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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (14 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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—¡Mi lealtad para contigo y el templo eran una y la misma! —le espetó Arleth Vann—. Te busqué a lo largo y ancho de Naggaroth. Te serví durante años, observando y esperando en secreto porque estaba seguro de que eras tú. Cuando los autarii desbarataron nuestro ataque en el Valle de las Sombras, pensé que era la voluntad de Khaine y me regocijé. —El asesino se le acercó más, hasta que Malus pudo ver la cólera y la desesperación que relumbraban en sus ojos color latón—. Luego regresé a Har Ganeth y me encontré con que tu hermano Urial estaba en el Sanctasanctórum de la Espada, y me vi obligado a admitir mi error. Había encontrado la casa correcta, pero escogido al hijo equivocado.

Malus forcejeó con la presa estranguladora de Arleth Vann, pero los dedos del asesino se aferraban como una prensa a su garganta. Lentamente, sin remordimientos, el antiguo guardia de Malus bajó la espada y posó la punta sobre el acelerado corazón de su señor.

—No sé cómo obtuviste la bendición de Khaine desde la última vez que te vi —dijo Arleth Vann—, pero cualquiera que sea la piedad que has descubierto aquí, yo te conozco por el embaucador que en realidad eres. Destruyes todo lo que tocas, Malus Darkblade. Por el bien de la fe y en nombre de la bendita venganza, tu vida concluye aquí.

Malus comenzaba a ver puntos luminosos. Desesperado, asió la muñeca de la mano con que Arleth Vann sujetaba la espada, pero el arma descendía inexorablemente, impulsada por una despiadada máquina de odio. Las palabras del asesino resonaban dentro del cerebro del noble: «Te serví durante años, observando y esperando en secreto porque estaba seguro de que eras tú».

La espada de Arleth Vann le perforó la piel. Una claridad gélida centró la mente del noble. «Ya sabes qué debes hacer. ¡Actúa ahora o morirás!»

—¡Tz'arkan! —gruñó Malus, con voz casi inaudible—. ¡Necesito tu fuerza!

Su cuerpo sufrió un espasmo y las venas le ardieron con un torrente de hielo negro que empujó a Malus contra la espada de Arleth Vann. Una ola de cristalino sufrimiento le arrancó un grito estrangulado cuando los huesos partidos del brazo derecho se soldaron. La oscuridad retrocedió cuando las energías del demonio le devolvieron la visión, y el noble vio la expresión de miedo y asombro que se apoderaba de la cara de Arleth Vann.

Malus apoyó la mano derecha contra el pecho de Arleth Vann, y con un solo empujón lo lanzó volando al otro lado de la pequeña habitación. El noble se levantó como si volara, ingrávido, con las extremidades ardiendo de energías inmundas. Era algo que sabía como vino en sus labios. ¿Cómo había pasado tantos meses sin el toque del demonio? El poder era embriagador. Malus sintió que una risa le inundaba los oídos y pensó que era la suya.

Avanzó hacia su antiguo guardia, deslizándose como humo sobre el suelo. Sus ojos eran como metal fundido que relumbraba en la débil luz. Canalizó el hirviente poder del demonio hacia su voz al hablar:

—Fuiste tú el engañado, Arleth Vann. La fe te abandonó en un momento de prueba, y dudaste de la voluntad del Dios de la Sangre. Yo soy el Azote, el hijo ungido de Khaine, y el Tiempo de Sangre está cerca.

Arleth Vann alzó los ojos hacia Malus y lanzó un grito de pasmo reverencial.

—¡Mi señor! —dijo, al tiempo que se humillaba a los pies del noble—. En verdad que te he fallado. Mi vida está perdida. Mátame por mi debilidad, y arroja mi alma a la Oscuridad Exterior. —Sacó una daga del cinturón y se la ofreció al noble con mano temblorosa.

El gesto dejó a Malus pasmado y sin habla. ¿Qué clase de locura era esta religión que impulsaba a sus devotos a ofrecer sus vidas como corderos?

—Guarda el arma —le espetó—. No me sirven de nada los mártires, Arleth Vann. Si quieres redimirte, sírveme como lo hiciste en otra época, en cuerpo y alma.

Arleth Vann se irguió y alzó los ojos hacia su señor. Las lágrimas brillaron como oro al reflejar el resplandor de los encendidos ojos de Malus.

—Lo juro —dijo—. En cuerpo y alma hasta que la muerte me libere. —Se dobló por la cintura y posó la frente en el suelo de madera.

Los ojos de Malus se entrecerraron con expresión de triunfo. Sólo entonces se dio cuenta de que la risa aún resonaba dentro de su mente.

—Ahora aceptas tu destino, Malus —dijo Tz'arkan—. Sabía que era sólo cuestión de tiempo.

—Háblame de la batalla —dijo Malus, que miraba a través de la estrecha ventana las lunas gemelas que se alzaban en el horizonte oriental—. ¿Qué te sucedió después del ataque contra mi tienda?

Arleth Vann, que estaba curándose el tajo que tenía en el costado de la pierna izquierda, se encogió de hombros y el gesto le provocó una mueca de dolor.

—No hay mucho que contar. Los autarii estuvieron a punto de matarme. Si una de esas flechas se me hubiera clavado un dedo más a la derecha, me habría perforado el corazón —relató—. Perdí el conocimiento cuando me sacaban a rastras del campamento. Desperté más tarde, en un lupanar del barrio de los Esclavistas. Silar me había hecho atender por un cirujano, pero pasaron muchas semanas antes de que me recuperara del todo.

—¿Qué sucedió con Silar y el resto?

—Se dispersaron como cuervos, mi señor —replicó Arleth Vann—. Lo perdieron casi todo cuando llegó la noticia de que habías matado a tu padre. Todo el tesoro que tan duro trabajo le había costado a Silar transportar desde Karond Kar cayó en manos de Isilvar cuando se apoderó de tu propiedad. El nuevo Vaulkhar iba a hacernos matar en el siguiente Hanil Khar, pero luego se enteró de que tú te dirigías hacia la ciudad con un ejército de Naggor detrás de ti. Así que se nos dio la oportunidad de recobrar el honor si regresábamos a Hag Graef con tu cabeza.

Malus asintió para sí, y sintió sabor a bilis en la garganta.

—Yo habría hecho lo mismo, por supuesto. Fue sólo debido a la suerte, que sobreviví.

—Regresamos con las manos vacías, pero Isilvar nos atribuyó, a regañadientes, el mérito de haber causado la distracción suficiente para que el ataque principal fuera llevado a cabo con éxito —explicó Arleth Vann, que se envolvió la pierna con una venda improvisada—. Así que se nos concedió la libertad. Creo que quería parecer magnánimo ante la corte, porque aún estaba intentando ganarse a muchos de los nobles de la ciudad. En cualquier caso, Silar y Dolthaic se marcharon a Ciar Karond con la esperanza de que los contratara un corsario. Hauclir desapareció. Por lo que yo sé, todavía anda por ahí, en tu busca.

El noble frunció el entrecejo.

—¿Isilvar no me creyó muerto?

—Dijo que sí, pero yo dudo de que lo creyera realmente. Nosotros estábamos mejor informados. Los exploradores regresaron con el cuerpo del único hijo de Bale, pero a ti no te encontraron por ninguna parte.

—¿Y cómo hallaste tú mi rastro?

Arleth Vann se volvió a mirar a Malus, con expresión de desconcierto.

—¿Tu rastro? Yo no vine aquí a buscarte a ti, mi señor. Entre los verdaderos creyentes corrió la voz de que Urial había aparecido en Har Ganeth con la Novia de Destrucción. Se ordenó a los fieles que regresaran a la Ciudad Sagrada y lo apoyaran cuando solicitara ante el templo que se llevara a cabo el Ritual del Portador de la Espada.

Malus dio la vuelta y se acercó al asesino arrodillado, mientras consideraba cuidadosamente sus palabras.

—Arleth Vann, hace ya muchos años que me conoces. —Abrió las manos ante sí y sonrió con timidez—. Sabes que jamás fui a adorar al templo. No fue un accidente que Khaine te condujera hasta mí. Necesito un guía para que ilumine el camino en que ahora estoy. —Se arrodilló junto al guardia—. ¿Qué es el Ritual del Portador de la Espada, y por qué el templo es reacio a llevarlo a cabo para Urial?

—La
Espada de Disformidad
está encerrada dentro de antigua brujería poderosa, de protecciones que sólo pueden anularse mediante un ritual especial, y sólo en presencia del elegido de la profecía —explicó Arleth Vann—. Sólo el Haru'ann puede oficiar el ritual, motivo por el que el templo...

—Espera —lo interrumpió Malus alzando una mano—. ¿Qué es el Haru'ann?

Arleth Vann pareció escandalizado.

—El Haru'ann es el consejo de ancianos que sirven al Gran Verdugo —replicó—. El consejo consta de cinco miembros, cada uno con un deber sagrado dentro del templo.

Malus recordó las palabras de la bruja de Khaine, en el exterior de la casa: «Nuestro Haru'ann está completo, mientras que el templo continúa desorganizado». De repente, comprendió qué planeaba Tyran.

Mientras el templo enviaba fuera a los guerreros para atacar las casas de los fieles, los fanáticos iban a escabullirse al interior de la fortaleza para llevar a cabo ellos mismos el Ritual del Portador de la Espada y poner el arma en manos de Urial.

9. La ciudadela de hueso

Todas las piezas encajaban. Malus se dio cuenta de que Tyran había manipulado a los ancianos del templo de manera magistral. El jefe de los fanáticos recurriría a sus agentes del interior para que lo dejaran entrar en la fortaleza junto con su consejo de fanáticos, mientras los guerreros de Khaine luchaban contra el grueso de los verdaderos creyentes en las calles de la ciudad. No habría nada que pudiera impedirles llegar hasta el sanctasanctórum y ejecutar el Ritual de la Espada para Urial.

Malus se puso de pie y comenzó a pasearse por la habitación mientras consideraba su siguiente jugada.

—¿Dónde están ahora Tyran y los ancianos? —preguntó. Arleth Vann se encogió de hombros.

—No lo sé, mi señor. Yo traje al anciano hasta aquí, y encontré a Tyran esperándome en el patio con un grupo de guerreros. Se hicieron cargo del anciano y se marcharon de inmediato.

El noble enseñó los dientes.

—Lo más probable es que se haya escondido en algún lugar cercano al templo, a esperar el momento correcto para hacer su jugada; o podría estar dentro del templo ahora mismo, si se escabulló al interior con los guerreros que regresaron.

—Inspiró profundamente. Sólo quedaba un curso de acción viable que podía tomar—. Tengo que hablar con el Arquihierofante Rhulan —dijo—. ¿Puedes entrar en el templo?

Arleth Vann se apretó bien la venda en torno a la pierna y miró a Malus con el ceño fruncido.

—¿Deseas hablar con los blasfemos? ¿Por qué?

Malus se preparó por si lo que estaba a punto de decir provocaba otra pelea.

—Porque debemos dar la alarma y detener a Tyran y a los suyos antes de que lleguen al sanctasanctórum.

El guardia contempló a Malus durante largos minutos, con expresión insondable.

—¿Por qué querríamos hacer eso? —preguntó al fin.

—Porque Tyran ha unido su suerte a la de Urial —replicó Malus—, y mi medio hermano no se detendrá ante nada para ponerle las manos encima a la
Espada de Disformidad
.

El asesino negó con la cabeza.

—Él no es el elegido. El ritual no funcionará con él.

—¿Piensas que eso lo disuadirá? —preguntó Malus—. Él piensa que se encuentra al borde de la gloria eterna. Cree que puede tomar a Yasmir porque le pertenece. Cuando el ritual fracase, no se culpará a sí mismo, sino a Tyran y a su consejo. Cree que es el elegido de la profecía, y no se detendrá ante nada para ver satisfechas sus ambiciones, aunque eso signifique destruir al culto en el proceso.

Tz'arkan se enroscó apretadamente en torno a su corazón, y su áspera voz susurró al oído del noble.

—Habla por ti mismo —siseó el demonio.

Arleth Vann meditó largamente las palabras del noble, con expresión angustiada. Finalmente, asintió con la cabeza.

—Hay un modo de entrar —dijo—. Lo conocen pocos, incluso dentro del templo, así que deberíamos poder llegar a los aposentos de Rhulan sin que nos vean. Sin embargo, el camino es largo y llevará tiempo.

—En ese caso, vámonos —decidió Malus, que miró sus pertenencias a medio empaquetar y decidió dejarlas allí. Los objetos verdaderamente valiosos, es decir, el Octágono de Praan, el ídolo de Kolkuth y la
Daga de Torxus
, estaban en el fondo de una alforja sujeta al lomo de
Rencor
. Más tarde podría conseguir otro juego de mantas de viaje y una cantimplora, si era necesario. En ese preciso momento, cada minuto contaba.

Si actuaban con rapidez, podrían atrapar a todos los jefes de los fanáticos en un mismo sitio, lejos de cualquier esperanza de recibir ayuda, y podría proporcionar a los ancianos del templo una gran victoria. En el fondo, no obstante, Malus tenía un plan aún más ambicioso. Si podía llegar al sanctasanctórum cuando los fanáticos estuviesen llevando a cabo el ritual, su presencia permitiría que éste concluyera con éxito. Entonces podría apoderarse de la reliquia, tal vez con ayuda del demonio.

El noble sonrió ceñudamente mientras trazaba sus planes. Valdría la pena sólo por ver la expresión de la cara de Urial.

Arleth Vann condujo a Malus por las calles ya oscurecidas y se encaminaron hacia el sureste, alejándose de la fortaleza. Malus mantenía el paso de su guardia, espada en mano, y observaba con atención calles y callejones. Los sonidos de lucha aún resonaban en las zonas inferiores de la ciudad, y en el horizonte, cerca del distrito de los almacenes, veía un oscilante resplandor de incendios. Basándose en lo que había presenciado a lo largo de la tarde, cuando los guerreros del templo fueran lanzados contra las fortalezas que los fanáticos tenían por toda la ciudad, las cosas se descontrolarían con rapidez.

El asesino condujo a Malus fuera del distrito noble, y siguieron un rumbo zigzagueante por vías sinuosas que descendían inexorablemente por la larga ladera. Por el camino esquivaron grupos de ciudadanos armados salpicados de sangre seca y ebrios de asesinato, en busca de más cabezas que colgar de sus cinturones. En esas ocasiones, Arleth Vann se deslizaba en silencio de una sombra a la siguiente, como un fantasma, sin que los grupos que pasaban lo vieran.

Atravesaron con rapidez el distrito de ocio de la ciudad. Los lupanares tenían echados los postigos y numerosas cervecerías habían sido saqueadas a lo largo del día. En muchos de estos locales se veían pilas de cabezas recién cortadas en el exterior de las puertas y ventanas rotas. Malus imaginaba a los propietarios, que dejaban que los saqueadores bebieran hasta hartarse, para luego caer sobre los ebrios ladrones con garrotes y cuchillas, decididos a recuperar las pérdidas en carne, si no en dinero.

Después de casi una hora, Malus se encontró en el distrito de los plebeyos, cerca de los grandes almacenes y curtidurías de la ciudad. El hedor acre de los productos para curtir se mezclaba con el humo de los edificios en llamas y le hacía llorar los ojos. Malus creyó oír la llamada de una sola trompeta en lo alto de la colina, e imaginó las grandiosas puertas de la fortaleza que se abrían como las fauces de un dragón para vomitar la cólera del templo sobre la ciudad.

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