La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (24 page)

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Durante los días festivos, en carnaval sobre todo, el vocabulario de la plaza pública difundía por todas partes, en menor o mayor grado, incluso en la iglesia (durante la fiesta de los locos y del asno). En los días festivos, la plaza agrupaba un número considerable de géneros y formas superiores e inferiores, basadas en una visión única y extraoficial del mundo.

Sería difícil encontrar en la literatura mundial otra obra que reflejase en forma tan total y profunda los aspectos de la fiesta popular, como lo hace Rabelais en la suya. Se escuchan allí claramente las voces de la plaza pública. Pero antes de escucharlas más atentamente, es indispensable esbozar la historia de los contactos que tuvo Rabelais con la plaza pública (en la medida en que lo permiten las escasas informaciones biográficas que poseemos sobre el particular).

Rabelais conocía a la perfección la vida de las ferias y, como veremos más adelante, supo comprenderla y expresarla con una fuerza y profundidad excepcionales.

El mismo se inició en la cultura y la lengua típicas de la feria, en Fontenay-le-Comte, donde pasó su juventud con los franciscanos, con quienes estudió la ciencia humanista y el griego antiguo. En esa época había una feria, famosa en toda Francia, que se celebraba en dicha localidad tres veces al año. Esta feria reunía a una cantidad impresionante de comerciantes y clientes provenientes no sólo de Francia, sino también de los países vecinos. Guillaume Bouchet nos informa que muchos extranjeros, principalmente alemanes, concurrían a ella. También asistían vendedores ambulantes, gitanos y personas situadas al margen de la sociedad, tan numerosas en aquella época. Un documento de fines del XVI afirma que en Fontenay-le-Comte se originó un
argot
especial. Como vemos, Rabelais tuvo la oportunidad de observar y apreciar personalmente la vida de las ferias.

Más tarde, tuvo también ocasión de visitar, con motivo de sus frecuentes desplazamientos en la provincia de Poitou, acompañando al obispo Geoffroy d'Estissac, la feria de Saint Meixent y la famosa feria de Niort (cuya algazara describe en su libro). En aquella época, especialmente en el Poitou, las ferias y espectáculos abundaban.

Además, allí pudo Rabelais familiarizarse con otro aspecto muy importante en la vida de la plaza pública: los espectáculos callejeros. Parece que fue allí donde adquirió sus conocimientos sobre los tablados en que se desarrollaban las comedias: éstos eran erigidos en medio de la plaza, y el pueblo se arremolinaba a su alrededor. Mezclado con la muchedumbre, Rabelais asistía a representaciones de los misterios, moralejas y farsas. Las ciudades de Poitou, como Montmorillon, Saint-Maixent y Poitiers, etcétera, eran famosas por sus representaciones teatrales.
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Rabelais eligió precisamente Saint-Maixent y Niort como los lugares donde se desarrolla la bufonada de Vülon descrita en el
Libro Cuarto.
La cultura teatral francesa estaba entonces íntegramente asociada a la plaza.

En la etapa siguiente, sobre la cual faltan documentos (1528-1530), se conjetura que Rabelais residió en diferentes ciudades universitarias como Burdeos, Tolosa, Bourges, Orléans y París. Se introduce así en la bohemia estudiantil, que habrá de conocer mejor más tarde, cuando siga cursos de medicina en Montpellier.

Ya hemos destacado la importancia de las fiestas y recreaciones escolares en la historia de la cultura y literatura medievales. En la época de Rabelais, la alegre literatura recreativa de los estudiantes se había elevado ya al rango de la gran literatura, dentro de la cual cumplía una función esencial. Las parodias, disfraces y bufonadas escolares escritas en latín, o en lengua vulgar, revelan un parentesco y una similitud interna con las formas típicas de la plaza pública. Numerosos festejos estudiantiles se desarrollaban en las plazas. Durante la estancia de Rabelais en Montpellier, los estudiantes organizaban durante el día de Reyes procesiones carnavalescas y bailes públicos y a menudo, representaban moralejas y farsas
fuera de la
universidad.
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Se supone que Rabelais tomó parte activa en los regocijos estudiantiles. J. Plattard conjetura que, durante sus estudios (sobre todo en Montpellier), había escrito varias anécdotas, bufonadas, debates en broma, bocetos cómicos, adquiriendo así cierta experiencia en la literatura recreativa, que explicaría la rapidez insólita con que escribió
Pantagruel.
En la etapa siguiente, ya en Lyon, las relaciones de Rabelais con la feria y la plaza pública se afirman y profundizan. Ya hemos mencionado las famosas ferias de Lyon que duraban dos meses al año. La vida pública y callejera estaba en general muy desarrollada en esta ciudad, situada a mitad de camino del Mediodía francés, y donde vivía una numerosa colonia italiana. Rabelais menciona en su
Libro Cuarto
el
carnaval de Lyon,
durante el cual se paseaba la efigie monstruosa de Maschecroüte,
el fantoche jocoso por excelencia.
Los contemporáneos de Rabelais dejaron testimonios sobre otras fiestas multitudinarias, como por ejemplo, la de los impresores en el mes de mayo, la elección del «príncipe de los artesanos», etc.

Rabelais estaba vinculado estrechamente a la feria de Lyon, que era una de las más importantes del mundo en materia de edición y librería, y ocupaba el segundo lugar después de la de Frankfurt. Ambas ferias cumplían una función fundamental en el plano de la difusión del libro y la publicidad literaria. En aquella época, los editores publicaban sus libros con motivo de la feria de primavera, de otoño y de invierno. La de Lyon determinaba en gran medida el calendario de las ediciones francesas.
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Por lo tanto, los escritores presentaban sus manuscritos a los editores tomando en cuenta esas fechas. A. Lefranc las utilizó muy bien para establecer la cronología de las obras de Rabelais. Esas fechas regulaban la producción del libro (incluso libros científicos), sobre todo, por supuesto, las ediciones populares y libros de literatura recreativa.

Rabelais, que había comenzado por publicar tres obras eruditas, se convirtió más tarde en proveedor de obras de gran tirada, lo que lo obligó a mantener contactos más estrechos con las ferias. En adelante, por lo tanto, no sólo debía tomar en cuenta las fechas, sino también las exigencias, los gustos y las pautas de las ferias.

Casi en la misma época (1533) Rabelais publicaba su
Pantagruel,
muy poco después de la novela popular
Las grandes crónicas de Gargantúa,
el
Pronóstico pantagruelino
y un
Almanaque.
El
Pronóstico
es una alegre parodia de los libros de predicciones de fin de año, muy de moda por aquella época. Esta brevísima obra, de pocas páginas, tuvo varias reediciones.

El segundo texto, el
Almanaque,
es un calendario popular que se reimprimiría todos los años. Tenemos informaciones (e incluso algunos fragmentos) de los calendarios que él compuso para los años 1535, 1541, 1546 y 1556. Se supone, como lo hace Moland, por ejemplo, que éstos no fueron los únicos calendarios, y que Rabelais publicó uno todos los años, a partir de 1535, por lo cual podía considerársele en cierto modo como autor de calendarios populares, una especie de «Mathieu Lansberg francés».

Estas dos obras están ligadas, en forma directa, al
tiempo,
al
año nuevo
y al mundo de la feria.
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Parece comprobado que, a partir de entonces, Rabelais conservó un vivo interés por la plaza pública y una relación directa con sus diversos aspectos, aunque los escasos datos biográficos que poseemos no nos proporcionan al respecto ningún ejemplo significativo.
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Poseemos en cambio un documento de mucho interés sobre su viaje a Italia. El 14 de marzo de 1549, el cardenal Jean du Bellay ofreció en Roma una fiesta popular con motivo del nacimiento del hijo de Enrique II. Rabelais, que asistió a esta fiesta, hizo una descripción detallada de la misma en su correspondencia con el cardenal de Guise. Ese texto fue publicado en París y en Lyon con el título
Sciomachie y festines celebrados en Roma en el palacio de Monseñor, el reverendísimo cardenal du Bellay.

Al principio se presentó un simulacro de combate muy espectacular, con fuegos de artificio y combatientes muertos, que no eran más que
marionetas de paja.
Era una fiesta típicamente
carnavalesca;
como lo eran, por otra parte, la mayoría de las fiestas de este tipo. El «infierno», atributo obligatorio del carnaval, aparecía bajo la forma de un globo que escupía llamas y se llamaba «boca del infierno y cabeza de Lucifer».
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Al terminar la fiesta, se organizó en honor del pueblo un festín enorme, con una cantidad astronómica (verdaderamente pantagruélica) de alimentos y bebidas.

Estos regocijos eran en general típicos del Renacimiento. Burckhardt explicó en forma general la influencia considerable que tenían estas celebraciones en las formas artísticas, las concepciones del Renacimiento y el espíritu de la época, influencia que no ha exagerado en modo alguno, e incluso creemos que era más importante de lo que Buckhardt pensaba.
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Lo que más interesaba a Rabelais en estas fiestas de su tiempo era no su aspecto oficial y aparente, sino su aspecto popular. Fue precisamente el que ejerció una influencia determinante en su obra. En las plazas públicas estudiaba a gusto las diversas formas del rico acervo cómico popular.

Al describir en
Gargantúa
las actividades del joven Gargantúa bajo la férula de Ponócrates (capítulo XXIX) Rabelais dice:

«Y, en lugar de herborizar, visitaban las
droguerías, herboristerías y farmacias,
y consideraban cuidadosamente los frutos, raíces, hojas, gomas, semillas y ungüentos exóticos, así como también la forma de adulterarlos.

»Iban a visitar a los
tamborileros, escamoteadores y juglares
y estudiaban sus gestos, sus astucias y sus destrezas y facilidad de palabra, en especial los de Chaunys de Picardía, que son grandes habladores y creadores de divertidas mentiras en materia de invenciones.»
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Creo que está justificado considerar este relato como semi-autobiográfico. Rabelais estudió los diversos aspectos de la vida callejera. Destaquemos la
contigüidad de las formas de las espectáculos públicos con las expresiones de la medicina popular,
herboristas y farmacéuticos, vendedores de drogas milagrosas de todo tipo, y charlatanes de toda ralea.
Un lazo tradicional muy antiguo unía las expresiones de la medicina popular con las del arte popular.
Por esta razón, los cómicos callejeros y los vendedores de drogas eran a menudo una misma persona. Es por eso también por lo que la
persona del médico
y el elemento medicinal en la obra de Rabelais están orgánicamente asociados a todo el sistema tradicional de imágenes. El trozo que acabamos de citar muestra muy claramente la contigüidad directa de la medicina y los charlatanes de feria en la plaza pública.

Lo que nos interesa ahora es determinar cómo la plaza pública penetró en la obra rabelesiana, y de qué manera se reflejó en la misma.

La primera pregunta que surge guarda relación con la atmósfera característica de la plaza pública y la
estructuración particular de su vocabulario.
Este problema aparece desde el principio en la obra de Rabelais, en sus famosos prólogos. Hemos comenzado nuestro estudio con un capítulo destinado al vocabulario de la plaza pública, porque desde las primeras frases de
Pantagruel
nos encontramos de pronto sumergidos en esa atmósfera verbal característica.

¿Cómo fue construido el prólogo de
Pantagruel,
es decir del primer libro escrito y publicado? Veamos el comienzo:

«Muy ilustres y corteses campeones, hidalgos y demás personas gentiles y honestas que habéis visto, leído y aprendido, las
Grandes e inestimables crónicas del enorme gigante Gargantúa
y que, como auténticos fieles, las habéis creído como si fuesen textos de la Biblia o de los Evangelios, y que habéis permanecido con ellas largo tiempo en compañía de damas y señoritas, leyéndoles las narraciones a la hora de la tertulia: son ustedes muy dignos de elogio y
sempiterna recomendación.»
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Vemos pues cómo el autor elogia la
Crónica de Gargantúa
celebrando a la vez a quienes se deleitaron con su lectura. Estos elogios están escritos en el típico estilo de los charlatanes de feria y vendedores de libros de cuatro centavos, que no cesan de prodigar elogios a los remedios milagrosos y libros que ofrecen, a la vez que elogian al «muy estimado público». Este es un ejemplo típico del tono y del estilo de las peroratas de los charlatanes.

Por supuesto, estos dichos están muy lejos de la publicidad ingenua y «seria»: están saturados de la
risa
festiva popular: juegan con el objeto ofrecido, incluyendo en este juego desenvuelto lo «sagrado» y «elevado». En nuestro ejemplo, los admiradores de las
Crónicas
son comparados con auténticos fieles», que creen en ellas «como si fueran textos de la Biblia o de los Evangelios»; el autor considera a esos admiradores no sólo dignos de «gran elogio» sino también de «sempiterna recomendación». Estos dichos contribuyen a crear la atmósfera típica de la plaza pública a través de su juego libre y alegre, en el cual tanto lo superior como lo inferior, lo sagrado y lo profano, van adquiriendo derechos iguales y son incorporados unánimemente a la ronda verbal. Las peroratas de las ferias escapan a los imperativos jerárquicos y a las convenciones verbales (es decir a las formas verbales del tratamiento oficial), y disfrutan de los privilegios de la risa callejera. Señalemos de paso que la
propaganda popular
era
bromista,
y
se burlaba siempre,
en cierta medida,
de sí misma
(es el caso de los buhoneros rusos); en la plaza pública, la seducción de la ganancia y el engaño tenían siempre un carácter irónico y semi-franco.

La risa resonaba sin cesar en los «pregones» de las plazas públicas y en las calles medievales, con más o menos fuerza.

Destaquemos que el principio del
Prólogo
que acabamos de mencionar no contiene ningún término objetivo o neutro; todos son elogiosos: «muy ilustres», «muy corteses», «gentiles», «honestos», «grandes», «inestimables», etc. El superlativo domina completamente; pero no se trata de un superlativo retórico; es un superlativo resuelto, exagerado y un poco alevoso; es el superlativo del realismo grotesco. Es el rostro al revés (o al derecho) de las groserías.

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