo se te enganchan a la piel y te chupan la sangre! Y cuando se han llenado de sangre quedan todas fofas. Repugnantes, ¿verdad?
—Sí, mucho —asintió Nakata.
—Pero las sanguijuelas no caen en medio del aparcamiento de un área de servicio. No caen como la lluvia. ¡Nunca había oído una tontería semejante! Los tipos de por aquí no saben lo que son las sanguijuelas. Las sanguijuelas no caen del cielo, ¿verdad que no?
Nakata no respondió, permaneció callado.
—Hace unos cuantos años, en Yamanashi, salieron muchísimos ciempiés y, claro, las ruedas los aplastaron. ¡La que se armó! El suelo resbalaba, igual que ahora, y hubo muchos accidentes de tráfico. La vía del tren no se podía usar, se cortó el tráfico ferroviario. Pero los ciempiés no cayeron del cielo. Salieron reptando de alguna parte. Eso cualquiera puede entenderlo.
—Hace tiempo, Nakata estuvo una vez en Yamanashi. Fue durante la guerra.
—¿Ah, sí? ¿Qué guerra? —pregunto el camionero.
HALLADO MUERTO EN SU ESTUDIO
EL ESCULTOR KOICHI TAMURA
YACÍA APUÑALADO EN MEDIO DE UN MAR DE SANGRE
«El escultor de reconocida fama internacional Koichi Tamura, de 5* años, fue hallado muerto, el pasado día 30 por la tarde, en el estudio de su domicilio particular de Nogata, en el distrito de Nakano, Tokio, por la empleada del hogar que acudía con regularidad al domicilio. Koichi Tamura, completamente desnudo, yacía tumbado en el suelo, boca abajo, en medio de un mar de sangre. Había señales de lucha y todos los indicios apuntan hacia el asesinato. Junto al cadáver fue hallada el arma del crimen, un cuchillo de trinchar carne que faltaba en la cocina.
»La hora estimada del crimen se sitúa el día 28 al atardecer, pero, dado que en la actualidad el señor Tamura vivía solo, no se halló su cadáver hasta dos días después. El cuerpo presentaba diversas cuchilladas de gran profundidad en el corazón y los pulmones. Se estima que el señor Tamura murió en el acto debido a la masiva pérdida de sangre. También presentaba fractura múltiple de costillas, lo que hace suponer que las cuchilladas le fueron asestadas con gran violencia. Hasta el momento la policía no ha efectuado declaración alguna sobre el posible hallazgo de huellas dactilares u objetos olvidados en el lugar del crimen. No parece haber testigos oculares.
»El interior de la casa no presentaba señales de haber sido revuelta. Tampoco hubo sustracción de objetos de valor. Incluso se halló la cartera junto al cadáver. De hecho, todos los indicios apuntan a un móvil de agresión personal. El domicilio del señor Tamura se encuentra en una tranquila zona residencial del distrito de Nakano, pero nadie oyó nada a la hora del crimen. Los vecinos no pudieron ocultar su sorpresa al conocer el suceso. Al parecer, el señor Tamura llevaba una vida solitaria y se relacionaba poco con sus vecinos. Nadie se percató de que sucediera algo anormal.
»El señor Tamura vivía con su hijo primogénito de quince años, quien, sin embargo, y según declaraciones de la empleada del hogar, había desaparecido diez días antes de los hechos. Tampoco asistió a las clases de Secundaria que cursa durante ese mismo periodo de tiempo. La policía intenta ahora localizar su paradero.
»Aparte de la vivienda, el señor Tamura poseía una oficina-taller en Musashino y, según las declaraciones de su secretaria, el señor Tamura estuvo trabajando en el taller hasta el día anterior al asesinato. El día del suceso, la secretaria intentó ponerse en contacto con él por un asunto urgente y le llamó en varias ocasiones a su domicilio, pero el contestador automático estuvo conectado todo el día.
»El señor Tamura nació el año 2* de
Shôwa
,
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en Kokubunji, Tokio. Ingresó en el Departamento de Escultura de la Facultad de Arte de Tokio. Ya desde su época de estudiante, lo personal e innovador de su trabajo llamó la atención dentro del mundo de la escultura. El tema recurrente de su obra es la materialización del mundo del subconsciente. La originalidad de su estilo, que superaba las concepciones habidas hasta aquel momento en el mundo de la escultura, le hizo acreedor de fama internacional. La serie “Laberinto”, una obra a gran escala en la que aborda, a través de su libre imaginación, la inspiración y belleza que poseen las formas del laberinto, posiblemente sea la más conocida por el gran público. En la actualidad, el señor Tamura era profesor invitado en la Universidad de Bellas Artes de * y, hace dos años, con motivo de la exposición de sus obras en el Museo de Arte Moderno de Nueva York…».
Dejo de leer aquí. En la página del periódico aparece una fotografía del portal de casa. También hay otra fotografía de mi padre, de cuando era más joven. Ambas confieren una impresión funesta a la página. Doblo el periódico en cuatro y lo deposito sobre la mesa. Sentado en la cama, sin decir nada, me presiono los oídos con la punta de los dedos. Un zumbido sordo, de frecuencia constante, atraviesa mis tímpanos. Sacudo la cabeza varias veces. Pero no puedo ahuyentar el zumbido
Estoy en mi habitación. Son alrededor de las siete de la tarde. Ôshima y yo acabamos de cerrar la biblioteca. Hace poco que la señora Saeki ha regresado a su casa envuelta en el ronroneo del motor de su Volkswagen. Dentro de la biblioteca sólo quedamos Ôshima y yo. Y este irritante zumbido que continúa resonando en mis oídos.
—Es el periódico de anteayer. El artículo salió cuando estabas en la montaña. En cuanto lo leí pensé que ese tal Koichi Tamura podía ser tu padre. Eran tantas las coincidencias. La verdad es que tendría que habértelo enseñado ayer, pero pensé que era mejor esperar a que te instalaras aquí.
Asiento. Vuelvo a presionarme los oídos. Ôshima se sienta en la silla giratoria frente al escritorio, cruza las piernas y mira hacia donde yo me encuentro. No dice nada.
—Yo no lo he matado.
—Pues claro que no —dice Ôshima—. Tú, aquel día, estuviste en la biblioteca hasta el anochecer, leyendo. No te dio tiempo de ir a Tokio, matar a tu padre y regresar a Takamatsu. Es totalmente imposible.
Pero yo no estoy tan seguro. Hago cálculos en mi cabeza y compruebo que el día que mataron a mi padre es el mismo en que me desperté con la camisa empapada en sangre.
—Pero, según dice este artículo, la policía te está buscando. Como testigo importante, seguramente.
Asiento.
—Si te presentas ante la policía y dejas bien claro que tienes una coartada, no te hará falta ir huyendo, las cosas te serán mucho más fáciles. No necesitas que te diga que yo puedo testificar a tu favor.
—Pero, si lo hago, me llevarán de vuelta a Tokio.
—Es posible. A tu edad, aún no has terminado la enseñanza obligatoria. No puedes hacer lo que se te antoje. En principio, todavía necesitarías un tutor.
Sacudo la cabeza.
—Yo no quiero explicarle nada a nadie. No quiero volver a mi casa de Tokio, ni tampoco a la escuela.
Ôshima, con la boca cerrada, me mira de frente.
—Eso es algo que debes decidir tú —me dice finalmente con tono calmado—. Creo que tienes todo el derecho a vivir como te plazca. Tengas quince o cincuenta y un años. La edad no influye en absoluto. Pero por desgracia, no es eso lo que piensa la mayoría de la gente. Y, si ahora optas por la vía «no quiero explicarle nada a nadie, dejadme en paz», no te quedará más remedio que ir siempre escondiéndote de la policía y de la sociedad, y una vida así es muy dura. Sólo tienes quince años, te queda aún mucho por vivir. ¿No te importa?
Permanezco en silencio.
Ôshima coge el periódico y lee otra vez el artículo.
—Según pone aquí, tú eres el único familiar que tenía tu padre.
—Están mi madre y mi hermana. Pero se fueron de casa hace mucho tiempo y no sé dónde se encuentran. Y aunque lo supiera, dudo que acudieran al funeral.
—Entonces, si no estás tú, ahora que tu padre ha muerto, ¿quién se hará cargo de todo? Del funeral, de los trámites burocráticos…
—Tal como dice el periódico, en su taller tenía una secretaria. Ella puede hacerse cargo de todos los trámites burocráticos. Sabe cómo están los asuntos de mi padre, bastará con dejarlo todo en sus manos. No tengo intención de heredar nada, que hagan lo que quieran con la casa y con el dinero de mi padre.
«La única herencia que me ha dejado mi padre son sus genes», pienso.
—Tal vez me equivoque. Pero me da la impresión de que no te entristece particularmente que tu padre haya muerto, ¿tengo razón? —quiere saber Ôshima.
—Siento que haya sucedido. Después de todo, era mi padre. Pero, si te soy sincero, creo que debería haber muerto antes. Ya sé que es inhumano hablar así de un muerto.
Ôshima sacude la cabeza.
—No importa. En un momento como éste, tienes todo el derecho del mundo a ser sincero.
—Entonces, yo… —Mi voz carece del peso necesario. Las palabras que han pronunciado mis labios, incapaces de encontrar su destino, son succionadas por el vacío. Ôshima se levanta de la silla y se sienta a mi lado—. ¿Sabes, Ôshima? A mi alrededor va sucediendo una cosa tras otra. Algunas las he elegido yo, otras no. Pero ya no soy capaz de distinguir las unas de las otras. Es decir, que las cosas que creo haber elegido yo, en realidad parece que ya estuvieran decididas de antemano mucho antes de que yo las eligiera. Tengo la sensación de que lo único que hago es ir calcando lo que alguien ya ha decidido de antemano. Y de que por más que piense por mí mismo, por más que me esfuerce, todo es inútil. Al contrario, cuanto más lo intento, más siento que estoy dejando de ser rápidamente yo. Que me estoy alejando de mi propia órbita. Y esto es muy duro. No, quizá sería más exacto decir que esto
me da miedo
. Al pensar en ello, a veces siento que el terror me paraliza.
Ôshima alarga una mano y la apoya sobre mi hombro. Noto la calidez de la palma.
—Aunque sea así, es decir, aunque estés predestinado a que lo que elijas y el esfuerzo que inviertas no sirva de nada, a pesar de ello, tú eres una entidad definida, tú sólo eres tú. Y no hay duda alguna de que tú, como ser independiente, sigues avanzando hacia delante. No tienes por qué preocuparte.
Alzo la mirada y la clavo en el rostro de Ôshima. Sus palabras poseen un extraño poder de convicción.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque ahí reside la ironía.
—¿La ironía?
Ôshima me mira fijamente a los ojos.
—¿Sabes, Kafka Tamura? Lo que tú estás sintiendo ahora no es otra cosa que el conflicto central de la tragedia griega. No es la persona la que elige su destino, sino el destino el que elige a la persona. Ésta es la concepción del mundo en la que se fundamenta la tragedia griega. Y la tragedia, según la define Aristóteles, irónicamente, no surge de los defectos del protagonista, sino de sus virtudes. ¿Entiendes a qué me refiero? Son las cualidades, no los defectos, las que arrastran al hombre a la tragedia. Edipo rey, de Sófocles, es un ejemplo remarcable de ello. En el caso de Edipo, no son la indolencia y la estupidez las que originan la tragedia, sino su valentía y su honestidad. Y de ahí nace, inevitablemente, la ironía.
—Pero no se puede hacer nada.
—Depende —dice Ôshima—. Hay casos en los que no puede hacerse nada. Pero, a pesar de ello, la ironía hace más profundo al hombre, lo obliga a crecer. Y se convierte en una puerta de acceso a una solución de una dimensión mayor. Y en ella puedes encontrar una esperanza universal. Ésta es la razón por la que hoy en día tanta gente sigue leyendo la tragedia griega; por la que la tragedia se ha constituido en uno de los prototipos del arte. Y antes ya he comentado esto, pero, en la vida, todo es una metáfora. En realidad, nadie va matando a su padre ni acostándose con su madre. ¿No te parece? En resumen, nosotros aceptamos la ironía a través de un mecanismo que se llama metáfora. Y esto nos convierte, a nosotros, en hombres más sabios.
Permanezco en silencio. Estoy sumido en mis propios pensamientos.
—¿Quién sabía que venías a Takamatsu? —me pregunta Ôshima.
Sacudo la cabeza.
—Lo decidí yo solo y vine solo. No se lo dije a nadie. No creo que nadie lo supiera.
—Entonces lo mejor será que permanezcas escondido durante un tiempo en esta habitación de la biblioteca. No te encargues siquiera del trabajo de recepción. No creo que la policía consiga dar contigo. Y, si las cosas se complicaran, podrías volver a adentrarte en las montañas de Kôchi.
Miro a Ôshima a la cara y digo:
—Si no te hubiera conocido, seguro que me sentiría completamente perdido. No tengo a nadie en esta ciudad, nadie que pueda ayudarme.
Ôshima sonríe. Aparta la mano de mi hombro y se queda contemplándola.
—No, seguro que no. Si no me hubieras conocido a mí, habrías encontrado otro camino. No sabría decirte por qué, pero tú me induces a pensar así. —Luego, Ôshima se levanta y coge otro periódico de encima de la mesa—. Por cierto, el día antes salió esta otra noticia en el periódico. Es un artículo pequeño, pero me he acordado de él porque es muy interesante. Tal vez sea una simple coincidencia, pero esto también ocurrió cerca de tu casa.
Y me entrega el periódico.
¡CAE UNA LLUVIA DE PECES DEL CIELO!
2000 SARDINAS Y CABALLAS CAEN SOBRE UN BARRIO
COMERCIAL DEL DISTRITO DE NAKANO
«Alrededor de las seis de la tarde del pasado día 29 cayó del cielo una lluvia de sardinas y caballas sobre un barrio comercial del *
chôme
de Nogata, en el distrito de Nakano, que sorprendió a sus habitantes. Dos amas de casa que realizaban la compra en el barrio comercial resultaron levemente heridas al golpearlas los peces en el rostro, pero no cabe lamentar daños de consideración. En aquel momento, el cielo estaba despejado, apenas había nubes, tampoco soplaba el viento. La mayoría de los peces todavía estaba viva y se quedo coleando por el suelo…».