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Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

La ciudad y la ciudad (39 page)

BOOK: La ciudad y la ciudad
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—Agujero en los bolsillos.

Caminé algunos pasos en el entramado y mientras lo hacía dejé caer el trozo de madera que, afortunadamente, no tenía astillas. Cuando cayó al suelo me detuve. Me quedé quieto como si contemplara el cielo y moví mis pies con cuidado y lo cubrí de tierra y estiércol. Cuando me alejé, sin mirar atrás, la madera no abultaba nada y era invisible si no sabías que estaba allí.

—Cuando se marcha, se acerca alguien en Besźel o alguien que parece que lo está, de forma que es imposible que os deis cuenta —dije—. Se queda de pie y mira al cielo. Se golpea los talones. Levanta algo de una patada. Se sienta un momento en una roca, toca el suelo, se mete algo en el bolsillo.

»Mahalia no cogía nada de lo más reciente porque lo apartaban enseguida, demasiado evidente. Pero mientras está echando la llave, porque eso no le supone más que un segundo, abre los cajones antiguos.

—¿Y qué coge?

—A lo mejor algo al azar. A lo mejor le daban instrucciones. Bol Ye’an los registra todas las noches, así que ¿por qué iban a creer que estaban robando? Nunca llevaba nada encima. Lo hacía aquí, en el entramado.

—Donde venía alguien a recogerlo. Desde Besźel.

Me di la vuelta y miré lentamente en todas direcciones.

—¿Te sientes vigilado? —preguntó Ashil.

—¿Tú?

Un silencio muy largo.

—No lo sé.

—Orciny. —Me di la vuelta de nuevo—. Estoy cansado de esto. —Me quedé quieto—. En serio. —Me di la vuelta—. Es agotador.

—¿Qué estás pensando? —dijo Ashil.

El ladrido de un perro en el parque nos hizo levantar la mirada. El animal estaba en Besźel. Estaba preparado para desoír, pero qué duda cabe de que no tenía por qué.

Era un labrador, un perro amigable de pelo oscuro que olisqueaba la maleza y que trotó hacia nosotros. Ashil estiró la mano hacia él. Después apareció el dueño, que sonrió, se dispuso a avanzar, apartó la mirada confundido y ordenó al perro que fuera hacia él. El labrador corrió hacia él, mirando hacia nosotros. Estaba intentando desver, pero el hombre no podía evitar mirarnos, probablemente preguntándose por qué se habría arriesgado a jugar con un perro en un espacio urbano tan inestable. Cuando Ashil lo miró, el hombre apartó la mirada. Seguro que había sido capaz de deducir dónde estábamos y, por tanto, lo que éramos.

Según el catálogo, el trozo de madera sustituía un tubo de bronce que contenía varios engranajes que seguían incrustados siglos después. Faltaban otras tres piezas, de las primeras excavaciones, todas sacadas de los envoltorios y sustituidas por papel arrugado, piedras, la pierna de una muñeca. Se suponía que eran los restos de la pata de una langosta que contenía algún protorreloj; un mecanismo erosionado como un diminuto sextante; un puñado de clavos y de tornillos.

Revisamos el suelo de aquella zona. Encontramos huecos, raspaduras ya frías y los restos de flores preinvernales, pero ningún tesoro oculto enterrado de la era Precursora. Los habían recogido, hace mucho tiempo. Nadie podía venderlos.

—Entonces esto lo convierte en una brecha —dije—. De dondequiera que vinieran esos orcinitas, o fueran adonde fueran, no pueden haber recogido eso desde Ul Qoma, así que ha sido en Besźel. Bueno, quizá según ellos nunca dejaron Orciny. Pero para la mayor parte de la gente, lo tiraron en Ul Qoma y lo recogieron en Besźel, así que: brecha.

Ashil llamó a alguien en nuestro camino de vuelta y, cuando llegamos al cuartel, la Brecha estaba discutiendo y votando con aquel rápido y laxo sistema de votaciones que me resultaba tan ajeno. Entraban en la habitación en medio de aquel extraño debate, hacían llamadas de teléfono, se interrumpían frenéticamente. La atmósfera era tensa, con esa inexpresividad particular de la Brecha.

Llegaban informes de las dos ciudades, además de los murmullos de los que estaban al teléfono, que pasaban mensajes de otros agentes de la Brecha. «Todo el mundo en guardia», repetía Ashil. «Esto está empezando».

Tenían miedo de los disparos en la cabeza y de los asesinatos, de los robos y las brechas. El número de pequeñas brechas iba en aumento. La Brecha estaba donde podía estarlo, pero eran muchas las que le pasaban inadvertidas. Alguien decía que estaban apareciendo grafitis en los muros de Ul Qoma que tenían el estilo de artistas besźelíes.

—Las cosas no estaban tan mal desde… bueno… —dijo Ashil. Me susurraba explicaciones mientras los demás continuaban con la discusión—. Esa es Raina, se pasa con esto día y noche. Samun cree que mencionar a Orciny es ceder. Byon no lo ve así.

—Tenemos que estar preparados —dijo el portavoz—. Hemos encontrado algo.

—Fue ella, Mahalia, no nosotros —apuntó Ashil.

—Vale, fue ella. ¿Quién sabe cuándo ocurrirá lo que sea que vaya a ocurrir? Estamos a oscuras y sabemos que ha empezado la guerra, pero no podemos prever su evolución.

—Yo no sé cómo hacerme cargo de esto —le dije a Ashil en voz baja.

Me acompañó de vuelta a la habitación. Cuando me di cuenta de que estaba cerrando la puerta por fuera protesté a gritos.

—Recuerda por qué estás aquí —dijo a través de la puerta.

Me senté en la cama e intenté leer las notas de Mahalia de un modo distinto. Ya no intenté seguir el hilo de un bolígrafo en concreto, el tenor de un particular periodo de sus estudios, de reconstruir una línea de pensamiento. En vez de eso, leí las anotaciones de cada página, años de opiniones agrupados. Había intentando ser un arqueólogo de su
marginalia
, separar las estrías. Ahora leía cada página sin seguir un orden, sin cronología, los debates de la página consigo misma.

Dentro de la contraportada, entre varias capas de airada teoría, leí en letras grandes escritas sobre otras más pequeñas «pero cf. Sherman». A una línea de esa saltaba a una discusión de la página de enfrente: «refutación de Rosen». Aquellos nombres me resultaban familiares de mis primeras investigaciones. Pasé un par de páginas hacia atrás. Escrita con el mismo bolígrafo y una anotación con mano apresurada sobre una afirmación anterior: «no, Rosen, Vijnic».

Aserciones revestidas de críticas, cada vez más frases exclamativas en el libro. «No», una línea que en vez de conectar la palabra «no» al texto original la unía a una anotación con sus anteriores y entusiastas declaraciones. Una discusión consigo misma. «¿Por qué un test? ¿Quién?».

—¡Eh! —grité. No sabía dónde estaba la cámara—. ¡Eh! Llamad a Ashil. —No dejé de hacer ruido hasta que llegó—. Necesito mirar algo en internet.

Me llevó a una sala de ordenadores, hasta lo que parecía un 486 o algo más antiguo, con un sistema operativo que no conocía, alguna imitación improvisada de Windows, aunque el procesador y la conexión eran muy rápidos. Nosotros dos éramos solo algunos de los que estábamos en la sala. Ashil se quedó detrás de mí mientras tecleaba. No perdió de vista mis búsquedas y se aseguró también de que no le enviaba ningún correo electrónico a nadie.

—Puedes entrar en cualquier página que necesites —me dijo Ashil, y tenía razón. Podía entrar en las páginas de pago que necesitaban contraseña dejando la casilla en blanco y dándole solo al «enter».

—¿Qué tipo de conexión es esta? —Ni esperaba obtener una respuesta ni la obtuve. Busqué «Sherman», «Rosen», «Vijnic». En los foros que había visitado recientemente, los tres eran objeto de feroces imprecaciones—. Mira.

Conseguí los títulos de sus principales obras, comprobé las listas en Amazon para hacerme una idea rápida de sus tesis principales. Me llevó solo unos minutos. Me recliné en mi asiento.

—Fíjate. Mira esto. Sherman, Rosen, Vijnic son todos unos tipos muy odiados en estos foros de la ciudad fracturada —dije—. ¿Por qué? Porque escribieron libros que afirmaban que Bowden no había dicho más que gilipolleces. Que todo el argumento hace aguas.

—Eso también lo dice él.

—Pero esa no es la cuestión, Ashil. Mira. —Páginas y páginas de
Entre la ciudad y la ciudad
. Señalé los primeros comentarios de Mahalia, después los últimos—. La cuestión es que ella los está citando. Al final. Las últimas notas.

Pasé más páginas y se las fui enseñando.

—Cambió de opinión —dijo al fin. Nos intercambiamos miradas durante un largo rato.

—Todo ese asunto sobre parásitos y estar equivocada y descubrir que era una ladrona —dije—. Maldita sea, no la mataron por ser una de esas puñeteras elegidas que conocían que el secreto de la tercera ciudad existía. No la mataron porque se diera cuenta de que Orciny estaba mintiéndole, aprovechándose de ella. Esas no son las mentiras de las que hablaba. A Mahalia la mataron porque dejó de creer en Orciny por completo.

26

Aunque les rogué y me encolericé, Ashil y sus colegas no me dejaron llamar ni a Dhatt ni a Corwi.

—¿Y por qué no, joder? —quise saber—. Podrían hacerlo. Pues muy bien, haced esa mierda que hacéis, investigadlo. Yorjavic sigue siendo nuestra mejor baza, él o alguno de sus compañeros. Sabemos que está involucrado. Intentad conseguir las fechas exactas en las que Mahalia se encargaba de cerrar, y si es posible necesitamos saber dónde estaba Yorjavic cada una de esas noches. Queremos averiguar si él recogía las cosas. La
policzai
vigila al CA; puede que ellos lo sepan. Puede que incluso lo revelen los propios líderes, si es que están tan descontentos. Y comprueba también dónde estaba Syedr: alguien que tiene acceso a lo que pasa en la Cámara Conjuntiva está involucrado.

—No va a ser posible conseguir las fechas de todos los días en los que Mahalia tenía las llaves. Ya has oído a Buidze: la mitad ni siquiera estaban planeados.

—Deja que llame a Corwi o a Dhatt. Ellos sabrán cómo hacer la criba.

—Tú —Ashil habló con dureza—. Ahora estás dentro de la Brecha. No lo olvides. Tú no exiges nada. Todo lo que estamos haciendo forma parte de la investigación de la brecha que tú cometiste. ¿Entendido?

No me permitirían tener un ordenador en la celda. Vi cómo amanecía, cómo el cielo al otro lado de mi ventana se volvía más claro. No me había dado cuenta de lo tarde que era. Tardé en quedarme dormido y me desperté cuando Ashil ya estaba en la habitación conmigo. Bebía algo: era la primera vez que lo veía comer o beber algo. Me froté los ojos. Era lo bastante temprano como para que fuera de día. Ashil no mostraba ni un ápice de cansancio. Arrojó varios papeles sobre mi regazo, señaló un café y una píldora que había junto a mi cama.

—No ha sido tan difícil después de todo —dijo—. Tienen que firmar cuando devuelven las llaves, así que tenemos todas las fechas. Ahí tienes los calendarios originales, los cambios, e incluso las hojas de firmas. Pero son muchísimas. No hay forma de señalar a Yorjavic, mucho menos a Syedr ni a ningún otro nacionalista cada una de esas noches. Esto se extiende durante más de dos años.

—Un momento. —Sostuve ambas listas una junto a la otra—. Olvídate de cuando lo tenía programado con antelación: estaba obedeciendo órdenes, no lo olvides, de su contacto misterioso. Cuando no lo tenía en el calendario pero cogió las llaves de todos modos, eso es lo que tenemos que mirar. A nadie le gusta el trabajo, tienes que quedarte hasta tarde, así que es en esos días cuando ella llega de repente y le dice a quienquiera que le toque: «Yo lo hago». Esos son los días en los que recibió un mensaje. En los que tenía que entregar algo. Así que echemos un vistazo a ver qué hacían en esos momentos. Esas son las fechas. Y realmente no son tantas.

Ashil asintió; contó las noches en cuestión.

—Cuatro, cinco. Faltan tres piezas.

—Así que en un par de esos días no pasó nada. A lo mejor eran cambios legítimos, sin instrucciones de ningún tipo. Pero esos siguen siendo los días en los que tenemos que fijarnos. —Ashil volvió a asentir—. Es ahí cuando tenemos que comprobar los movimientos de los nacionalistas.

—¿Cómo han organizado esto? ¿Por qué?

—No lo sé.

—Espera aquí.

—Sería más fácil si me dejaras acompañarte. ¿Por qué te haces el vergonzoso ahora?

—Espera.

Más espera y, aunque no grité a la cámara invisible, miré con hostilidad a todas las paredes una por una para dejárselo claro.

—No. —La voz de Ashil llegó de un altavoz que no lograba encontrar—. La
policzai
tenía bajo vigilancia a Yorjavic al menos dos de esas noches. No se acercó al parque.

—¿Y Syedr?

Se lo pregunté al vacío.

—No. Tenemos información de las cuatro noches. Podría ser otro de los peces gordos nacionalistas, pero hemos visto lo que tiene Besźel sobre todos ellos, y no hay nada que sea sospechoso.

—Mierda. ¿A qué te refieres con «tenemos información»?

—Sabemos dónde estaba, y no estaba cerca de ahí. Esas noches tenía reuniones y también los días de después.

—¿Reuniones con quién?

—Estaba en la Cámara de Comercio. Tenían eventos comerciales esos días. —Silencio. Cuando pasó mucho tiempo sin que yo dijera nada, él preguntó—: ¿Qué? ¿Qué?

—Hemos seguido un razonamiento equivocado. —Estiré los dedos en el aire, como si fueran unas pinzas que intentan coger algo—. Solo porque fue Yorjavic el que disparó, y porque sabemos que Mahalia enfureció a los nacionalistas. Pero ¿no parece demasiada coincidencia que esas lo que sean de comercio ocurrieran las mismas noches que Mahalia se ofreció voluntaria para cerrar? —Otro largo silencio. Me acordé del retraso que tuve que experimentar antes de que me recibiera el Comité de Supervisión, a causa de uno de esos eventos—. Después celebran recepciones, para los invitados, ¿no?

—¿Los invitados?

—Las empresas. Esas a las que Besźel ha intentado embaucar: para eso se organizan esas cosas, cuando se pelean por los contactos. Ashil, busca quién estaba ahí durante esos días.

—¿En la Cámara de Comercio?…

—Comprueba la lista de invitados a las fiestas de después de las reuniones. Comprueba los comunicados de prensa de los días siguientes y verás quién consiguió qué contrato. Vamos.

»Por Dios Bendito —dije unos minutos después, en silencio, cuando seguía caminando de un lado a otro de la habitación, sin él—. ¿Por qué cojones no me dejáis salir? Soy
policzai
, maldita sea, ese es mi trabajo. Se os da bien hacer del hombre del saco, pero en esto sois patéticos.

—Aquí no eres
policzai
, ahora estás dentro de la Brecha —dijo Ashil, abriendo la puerta—. Es a ti a quién estamos investigando.

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