Read La búsqueda del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
—Y consume a los hombres también, puedo asegurarlo —añadió Lytol, y volvió a sentarse, decepcionado.
—No más que los fuegos de señales —le dijo Fandarel plácidamente—. Si pudiera lograrse que todos los Fuertes y Weyrs cooperasen y trabajasen unidos. Lo hicimos ya una vez —y el Herrero hizo una pausa para mirar significativamente a F'lar—, cuando Benden lo pidió
El rostro de Lytol se iluminó; agarró apremiantemente a F'lar del brazo.
—Los Señores de los Fuertes te escucharían, F'lar de Benden, porque confían en ti.
—F'lar no podría acercarse a otros Señores sin enemistarse con los caudillos de los Weyrs —objetó Lessa, aunque en sus ojos brillaba también la esperanza.
—Lo que los otros caudillos de los Weyrs no sepan... —sugirió Robinton astutamente, encariñándose con la idea—. Vamos, F'lar. Este no es el momento de aferrarse a unos principios que se han revelado insostenibles. Mira más allá de las filiaciones, hombre. Lo hiciste antes y triunfamos. Piensa en Pern, en todo Pern, y no en un Weyr —apuntó un dedo largo y encallecido hacia F'lar—, en un Fuerte —señaló a Lytol—, o en un Artesanado —y volvió el dedo hacia Fandarel—. Cuando unimos nuestros esfuerzos hace siete Revoluciones, logramos salir de una situación muy difícil.
—Y yo planté la simiente de ésta —dijo Lessa con una risa amarga.
Antes de que F'lar pudiera hablar, Robinton apuntó con su dedo a Lessa.
—Las personas tontas pierden el tiempo asignando o asumiendo culpas, Lessa. Viajaste hacia el pasado y trajiste a los Antiguos a nuestra época. Para salvar a Pern. Ahora tenemos un problema distinto. Tú no eres tonta. F'lar, y tú, y todos nosotros, tenemos que encontrar otras soluciones. Por ejemplo, esa boda tan oportuna en el Fuerte de Telgar. Asistirán a ella numerosos Señores y Maestros Artesanos haciendo honor a Lemos y a Telgar. Todos estamos invitados. Hagamos un buen uso de esa ocasión social, mi Dama Lessa, mi Señor F'lar, inclinándoles a todos ellos hacia el modo de pensar de Benden. Hagamos que el Weyr de Benden sea un modelo... y todos los otros Fuertes y Artesanados seguirán a los que pertenecen a la jurisdicción de Benden...
Se reclinó hacia atrás súbitamente, con una sonrisa de anticipado placer.
F'lar murmuró:
—El desafecto es aparentemente universal. Necesitaremos algo más que palabras y ejemplo para cambiar mentalidades.
—Los Artesanados te apoyarán, caudillo del Weyr –dijo Fandarel—. Hasta el último Taller. Tú respaldaste a Bendarek. F'nor defendió a Terry, y contra unos dragoneros porque estaban obrando mal... A propósito, ¿se ha restablecido ya F'nor? —preguntó el Herrero, volviéndose hacia Lessa.
—Le esperamos dentro de una semana.
—Ahora le necesitamos —dijo Robinton—. Será muy útil en el Fuerte de Telgar, los plebeyos le consideran un héroe. ¿Qué dices, F'lar? Estamos de nuevo a tus órdenes.
Todos se volvieron hacia él, y Lessa deslizó una mano hasta la rodilla de F'lar, con una ávida expresión en los ojos. Esto era lo que ella deseaba, desde luego: que F'lar asumiera la responsabilidad. Y era lo que él sabía que tenía que hacer, terminando la tarea que, lleno de esperanza, había dejado en manos de aquellos a los que consideraba más capacitados que él para proteger Pern.
—Acerca de esa escritura a distancia tuya, Fandarel, ¿podrías instalar uno de esos instrumentos en el Fuerte de Telgar antes de la boda?
Robinton profirió un ¡hurra! que resonó a través de la cámara, haciendo que Ramoth gruñera desde la Sala de Eclosión. El Herrero exhibió sus manchados dientes y cerró sus enormes puños sobre la mesa como si se dispusiera a aplastar a una imaginaria oposición. El tic en la mejilla de Lytol dio un salto espasmódico y se paró.
—¡Maravillosa idea! —exclamó Robinton—. La esperanza es un gran estímulo. Demos a los Señores un medio seguro para mantenerse en contacto y habremos asestado un buen golpe a la política de aislamiento de los Weyrs.
—¿Puedes hacerlo, Fandarel? —le preguntó F'lar al Herrero.
—Podría tender alambre hasta Telgar. Sí, podría hacerlo.
—¿En qué consiste esa escritura a distancia? No lo entiendo.
Fandarel inclinó su cabeza hacia el Maestro Arpista
—Gracias a Robinton, tenemos un código que nos permite enviar largos y complicados mensajes. Hay que adiestrar a un hombre para que lo entienda, para enviarlo y recibirlo. Si pudieras dedicarme una hora de tu tiempo...
—Puedo dedicarte todo el tiempo necesario, Fandarel —le aseguró F'lar.
—Vayamos mañana. No hay nada que pueda caer aquí mañana —apremió Lessa, excitada.
—Bien. Prepararé una demostración. Pondré más hombres a trabajar en el alambre.
—Yo hablaré con Sangel, Señor del Boll Meridional, y con Groghe, Señor del Fuerte de Fort —dijo Lytol—. Discretamente, desde luego, aunque ellos saben que Ruatha no es una favorita del Weyr precisamente.—Se puso en pie—. He sido dragonero, y artesano, y ahora gobierno un Fuerte. Pero las Hebras no establecen ninguna distinción. Destruyen todo lo que tocan.
—Sí, debemos recordarle eso a todo el mundo —dijo Robinton con una ominosa mueca.
—Desde luego, me mostraré de acuerdo con todo lo que T'ron me ordene que haga, ahora que tengo esperanzas de una pronta liberación. —Lytol se, inclinó ante Lessa—. Mis respetos, mi Dama. Recogeré al Señor Jaxom y suplicaré el favor de un vuelo de regreso.
—Te has perdido tu almuerzo, acompáñanos en nuestra cena.
Lytol agitó la cabeza con aire apesadumbrado.
—Hay mucho que poner en movimiento.
—En beneficio de los pobres dragones, yo cabalgaré con Lytol y Jaxom —dijo Robinton, bebiéndose apresuradamente el vino que quedaba en su copa—. Así quedarán dos animales para compartir el peso de Fandarel.
Fandarel se irguió, con una tolerante sonrisa en los labios, empequeñeciendo con su gigantesca mole al Arpista, que no era precisamente un hombre de baja estatura.
—Simpatizo con los dragones —dijo el Herrero—, obligados a soportar la envidia de animales frágiles y pequeños.
Sin embargo, ninguno de ellos se marchó, porque ni Jaxom ni Felessan pudieron ser localizados. Una de las mujeres de Manora recordaba haberles visto hurtando unas raíces, y pensó que habían ido a reunirse con los muchachos que jugaban junto a la balsa. Al ser interrogados, uno de los chiquillos, Gandidan, admitió que les habla visto dirigirse hacia los pasadizos interiores.
—Gandidan —dijo Manora severamente—, ¿has estado incitando de nuevo a Felessan acerca de la grieta? —El muchacho inclinó la cabeza... y sus compañeros le imitaron—. Hmmmm —gruñó Manora, girándose hacia los preocupados padres—. He vuelto a echar de menos lámparas usadas, F'lar, de modo que imagino que se han repetido las excursiones para contemplar los huevos.
—¿Qué? —exclamó Lessa, tan sobresaltada como los muchachos, que se habían convertido en estatuas de sal.
Antes de que Lessa pudiera reprenderles, F'lar rió abiertamente.
—Entonces, allí es donde están.
—¿Dónde?
Los chiquillos se apretujaron unos contra otros, aterrorizados por la frialdad de la voz de Lessa, a pesar de que la pregunta le había sido formulada al caudillo del Weyr.
—En el pasadizo que hay detrás de la Sala de Eclosión. Oh, no te lo tomes así, Lessa. Eso forma parte de la infancia en un Weyr, ¿no es cierto, Lytol? Yo también lo hacía cuando tenía la edad de Felessan.
—¿Estabas enterada de esas excursiones, Manora? —inquirió Lessa en tono imperativo, ignorando a F'lar.
—Desde luego, Dama del Weyr —respondió Manora, sin dejarse intimidar—. Y procuro controlarlas para asegurarme de que regresan todos los chiquillos. ¿Cuánto tiempo hace que se dirigieron hacia allí, Gandidan? ¿Jugaron antes con vosotros?
—No me extraña que Ramoth se haya mostrado tan inquieta; lo raro es que no me haya comunicado los motivos de su inquietud... ¿Cómo has podido permitir semejantes actividades ?
—Vamos, Lessa —dijo F'lar, contemporizador—. Es una cuestión de orgullo adolescente —y F'lar convirtió su voz en un susurro y dio a sus ojos una expresión dramática—: no achicarse ante el reto de pasadizos oscuros y polvorientos, portando lámparas moribundas y parpadeantes. ¿Durarán las lámparas lo suficiente para permitirnos llegar a la grieta y regresar? ¿O nos perderemos para siempre en las negruras del Weyr?
El Arpista estaba sonriendo, los muchachos asombrados y boquiabiertos. Sin embargo, Lessa continuó enfurruñada.
—¿Cuánto tiempo hace, Gandidan? —repitió Manora, obligando al muchacho a levantar la cabeza. Al ver que parecía incapaz de hablar, miró las asustadas expresiones de sus compañeros—. Creo que será mejor que echemos una mirada. Resulta fácil equivocarse de pasadizo llevando unas lámparas tan gastadas.
No faltaron ojeadores, y F'lar los dividió rápidamente en grupos para explorar cada uno de los ramales de pasadizo. Resonaron ecos en vestíbulos que habían permanecido silenciosos durante centenares de Revoluciones. Pero no transcurrió mucho tiempo antes de que F'lar y Lytol condujeran su grupo hacia la luz orientadora. Cuando vieron las dos figuras tendidas sobre la mancha de luz, F'lar envió recado a los demás.
—¿Qué es lo que tienen? —preguntó Lytol, sosteniendo a su pupilo contra él y buscando ansiosamente su pulso—. ¿Sangre? —Levantó unos dedos manchados, pálido como un muerto, y con el tic de su mejilla más visible que nunca.
Vaya, pensó F'lar, el corazón de Lytol se había descongelado un poco. Lessa estaba equivocada al creer que Lytol era demasiado rudo para cuidar del muchacho. Jaxom era un muchacho sensible y los niños necesitaban afecto, pero hay muchas maneras de expresar el cariño.
F'lar hizo un gesto pidiendo más lámparas. Levantó la polvorienta camisa del muchacho, dejando al descubierto los arañazos horizontales.
—Creo que son simples rasguños —dijo—. Probablemente tropezó contra la pared en la oscuridad. Aplicadle un poco de ungüento de adormidera. No pongas esa cara, Lytol. El pulso es fuerte.
—Pero no está dormido. Y no despierta. —Lytol sacudió la inerte figura, suavemente al principio, luego con más insistencia.
—Felessan no tiene ninguna señal —dijo el caudillo del Weyr, haciendo girar a su hijo entre sus brazos.
Manora y Lessa llegaron corriendo, levantando nubes de polvo a pesar de la advertencia de F'lar. Pero Manora les tranquilizó asegurándoles que los muchachos estaban perfectamente, y encargó a los dos hombres que los transportaran al Weyr con mucho cuidado. Luego, Manora se volvió hacia la multitud de curiosos que se habían reunido en el pasadizo.
—Esto está resuelto. Todo el mundo a sus puestos. La cena está a punto, mi Dama, mis Señores. No arrastres los pies, Silon. Ya hemos levantado bastante polvo. —Miró al caudillo del Weyr y al Maestro Herrero, que avanzaban hacia la misteriosa puerta. Lessa y Lytol les siguieron.
Las enérgicas instrucciones de Manora despejaron rápidamente el pasadizo, en el que sólo quedaron los cinco.
—La luz no procede de lámparas —anunció el Maestro Herrero mientras se asomaba cautelosamente a la estancia. Y, por la lisura de las paredes, esto forma parte del Weyr original. —Miró a F'lar con el ceño fruncido—. ¿Sabías que existían estas habitaciones? —era casi una acusación.
—Circulaban rumores, desde luego —dijo F'lar, pasando al interior—, pero no creo haber llegado nunca tan lejos en estos pasadizos cuando era un muchacho. ¿Lo hiciste tú, Lytol?
El Gobernador de Ruatha respondió con un bufido de irritación, pero ahora que sabía que Jaxom estaba bien, no pudo resistir a la tentación de echar una ojeada.
—Tal vez deberías permitirle merodear por Ruatha si es capaz de descubrir habitaciones del tesoro como ésta —sugirió Robinton socarronamente—. Y, por el Huevo, ¿qué puede representar esto? Lessa, tú eres nuestra experta en tapices. ¿Qué opinas? —señaló un dibujo en la pared, compuesto de varillas y esferas variopintas, interconectadas fantásticamente, que se extendía en varias columnas como si fueran escalerillas desde el suelo hasta el techo.
—Yo no lo llamaría artístico, pero los colores son preciosos —dijo Lessa, examinando atentamente la pared. Toco una parte con un dedo—. Vaya, el color se aplicó en caliente a la pared. ¡Y mirad esto! A alguien no le gustó, aunque no creo que su corrección mejore la cosa. Es más un garabato que un dibujo. Y ni siquiera tiene el mismo colorido.
Fandarel examinó a su vez el dibujo, con la nariz casi pegada a la pared.
—Raro. Muy raro. —Luego avanzó hacia las otras maravillas, acariciando reverentemente con sus enormes manos los mostradores metálicos, las estanterías colgantes. Su expresión era tan embelesada que Lessa tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa—. Simplemente asombroso. Creo que el tablero de este mostrador fue formado en una sola lámina. —Dejó oír una risa apagada—. Si se hizo, puede hacerse. Tengo que pensar en ello.
F'lar estaba más interesado en el garabato—dibujo. Había en él algo intrigantemente familiar.
—Lessa, juraría que he visto una tontería como esa en algún otro lugar.
—Pero nosotros no hemos estado nunca aquí. Nadie ha estado aquí.
—Ya lo tengo. Es como el dibujo en aquella plancha de metal que F'nor encontró en el Weyr de Fort. La que mencionaba los lagartos de fuego. Mira, esta palabra —su dedo recorrió las líneas que para unos ojos más antiguos serían el vocablo «eureka»— es la misma. Me atrevería a jurarlo. Y es obvio que fue añadida después del resto de este cuadro.
—Si quieres llamarlo un cuadro... —dijo Lessa en tono dubitativo—. Pero creo que estás en lo cierto. Sin embargo, ¿por qué motivo rodearían esta parte de la escalerilla, y aquella de allí arriba, con esta clase de garabato?
—Hay muchas incógnitas, demasiadas, en esta habitación —murmuró Fandarel.
Abrió la puerta de un armario, luchando brevemente con el cierre magnético, y luego lo abrió y cerró varias veces, sonriéndose a sí mismo de placer ante la eficacia de aquel sistema. De pronto vio el extraño objeto en el estante del fondo.
Su expresión se hizo todavía más extática mientras lo sacaba al exterior.
—Ten cuidado. Puede salir volando —dijo Robinton, sonriendo ante la actitud del Herrero.
Aunque el aparato era tan largo como el brazo de un hombre, las grandes manos del Herrero parecieron envolverlo mientras sus dedos exploraban su exterior.
—Y podían enrollar metal sin que se viera la costura... Hmmmm. Está revestido —Fandarel alzó la mirada hacia F'lar— de la misma sustancia utilizada en los grandes calderos. ¿Una capa protectora? ¿De qué? —Volvió a examinar el aparato, miró por la parte superior—. Ah, cristal. Excelente cristal. ¿Algo para mirar a través de ello? —Hizo girar el cristal azogado que estaba encajado debajo de un pequeño anaquel en la base del inslrumento. Acercó un ojo a la abertura de la parte superior del tubo—. No se ve absolutamente nada. —Se irguió, fruncidas las cejas. Un rumor sordo y prolongado surgió de él, como si se hicieran audibles los engranajes de su máquina de pensar—. Hay un diagrama en muy mal estado que Wansor me enseñó no hace mucho tiempo. Un aparato —y sus dedos reposaron ligeramente sobre las ruedecillas situadas a lo largo del tubo— que aumenta centenares de veces el tamaño de los objetos. Pero se tarda tanto en construir lentes, espejos bruñidos... Hmmmm —Se inclinó de nuevo, y con dedos sumamente cuidadosos hizo girar algunas de las ruedecillas. Miró rápidamente el espejo, lo frotó con un dedo manchado y volvió a mirarlo, primero directamente y luego a través del tubo—. Fascinante. Puedo ver todas las impurezas en el cristal. —Había olvidado por completo que todo el mundo le estaba mirando, que todos estaban pendientes del menor de sus gestos. Arrancó un cabello recio y corto de su cabeza y lo introdujo en el extremo inferior del tubo, encima del espejo, a través de una pequeña abertura. Otro cuidadoso ajuste y Fandarel aulló de alegría—. ¡Mirad! ¡Mirad! No es más que mi cabello. Pero mirad el tamaño que tiene ahora. Veo motas de polvo como piedras, veo las escamas, veo las grietas...