La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (25 page)

BOOK: La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento
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Se escuchan en los párrafos siguientes del
Prólogo
el pregón del charlatán de feria y el vendedor de drogas; según parece, las
Crónicas
son un remedio excelente contra el dolor de muelas: para que produzca este efecto, hay que colocarlas entre dos trapos calientes y aplicarlas donde duele. Estas recetas paródicas son una de las más difundidas en el realismo grotesco.
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Más adelante, Rabelais asegura que las
Crónicas
pueden aliviar los dolores de los
sifilíticos y gotosos.

Estos últimos figuran muy a menudo en el libro de Rabelais, y de modo general en la literatura cómica de los siglos
XV
y
XVI
. La gota y la sífilis son «alegres enfermedades», causadas por un abuso de
alimentos, bebidas y placeres sexuales,
y relacionadas por lo tanto en forma sustancial con lo «inferior» material y corporal. La sífilis era la «enfermedad de moda» de la época,
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mientras que el tema de la gota se hallaba ya difundido en el
realismo
grotesco y lo encontramos en Luciano.
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En esta parte del prólogo hemos podido observar la mezcla tradicional de medicina y arte; pero no se trata aquí de la reunión del cómico v el buhonero en un mismo personaje, el autor proclama la virtud curativa de la literatura (es este caso las
Crónicas),
que distrae y hace reír; esto es proclamado con el tono del charlatán de feria; en el prólogo del
Libro Cuarto,
Rabelais retoma este tema para probar la
virtud curativa de la risa,
y se refiere a las doctrinas de Hipócrates, Galeno, Platón u otras autoridades.

Después de enumerar los méritos de las
Crónicas,
Rabelais prosigue así:

« ¿No les parece extraordinario esto? Encontradme un libro, en la lengua, especialidad o ciencia que sea, que tenga esas virtudes, propiedades y prerrogativas, y os pagaré un cuartillo de callos. No, señores. Es un libro sin par, incomparable y sin parangón. Así lo sostengo, "excepto" ante la hoguera.»

«Y los que sigan afirmando lo contrario serán considerados abusones, impostores, seductores y predestinadores.»
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Además de la acumulación excesiva de superlativos, que caracteriza a las alabanzas de los buhoneros, el autor emplea un procedimiento cómico típico para demostrar su razón: hace una apuesta: está dispuesto a pagar un cuartillo de callos a quien le indique un libro superior a las
Crónicas;
y sostiene, «excepto» ante la hoguera, que no lo hay.

Este tipo de apuestas paródicas e irónicas es muy típico de la propaganda callejera.

Veamos por ejemplo el «cuartillo de callos» (o tripas). Las tripas aparecen varias veces en la obra de Rabelais, como en la literatura del realismo grotesco (tripas es el equivalente del latín «viscera»). El estómago y las tripas de los bovinos eran cuidadosamente lavados, salados y cocidos en estofado. Como este producto era perecedero, el día de la matanza la gente se atiborraba con este manjar apreciadísimo. Además se consideraba que, por minucioso que fuese el lavado, siempre quedaba en las tripas a! menos un diez por ciento de los excrementos, que eran inevitablemente comidos con ellas. Hay una historia de tripas en uno de los episodios más célebres de
Gargantúa.
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¿Por qué las tripas cumplieron una función tan importante en el realismo grotesco? Las tripas y los intestinos representan
el vientre, las entrañas, el seno materno y la vida.
Son simultáneamente las entrañas que engullen y devoran.

El realismo grotesco solía jugar con esta doble significación, por así decirlo, con el significado
sublime
y
bajo
del término. Hemos citado ya un pasaje de Henri Estienne en el que afirma que, en la época de Rabelais, se tenía la costumbre de pronunciar una fórmula de arrepentimiento al beber un vaso de vino: «Cor mundium crea in me, Deus, et spiritum rectum innova in visceribus meis»; de esta forma, el vino lavaba las entrañas. Sin embargo, el problema es más complicado aún. Las entrañas no se limitan a comer y engullir, sino que son a su vez comidas y engullidas en forma de tripas. En los
Dichos de borrachos (Libro primero)
uno de los personajes que se apresta a beber un vaso de vino pregunta:

«¿No quiere mandar nada al río? Aquí está (el vaso) va a lavar las tripas»
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(se acostumbraba lavarlas en el río), aludiendo al mismo tiempo a las tripas que había comido ya y a sus propias entrañas. Las entrañas están también relacionadas con la muerte, la matanza de reses y el asesinato destripar a alguien). Por último, las tripas están asociadas también al nacimiento; son las entrañas que dan a luz.

Así, dentro de la idea de las tripas el grotesco anuda indisolublemente
la vida, la muerte, el nacimiento, las necesidades naturales y el alimento; es el centro de la topografía corporal en la que lo alto y lo bajo son elementos permutables.

Ello explica por qué esta imagen fue la expresión favorita del realismo grotesco para lo «inferior» material y corporal ambivalente que mata y da a luz, que devora y es devorado. El «columpio» del realismo grotesco, el juego de lo bajo y lo alto, se pone magníficamente en movimiento, unificando a ambos elementos, fundiendo la tierra con el cielo. Veremos más tarde la admirable sinfonía cómica que creó Rabelais al hacer juegos de-palabras basado en el sentido ambivalente y diverso de la palabra «tripa» en los primeros capítulos de
Gargantúa
(fiesta de la matanza, dichos de borrachos y nacimiento de Gargantúa).

En nuestro ejemplo, el «cuartillo de tripas», objeto de la apuesta, no sólo significa algo barato (el plato más barato) o «mierda», sino también la vida y las entrañas. Esta figura es ambivalente y ambigua al máximo.

El fin del pasaje citado es también característico. Después de los elogios, el autor pasa a las
injurias
(la otra cara de los elogios callejeros); los que no están de acuerdo con el autor de las
Crónicas
son tratados de «abusones», «impostores», «predestinadores» y «seductores», calificativos que eran aplicados a quienes se acusaba de herejía y eran enviados a la hoguera. El autor sigue jugando con las cosas serias y peligrosas, y compara a propósito las
Crónicas
con la Biblia y los Evangelios; pero se pone paradójicamente de parte de la Iglesia, acusando de herejía a quienes no comparten su opinión sobre las
Crónicas,
con todo lo que esto implica. Esta astuta alusión a la Iglesia y a su política tenía actualidad por entonces, pues la palabra «predestinadores» se refería evidentemente a los protestantes que sostenían la teoría de la «predestinación».

De este modo, el elogio ditirámbico de las
Crónicas,
el mejor y único libro del mundo, y de sus devotos lectores, dispuestos a sacrificar su vida en defensa de la virtud salvadora de las
Crónicas
(bajo la forma irónica y ambivalente del «cuartillo de tripas»), y deseosos de sostener esta convicción «excepto» ante la hoguera, y por último la acusación de herejía lanzada a los opositores es, de principio a fin, una parodia de la Iglesia salvadora, la única autorizada para poseer e interpretar la palabra divina (el Evangelio). Sin embargo, esta parodia, tan peligrosa, está hecha al estilo cómico, al modo de las alegres peroratas de feria, cuya lengua y estilo son irreprochablemente respetados. Esto garantiza la impunidad del autor. El charlatán de feria nunca era acusado de herejía por sus afirmaciones, a condición de que se expresara en forma bufonesca. La versión cómica estaba permitida. Esto explica por qué Rabelais no teme afirmar, un poco más adelante, que en dos meses se vendieron más
Crónicas
que Biblias en nueve años.

Veamos ahora el fin del prólogo. Este se cierra con un
diluvio de imprecaciones e injurias
dirigidas tanto al autor (en caso de que dijese una sola palabra mentirosa en su libro), como a los lectores que se nieguen a creerle:

«Por lo tanto, para terminar con el prólogo, diré que si hubiese una sola palabra mentirosa en el libro, entregaré a cien mil diabólicas canastas mi cuerpo y mi alma, mis tripas y entrañas. Así también, que os de el ergotismo, la epilepsia, la úlcera de las piernas, la disentería, la eripsela anal y os parta un rayo y caigáis en el azufre, el fuego y el abismo, como Sodoma y Gomorra, si no creéis firmemente en todo lo que os contaré en esta presente
Crónica.»
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Esta letanía de imprecaciones populares que cierra el prólogo es muy típica, sobre todo porque pasa de los elogios desmesurados a las fulminantes imprecaciones no menos exageradas. Esta inversión es
totalmente
normal. Elogios e injurias son las dos caras de una misma moneda. El vocabulario de la plaza pública es un Jano de doble rostro. Los elogios, como hemos visto, son irónicos y ambivalentes, colindando con la injuria: están llenos de injurias, y ya no es posible distinguir unos de otros, ni decir donde comienzan o terminan unos y otros. Lo mismo ocurre con las injurias. Aunque en las alabanzas ordinarias, los elogios y las injurias están separados, en el vocabulario de la plaza pública ambas parecen referirse a una especie de cuerpo único, aunque bicorporal, que es injuriado y elogiado al mismo tiempo. Esto explica por qué en el lenguaje familiar (y sobre todo en las obscenidades) las injurias tienen frecuentemente un sentido afectuoso y laudatorio (analizaremos a continuación numerosos ejemplos de Rabelais).

En última instancia, el vocabulario grotesco de la plaza pública (sobre todo en los niveles más arcaicos) estaba orientado hacia el mundo y los fenómenos de ese mundo que se hallaban en estado de perpetua metamorfosis, de transición de la noche al alba, del invierno a la primavera, de lo viejo a lo nuevo y de la muerte al nacimiento. Además, dicho lenguaje está salpicado de alabanzas e injurias que no van dirigidas a uno ni a dos elementos. Aunque esto no se note claramente en nuestro ejemplo, creo que su ambivalencia está fuera de discusión: es ella la que determina el carácter orgánico, la instantaneidad del pasaje de las alabanzas a las injurias, así como cierta imprecisión, cierta «falta de preparación» del destinatario de estos elogios e injurias.
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En el capítulo VI de nuestro libro trataremos otra vez esta fusión de elogios e injurias en una misma imagen, fenómeno de gran importancia que permite comprender las épocas pasadas del pensamiento humano, que no ha sido hasta ahora señalado ni estudiado. Diremos aquí, aunque en forma esquemática y preliminar, que en su base reside la idea de un mundo en estado de permanente imperfección, que muere y nace al mismo tiempo, es decir un mundo bi-corporal. La imagen dual que reúne a la vez elogios e injurias, trata de captar el instante preciso en que se produce el cambio, la transición de lo antiguo a lo nuevo, y de la muerte al nacimiento. Es una imagen que corona y derroca al mismo tiempo. En el curso de la evolución de la sociedad clasista, esta concepción del mundo sólo podía expresarse en la cultura extraoficial, porque rio tenía derecho de ciudadanía en la cultura de las clases dominantes, dentro de la cual elogios e injurias estaban claramente separados y petrificados, ya que el principio de la jerarquía inmutable, en el que nunca se mezclaba lo inferior y lo superior, era la idea básica de la cultura oficial. Esto explica por qué la fusión de elogios e injurias es totalmente ajena a dicha cultura y, en cambio, se adapta a la popular callejera.

Pueden distinguirse lejanas resonancias de ese tono dual en el lenguaje familiar actual. Pero como la cultura popular antigua no ha sido aún estudiada, esta circunstancia todavía pasa desapercibida.

Lo característico del fragmento citado es el tenor mismo de las imágenes empleadas, referidas siempre a un aspecto específico del cuerpo humano. La primera imagen, dirigida al autor en persona, recorre la anatomía humana, con tripas y entrañas. Aquí volvemos a encontrar las dos palabras, «tripas» y «entrañas», que significan la vida.

De entre las siete imprecaciones dirigidas a los lectores incrédulos cinco son enfermedades: 1. el ergotismo; 2. la epilepsia; 3. la úlcera de las piernas; 4. la disentería; 5. la eripsela anal.

Estas imprecaciones dan una imagen grotesca del cuerpo, que se ve sucesivamente quemado, arrojado al suelo (epilepsia), con las piernas estropeadas, con cólicos, etc.; en otras palabras: esas imprecaciones vuelven el cuerpo al revés; se caracterizan por su
orientación hacia lo bajo,
en este caso, la tierra, las piernas y el trasero.

Lo mismo ocurre con las dos últimas imprecaciones: 1. el rayo, que cae de arriba hacia abajo; 2. «ojalá caigáis en el azufre, el fuego y el abismo» (es decir, que el infierno os trague).

Estos insultos se presentan en las fórmulas corrientes y tradicionales. Una de ellas es de origen gascón, y Rabelais la emplea varias veces (que os salgan úlceras en las piernas); la otra, a juzgar por el refrán y las asonancias, fue tomada de alguna canción callejera. En muchísimos insultos, la topografía corporal está asociada a la celeste (rayo, tierra, azufre, fuego y océano).

Esta letanía de imprecaciones al final del prólogo, le otorga una culminación sumamente dinámica. Es un gesto rebajante, vigoroso y violento, el descenso a ras de tierra del columpio grotesco, antes de inmovilizarse.

Rabelais acostumbra a terminar con groserías o con invitaciones a banquetes y a beber.

El prólogo de
Pantagruel
está escrito de principio a fin con tonos vulgares, al estilo de la plaza pública. Se escuchan los gritos del charlatán de feria, del vendedor de drogas milagrosas, del vendedor de libros de cuatro centavos, y los insultos groseros que siguen a los anuncios irónicos y los elogios de doble sentido. Así, el tono y el estilo del prólogo se inspiran en los géneros publicitarios y en el lenguaje familiar callejero. En este prólogo, la palabra es el «pregón», es decir la palabrota que se dice en medio de la multitud, de la cual sale y a la que va dirigida. El hablante es solidario con el público, no se opone a él ni trata de aleccionarlo, no lo acusa ni lo asusta, sino que
se ríe
con él. Sus dichos no tienen el menor matiz, por leve que sea, de seriedad lúgubre, de temor, de veneración, o humildad: son alegres, vivos, licenciosos y francos, resuenan libremente en la plaza enfiestada, más allá de las restricciones, convenciones y prohibiciones verbales.

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