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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (32 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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—Como le dije al consejo, soy un servidor de Khaine. ¿Qué más importa?

Niryal alzó una ceja fina como un látigo.

—Se me ocurren muchísimas cosas, pero comencemos por ésta: ¿Cómo puedes estar tan seguro de que Urial no es el Portador de la Espada, después de todo? Cuanto más lo pienso, más me cuesta creer que encontró un medio para burlar la voluntad de Khaine y apoderarse de ella.

Malus vaciló.

—Malekith es el Azote de Khaine, así está escrito.

—Sí, pero ¿escrito por quién? Lo único que yo sé es que el Rey Brujo está en su torre de Naggarond, y Urial está aquí con la
Espada de Disformidad
en las manos. Lo vi con mis propios ojos, del mismo modo que lo vi matar al Gran Verdugo en combate singular. ¡Al Gran Verdugo! ¿Cómo es posible eso, si Urial no es el elegido de Khaine?

Los ojos del noble se entrecerraron, cautelosos.

—Porque Urial es un brujo de formidable poder, y ha codiciado la
Espada de Disformidad
durante muchos años. El Arquihierofante comprendió eso. ¿Por qué razón no puedes hacerlo tú?

Niryal se inclinó hacia Malus.

—El Arquihierofante ha huido de la ciudad —susurró—. Se lo oí decir a tu guardia.

Malus se puso rígido.

—Rhulan es un cobarde —susurró.

—O no tiene ninguna fe en ti, y si él no la tiene, ¿por qué debería tenértela yo?

Con el rabillo del ojo, Malus vio que los leales del templo que vigilaban desde la escalera se ponían en cuclillas. Pero este movimiento de advertencia lo captó un momento demasiado tarde. Antes de que pudiera reaccionar, oyó gritos de alarma en la cámara de abajo. El noble gruñó en silencio al ver al trío de Señores de las Bestias del templo de pie justo en la entrada de la estancia. Uno de ellos miró a Malus a los ojos y lo apuntó a la cara con una lanza corta.

—¡Maldición! —exclamó Malus, y el aire se estremeció con roncos gritos de guerra cuando los Señores de las Bestias echaron a correr hacia la escalera de la galería. Cinco de los fanáticos de Tyran los seguían de cerca, con los brillantes
draichs
en alto.

—¡Detenedlos en la escalera! —les gritó el noble a los leales del templo. La escalera era lo bastante amplia para que dos hombres subieran juntos por ella. Si podían impedir que los enemigos entraran en la galería, los fanáticos se encontrarían en desventaja con aquellas espadas largas. Al pasar corriendo junto a Niryal, Malus lanzó una mirada nerviosa a la puerta de la biblioteca superior, pero no se veía nada que indicara qué podía estar sucediendo en el interior. Lo único que podía hacer era esperar que Arleth Vann averiguara con rapidez lo que necesitaba saber. No podrían resistir durante mucho tiempo.

Los Señores de las Bestias se lanzaron hacia los leales del templo y los acometieron ferozmente con las lanzas, con la esperanza de hacerlos retroceder. Uno de ellos comenzó a ceder terreno, pero Malus llegó a lo alto de la escalera y aferró al druchii por los ropones para obligarlo a volver. El noble se situó cerca de los leales del templo, justo detrás y por encima de ellos, y buscó una oportunidad para golpear.

Uno de los Señores de las Bestias paró un lanzazo con la espada y abrió un tajo de través en el brazo del oponente. Al ver que se presentaba la oportunidad, el segundo Señor de las Bestias le hizo una finta al druchii que tenía delante y acometió con una rápida estocada al espadachín que se había lanzado demasiado a fondo, pero la espada de Malus descendió como un rayo y penetró profundamente en el antebrazo del agresor. Los huesos se partieron con un crujido, y el alarido de dolor del Señor de las Bestias se transformó en un gorgoteo ahogado cuando su oponente se recobró de la finta y le clavó la espada en la garganta.

El Señor de las Bestias moribundo se desplomó hacia la izquierda y cayó rodando por la escalera. Su compañero avanzó para llenar la brecha, y dirigió un golpe bajo a las piernas del enemigo. El leal del templo intentó bloquear la estocada, pero lo hizo a destiempo y la punta de acero de la lanza le abrió un profundo tajo en un muslo. Con un grito de dolor, el servidor del templo acometió salvajemente la cabeza del Señor de las Bestias, pero el guerrero se agachó por debajo del arma y clavó profundamente la lanza en el abdomen del druchii. Malus vio que la afilada punta de acero salía por la espalda del leal del templo, que murió lanzando un gemido terrible.

El noble gruñó como un lobo y le dio al muerto una patada en la espalda para lanzarlo contra su asesino. El Señor de las Bestias gritó, colérico, y sacó al cadáver de la escalera de un empujón, pero cuando intentaba arrancar la lanza del cuerpo que caía, Malus bajó corriendo por los escalones y le partió el cráneo de un tajo. El Señor de las Bestias se desplomó mientras la sangre le corría por la cara dividida en dos, y el noble pivotó sobre la punta de un pie y clavó la espada en el pecho del tercer Señor de las Bestias.

Este segundo ataque estuvo a punto de hacer que lo mataran. Justo cuando arrancaba la espada del druchii moribundo, vislumbró un destello de acero y el instinto lo hizo retroceder para apartarse del velocísimo tajo de
draich
. La espada pasó por el lugar que había ocupado su cabeza y continuó descendiendo hasta abrir un tajo en el antebrazo del noble. Hizo una mueca al sentir el repentino dolor, pero no había tiempo para preocuparse porque el fanático continuaba con el ataque: invirtió el movimiento de la espada curva y dirigió una estocada ascendente al cuello de Malus. El noble rodó hacia la derecha y sintió que la afiladísima hoja cortaba el aire a un par de centímetros de su mandíbula. Entonces se oyó un golpe sordo y le saltó un reguero de sangre a la cara. Abrió los ojos a tiempo de ver al fanático caer por la escalera con la parte superior de la cabeza rebanada por un tajo del hacha de Niryal.

Con las piernas palpitándole furiosamente, Malus gateó escalera arriba. Los fanáticos se lanzaron hacia ellos. A la izquierda del noble, el leal del templo superviviente también se retiraba con una herida profunda en el hombro que sangraba en abundancia. Niryal estaba situada más arriba que Malus, y hacía girar el hacha en mortíferos molinetes para mantener a los enemigos a distancia. Entonces, un movimiento que se produjo en el piso de abajo atrajo la mirada del noble. Un torrente de fanáticos y conversos del templo con ropones negros entraban en la sala y se sumaban al grupo que intentaba subir por la escalera.

—¡Atrás! —gritó Malus, furioso—. ¡A la biblioteca!

Al oír la orden, el leal del templo herido lanzó una mirada rápida a Malus, y ese error le costó la vida. Su oponente saltó hacia él con un grito y le descargó la enorme espada en la unión del cuello con el hombro. El tajo cercenó clavícula y costillas, partió el esternón y penetró en los órganos vitales. Una fuente de sangre manó por la boca abierta del druchii, que cayó en total silencio. Ya fuera por suerte o intencionadamente, su cuerpo chocó contra la primera línea de fanáticos y los enlenteció durante el tiempo suficiente para que Malus pudiera ponerse de pie y correr hacia la puerta de la biblioteca.

El picaporte estaba frío como el hielo. Malus abrió la puerta y una bocanada de aire gélido le azotó el rostro. En la cara interior de la puerta brillaba la escarcha, y la sala estaba inundada por un oscilante resplandor azul. Al otro extremo de la estancia, Arleth Vann se encontraba de pie ante el cráneo del anciano, el cual flotaba en el aire a más de dos metros por encima de su cabeza. En las cuencas vacías del cráneo ardían llamas azules, y estaba unido a un cuerpo vaporoso que se contorsionaba y retorcía suspendido en el aire.

Al atravesar la sala a la carrera, Malus sintió en la piel la tensión invisible de la lucha bruja que se libraba. Arleth Vann tenía la espalda arqueada y la cabeza echada hacia atrás, y su boca se movía silenciosamente en una lucha de voluntades contra el espíritu del anciano. Niryal dio un traspié al atravesar la puerta detrás de Malus, y sus ojos se abrieron de asombro al ver la escena que se representaba ante ella.

—¡Al interior del círculo! —le gritó Malus, mientras él atravesaba la línea mística. El poder lo envolvió y crepitó. Sintió una ola de frío gélido en la cara, y se le erizó el cabello. Una borboteante crepitación le inundaba los oídos. Al volverse, se encontró con que la sacerdotisa le pisaba los talones. Cuando ella entró en el círculo, ambos fueron sacudidos por un ciclón de energías inestables. La cabeza de Arleth Vann se enderezó de golpe, con la cara marcada por el esfuerzo y los ojos muy abiertos.

—¡Deja la energía en libertad! —gritó Malus, para hacerse oír por encima de la creciente tormenta—. ¡Marchémonos!

La puerta de la biblioteca se abrió bruscamente cuando el primero de los fanáticos irrumpió en la sala. Media docena de pasos llevaron a los espadachines hasta la mitad de la sala. Malus iba a gritarle otra vez al asesino, cuando oyó que Arleth Vann bramaba de dolor. El mundo estalló, entonces, en una detonación de llamas azuladas.

19. Reveses de la fortuna

El restallar de un rayo hirió los oídos de Malus, que fue levantado del suelo por la fuerza de la explosión, como si fuera una hoja de árbol alzada al paso de un furioso viento. Oyó gritos y el sonido de madera que se partía, y luego se estrelló contra algo duro e inamovible que lo dejó sin conocimiento.

Cuando por fin se le aclaró la vista, largos momentos más tarde, se encontró tendido bajo una pila de destrozados libros humeantes, al pie de una de las muchas librerías de la biblioteca. El zumbido de los oídos comenzó a disminuir para ser reemplazado por lamentos de los heridos.

En el aire flotaba una neblinosa luz azulada que parecía manar de cada piedra del suelo, las paredes y el techo. Los globos de luz bruja se habían hecho añicos en la explosión, y en el resplandor ultraterreno flotaban restos de papel destrozado como si fuera ligera ceniza. Todo lo que estaba en el radio de la onda de la explosión había quedado destruido. Los cubículos de lectura estaban hechos pedazos, como la borda de un barco golpeada por la piedra de una catapulta, y los centenares de libros que ocupaban los estantes de la habitación habían quedado hechos jirones por una tormenta de metralla de madera. Los altos armarios que contenían los cráneos de antiguos ancianos del templo estaban igualmente destrozados, y el suelo sembrado por una lluvia de fragmentos de hueso.

Niryal yacía contra una librería situada a la izquierda de Malus, cubierta de deshechos pero aparentemente ilesa. Cuando el noble se puso de pie con torpeza, vio que Arleth Vann se levantaba, aturdido, al otro lado de la sala. La cara del asesino estaba marcada por el dolor y el agotamiento, y tenía los ojos muy abiertos por el horror que sentía ante la devastación que acababa de causar. Había desaparecido el círculo arcano del suelo, ya que las líneas de plata habían sido borradas por la energía mágica descontrolada. Malus dedujo que la única razón por la que él y sus compañeros estaban vivos era porque la destructiva fuerza había radiado hacia fuera desde el borde del círculo, y los había arrastrado consigo.

Sus enemigos no habían sido tan afortunados.

De los fanáticos que se encontraban más cerca del círculo ni siquiera podía decirse que se parecieran a druchii. Las espadas que empuñaban se habían hecho pedazos y sus ropas habían sido consumidas, pero los cuerpos simplemente se habían fundido como cera y dejado unos montoncitos de pulpa roja humeante. La siguiente fila había recibido la plena furia de la metralla de la explosión, que había hendido y desgarrado sus cuerpos hasta convertirlos en despojos destrozados y sangrantes. Sólo los que se hallaban más cerca de la estrecha puerta habían escapado a la muerte, aunque la puerta en sí había sido hecha astillas y lanzada hacia la galería. Los druchii se retorcían en el suelo, donde se aferraban las heridas sangrantes y las extremidades cercenadas.

Malus, cuyo aliento se transformaba en vapor en el aire antinaturalmente frío, miró a un lado y a otro en busca de la espada, y la encontró clavada en un par de gruesos tomos encuadernados en cuero que aún descansaban en su estante, aproximadamente a la altura del pecho. Cuando el noble arrancó el arma, desparramó el destrozado contenido de los libros sobre el suelo relumbrante, y avanzó a traspiés hacia los heridos con una expresión ceñuda en el rostro.

—Bendita Madre —jadeó Niryal, con el semblante pálido y furioso al contemplar la desolación—. ¿Qué habéis hecho?

—Lo que era necesario —le espetó Malus, que se acercó al primer par de heridos y los remató con breves tajos cargados de rencor. Humeantes fuentes de sangre trazaban un arco en el aire teñido de azul cada vez que la hoja de doble filo volvía a ascender—. ¿Habrías preferido dejar que estos blasfemos nos mataran?

—¡Por supuesto! —gritó la sacerdotisa—. Nuestras vidas no significan nada comparadas con el conocimiento encerrado entre estos muros...

Malus se volvió hacia ella y le apuntó la cara con la espada goteante.

—No comiences —le advirtió. Al lado, un fanático rodó hasta quedar boca abajo y comenzó a arrastrarse hacia una espada que tenía cerca. El noble vislumbró el movimiento y cayó sobre el herido, al que asestó despiadados tajos en cabeza y cuello.

—¡Nada... de... esto... es... tuyo! —dijo Malus, que enfatizó cada palabra con un brutal golpe de espada. El fanático se desplomó y el noble buscó otra víctima—. Cada libro, cada maldito cráneo, pertenece a Urial. ¿Lo ves?

—¡Lo que veo es otro maldito desastre! —le espetó la sacerdotisa. De algún modo había logrado no soltar el hacha durante la explosión, y señaló a Malus con los curvos extremos de la hoja de doble filo—. Dejas muerte y ruina tras de ti, a dondequiera que vas.

Malus pasó por encima de un cuerpo inmóvil y lo estudió. Veloz como una víbora, le clavó una estocada en la garganta y fue recompensado con una brillante fuente de sangre. El druchii comenzó a sufrir convulsiones y el noble gruñó de satisfacción.

—¿No dije que era un servidor de Khaine? —replicó, y le lanzó una mirada desafiante.

—¿Qué servidor de Khaine dejaría en ruinas el templo de su dios? —preguntó ella.

—Uno que esté librando una guerra —replicó el noble. Señaló al otro lado de la puerta con la espada—. Si piensas que ese usurpador del sanctasanctórum es el verdadero Azote, acude a él a ver cómo recompensa tus equivocadas creencias.

Los dos druchii intercambiaron miradas furibundas: Niryal temblando de cólera, y Malus frío e inmóvil como una piedra.

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