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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantástico, #Histórico

La Antorcha (23 page)

BOOK: La Antorcha
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Paris replicó con corrección que él se hallaba a la disposición de su padre y rey.

—Nos ha gustado a todos —afirmó a Héctor, no sin malicia—. ¿Por qué no dejarle pues que ensaye su irresistible encanto ante Agamenón y lo convenza de que libere a Hesione?

—Agamenón —dijo Paris, levantando la vista vivamente—. ¿No es el hermano de ese Menelao que se casó con Helena de Esparta? ¿Y no está a su vez casado con él la hermana de la reina espartana?

—Así es —contestó Héctor—. Cuando los aqueos llegaron del Norte con sus carros, sus caballos y sus dioses tonantes, Leda, la Señora de Esparta, casó con uno de sus reyes; y cuando le dio dos hijas gemelas, se rumoreó que una de ellas había sido concebida por el propio Señor del Trueno.

»Y Helena casó con Menelao, aunque se dice que era tan bella como una diosa y que hubiera podido casarse con cualquier rey desde Tesalia hasta Creta. Según he oído, hubo muchas oposiciones a la boda de Helena, hasta llegar casi al punto de provocar una guerra.

—Tú no eres mal parecida, Andrómaca mía —dijo después, acercándose para examinar su cara con atención—, pero no tan bella como para tenerte prisionera con el fin de que no me envidien ni te codicien todos los hombres.

Tomó su barbilla en las manos.

—Mi señor es muy amable con su humilde esposa —dijo Andrómaca, con una leve sonrisa en la que sólo Casandra descubrió el sarcasmo.

Paris estaba observando a Héctor con tanta atención que Casandra no pudo dejar de advertirlo. ¿Qué estaría pensando? ¿Podría sentir celos de Héctor que no era ni tan apuesto ni tan inteligente como él? Con una esposa tan bella como Enone, difícilmente podría desear a Andrómaca sólo porque fuese una princesa de Colquis. ¿O envidaba a Héctor por ser el mayor y el favorito declarado de su padre? ¿O se hallaba irritado porque, al fin y al cabo, Héctor lo había insultado?

Bebió lentamente el vino de su copa, preguntándose qué sentiría en realidad Andrómaca respecto a su matrimonio. No podía imaginar que le entusiasmase la idea de hallarse casada con un pendenciero como Héctor, pero suponía que a Andrómaca no le desagradaba la perspectiva de convertirse con el tiempo en reina de Troya. Subrepticiamente (su madre siempre le advirtió que no estaba bien mirar con fijeza a los hombres) observó a los que había en el salón, preguntándose si le agradaría casarse con alguno de ellos. Desde luego ninguno de sus hermanos le parecía un buen marido suponiendo que no existiese el vínculo de consanguinidad Héctor era rudo y arrogante, Deifobo, taimado y artero; e incluso Paris, a pesar de sus cualidades, había abandonado ya a Enone. Troilo era sólo un niño, si bien, cabía la posibilidad de que cuando creciese siguiera siendo amable y cariñoso. Recordaba que, entre las amazonas, las jóvenes hablaban sin cesar de muchachos y que también allí había sentido en su corazón el peso de ser diferente. ¿Por qué a ella no le interesaba lo que tan importante era para las demás?

Tenia que existir algo valioso en el matrimonio, puesto que lo ansiaban todas las mujeres. Entonces recordó que la reina Imandra le había dicho que ella era sacerdotisa desde el nacimiento. Al menos ésta constituía una razón válida de la diferencia.

A Casandra se le cerraban los párpados. Hizo un esfuerzo por mantener los ojos abiertos y se irguió en su asiento, deseando que todo concluyera cuanto antes. Llevaba levantada y en camino desde antes de que rompiera el día, y ésta había sido una larga jornada.

Príamo había llamado a Paris a su lado y hablaban de barcos, de la ruta de navegación hasta las islas aqueas y del mejor modo de acercarse a las gentes de Agamenón. Andrómaca se hallaba medio dormida. Casandra pensó que aquélla había sido la fiesta más anodina que había visto, aunque en verdad no había asistido a muchas.

Finalmente Príamo propuso un brindis en honor de los recién casados y pidió antorchas para escoltar a Héctor y a su esposa hasta la cámara nupcial.

Primera entre las mujeres, Hécuba encabezó el cortejo con una flameante antorcha en la mano. Ésta fluctuaba y resaltaba los colores de las paredes al pasar ante ellas. Tras Hécuba, Casandra y Polixena escoltaban a Andrómaca; seguían todas las mujeres del palacio, las concubinas de Príamo, sus hijas, las domésticas y hasta las criadas de las cocinas. El humo de las antorchas irritó los ojos de Casandra. Le pareció que sus llamas se elevaban, que había un terrible fuego al otro lado de aquellos muros, dentro incluso de la cámara nupcial; que conducían a Andrómaca hacia un terrible destino...

Se llevó las manos a los ojos como si quisiera apartar de sí la visión, y comenzó a gritar:

—¡No! ¡No! ¡El fuego! ¡No la hagáis entrar ahí!

—¡Cállate! —Hécuba apretó una de sus muñecas hasta que Casandra se retorció de dolor—. ¿Qué te sucede? ¿Te has vuelto loca?

—¿No puedes oír el estruendo? —le preguntó Casandra—. No, no, allí hay sólo muerte y sangre... Allí hay fuego, rayos, destrucción...

—¡Silencio! —le ordenó Hécuba—. ¿Qué horrible presagio junto al tálamo de una novia! ¿Cómo te atreves a hacer semejante escena?

—Pero no pueden oír, no pueden ver...

Casandra se sintió envuelta en oscuridad, y sólo percibía el fuego a través de aquella negrura. Se tapó los ojos para no verlo. ¿O acaso todo aquello no era más que el humo de las antorchas que distorsionaba su visión?

—¡Qué vergüenza! —Su madre aún la amonestaba mientras tiraba de ella—. Creí que la princesa de Colquis era amiga tuya. ¿Por qué pretendes estropear su noche de bodas con este escándalo? Siempre te mostraste celosa de las personas que acaparaban en cualquier momento la atención de los demás, pero pensé que, al crecer, lo habías superado...

Llevaron a Andrómaca hasta la cámara nupcial. También había sido decorada con seres marinos, tan bien representados que parecían retorcerse y nadar en los muros. Hécuba le había dicho en la cena que varios artesanos de Creta estuvieron pintando las paredes del palacio al estilo de su isla durante un año, y que los muebles tallados constituían un tributo de la reina de Cnoxos.

En la mesa próxima al lecho había una estatuilla de la Madre Tierra. Asomaban sus senos sobre un corpiño apretado, lucía una falda con volantes y aferraba una serpiente en cada mano. Andrómaca murmuró a Casandra mientras las mujeres le despojaban de su traje nupcial y le ponían una camisa de gasa egipcia:

—Mira, es la Madre Serpiente. Me la dio mi madre para que me bendijera esta noche...

Por un instante las oscuras aguas volvieron a inundar el interior de Casandra, amenazando con envolverla y arrastrarla. Se ahogaba de miedo. Sentía ansias de gritar ante el horror y el pánico que trataban de estrangularla: Fuego, muerte, sangre, condenación para Troya... para todos nosotros...

El rostro de su madre, adusto e irritado, la obligó a controlarse. Abrazó a Andrómaca llena de temor, señaló la estatuilla, mientras que le decía en voz baja:

—Que te bendiga con la fertilidad, hermana.

En aquel momento parecía una niña alta. Sus cabellos, ya cepillados, habían perdido sus bellos tirabuzones y caían sobre sus hombros, sus ojos pintados parecían enormes y oscuros. Casandra, aún sumergida en las oscuras aguas de su visión, se sintió vieja y ajada entre todas aquellas muchachas que jugaban a las bodas sin tener la menor idea de lo que había detrás.

Ahora podía oír los epitalamios de los hombres que acompañaban escaleras arriba a Héctor, hacia su esposa. Andrómaca la abrazó y le dijo en voz muy baja:

—Tú eres aquí la única persona que no me es extraña. Casandra, te lo ruego, deséame felicidad.

Casandra sentía la garganta tan seca que apenas pudo hablar.

Si fuese tan fácil otorgar felicidad como desearla...

A través de sus labios resecos brotaron las palabras:

—Te deseo felicidad, hermana.

Pero no habrá felicidad... sólo perdición y la mayor tristeza de este mundo...

Casi podía oír los gritos de angustia y de dolor entre los alegres cantos de himeneo. Cuando Héctor penetró en la estancia escoltado por sus amigos, los rojos reflejos de las antorchas tiñeron sus caras con el escarlata de la sangre. ¿O sólo iluminaban los huesos de sus rostros, haciendo aparecer las calaveras?

De pie junto al lecho, la sacerdotisa les entregó la copa nupcial. Casandra pensó: Ésa debería haber sido tarea mía. Pero se hallaba presa del terror y supo que jamás habría podido tener el suficiente ánimo para poner la copa en manos de su amiga.

—No muestres esa cara tan desconsolada, hermanita —dijo Héctor, acariciando ligeramente sus cabellos—. Pronto te llegará el turno; en la cena nuestro padre estuvo hablando de que ahora había que encontrarte un marido. ¿Sabes que se te ha ofrecido el hijo del rey Paleo, Aquiles? Nuestro padre afirma que existe una profecía según la cual será el héroe más grande de todos los tiempos. Tal vez un matrimonio con un aqueo zanjaría estas estúpidas guerras, aunque yo preferiría luchar contra Aquiles y ganar la gloria del combate.

Casandra se aferró frenéticamente a los hombros de Héctor.

—Ten cuidado con lo que pides —murmuró—, porque algún dios podría concedértelo. ¡Ruega para que nunca tengas que enfrentarte con Aquiles!

La miró disgustado y retiró las manos de sus hombros.

—Como profetisa, hermana, eres un pájaro de mal agüero; y no me gusta oír tus graznidos en mi noche de bodas. Vete a tu cama y déjanos en la nuestra.

Ella sintió que se retiraban las negras aguas, dejándola vacía, desconsolada y enferma; e ignorante de lo que había estado diciendo.

—Perdóname, no pretendía ofenderte —susurró—. Sabes muy bien que sólo deseo bienes para ti y para nuestra prima de Colquis...

Héctor rozó su frente con los labios.

—Ha sido un largo día y vienes de muy lejos —dijo—. Sólo los ^dioses saben qué locuras aprendiste en Colquis. No es extraño que casi desvaríes por el cansancio. Buenas noches entonces, hermanita y... mira lo que hago con tus presagios. —Tomó la antorcha que había junto a la cama y, rápidamente, la apagó. ¡Qué desaparezcan igual que la llama!

Ella se volvió, insegura, mientras que las restantes mujeres alzaban sus voces en el último epitalamio. Sabía que también ella debería cantar pero sintió que, aunque hubiera estado en juego su propia vida, no hubiese podido emitir una sola nota. Con pasos torpes se apartó del lecho y salió de la cámara nupcial, dirigiéndose apresurada a su propia estancia. Cayó sobre su lecho, sin molestarse siquiera en despojarse de sus galas ni limpiar su rostro de cosméticos. Se sumió en el sueño cuando las oscuras aguas se alzaron otra vez sobre ella, ahogando los últimos ecos de las alegres canciones de himeneo.

Durante muchos días resonaron en el puerto los martillazos y los hachazos a medida que crecía la nave en la basada en donde habían montado la quilla. Y cada noche llegaban al gran salón arpistas para entonar la balada de Jasón y la construcción del Argos.

Durante semanas cargaron provisiones para el viaje, mientras los veleros cosían con sus grandes agujas el enorme lienzo extendido sobre la blanca arena de la playa. Para secar o ahumar toneles de carne, ardieron hogueras noche y día en el patio. Se reunieron cestas de frutas y grandes cántaros de aceite y de vino y muchas armas. Las mujeres tenían la impresión que durante meses todos los herreros del reino habían estado forjando puntas de flecha de bronce, espadas de bronce o de hierro y armas de todas clases.

Docenas de los mejores guerreros de Príamo acompañarían a Paris, no para hacer la guerra sino en previsión de que encontraran piratas al cruzar el Egeo, tanto si se trataba del famoso saqueador Odiseo (que a veces acudía al palacio de Príamo a vender su botín, o tan sólo para pagar el tributo que se exigía a los barcos que cruzaban los estrechos rumbo al Norte) como de cualesquiera otros. Esta expedición, cargada de regalos para Agamenón y otros reyes aqueos, no sería saqueada; la misión, o al menos así lo dijo Príamo, consistiría en negociar un rescate honorable por Hesione.

Casandra observó cómo crecía la nave bajo las manos de sus constructores y deseó apasionadamente navegar en aquella embarcación con Paris y los demás.

Durante dos o tres días, mientras los guerreros se adiestraban en el patio, tomó una de las túnicas cortas de Paris y, enmascarada bajo un casco, se adiestró con ellos en el combate con espada y escudo. La mayoría de los guerreros creyó que quien peleaba era Paris. Como éste aparecía pocas veces en el campo de maniobras, tardó en ser descubierta. Aunque sabía que aquello sólo era una simulación, disfrutó inmensamente y, durante un tiempo considerable, la destreza de sus largos miembros y su fuerza muscular mantuvieron oculta su identidad.

Pero un día combatió contra un amigo de Héctor y fue derribada. El propio Héctor lo presenció y le quitó el casco. Luego, airado, le arrebató la espada de la mano.

—Ahora vete dentro, Casandra, y ocúpate de hilar y de tejer —bramó—. Hay trabajo suficiente para ti en las tareas femeninas. Si vuelvo a sorprenderte disfrazada aquí, te destrozaré con mis propias manos.

—¡Déjala en paz! —gritó Andrómaca, que había observado la escena desde un banquillo.

Estaba confeccionando un rojo cojín para el carro de Héctor y remataba el bordado de oro. Su esposo se volvió hacia ella, enojado.

—¿Sabías que ella estaba aquí, Andrómaca?

—¿Y qué importa que lo supiera o no? —inquirió Andrómaca, con rebeldía— ¡Mi propia madre y también la tuya combatieron como guerreras!

—No es conveniente que mi hermana, o mi esposa, estén en el exterior, a la vista de los soldados —dijo Héctor, malhumorado—. Ve dentro y atiende a tus propios asuntos; y no más confabulaciones con esta maldita marimacho.

—¿Crees que también a mí puedes golpearme? —preguntó Andrómaca con petulancia—. ¡Pues ya sabes lo que conseguirás si lo intentas!

Casandra advirtió atónita el rubor que asomaba en el turbado rostro de su hermano.

El viento fresco agitaba en torno de la cara de Andrómaca sus negros cabellos. Vestía una túnica suelta casi del mismo color que el de su traje nupcial y estaba muy bella. Héctor respondió por fin, en tono tan bajo que Casandra supo que no deseaba que nadie más que su mujer lo oyera, ni siquiera su propia hermana:

—Pudiera ser, esposa. Pero me parece más conveniente que te dirijas al recinto de las mujeres y que te ocupes de tu telar: es mucho el trabajo que te aguarda. Y prefiero que allá estés a que vengas hasta aquí y acabes por imitar a Casandra. Si mis palabras hacen que te sientas mejor, te prometo que no te pegaré esta vez.

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