—Muy bien. ¿Es que estabais esperando fuera hasta que dijera algo para hacer vuestra aparición?
—Esta es la lista —cogí el papel.
Empresas canadienses, francesas, italianas e inglesas, un par de empresas americanas menos importantes junto a sus respectivas fechas. Había cinco nombres rodeados con un círculo rojo.
—Los demás habían estado en alguna que otra feria, pero los que están marcados en rojo son los que estuvieron todas las noches en las que Mahalia tenía las llaves —dijo Ashil.
—ReddiTek es de
software
. Burnley… ¿a qué se dedican?
—Consultoría.
—CorIntech se dedica a componentes electrónicos. ¿Qué pone aquí junto a su nombre?
Ashil miró.
—El hombre que dirigía su delegación era Gorse, de la empresa matriz, Sear and Core. Fueron para reunirse con el jefe local de CorIntech, el tipo dirige la división de Besźel. Ambos fueron a las fiestas con Nysemu y Buric y el resto de la cámara.
—Mierda —dije—. Nos… ¿A qué hora estuvo él aquí?
—Estuvieron todos.
—¿Todos? ¿Los directores ejecutivos de la empresa matriz? ¿Sear and Core? Mierda…
—Dime —dijo Ashil, después de un tiempo.
—Los nacionalistas no pueden haber organizado todo esto. Un momento. —Cavilé—. Sabemos que hay un confidente en la Cámara Conjuntiva, pero… ¿qué mierda podía hacer Syedr por esos tipos? Corwi tiene razón: no es más que un payaso. ¿Y cuál sería su motivación? —Meneé la cabeza—. Ashil, ¿cómo funciona esto? Podéis desviar sin más esta información, vale, de cualquiera de las ciudades. ¿Podéis…? ¿Cuál es vuestro estatus internacional? El de la Brecha, me refiero.
»Tenemos que ir a por la empresa.
«Soy un avatar de la Brecha», dijo Ashil. «Donde se produzca una, yo puedo hacer cualquier cosa». Pero me hizo escucharlo durante mucho tiempo. Su anquilosada actitud, esa opacidad, la falta de lucidez de su pensamiento: era difícil saber si tan siquiera me escuchaba. No me rebatía ni me daba la razón. Permanecía inmóvil mientras le contaba lo que pensaba.
No, no pueden venderlo, no es de eso de lo que va todo esto. Todos hemos oído rumores sobre los artefactos de la era Precursora. Aquella física discutible. Sus propiedades. Quieren ver cuánto hay de cierto en eso. Consiguieron que Mahalia se los facilitara. Y para eso hicieron que creyera que estaba en contacto con Orciny. Pero ella se dio cuenta.
Corwi había comentado alguna vez las rutas turísticas por Besźel que tenían que soportar los representantes de esas empresas. Sus chóferes podían llevarlos a cualquier parte íntegra o entramada, a cualquier parque bonito para que estiraran las piernas.
Sear and Core estaba haciendo I+D.
Ashil se me quedó mirando.
—Esto no tiene sentido —dijo—. ¿Quién invertiría dinero en un vacío supersticioso?
—¿Cómo de seguro estás de eso? ¿De que no hay nada de cierto en esas historias? E incluso si tuvieras razón, la CIA pagó millones de dólares a hombres que intentaban matar cabras mirándolas fijamente —dije—. Sear and Core paga ¿cuánto?, unos miles de dólares para montar esto. No tienen que creer nada: merece la pena pagar ese dinero solo por si existe la posibilidad de que alguna de esas historias tenga algo de verdad. Merece la pena por curiosidad.
Ashil sacó su teléfono móvil y empezó a hacer llamadas. No hacía mucho que había anochecido.
—Necesitamos un cónclave —dijo—. Muy interesante. Sí, hagámoslo. Un cónclave. Todos juntos. —Dijo más o menos lo mismo varias veces.
—Tú puedes hacer lo que quieras —contesté.
—Sí, sí… Necesitamos una demostración. La Brecha en toda su fuerza.
—¿Así que me crees, Ashil? ¿Me crees?
—¿Cómo iban a hacerlo? ¿Cómo iban a conseguir hablar con ella esos forasteros?
—No lo sé, pero es lo que tenemos que averiguar. Habrán pagado a algunos de los de aquí: sabemos de dónde le llegó a Yorj ese dinero. —Pequeñas cantidades de dinero.
—Es imposible, imposible, que hayan creado Orciny solo para ella.
—No habrían enviado al mismísimo consejero delegado de la matriz solo para estrechar esas insignificantes manos, por no decir cada vez que a Mahalia le tocaba cerrar. Vamos. Besźel es un caso perdido, y ya nos han echado un cable por estar ahí. Tiene que haber una conexión…
—Bueno, investiguemos. Pero estos no son ciudadanos ni ciudadanos, Tye. No tienen el… —Un silencio.
—El miedo —completé su frase. Miedo al frío de la Brecha, el reflejo de obediencia que compartían Ul Qoma y Besźel.
—No tienen una respuesta determinada hacia nosotros, así que si hacemos algo tenemos que demostrar fuerza… necesitamos a muchos de nosotros, una presencia. Y si hay algo de verdad en esto, será el cierre de un importante negocio en Besźel. Será una crisis para la ciudad. Una catástrofe. Y a nadie le gustará eso.
»No es nuevo que una u otra ciudad haya tenido disputas con la Brecha, Tye. Ha ocurrido. Ha habido guerras con la Brecha. —Esperó y dejó esa imagen flotando—. Eso no ayuda a nadie. Así que necesitamos tener presencia. —La Brecha necesitaba intimidar. Lo entendía.
—Vamos —dije—. Deprisa.
Pero la recolección de avatares de la Brecha de dondequiera que se apostaran, el intento de esa autoridad difusa de acorralar al caos, no era eficiente. La Brecha contestaba sus teléfonos, asentía, discrepaba, decía que iría o que no, decía que escucharía a Ashil. Eso desde este lado de las conversaciones.
—¿Cuántos necesitas? —pregunté—. ¿A qué estás esperando?
—Necesitamos una presencia —contestó.
—¿Sientes lo que está pasando ahí fuera? —pregunté—. Lo has sentido en el aire.
Estuvimos dos horas más así. Me sentía hiperactivo por algo que me habían dado en la comida o en la bebida, caminaba de un lado a otro y me quejaba de mi encierro. Comenzaron a llegar más llamadas a Ashil. Más que las que él había hecho: el mensaje se había vuelto viral. Se sentía conmoción en el pasillo, pasos rápidos, voces, gritos, respuestas a esos gritos.
—¿Qué pasa?
Ashil escuchaba su teléfono, no los ruidos de fuera. «No», dijo. Su voz no revelaba nada. Repitió aquella palabra varias veces hasta que cerró el teléfono y me miró. Por primera vez aquel rostro rígido reflejaba una evasiva. No sabía cómo decir lo que tenía que decir.
—¿Qué ha pasado? —Los gritos de fuera eran ahora más fuertes, y también se escuchaba ruido en la calle.
—Un accidente.
—¿De coche?
—De autobuses. Dos autobuses.
—¿Una brecha?
Asintió.
—Están en Besźel. Derraparon en la plaza Finn. —Una plaza grande y entramada—. Patinaron y chocaron contra un muro en Ul Qoma.
No dije nada. Cualquier accidente que terminara en una brecha requería la aparición de la Brecha, algunos avatares que se dejaran ver, que sellaran la escena, arreglaran los parámetros, echaran a los inocentes y retuvieran a los culpables, y pasaran la autoridad tan pronto como fuera posible a la policía de ambas ciudades. Nada en un accidente de tráfico con brecha podía desencadenar el ruido que llegaba del exterior, así que tenía que haber algo más.
—Eran autobuses que llevaban a los refugiados a los campos. Están fuera, y no los han entrenado; están haciendo brechas por todas partes, deambulan por las dos ciudades sin ninguna idea de qué están haciendo.
Me imaginaba el pánico de los espectadores y de los transeúntes, sin contar a los conductores inocentes de Ul Qoma y de Besźel, después de que dieran un bandazo a la desesperada y se salieran del camino de los vehículos sin control, que a la fuerza entraban y salían del
topolganger
de la ciudad, tratando por todos los medios de mantener el control y de dirigir sus vehículos hacia el lugar en el que vivían. Y encontrarse después con decenas de intrusos heridos y asustados, sin ninguna intención de transgredir, pero sin tener otra opción, sin el idioma con que pedir ayuda, escapándose de los autobuses destrozados, con niños que lloraban y sangraban en sus brazos a través de las fronteras. Acercándose a la gente que veían, sin estar familiarizados a los matices de la nacionalidad (ropa, colores, pelo, postura) que fluctuaban dentro y fuera de ambos países.
—Hemos ordenado un cierre —dijo Ashil—. Completo aislamiento. Despejar ambas calles. La Brecha está fuera en bloque, por todas partes, hasta que esto acabe.
—¿Cómo?
Brecha marcial. No había ocurrido nunca en toda mi vida. No se podía entrar en ninguna parte, ningún paso entre ellas, observancia absoluta de todas las normas de la Brecha. La policía de ambas ciudades a la espera de hacer la limpieza según el requerimiento de la Brecha, además del cierre por tiempo indeterminado de las fronteras. Ese era el ruido que oía, esas voces mecanizadas que se superponían al creciente rugido de las sirenas: altavoces que anunciaban el cierre en ambos idiomas. «Salgan de las calles».
—¿Por un accidente de autobuses?…
—Ha sido intencionado —dijo Ashil—. Fue una emboscada. De los unionistas. Ha ocurrido. Están por todas partes. Hay informes de brechas en todas partes. —Estaba recobrando la compostura.
—¿Unionistas de qué ciudad…? —pregunté, y mi pregunta se fue apagando cuando imaginé la respuesta.
—En las dos. Están trabajando de manera coordinada. Ni siquiera sabemos si fueron los unionistas de Besźel los que detuvieron a los autobuses. —Claro que trabajaban juntos, eso lo sabíamos. Pero ¿que esas pequeñas bandas de utópicos entusiastas pudieran organizar esto? ¿Que hubieran desencadenado esta crisis, hacer esto posible?—. Están en las dos ciudades. Esta es su insurrección. Están intentando fusionarnos.
Ashil se mostraba vacilante. Que se quedara allí en la habitación más minutos de los que eran precisos me hacía no parar de hablar. Estaba revisando el contenido de sus bolsillos, preparándose con un nivel de alerta militar. Toda la Brecha había sido convocada al exterior. Lo estaban esperando. Las sirenas continuaban, los gritos continuaban.
—Ashil, por el amor de Dios, escúchame. Escúchame. ¿Crees que es una coincidencia? Venga ya. Ashil, no abras esa puerta. ¿Acaso crees que es casualidad que después de haber llegado hasta aquí, de averiguar esto, de llegar tan lejos, de repente se monte un puto levantamiento? Alguien está detrás de esto, Ashil. Para que tú y toda la Brecha tengáis que salir y así manteneros alejados de ellos.
»¿Cómo descubriste qué empresas estaban aquí y cuándo? Las noches en las que Mahalia hacía las entregas.
Estaba inmóvil.
—Somos la Brecha —dijo al fin—. Podemos hacer lo que sea necesario para…
—Maldita sea, Ashil. No soy el típico infractor al que tengas que asustar; necesito saberlo. ¿Cómo lo investigáis?
Y al final dijo:
—Escuchas. Informantes.
Miró fugazmente hacia la ventana, hacia el sonido de la crisis. Esperó junto a la puerta a la espera de que yo dijera algo más.
—Agentes o sistemas en oficinas de Besźel y de Ul Qoma te dicen lo que necesitas saber, ¿es así? Así que alguien, en alguna parte, estaba revisando las bases de datos para tratar de averiguar quién estaba, en qué lugar, cuándo, en la Cámara de Comercio besźelí.
»Están bajo aviso, Ashil. Mandaste a alguien para que buscara eso y lo han visto mientras conseguía los archivos. ¿Necesitas una pista mejor para darte cuenta de que estamos muy cerca de algo? Ya has visto a los unionistas. No son nada. En Besźel y en Ul Qoma, no hay diferencia, no son más que cuatro gatos, unos punkis ingenuos. Hay más agentes que agitadores, alguien ha dado una orden. Alguien ha preparado esto porque se han dado cuenta de que vamos tras ellos.
»Espera —dije—. El aislamiento… No es solo en la Cámara Conjuntiva, ¿verdad? Todas las fronteras, de todas partes, están cerradas, y no hay vuelos ni dentro ni fuera, ¿verdad?
—BesźAir e Illitania tienen a toda la flota en tierra. Los aeropuertos no dejan aterrizar a vuelos del exterior.
—¿Y los vuelos privados?
—… Las instrucciones son las mismas, pero no están bajo nuestra autoridad como las compañías nacionales, así que es un poco más…
—Eso es lo que pasa. No podéis bloquearlos, no a tiempo. Alguien va a salir. Tenemos que ir hasta el edificio de Sear and Core.
—Ahí es donde…
—Ahí es donde está pasando todo. Esto… —Señalé a la ventana. Oímos cristales hacerse añicos, los gritos, el frenesí de los vehículos que huían presos del pánico, los ruidos de las peleas—. Esto es un señuelo.
En la calle atravesamos los últimos estertores, las contracciones nerviosas de una pequeña revolución que había muerto antes de nacer y aún no se había enterado. Aquellos espasmos moribundos todavía eran peligrosos, sin embargo, y nosotros nos movíamos como soldados. Ningún toque de queda podía contener este pánico.
La gente corría, en ambas ciudades, por la calle que teníamos frente a nosotros mientras los ladridos de avisos públicos en besźelí y en ilitano los avisaban de que se trataba de un aislamiento de la Brecha. Rompían las ventanas. Algunas de las siluetas que veía correr lo hacían con más vértigo que miedo. No eran unionistas, esos eran demasiado insignificantes y demasiado asistemáticos: adolescentes que lanzaban piedras, en el acto más transgresor que habían protagonizado en su vida, pequeñas brechas arrojadizas que rompían los cristales de una ciudad en la que ni vivían ni estaban presentes. Un coche de bomberos ulqomano conducía a toda velocidad, con el motor balando, por la carretera hacia un punto brillante del cielo nocturno. Un carro besźelí pasó escasos segundos detrás de él: aún trataban de mantener las distinciones, uno luchando contra el fuego en una parte de la fachada conjunta, el otro en la adyacente.
Habría sido mejor para aquellos chicos que se hubieran apresurado a salir de la calle porque la Brecha estaba por todas partes. Invisible para la mayoría de los que estaban allí esa noche, empleando todavía sus métodos encubiertos. Vi también correr a otro agente de la Brecha que se movía con lo que podría parecer el pánico ciudadano de Besźel y Ul Qoma, pero que era otro movimiento ligeramente distinto, más decidido y predatorio, como el de Ashil y el mío. Podía verlos por la práctica adquirida recientemente, igual que ellos a mí.
Vimos a una banda de unionistas. Me sorprendió verlos correr juntos incluso después de varios días de vida intersticial, en ambas secciones, con ropas que, pese a sus transnacionales chaquetas y parches de estilo punk y rockero los diferenciaba claramente, a pesar de sus intenciones y a los ojos de aquellos que estaban en sintonía con la semiosis urbana, los distinguían como habitantes o de Besźel o de Ul Qoma, excluyentemente. Ahora eran un solo grupo y dejaban tras ellos una estela de brechas populares mientras iban de muro en muro, pintando eslóganes con espray, con una combinación bastante artística de ilitano y besź, palabras que, eran perfectamente legibles a pesar de resultar algo afiligranadas y adornadas, decían: «¡Juntos!», «¡Unidad!» en ambos idiomas.