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Authors: Daniel Montero Bejerano

La Casta (11 page)

BOOK: La Casta
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—Presidente —saludó el empresario.

—Feliz Navidad, amiguito del alma —contestó Camps.

—Oye… Te sigo queriendo mucho.

—Y yo también… Tenía que haberte llamado. Te quería haber llamado para contarte todo, cómo fue, para decirte que tienes un amigo maravilloso, Romero, que es un tipo excepcional, ¿eh?

—Vale, me alegro, pero me han ido informando puntualmente de todo.

—Ya, ya lo sé. Pero sobre todo para decirte que te quiero un huevo —continuó Camps.

—Bueno. Que contarás durante muchos años con mi lealtad, ¿vale?

—Perdona, ¿durante muchos años? No, hijo de puta, durante toda tu vida.

—Por eso, tío, que espero que sean muchos.

—Ya, bueno. Pero no tienes que decir durante muchos años, porque eso tiene un límite, una caducidad… Durante toda tu vida…

—No, llevas razón, siempre me tienes que… ¿Ves? Es la ventaja de estar siempre delante de un micro.

—Exacto —contesta Camps mientras el empresario le sigue adulando.

—Tu caudal de palabra, tu facilidad de palabra… Te quiero mucho a ti y a tu familia, ¿vale?

Tras el día de Reyes, hubo otra llamada según el diario. Los regalos ya estaban en casa. Eran las 22.38 del día 7 de enero:

—¿Has leído mi tarjetón? —pregunta El Bigotes al tiempo que se corta la comunicación.

—Muchísimas gracias. ¿Eh? —contesta Francisco Camps.

—Bueno. Escucha, tú… ¿Has leído mi tarjetón?

—Sí, sí, sí.

—Bueno, pues fíjate, fíjate si te debo.

—No, no, nada —rechaza Camps.

—Sí, sí, sí.

—Bueno, yo quiero que nos veamos con tranquilidad para hablar de lo nuestro, que es muy bonito —agradece el presidente.

—Cuando tú quieras, y te dejen y puedas…

—Un abrazo muy fuerte, te paso con Isa. —En ese momento el presidente de la Generalitat pone al teléfono a una mujer que los policías identifican de forma indiciaria como la esposa de Camps, Isabel Bas.

—Álvaro.

—Hola —contesta El Bigotes.

—Con el mío te has pasado veinte pueblos.

—¿Qué dices?

—Que sí.

—Si es un… Si es un detallito. Hazme caso.

—Un detallito, ja, ja ja.

—Qué dices…

—Bueno, no. Eso lo tenemos que hablar —mantiene la mujer de Camps.

—Bueno, vale, va. Lo hablamos cuando tú quieras.

—Detenidamente… No, en serio.

—Vale, vale. Escucha: ¿le ha gustado a Isabel el suyo?

—Bueno, de eso también tenemos que hablar. Es que le está pequeño.

—¿Le está pequeño?

—Es que es tamaño de niña pequeña, y mi…

—Yo es que pensaba que sería una muñequita como la tuya —prosigue el empresario, en lo que parece ser una referencia a la talla de una pulsera.

—Mi niña, no…

—Ah, claro. Yo es que he pensado en la muñeca de una chica muy joven, como tú.

—Claro, claro, ja, ja, ja. Yo no me la he probado —contesta la mujer de Camps mientras el empresario vuelve a la carga.

—No te preocupes, que eso lo arreglamos. Pero ¿le ha gustado la medallita?

—Sí, le ha gustado, le ha encantado.

—Vale, me alegro. Vale, vale. Pues entonces no te preocupes, que yo mañana…

—Y ahora hablamos, porque es que es muy fuerte. No en serio…

—¿Quién está fuerte?

—No en serio, no me lo voy a quedar.

Según reza la grabación, el regalo con el que el empresario agasaja a la esposa de Camps era tan opulento que Isabel Bas —que regenta una farmacia en el centro de Valencia— se ve en la necesidad de devolverlo. El presidente de la Generalitat aseguró ante el Tribunal Superior de Justicia de Valencia que los hombres de Correa enviaron una pulsera y un reloj para su mujer y otra joya para su hija, pero que todos los obsequios fueron devueltos a Álvaro Pérez tras las Navidades.

El 7 de julio de 2009 el vicepresidente de la Generalitat, vicente Rambla, defendió la inocencia de su compañero de partido y máximo responsable de la institución. Y aseguró ante los periodistas que, si la justicia tuviera que penar los regalos a políticos, los juzgados estarían literalmente llenos de cargos electos. Las manifestaciones de Rambla seguían la línea marcada dos días después por la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, quien recordó en los micrófonos de Radio Nacional que «muchos políticos reciben regalos».

La necesidad de proteger a un igual rompió el velo de silencio que impone la clase política cuando se habla de sobresueldos en especie. El espíritu de supervivencia de las distintas facciones —unidas más por intereses comunes que por tendencia ideológica— está por encima de todo. En contadas ocasiones cunde el pánico entre los políticos y se produce una estampida mediática al grito de «sálvese quien pueda». Ésta fue una de esas veces.

La voluntad de defender o al menos minimizar el daño hecho a la imagen de Camps llevó a los responsables del PP a reconocer de forma velada lo que era un secreto a voces: el continuo goteo de jamones, botellas de vino, viajes, libros, pequeñas joyas, plumas, prendas de vestir o caprichos tecnológicos varios que recalaban sin control en sus bolsillos. Lo que era evidente se volvió palpable y no sólo pagado por el bolsillo de los grupos de presión y los empresarios supuestamente bienintencionados. Muchas otras veces el saldo de la factura es abonado por el contribuyente.

Cámaras, relojes Rolex y cestas de Navidad

Entraba despacio la noche cuando el suelo comenzó a temblar en la localidad italiana de L’Aquila. Era primavera. Exactamente el 6 de abril de 2009, y lo que comenzó como un zumbido terminó siendo el peor terremoto de Europa en los últimos mil años. El seísmo, que alcanzó los 6,7 grados de intensidad en la escala de Richter, dejó 294 víctimas mortales y a 50.000 personas con su vivienda en ruinas.

Tres meses después, la ciudad permanece casi desierta. Las casas siguen vacías, las calles repletas de cascotes, y sólo el ruido de algunos coches rompe la monotonía del silencio. Allí, con los restos de la tragedia como testigos mudos, se reunieron el 8 de julio los principales líderes mundiales. Cada año los gobernantes de los ocho países más importantes —Estados Unidos, Rusia, Alemania, Canadá, Francia, Japón, Reino Unido e Italia— se reúnen en alguna parte del mundo para debatir sobre los designios del planeta. Esta vez Italia era el país anfitrión, así que su primer ministro, Silvio Berlusconi, decidió celebrar el encuentro en la ciudad devastada por el terremoto.

Allí, entre las protestas y la indignación de cuarenta mil personas que todavía duermen en tiendas de campaña a la espera de la reconstrucción de sus casas, el mandatario regaló a los ocho jefes de Estado de los países más industrializados del mundo un libro sobre el escultor Antonio Canova, con la cubierta realizada en mármol de Carrara, de veinticinco kilos de peso. La tirada total —comprada al completo por Berlusconi para sus regalos protocolarios— fue de diez ejemplares. Diez libros únicos hechos a mano por la Fundación Marinela Ferrari, en la que trabajaron veintitrés artesanos canteros de la región italiana de Bolonia. Los medios italianos cifraron el precio de cada ejemplar en 100.000 euros. En total, el gobierno italiano gastó un millón de euros para quedar bien con el resto de los mandatarios mundiales mientras miles de personas aguardaban a escasos kilómetros con la frustrada esperanza de que del encuentro saliera un compromiso formal de reconstruir la zona. De hecho, la mayoría del dinero invertido en la ciudad se gastó en reparar la carretera que une el aeropuerto con la zona del congreso y en habilitar medidas de seguridad para evitar el acceso de las personas que todavía residen en L’Aquila a la «zona roja», nombre en clave para designar el perímetro de máxima seguridad donde se reúnen los mandatarios mundiales en cada cumbre.

El regalo de Berlusconi es un ejemplo extremo de los constantes desembolsos que las distintas administraciones, cámaras e instituciones públicas realizan para comprar regalos protocolarios y complacer a otros políticos. Los miembros de la Casta se alimentan entre ellos.

Las delegaciones extranjeras son agasajadas continuamente con presentes en sus visitas internacionales. Hasta el punto de que algunos países se han convertido en auténticas bicocas, destinos preferentes para el turismo de interés.

La tradicional hospitalidad con los visitantes se ha unido en la península arábiga al dinero de los petrodólares, lo que hace algunos viajes diplomáticos más que rentables. Como ejemplo, la jefa de la diplomacia estadounidense durante la presidencia de George W. Bush, Condoleezza Rice, recibió el pasado año joyas valoradas en más de 360.000 euros tras sus visitas protocolarias a la zona.

La secretaria de Estado tomó de manos de los monarcas de Jordania y Arabia Saudí dos anillos con gemas incrustadas. Además, el rey jordano Abdalá II entregó en otra ocasión a la delegada norteamericana un conjunto formado por un collar de esmeraldas y diamantes, acompañado de un anillo, un brazalete y unos pendientes que costaban 147.000 euros, según un listado elaborado anualmente por el Departamento de Estado. El rey de Arabia Saudí no se quedó atrás y obsequió a Rice con un collar de rubíes y diamantes, unos pendientes y un brazalete a juego. Todo el conjunto costaba 165.000 dólares.

La administración de Estados Unidos lleva un riguroso registro de todos los obsequios protocolarios que reciben sus mandatarios, ya que todos, sin excepción, pasan directamente a titularidad pública. Allí no hay dilemas: si un político recibe un regalo y no lo entrega al Estado, está cometiendo un delito. En España no hay legislación alguna que regule los regalos protocolarios. Los embajadores, diputados, senadores o miembros del Gobierno pueden recibir cualquier cosa de manos de sus anfitriones —en casa o en el extranjero— y quedársela si les place. Sin más explicaciones. Desde la Presidencia del Gobierno explican que, como tradición no escrita, los inquilinos del palacio de La Moncloa suelen donar sus regalos protocolarios al Patrimonio del Estado cuando termina su mandato.

Una vez más es imposible conocer en España el dinero que se gasta en este tipo de obsequios, ya que cada ayuntamiento, diputación y organismo gestiona sus partidas por separado. Sin embargo, una simple cuenta sirve para tomar conciencia. Sólo en Navidad, once mil senadores, diputados provinciales y autonómicos, alcaldes y miembros de la cámara baja reciben un obsequio procedente de la institución en la que ocupan su cargo. Los regalos suelen incluir desde las cestas de Navidad con jamones o embutido hasta los productos de alta tecnología. Con unos 200 euros de media, el coste total de estos regalos asciende cada año a 2,2 millones de euros. La cifra dobla, por ejemplo, el presupuesto de un año para la inversión en carreteras de la provincia de Ávila. Y eso siendo muy benévolos en los cálculos. Otro ejemplo: Presidencia del Gobierno ha reservado en 2009 más de 500.000 euros sólo para atenciones protocolarias.

En 2006 la cámara autonómica de la Comunidad Valenciana, que recibe el nombre de Les Corts, regaló a cada uno de sus noventa y nueve diputados una agenda electrónica cuyo precio ronda en el mercado los 250 euros. En los dos años anteriores, sus señorías recibieron como obsequio navideño una videocámara y una televisión de plasma de diecisiete pulgadas, dos chucherías tecnológicas que nada tienen que ver con su labor parlamentaria. En 2003 los miembros de Les Corts se hicieron además un regalo al comienzo de la legislatura tras las elecciones autonómicas. Cada diputado se llevó un bolígrafo de la marca Montblanc valorado en 240 euros, con sus iniciales grabadas.

El año que Les Corts regaló a sus miembros de la Casta la televisión de plasma (2005), el presidente de la cámara, el popular Julio de España, tuvo la gentileza de enviar el obsequio al domicilio de cada cargo electo. Así evitó a los políticos valencianos el incordio —y la polémica imagen— de aparecer en público con el abultado embalaje debajo del brazo, ya que los regalos se suelen entregar en una cena protocolaria. Tras días de reproches, sólo los diputados Javier Tomás Puchol, del Grupo Mixto, y Carles Arnal, de L’Entesa, devolvieron el tecnológico regalo al entender que estaba fuera de lugar. Sólo dos de casi cien parlamentarios lo hicieron.

En la Diputación Foral de Vizcaya la tradición dicta que, además de los obsequios navideños u otros galardones, los diputados tienen derecho a recibir un reloj Rolex de alto valor cuando abandonan su escaño. De hecho, la ceremonia se ha dado con cada cese y en cada legislatura desde el nacimiento de la cámara en 1979. Desde entonces el hemiciclo se ha renovado en cinco ocasiones. Y cinco veces han sido agasajados los miembros salientes con el preciado obsequio. En 2007 los tres junteros que abandonaron su escaño, Eusebio Melero, Julio Artetxe y Ricardo Barainka, recibieron, como manda la tradición, un reloj valorado en 2.500 euros. Tras la polémica suscitada, la costumbre se rompió en las elecciones de 2008, donde el presupuesto de las Juntas Generales no contemplaba ya esa partida.

En enero de 2003 el exceso en lo relativo a los regalos navideños llegó también al Parlamento de Cantabria, y los treinta y nueve diputados de la cámara autonómica tuvieron que devolver, ante las críticas del electorado, las cámaras de fotos digitales que la institución les regaló en vísperas de Navidad. En años anteriores los diputados recibieron también con dinero público agendas electrónicas, estilográficas, relojes y hasta ordenadores personales. Una lluvia de protestas caló hasta los huesos al presidente de la Asamblea, el regionalista Rafael de la Sierra, que llamó de inmediato a los portavoces de los grupos presentes en el hemiciclo. Todos habían aprobado por unanimidad el regalo, que costaba 198 euros, pero había que enmendar el error. Sobre la mesa quedaron dos opciones: los diputados podían devolver el regalo o asumir de su bolsillo el coste de la cámara. Ni uno solo de los treinta y nueve cargos electos soltó un solo céntimo de su bolsillo para quedarse con aquello. Todos, sin excepción, prefirieron devolver el regalo al proveedor, pese a haberlo utilizado, antes de abonarlo de sus propios ingresos.

Regalos en especie: financiación ilegal de partidos

Una cuesta pronunciada lleva a la sede de la Comisaría Central de la Policía Judicial, situada en el barrio madrileño de Canillas. A la derecha, una fila vacía de aparcamientos hace que la calle parezca extrañamente ancha. Allí no se puede aparcar. Son cuestiones de seguridad. A la izquierda, un muro de hormigón se prolonga varios cientos de metros y rodea el perímetro, escrutado por sensores y cámaras de seguridad. Ni un solo cartel ensucia la fachada, sobre la cual se adivinan los edificios que componen el complejo.

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