La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (23 page)

BOOK: La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento
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Los ejemplos que acabamos de citar demuestran que el arrojar excrementos y rociar con orinas son actos degradantes tradicionales, conocidos no sólo por el realismo grotesco, sino también por la Antigüedad. Su significación era fácilmente comprendida. Existe en casi todas las lenguas la expresión del tipo: «Me cago en ti» (o giros similares, como «escupir en la cara»). En la época de Rabelais, la fórmula «Mierda para él» era muy corriente (Rabelais la emplea incluso en el prólogo de
Gargantúa).

En la base de esta actitud y en las expresiones verbales correspondientes, existe una degradación topográfica literal, es decir un acercamiento a lo «inferior» corporal, a la zona genital. Esta degradación es sinónimo de destrucción y sepultura para el que recibe el insulto. Pero todas las actitudes y expresiones degradantes de esta clase son
ambivalentes.
La tumba que cavan es una tumba
corporal.
Y lo «inferior» corporal, la zona de los órganos genitales, es lo «inferior» que
fecunda y da a luz.
Esta es la razón por la que las imágenes de la orina y los excrementos guardan un vínculo sustancial con
el nacimiento, la fecundidad, la revocación y el bienestar.
En la época de Rabelais, este aspecto
positivo
estaba aún vivo y era percibido claramente.

En el famoso episodio de los «carneros de Panurgo», en el
Cuarto Libro,
el comerciante Dindenault se jacta de que la orina de sus carneros fertiliza el campo «como si Dios hubiese orinado sobre él». En su
Breve declaración,
al final del libro, Rabelais mismo (o tal vez uno de sus contemporáneos, u otro personaje perteneciente al mismo ambiente cultural de Rabelais) hace el siguiente comentario sobre la expresión «si Dios hubiese orinado sobre él»:

«Esta es una vulgaridad muy corriente en París y en toda Francia, usada por la gente simple, que consideran benditos los lugares donde Nuestro Señor expelió su orina o excrementos naturales, como ocurre con la saliva, según está escrito en San Juan, 9:
Lutum fecit ex sputo.»
111

Este pasaje es muy significativo. Demuestra que, en aquella época, en las leyendas populares y en la misma lengua hablada, los excrementos estaban indisolublemente asociados a la fecundidad, cosa que Rabelais no ignoraba, por la cual al utilizar esta metáfora le atribuía además ese sentido.

Veremos en seguida que Rabelais no vacilaba en mencionar el nombre de «Nuestro Señor» y la «bendición del Señor» al lado de los excrementos (dos ideas que ya estaban asociadas en la «vulgaridad» que hemos mencionado); no veía en ello el menor sacrilegio, ni previo la aparición del abismo estilístico que, a partir del siglo
XVIII,
separaría las dos ideas.

Para tener una justa comprensión de los gestos e imágenes populares carnavalescas, tales como arrojar excrementos o el rociar con orina, etc., hay que tomar en cuenta lo siguiente: las imágenes verbales y demás gestos de ese tipo formaban parte del conjunto carnavalesco estructurado en base a una lógica unitaria. Este conjunto es el drama cómico, que abarca a la vez la muerte del viejo mundo y el nacimiento del nuevo. Cada una de las imágenes por separado está subordinada a este sentido único y refleja la concepción del mundo unitaria que se forma en las contradicciones, aunque la imagen exista aisladamente.

En su participación en este conjunto, cada una de estas imágenes es profundamente
ambivalente:
tiene una relación muy importante con el ciclo vida-muerte-nacimiento.

Por esta razón esas figuras están desprovistas de cinismo y grosería en el sentido que nosotros atribuimos a estos términos. Pero estas mismas imágenes (por ejemplo, arrojar excrementos y el rociar con orina) percibidas en otro sistema de concepción del mundo, donde los polos positivos y negativos de la evolución (nacimiento y muerte) están separados el uno del otro y opuestos entre sí en imágenes diferentes que no se fusionan, se transforman efectivamente en cinismo grosero, pierden su relación
directa
con el ciclo vida-muerte-nacimiento y, por lo tanto, también su ambivalencia. En este caso, esas imágenes sólo consagran el aspecto negativo, mientras que los fenómenos que designan adquieren un sentido estrechamente vulgar y unilateral (éste es el sentido moderno que tienen para nosotros las palabras «excremento» y «orina»). Bajo esta forma radicalmente modificada, dichas imágenes o, para ser más exactos, las expresiones correspondientes, perviven en el lenguaje familiar de todos los pueblos. En realidad, conservan todavía un eco muy lejano de su antigua acepción de cosmovisión, débiles vestigios de expresiones usadas en las plazas públicas, y esto es lo único que puede explicar su inagotable vitalidad y amplia difusión.

Los especialistas tienen la costumbre de comprender y juzgar el vocabulario de las plazas públicas en Rabelais de acuerdo al
sentido que éste ha adquirido en la época moderna,
separándolo de los actos del carnaval y las plazas públicas, que constituyen su verdadero vehículo. Por ello, estos especialistas no pueden captar su profunda ambivalencia. Daremos aún otros ejemplos paralelos para demostrar que, en la época de Rabelais, la idea de renacimiento, de fecundidad, de renovación y bienestar estaba viva y era perceptible en las imágenes de excrementos y orina.

En el
Baldus,
de Folengo (obra macarrónica que ejerció, como es sabido, cierta influencia en Rabelais), encontramos un pasaje que se desarrolla en el
infierno,
en el cual Cingar
resucita
a un adolescente rociándolo de
orina.
En las
Crónicas Inestimables
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hay un episodio en el que Gargantúa orina durante tres meses, siete días, trece horas y cuarenta y siete minutos y
origina
el Ródano junto con setecientos navíos.

En Rabelais
(Libro Segundo)
todas las fuentes termales y
curativas
de Francia e Italia provienen de la orina hirviente que excrementa Pantagruel enfermo.

En el
Tercer Libro
(capítulo XVII), Rabelais alude al mundo antiguo: Júpiter, Neptuno y Mercurio crearon a Orion (de orinar, en griego) con su orina (fuente de Rabelais:
Los Fastos
de Ovidio). Esta alusión presenta, además, una forma curiosa: Júpiter, Neptuno y Mercurio «...oficialmente (...) forjaron a Orion».
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El «oficial es en realidad el funcionario de la policía eclesiástica y es también el nombre que se da (dentro del humor de las degradaciones lingüísticas familiares) al orinal (acepción ya registrada en la lengua del siglo
XV
). Se sabe que, en ruso, el orinal es a veces denominado el «general». De allí Rabelais, con su excepcional libertad expresiva, creó el adverbio «oficialmente» que quiere decir «con la orina». En este ejemplo, la fuerza degradante y productora de la orina se conjuga de una forma muy original.

Por último, como elemento paralelo, mencionemos también el famoso «Manneken-Pis» que adorna una fuente de Bruselas, y a quien los habitantes de la ciudad consideran como su más «viejo conciudadano», y cuya presencia garantiza la seguridad y el bienestar de su ciudad.

Podrían darse infinidad de ejemplos por el estilo. Por ahora será suficiente con los ya dados. Las imágenes del excremento y la orina son ambivalentes, como todas las imágenes de lo «inferior» material y corporal: rebajan y degradan por un lado, y dan a luz y renuevan por otro; son a la vez benditas y humillantes, la muerte u el nacimiento, el alumbramiento y la agonía indisolublemente entrelazadas.
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Al mismo tiempo, estas imágenes están estrechamente asociadas a la
risa.
La muerte y el nacimiento en las imágenes de la orina y los excrementos son presentadas bajo su aspecto alegre y cómico. De allí que la satisfacción de las necesidades naturales acompañe casi siempre a los alegres espantapájaros que la risa crea como sustitutos del terror vencido; por ello estas imágenes se hallan indisolublemente unidas a la de los infiernos.

Puede afirmarse que la satisfacción de las necesidades constituye la materia y el principio corporal
cómico
por excelencia, la materia que se adapta mejor para encarnar en forma rebajante todo lo sublime. Esto explica el rol tan importante que desempeñan en el folklore cómico, en el realismo grotesco y en el libro de Rabelais, así como también en las expresiones familiares comentes de ese tipo. Pero cuando Hugo dice, refiriéndose al mundo de Rabelais, «totus homo fit eserementum», ignora el aspecto regenerador y renovador que implica la satisfacción de las necesidades, aspecto que la literatura europea de su época había dejado de comprender.

Volvamos al pequeño campesino de Vesselovski: resulta evidente ahora que la metáfora «salpicar de barro» es inadecuada para referirse al cinismo de Rabelais, ya que esta metáfora es de tipo moral y abstracto. El cinismo de Rabelais implica, en verdad, un sistema de degradaciones grotescas (como arrojar excrementos y rociar con orina). Son así alegres funerales. El sistema de degradaciones penetra bajo diversas formas y expresiones, en toda la obra de Rabelais de comienzo a fin, y estructura algunas de sus imágenes exentas de cinismo (en el sentido restringido del término). Estas degradaciones no son otra cosa que una visión cómica unitaria del mundo.

En suma, consideramos que la comparación de Vesselovski es harto inadecuada. Lo que él describe bajo la forma de un ingenuo muchacho campesino puesto en libertad, a quien perdona, con cierta condescendencia, el que haya salpicado de barro a los viandantes, es nada menos que la cultura cómica popular, formada durante miles de años, y que contiene significados de una extraordinaria profundidad, desprovista de todo candor. La cultura de la risa y del cinismo cómico no puede —y menos que ninguna otra— ser calificada de ingenua, y no hay por qué tratarla con condescendencia. Por el contrario, exige de nuestra parte cierto estudio y comprensión atentas.
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Hemos hablado varias veces del «cinismo», las «obscenidades» y las «groserías» de la obra de Rabelais; debemos sin embargo aclarar que todos estos términos convencionales no son en modo alguno apropiados. Ante todo, estos elementos no están aislados dentro de la obra de Rabelais, sino que, por el contrario, constituyen una parte orgánica de sus sistemas de imágenes y de su estilo. Sólo parecen aisladas y peculiares a los ojos de la literatura moderna. Dentro del sistema del realismo grotesco y de las formas festivas populares, estos elementos son, por el contrario, los componentes principales de las imágenes de lo «inferior» material y corporal. Si bien es cierto que no eran oficiales, debemos recordar que tampoco lo era la risa ni la literatura festiva popular de la Edad Media. De allí que al aislar nosotros las «groserías», lo hacemos sólo en forma convencional. Estas groserías representan para nosotros algo vinculado
directamente
a la vida de la plaza pública, algo que se distingue por el
carácter extraoficial y liberado
propio de ésta, y sin embargo, no podemos clasificarlas entre las formas de la
literatura
festiva popular, en el sentido estricto de la palabra.

Nos referimos sobre todo a ciertos elementos del lenguaje familiar, tales como groserías, juramentos, maldiciones y demás géneros verbales de las plazas públicas; los llamados «gritos de París», el voceo anuncio de los saltimbanquis de feria y de los vendedores de drogas, etc. Estos elementos no están radicalmente separados de los géneros literarios y espectaculares de la fiesta popular, sino que son sus componentes y cumplen a menudo una importante función estilística; son las mismas expresiones que encontramos por ejemplo en los dichos y discusiones, en las diabluras, gangarillas y farsas, etc. Los géneros artísticos y burgueses de las plazas públicas están a veces tan entrelazados, que resulta difícil trazar una frontera clara entre ellos. Los voceadores que vendían píldoras eran a la vez cómicos de feria; los pregones de París eran versificados y cantados al son de una melodía; el estilo de los dichos de los charlatanes de feria era diferente del estilo de los vendedores de novelas de cuatro centavos (los largos publicitarios de estas obras estaban redactadas a menudo en el estilo de los charlatanes de feria).

Las plazas públicas a fines de la Edad Media y en el Renacimiento, constituían un mundo único e integral, en el que todas las expresiones orales (desde las interpretaciones a voz en grito a los espectáculos organizados) tenían algo en común, y estaban basados en el mismo ambiente de libertad, franqueza y familiaridad.

Los elementos del lenguaje popular, como los juramentos y las groserías, perfectamente autorizados en las plazas públicas, se infiltraron fácilmente en todos los géneros festivos asociados a esos lugares (incluso en el drama religioso). La plaza pública era el punto de convergencia de lo extraoficial, y gozaba de un cierto derecho de «extraoficialidad» dentro del orden y la ideología oficiales; en este sitio, el pueblo llevaba la voz cantante. Aclaremos sin embargo que estos aspectos sólo se expresaban íntegramente en los
días de fiesta.
Los períodos de feria, que coincidían con los días de fiesta y duraban largo tiempo, tenían una importancia especial. Por ejemplo, la célebre feria de Lyon duraba quince días y era celebrada cuatro veces al año; durante dos meses, Lyon hacía vida de feria y, por lo tanto, en cierta medida vida de
carnaval.
El ambiente carnavalesco reinaba siempre en esas ocasiones, que tenían lugar en cualquier época del año.

De este modo, la cultura popular extraoficial tenía un territorio propio en la Edad Media y en el Renacimiento: la plaza pública; y disponía también de fechas precisas: los días de fiesta y de feria. Ya dijimos que durante los días de fiesta, la plaza pública constituía un segundo mundo dentro del oficial de la Edad Media. Reinaba allí una forma especial dentro de la comunicación humana: el trato libre y familiar. En los palacios, templos, instituciones y casas privadas, reinaba en cambio un principio de comunicación jerárquica, la etiqueta y las reglas de urbanidad. En la plaza pública se escuchaban los dichos del lenguaje
familiar,
que llegaban casi a crear una lengua propia, imposible de emplear en otra parte, y claramente diferenciado del lenguaje de la iglesia, de la corte, de los tribunales, de las instituciones públicas, de la literatura oficial, y de la lengua hablada por las clases dominantes (aristocracia, nobleza, clerecía alta y media y aristocracia burguesa), si bien es cierto que a veces el vocabulario de las plazas irrumpía también allí, en determinadas circunstancias.

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