—Ha cometido una brecha, Tyador Borlú. De forma violenta. Ha matado a un hombre. —Me volvió a mirar—. Ha disparado desde Ul Qoma hasta el interior de la mismísima Besźel. Así que se encuentra en la Brecha. —Entrelazó las manos. Los finos huesos se le movían debajo de la piel: igual que los míos—. Se llamaba Yorjavic. El hombre al que mató. ¿Se acuerda de él?
—Yo…
—Ya lo conocía.
—¿Cómo lo sabe?
—Nos lo dijo usted. Nosotros decidimos cómo ha de quedar inconsciente, cuánto tiempo, lo que ve y lo que dice mientras está allí, cuándo despierta. ¿De qué lo conocía?
Sacudí la cabeza, pero…
—De los Ciudadanos Auténticos —dije de repente—. Estaba allí cuando los interrogué.
El que había llamado a Gosz, el abogado. Uno de los tipos duros y chulitos de los nacionalistas.
—Fue soldado —dijo el hombre—. Seis años en las Fuerzas Aéreas de Besźel. Francotirador.
No me sorprendió. Fue un tiro increíble.
—¡Yolanda! —Levanté la mirada—. Jesús, Dhatt. ¿Qué ocurrió?
—El detective jefe Dhatt no podrá volver a mover el brazo derecho como antes, pero se está recuperando. Yolanda Rodríguez está muerta. —Me miró—. El disparo que dio a Dhatt iba destinado a ella. Fue el segundo disparo el que le voló la cabeza.
—Maldita sea. —Durante algunos momentos solo podía mirar al suelo—. ¿Lo sabe su familia?
—Sí.
—¿Alguien más resultó herido?
—No. Tyador Borlú, ha cometido una brecha.
—¡Él la mató! No sabe qué más ha…
El hombre se reclinó en su asiento. Yo ya había amagado con la cabeza un gesto de disculpa, de desesperanza, cuando él dijo:
—Yorjavic no ha cometido ninguna brecha, Borlú. Disparó por encima de la frontera, en la Cámara Conjuntiva. Nunca hizo una brecha. Puede que los abogados discutan: ¿se cometió el crimen en Besźel, donde apretó el gatillo, o en Ul Qoma, donde dieron las balas? ¿O quizá en ambas? —Extendió las manos con un grácil gesto de «¿a quién le importa?»—. Nunca cometió una brecha. Usted sí. Así que por eso está ahora aquí, dentro de la Brecha.
La comida llegó cuando se marcharon. Pan, carne, fruta, queso, agua. Cuando terminé de comer, empujé y tiré de la puerta, pero moverla era imposible. Toqué la pintura con la punta de los dedos, pero no era más que pintura desconchada o aquellos mensajes estaban escritos en un código más arcano del que yo era capaz de descifrar.
Yorjavic no era el primer hombre al que había disparado, ni siquiera el primero al que había matado, aunque tampoco había matado a muchos. Nunca antes había disparado a un hombre que no me estuviera apuntando. Me preparé para los temblores. El corazón se me iba a salir del pecho, pero era por el lugar en el que me encontraba, no por la culpa.
Estuve solo mucho tiempo. Caminé por la habitación de cuantas formas se me ocurrieron, miré la cámara escondida dentro de la media esfera. Me encaramé para volver a contemplar los tejados a través de la ventana. Cuando la puerta se volvió a abrir, la luz del crepúsculo se filtró por debajo de ella. Entró el mismo trío de antes.
—Yorjavic —dijo el hombre de más edad, de nuevo en besź—. Sí que cometió una brecha, en un sentido. Cuando usted le disparó necesariamente le obligó a cometerla. Las víctimas de una brecha siempre cometen una brecha a su vez. Interactuó mucho con Ul Qoma, así que sabemos bastante sobre él. Alguien le había dado instrucciones. No los Ciudadanos Auténticos. Así es como están las cosas —añadió—. Usted ha cometido una brecha, así que es nuestro.
—¿Qué va a pasar ahora?
—Lo que nosotros queramos. El que hace una brecha nos pertenece.
Podrían hacerme desaparecer sin ninguna dificultad. No se oían más que rumores de lo que eso significaba. Nadie había escuchado jamás el relato de alguien que hubiese sido apresado por la Brecha y, ¿cómo se diría?, que hubiera cumplido su condena. O esa gente era verdaderamente discreta o nunca liberaban a nadie.
—El hecho de que usted no vea la justicia de lo que hacemos no lo hace menos justo, Borlú. Piense en esto, si así lo quiere, como su juicio.
»Díganos lo que hizo y por qué, y podremos contemplar alguna acción. Tenemos una brecha que enmendar. Hay que llevar a cabo las investigaciones: podemos hablar con aquellos que no han cometido ninguna brecha, si es relevante y lo podemos demostrar. ¿Entendido? Hay sanciones más o menos severas. Tenemos su historial. Usted es policía.
¿Qué quería decir? ¿Eso nos convertía en colegas? No dije nada.
—¿Por qué hizo esto? Cuéntenoslo. Cuéntenos lo que sabe de Yolanda Rodríguez, y de Mahalia Geary.
No dije nada durante bastante tiempo, pero no tenía ningún plan.
—¿Saben eso? ¿Qué es lo que saben?
—Borlú.
—¿Qué hay ahí fuera? —Señalé hacia la puerta. Habían dejado una rendija abierta.
—Ya sabe dónde está. Lo que hay ahí fuera ya lo verá. En qué condiciones, depende de lo que haga y lo que nos diga ahora. Díganos cómo ha llegado aquí. Háblenos de esta conspiración de idiotas que vuelve a aparecer después de tanto tiempo. Borlú, háblenos de Orciny.
La luz sepia que venía del pasillo era todo lo que dejaban encendido para iluminarme, una cuña, una franja de resplandor insuficiente que dejaba a mi interrogador en la sombra. Tardé horas en contarle el caso. No falseé nada porque ellos ya tenían que estar al corriente de todo.
—¿Por qué hizo aquella brecha? —preguntó el hombre.
—No tenía intención de hacerlo. Quería ver adónde iba el hombre que había disparado.
—Entonces ya era una brecha. Él estaba en Besźel.
—Sí, pero ya lo sabe. Ya sabe que eso pasa todo el tiempo. Cuando sonrió, el aspecto que tenía, yo… Pensé en Mahalia y en Yolanda… —Me acerqué despacio a la puerta.
—¿Cómo sabía él que usted estaría allí?
—No lo sé —dije—. Es un nacionalista, y loco además, pero está claro que tiene contactos.
—¿Dónde encaja Orciny en todo esto?
Intercambiamos nuestras miradas.
—Le he contado todo lo que sé —dije.
Me llevé las manos a la cara y miré por encima de las puntas de los dedos. Daba la impresión de que el hombre y la mujer que esperaban en la puerta no estaban prestando atención. Corrí con todas mis fuerzas hacia allí, creyendo que no se daban cuenta. Uno de ellos, no sé cuál, me enganchó en el aire y me lanzó contra la pared al otro lado de la habitación. Alguien me golpeó, debió de ser la mujer, pues otro me tiraba de la cabeza y el hombre seguía apoyado en el quicio de la puerta. El hombre de mayor edad estaba sentado en la mesa, esperando.
La mujer estaba sentada a horcajadas sobre mi espalda y me tenía inmovilizado con algún tipo de llave alrededor del cuello.
—Borlú, está dentro la Brecha. Esta habitación es el lugar donde está teniendo lugar su juicio —dijo el hombre más viejo—. Y puede ser donde termine. Ahora está más allá de la ley; es aquí donde se toma la decisión, y la decisión somos nosotros. Una vez más. Díganos cómo este caso, esta gente, estos asesinos, se relacionan con la historia de Orciny.
Después de algunos instantes, le dijo a la mujer:
—¿Qué estás haciendo?
—No se está ahogando.
Estaba, hasta donde me permitía su inmovilización, riéndome.
—Esto no tiene nada que ver conmigo —dije al final, cuando pude hacerlo—. Dios mío. Están investigando sobre Orciny.
—No existe ninguna Orciny —dijo el hombre.
—Eso me dicen todos. Y aun así siguen pasando cosas, la gente sigue desapareciendo o muriendo, y siempre sale esa palabra, una y otra vez, Orciny.
La mujer me dejó libre. Me senté en el suelo y sacudí la cabeza por todo aquello.
—¿Sabe por qué ella nunca acudió a ustedes? —pregunté—. Yolanda pensaba que ustedes eran Orciny. Si le decías: «¿Cómo podría existir un lugar entre la ciudad y la ciudad?» te respondía: «¿Crees en la Brecha? ¿Dónde se supone que está?». Pero estaba equivocada, ¿verdad? Ustedes no son Orciny.
—Orciny no existe.
—Entonces ¿por qué me preguntan todo esto? ¿De qué he estado huyendo estos días? He visto a Orciny, o a algo que se le parecía mucho, disparar a mi compañero. Ya saben que sí, que he cometido una brecha: ¿por qué les importa todo lo demás? ¿Por qué no me castigan?
—Como decimos…
—¿Qué? ¿Es por piedad? ¿Justicia? Por favor… Si hay algo más entre Besźel y Ul Qoma, ¿dónde les deja todo eso? Están buscando algo. Porque ha vuelto de repente. No saben dónde está Orciny, o qué está pasando. Tienen… —
Al diablo
—. Tienen miedo.
La mujer y el hombre más joven se marcharon y regresaron con un viejo proyector y un cable que arrastraban por todo el pasillo. Lo manipularon, este emitió un zumbido e hizo que la pared se convirtiera en una pantalla. Proyectó escenas de un interrogatorio. Sentado aún en el suelo, me eché hacia un lado para ver mejor.
El sujeto al que estaban interrogando era Bowden. Un chasquido de estática y empezó a hablar en ilitano, vi que los que le interrogaban eran de la
militsya
.
—… no sé qué ha pasado. Sí, ¡sí!, me escondía porque alguien iba a por mí. Alguien estaba intentando matarme. Y cuando supe que Borlú y Dhatt iban a salir, no sabía si podía confiar en ellos, pero pensé que quizá pudieran sacarme también a mí.
—¿… una pistola?
La voz del interrogador sonaba muy apagada.
—Porque alguien estaba intentando matarme, por eso. Sí, tenía una pistola. Se puede conseguir una en cualquier esquina del este de Ul Qoma, como ya saben. Llevo años viviendo aquí, ¿no?
(Algo).
—No.
—¿Por qué no?
Eso sí se oyó.
—Porque no existe Orciny —dijo Bowden.
(Algo).
—Bueno, me importa un carajo lo que piensen, o lo que pensara Mahalia, o lo que dijera Yolanda, o lo que esté insinuando Dhatt, y no tengo ni idea de quién me llamó. Pero ¡ese lugar no existe!
Después de un fuerte crujido del afligido audio-vídeo, apareció Aikam. No hacía más que llorar y llorar. Le hacían preguntas, pero él las ignoraba y seguía llorando.
La imagen cambió y apareció Dhatt en el lugar de Aikam. No llevaba puesto el uniforme y tenía el brazo en cabestrillo.
—¡No tengo ni puta idea! —gritó—. Preguntádselo a Borlú, que parece saber mejor que yo qué coño está pasando. ¿Orciny? No, no lo sé, joder, porque no soy un niño, pero la cosa es que aunque resulta obvio que Orciny no es más que una puta gilipollez, está pasando algo, la gente sigue consiguiendo información que no deberían poder conseguir y hay otras personas que reciben un tiro en la cabeza de alguna fuerza desconocida. Putos chavales. Fue por eso que acepté ayudar a Borlú, aunque fuera ilegal, así que si me vais a quitar la puta placa, adelante, joder. Y sois libres de no creer en Orciny, yo tampoco me creo una mierda. Pero mantened la cabeza agachada en caso de que esa ciudad inexistente os dispare en la puta cara. ¿Dónde está Tyador? ¿Qué le habéis hecho?
La imagen se quedó detenida en la pared. Los interrogadores me miraron bajo la luz del sobredimensionado gruñido monocromático de Dhatt.
—Y bien —dijo el hombre de más edad. Señaló a la pared con un gesto de cabeza—. Ya ha oído a Bowden. Lo que está pasando. ¿Qué sabe sobre Orciny?
La Brecha no era nada. No es nada. Es un lugar común, bastante simple. La Brecha no tiene embajadas, ni ejército, nada que ver. La Brecha no tiene moneda oficial. Si cometes una, te envolverá. La Brecha es un vacío lleno de policías rabiosos.
El rastro que llevaba y volvía a llevar hasta Orciny sugería una transgresión sistémica, secretas normas paralelas, una ciudad parasitaria donde no debería haber nada en absoluto, nada excepto la Brecha. Si la Brecha no era Orciny, ¿qué sería sino una caricatura de sí misma, habiéndolo dejado pasar durante siglos? Por eso mi interrogador, cuando me preguntó: «¿Existe Orciny?» en realidad me estaba preguntando: «¿Estamos en guerra?».
Les ofrecí mi colaboración para que la consideraran. Osado de mí, negocié. «Los ayudaré…», no dejaba de repetir, con una pausa larguísima, una elipsis que daba a entender un «a condición de…». Quería a los asesinos de Mahalia Geary y de Yolanda Rodríguez, y ellos lo sabían, pero no era tan noble como para no negociar. Que existiera la posibilidad de un trueque, un camino, una pequeña oportunidad de que pudiera volver a salir de la Brecha, resultaba embriagador.
—Estuvieron a punto de venir a por mí una vez —dije. Habían estado observándome, cuando me acerqué topordinariamente a mi casa—. Y bien, ¿somos socios? —pregunté.
—Usted ha hecho una brecha. Pero será mejor para usted si nos ayuda.
—¿De verdad creen que Orciny los mató? —dijo el otro hombre.
¿Acabarían conmigo cuando existía una pequeña posibilidad de que Orciny estuviera ahí, emergiendo a la superficie, y sin que nadie la hubiera aún encontrado? Con su población caminando por las calles, desvistos por los habitantes de Besźel y de Ul Qoma, al pensar que estaban en la otra ciudad. Escondidos como libros en una biblioteca.
—¿Qué pasa? —preguntó la mujer al ver mi cara.
—Les he contado lo que sé, y no es mucho. Es Mahalia quien de verdad sabía lo que estaba pasando, y está muerta. Pero antes dejó algo. Se lo contó a una amiga. Le dijo a Yolanda que se había dado cuenta de la verdad cuando repasaba sus notas. No hemos encontrado nada sobre eso. Pero sé cómo trabajaba. Sé dónde están.
Salimos del edificio (la base, llamémosla así) por la mañana, acompañados del hombre mayor, Brecha, y me di cuenta de que no sabía en qué ciudad estábamos.
Me había quedado hasta tarde viendo imágenes de interrogatorios, de Ul Qoma y de Besźel. Un guardia de la frontera de Besźel y un ulqomano, paseantes de ambas ciudades que no sabían nada. «La gente empezó a gritar…». Conductores junto a los cuales habían pasado las balas.
—Corwi —dije al ver que su rostro aparecía en la pared.
«¿Entonces dónde está?». Alguna rareza de la grabación hacía que su voz sonase muy lejana. Estaba enfadada y trataba de controlarse. «¿En qué coño se ha metido el jefe? Sí, quería que lo ayudara a pasar a alguien». Eso es todo lo que sacaron, una y otra vez, los interrogadores de Besźel. La amenazaron con quitarle el trabajo. Ante eso reaccionó con el mismo despecho que Dhatt, pero fue más cauta a la hora de escoger las palabras. No sabía nada.
Brecha me enseñó fragmentos de alguien que interrogaba a Biszaya y a Sariska. Biszaya lloraba.