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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantástico, #Histórico

La Antorcha (28 page)

BOOK: La Antorcha
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—¿Qué es esa tontería del hijo de Héctor? —le preguntó medio en broma—. Fuiste tú quien lo llevó durante la mayor parte de un año y quien sufrió los dolores y molestias de darle a luz. ¡Yo le llamaría el hijo de Andrómaca! Andrómaca hizo una mueca y después se echó a reír. —¡Tal vez has escogido bien, consagrándote al dios y renunciando a los hombres! Te aseguro que no tengo prisa alguna en que Héctor vuelva a mi lecho. Se estiman en demasía los gozos de la maternidad. Preferiría dejar pasar unos años antes de probarla de nuevo. ¿Y dicen que las mujeres son demasiado frágiles para manejar armas? ¡Me pregunto qué clase de bravura hubiera mostrado Héctor en esta batalla! —Entonces rió de nuevo—. ¿Puedes imaginártelo? ¡Cambiar todas las costumbres para que los rapsodas reciten baladas sobre la valentía de Hécuba, madre de Héctor! Bien, ¿y por qué no? ¡Ha triunfado en esa batalla al menos una docena de veces, lo que significa que es más valiente de lo que yo espero ser! Nos hablan de las delicias del matrimonio... Se educa a las muchachas para que no piensen en otra cosa; pero a nosotras corresponde descubrir por nuestra cuenta las delicias del parto. Ah, bueno...

Se inclinó un poco, hizo un gesto de dolor al moverse y, con una seña, ordenó a una de las domésticas que le pusiera el bebé en sus brazos. La mirada de felicidad en su cara desmentía las palabras que acababa de pronunciar.

—¡Creo —dijo— que el botín que he obtenido en esta batalla vale más que el saqueo de toda una ciudad!

—También lo creo yo —afirmó Casandra, tocando el puñito del recién nacido—. ¿Cómo se llamará?

—Astiánax —contestó Andrómaca—. Así lo quiere Héctor. ¿Sabes que cuando sea conducido al banquete en que se le impondrá el nombre lo llevarán sobre el escudo de Héctor? ¡Fíjate qué cuna!

Casandra trató de imaginarse al niño en el centro del gran escudo de guerra de Héctor. De repente, se estremeció y se puso rígida, viendo al gran escudo y al niño. ¿Qué edad tenía? ¡Con seguridad demasiado pequeño para ser un guerrero! El cuerpo del niño estaba preparado para su sepelio. Fue como una ola de agua helada pero Andrómaca, sosteniendo satisfecha al bebé contra su pecho, no reparó en lo que le sucedía a Casandra.

Cerró sus ojos con la esperanza de que así desapareciera la terrible visión.

—¿Cómo está Creusa? —preguntó. —Parece feliz; afirma que anhela quedarse embarazada. ¿Debo explicarle las sorpresas que le aguardan?

—No seas cruel —dijo Casandra—. Deja que disfrute de su primera época de felicidad; ya habrá tiempo después para todo lo demás.

—Tienes razón; sobran las brujas que tratan de amargar la dicha de las recién casadas, previniéndolas de lo que les reserva la vida —admitió Andrómaca—. Y a pesar de eso, no renunciaría por nada a mi pequeño.

Enterró sus labios en el suave cuello del bebé y le sopló, extasiada. Como cuando vio a Filida con su hijo, Casandra se sintió emocionada y casi envidiosa. —¿Hay otras noticias?

—Sí. Han avistado la nave de Paris; un mensajero del vigía de la montaña acudió a decírselo al rey —explicó Andrómaca—. Paris es hermano gemelo tuyo pero no creo que se te parezca mucho.

—Según dicen, en apariencia física somos casi iguales —dijo Casandra, con ciertas dudas—. Pero creo que no nos parecemos tanto. Hay quienes creen que es el hombre más apuesto de Troya.

Andrómaca comentó despreocupadamente, apretando la mano de Casandra:

—Desde luego yo no me encuentro entre esas personas; para mí no hay hombre comparable a Héctor, tanto en apariencia como en lo demás.

Aquellas palabras complacieron a Casandra; se sentía responsable de aquel matrimonio y se alegraba de que Andrómaca estuviese realmente satisfecha con su marido. Y tampoco Héctor tenía razón alguna para sentirse descontento.

—Todo el mundo te considera bella —prosiguió Andrómaca—, pero no creo que tus facciones sean adecuadas para un hombre; son demasiado delicadas. No lo recuerdo tan parecido a ti. ¿Resulta afeminado?

—No lo creo, y con seguridad es muy viril puesto que ganó tantas pruebas en los Juegos. Es un espléndido arquero, atleta y luchador y un diablo sobre el carro. Pero tengo la impresión —añadió maliciosamente— de que si compitiéramos en ese terreno, no sería mejor guerrero que yo.

—Mi madre decía —comentó Andrómaca— que tú tienes el alma de un gran guerrero en el cuerpo de un ratón de campo.

Casandra se echó a reír y puso su cara junto a la de Astiánax; sentía como si le hubiese perjudicado dar rienda suelta a sus visiones.

—Que todos los dioses le bendigan. Y a ti también, querida —declaró.

—¿Te quedarás a brindar por su buena fortuna en el banquete de la imposición de su nombre.

—No, creo que no —contestó Casandra—. Vendré, quizás, uno o dos días cuando regrese Paris. Ahora iré a abrazar a mi madre y luego regresaré al templo.

Se despidió de Andrómaca, sabiendo que se sentía más cerca de ella que de Polixena o de cualquiera de sus medio hermanas, y acudió unos instantes a recibir la bendición de Hécuba. Luego se dirigió a las estancias sencillas de la parte posterior del palacio en donde vivía Enone con un par de domésticas, muchachas calladas que habían sido como ella adoradoras del dios del río.

Enone estaba echada en una hamaca, amamantando a su hijo. Casandra la abrazó, consciente de la fragilidad de aquella mujer. Era Enone y no ella, pensó, quien poseía el espíritu de un guerrero en el cuerpo de un ratón de campo. De puro delicada, daba la impresión de que un simple roce la quebraría.

—¿Te encuentras bien, hermana? —le preguntó Casandra, empleando deliberadamente esa palabra.

En realidad, quería más a Enone que a Creusa e incluso que a Polixena. Pero cuando se hallaba cerca de ella experimentaba de nuevo ese impulso inquietante de protegerla y acariciarla. Y como no sabía si tal inclinación respondía a sus propias emociones o a las de Paris, se sentía apocada e incómoda en su presencia.

—Me hubiera gustado venir a verte con ocasión de la boda de Creusa, pero me dijeron que no te hallabas en condiciones de recibir visitas.

—Bueno, ahora que ha nacido el hijo de Andrómaca y el puesto de Héctor está asegurado, ya no tengo que temer por mi hijo —le contestó Enone, sonriendo.

Casandra se quedó atónita.

—Pero a buen seguro no has de temer por él...

—Espero que así sea —dijo Enone—. Pero Héctor consiguió desembarazarse de Paris y no creo que se sienta satisfecho con el nacimiento de su hijo o que tenga razón alguna para quererle.

—Me parece que juzgas mal a Héctor —declaró Casandra—. Nunca se ha mostrado envidioso de Paris... al menos en mi presencia.

Enone se echó a reír.

—Oh, Casandra, no creo que sepas lo que todos valoran tu buena opinión y tu buena voluntad, lo que les hace mostrarte sólo lo mejor de sí mismos. En caso de que Héctor sintiera de ese modo, tú serías la última en saberlo.

Casandra se ruborizó. Para acabar con aquella conversación, tomó al bebé y lo meció en sus brazos.

—Es muy guapo —afirmó—. ¿A quién crees que se parece, a su padre o a ti?

—Aún es pronto para decirlo —repuso Enone—. Espero que se parezca a mi propio padre, y sea sincero y honesto.

Casandra advirtió la decepción en sus palabras. Más intensa quizá de lo que la propia Enone percibía.

—Puede que sea como tú, y entonces nadie podrá poner en duda su bondad.

—Sólo el tiempo dirá cual de los dos tendrá más capacidad para gobernar esta ciudad, el hijo de Héctor o él, pero en verdad me complace que no se vea obligado a soportar semejante carga ni tal destino.

—Enone, nunca envidies el destino del hijo de Héctor —se apresuró a decir Casandra.

—¿Qué has visto? —le preguntó, temerosa—. No, no me lo digas. Oí que profetizaste en la boda de Andrómaca. Yo no deseo tal suerte para mi hijo... para el hijo de Paris.

—Estuve hablando de eso con Andrómaca —le dijo Casandra—. Al menos, entre las amazonas, un hijo puede llevar el nombre de su madre. Héctor sería el hijo de Hécuba...

—Y mi hijo, el hijo de Enone, no el hijo de Paris de la casa de Príamo —dijo Enone—. Sería más justo. Pero en tu ciudad, sólo el hijo de una prostituta lleva el nombre de su madre en lugar del de su padre.

—Nadie tiene derecho a llamarte eso, y puedo atestiguarlo.

Pero sus palabras carecían de valor porque no tenía poder para alterar la realidad. Andrómaca había sido proclamada esposa de Héctor ante toda la ciudad mientras que Enone, si aparecía como esposa de Paris, era sólo en cuanto que ella le había aceptado con la bendición del padre de la propia muchacha.

—¿Quién fue tu madre, Enone?

—Nunca supe su nombre —contestó—. Mi padre me dijo que murió joven. También era sacerdotisa del templo del dios del río.

Sí, las mujeres que paren hijos de dioses son más anónimas incluso que las que dan a luz a los hijos de los hombres. Besó a Enone y prometió enviarle un regalo a su hijo.

En el camino de vuelta al templo del Señor del Sol, Casandra tuvo mucho en que pensar. Si en el mundo había hombres como Eneas, puede que existieran algunos con los que ella estaría dispuesta a casarse.

Una mañana se hallaba en la estancia de Filida, sosteniendo al rubio bebé mientras su madre doblaba una brazada de pañales y mantillas recién lavadas. Le había quitado la faja para que pudiera mover las piernas, sin obstáculos, y sostenía en sus manos los regordetes piececitos mientras admiraba la perfección de sus deditos y uñas, besándolos y acariciándolos con los labios. Le sopló en su blando vientre para hacerle reír y rió con él. En aquel momento, casi deseó tener un hijo propio con el que jugar, aunque en modo alguno le atraían los necesarios preliminares de la maternidad.

Filida se acercó para coger a su hijo, pero Casandra se aferró a él.

—Le gusto —declaró con orgullo—. Parece que me conoce. ¿No crees?

—¿Cómo no va a conocerte? —preguntó Filida—. Siempre estás dispuesta a acariciarle y a mimarle mientras yo me hallo demasiado ocupada para prestarle toda la atención que busca.

Al oír la voz de su madre, el niño empezó a chillar y se volvió hacia ella.

—Tiene hambre —dijo Filida con resignación, al tiempo que empezaba a abrirse la túnica por el cuello—. Y me temo que eso no lo puedes hacer por mí.

—Lo haría si pudiese —contestó Casandra, casi en un susurro.

—Lo sé —admitió Filida, sentándose a amamantar a su hijo.

Mientras la observaba con el niño, sintió a las oscuras aguas de una visión crecer y asentarse.

—¿Por qué no me dices lo que ves, Casandra? —preguntó Filida, observándola con temor.

Casandra calló.

Esta mañana he tenido en mis brazos tres bebés y no he visto futuro para ninguno. ¿Qué significa eso? Puede que sea porque voy a morir y no estaré aquí para verlos crecer hasta hacerse hombres. Si fuera tan sencillo... Si creyese que sólo de eso se trataba, yo misma me lanzaría de las alturas de la ciudad antes de que se hubiese puesto el sol de este día.

Pero aquél no era su destino. Una fatalidad se estaba aproximando a ella, y debía vivir para verla y soportarla.

Se inclinó para besar a Filida y al bebé.

—Todos hemos de soportar nuestro sino: tú, yo y también el niño. Créeme, conocer el propio sino no hace que se soporte con más facilidad —dijo, sin responder a su pregunta.

—No te comprendo —confesó Filida.

—Tampoco yo me comprendo.

Salió y fue al patio del templo desde donde se dominaba el mar. Vio una nave... Sí, Andrómaca había dicho que había sido avistado el barco de Paris.

No era obligación suya dar la bienvenida a Paris a su retorno a la ciudad, pero algo más fuerte que el deber la empujó a bajar.

Cuando descendía por la escalonada calle, vio una comitiva que salía del barco y se preparaba para dirigirse al palacio, y otra que bajaba lentamente del palacio hacia la costa.

Paris conducía su carro. Sin duda, lo había hecho desembarcar antes de que cualquier otra cosa para hacer en la ciudad una entrada impresionante que contrastara con su llegada sin heraldos a los Juegos. En el carro, junto a él, iba una figura femenina cuya identidad ocultaba un largo velo.

¿Había pues logrado Paris que Hesione regresara a Troya? Casandra apresuró un poco el paso de modo que atravesó las puertas de la ciudad justo cuando Paris llegaba ante ellas. Al mismo tiempo, Príamo y Hécuba, en el mejor carro real de ceremonias, se encontraron con él. Héctor, a un paso tras su padre, no parecía muy complacido. Casandra buscó con la mirada a Andrómaca. ¿Cómo iba a perderse su amiga un acontecimiento tan interesante? Alzó los ojos hacia su ventana, y la vio allí con Enone a su lado, cada una con su hijo en brazos. Incluso a tal distancia pudo advertir que Enone se aferraba al alféizar.

Paris bajó del carro y se volvió para ayudar a descender a la mujer velada. Luego hizo una profunda reverencia ante Príamo que le hizo incorporarse y lo abrazó.

—Bienvenido a casa, hijo mío.

Tendió una mano para saludar a la mujer velada que permanecía inmóvil junto al carro.

—¿Has triunfado en tu misión?

—Mucho más de lo que se podía imaginar.

Héctor trató de parecer como satisfecho.

—¿Has traído a Hesione, hermano?

—No —contestó Paris—. Rey y padre mío, te traigo un triunfo mucho mayor que el que me enviaste a buscar.

Acercó a la dama y retiró su velo: Casandra se quedó sin aliento. Aquella mujer era más bella de lo que nadie pudiera imaginar.

Alta y maravillosamente formada, sus cabellos eran tan finos y rubios como el oro mejor batido. Sus facciones parecían esculpidas en mármol cincelado y sus ojos poseían el azul de las profundidades de un cielo tormentoso.

Te presento a Helena de Esparta, que ha consentido en convertirse en mi esposa.

Casandra alzó los ojos hacia la ventana en donde Enone se llevó una mano temblorosa a la boca, luego giró sobre sí misma y desapareció ante el gesto angustiado de Andrómaca. Paris alzó la mirada. Casandra no pudo adivinar si había advertido la rápida desaparición de Enone.

Paris se volvió rápidamente hacia Helena, quién le susurró algo; luego se dirigió de nuevo a Príamo.

—¿Darás, padre, la bienvenida a Troya a mi esposa?

Príamo abrió la boca, pero fue la voz de Hécuba la que se oyó primero.

—Si está aquí por su libre voluntad, bienvenida sea —dijo la reina—. Troya no amparará el robo ni el rapto de mujeres; de otro modo, no seríamos mejores que el hombre malvado que nos arrebató a Hesione. Y hablando de Hesione, ¿dónde está? Tu misión, hijo mío, consistía en devolver a Hesione a nuestra familia; en esto, al menos, parece que fracasaste. ¿Has llegado aquí voluntariamente, Helena?

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