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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (36 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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El asesino miró a Malus y asintió con solemnidad.

—Adelante, mi señor, y que Khaine sea contigo.

—No lo hará si sabe lo que le conviene —gruñó Malus. Clavó los tacones en los flancos de
Rencor—
. ¡A la carga!

La bestia de guerra saltó hacia adelante con un rugido estremecedor, y con el hombro golpeó la puerta de la derecha y arrancó la pesada hoja de los goznes. Malus se agachó en el último momento, al atravesar el umbral, y sintió que la parte superior del marco le rozaba la espalda.

Cuando volvió a erguirse, vio que iban lanzados hacia la primera fila de fanáticos que se encontraba a menos de diez metros de distancia. La carga de los druchii vaciló al ver al nauglir que se les echaba encima, chasqueando los dientes al olfatear la sangre de los blancos ropones que vestían. Malus aulló como un lobo cuando se lanzaron hacia la turba, y la espada comenzó a descender a derecha e izquierda para asestar tajos indiscriminadamente a los cuerpos que pasaban a gran velocidad.

Los fanáticos gritaban, arrojados al aire por las fauces del nauglir como muñecas ensangrentadas, o lanzados hacia los lados por los acorazados hombros de la bestia. Una espada impactó contra el muslo izquierdo de Malus y resbaló sobre el quijote de acero. El noble descargó un tajo a la derecha, sobre un rostro alzado hacia él, y partió el cráneo del druchii como si fuera un melón. Se dio la vuelta y golpeó a la izquierda, con lo que desvió a un lado un
draich
sucio de sangre y abrió de un tajo la frente de otro fanático.

El gélido continuaba corriendo y dejando cuerpos desgarrados y quebrados a su paso. Los fanáticos acometían al nauglir desde todas partes y abrían heridas profundas en los musculosos flancos de la bestia, pero el dolor sólo lograba encolerizarlo aún más. Un fanático saltó hacia la cara del gélido y dirigió una estocada veloz como el rayo al ojo izquierdo de
Rencor
, pero el entrenamiento del nauglir se impuso y éste lanzó una dentellada hacia el rápido movimiento. Las descomunales fauces cercenaron el brazo derecho del druchii a la altura del codo, y la bestia escupió la deformada espada al suelo.

Malus miró por encima del hombro para ver qué tal resistían Arleth Vann y los otros. El herido ya estaba muerto, y su cuerpo decapitado yacía a pocos metros de las destrozadas puertas del pabellón. El asesino y el último guerrero que quedaba luchaban, codo con codo, cerca de la agitada cola del gélido.

Los rugidos de furia se transformaron en alaridos de cólera, dolor y miedo. Los fanáticos retrocedían a ambos lados del nauglir lanzado a la carga, pasmados ante la ferocidad del repentino ataque. Entre el gélido y Urial se formó un apretado semicírculo de fanáticos. Malus sonrió ferozmente y dirigió a
Rencor
directamente hacia ellos.

Los espadachines se mantuvieron firmes, dispuestos a morir para proteger a su señor. Malus hizo todo lo posible para concederles el deseo.

Rencor
lanzó un rugido sediento de sangre y acometió al fanático de la derecha, cuyo brazo diestro y torso atrapó entre las fauces y partió en dos de una dentellada. El fanático que estaba a la izquierda del gélido vio que tenía una oportunidad y dirigió un tajo con todas sus fuerzas hacia el cuello inclinado del nauglir, pero Malus se anticipó al ataque y bloqueó el tajo con la espada. Al oír el sonido,
Rencor
giró con brusquedad la cabeza y derribó al fanático al suelo, donde lo aplastó bajo una garra entre chillidos del druchii.

Malus captó un movimiento con el rabillo del ojo y se inclinó instintivamente hacia la izquierda. Esto le salvó la vida, ya que un
draich
resbaló sobre la hombrera derecha en el momento en que un fanático saltaba hacia un flanco de
Rencor
y se aferraba a la silla de montar de Malus. Con un gruñido, el noble le dio un codazo en la cara y le abrió la garganta de un tajo cuando aún estaba aturdido por el golpe.

Otros fanáticos se cerraban sobre ellos por ambos lados, ya recuperados de la sorpresiva carga. Urial se encontraba a apenas cinco metros de distancia, rodeado por las feroces brujas de Khaine. El noble golpeó con las botas los flancos de
Rencor
al tiempo que lanzaba un grito de combate.

Los fanáticos fueron lanzados a derecha e izquierda por la arremetida de la bestia de guerra, y Malus alzó la espada para descargar un tajo destinado a decapitar a Urial. Las brujas de Khaine se dispersaron, chillando maldiciones, pero el usurpador se mantuvo firme. Con menos de dos metros entre ellos, Malus vio que su medio hermano sonreía.

De repente, Urial alzó la espada con la mano izquierda y gritó una palabra que sacudió a Malus con tanta fuerza como un golpe físico.
Rencor
se detuvo en seco, rugiendo de dolor y confusión. Malus necesitó de toda su destreza de jinete para no ser desarzonado por la parada repentina.

—¡Adelante,
Rencor
¡Adelante! —rugió el noble, pero la bestia de guerra sólo podía sacudir la cabeza y bramar de dolor, como si se encontrara frente a una muralla de fuego.

Urial rió.

—No se moverá, aunque su vida dependa de ello —dijo—. ¿Pensaste que soy un estúpido, sabiendo que tenías contigo a tu maldito gélido?

Malus gritó de cólera impotente. Los fanáticos se cerraban sobre ellos por detrás y por ambos flancos del nauglir, como lobos que cercan una presa.

Entonces se produjo un destello de movimiento y Urial se agachó. El cuchillo arrojado por Arleth Vann le dio en un lado de la cabeza en lugar de clavársele en la garganta. Dejó una línea sangrante en el cuero cabelludo del usurpador, y en un abrir y cerrar de ojos el hechizo se rompió.

—¡Adelante, mi señor! —gritó Arleth Vann, que corría ahora junto a Malus con el último leal del templo vivo detrás de él. El asesino cargó hacia Urial con las espadas dirigidas hacia su garganta.

Los fanáticos lanzaron rugidos sanguinarios al aproximarse a
Rencor
. Malus apretó los dientes y volvió a espolear al nauglir para que avanzara.

—¡Corre,
Rencor
, corre! —chilló, pues sabía que Urial podía volver a lanzar el hechizo en cualquier momento.

Arleth Vann estaba decidido a no darle esa oportunidad al usurpador. Las espadas cortas tejían una tela de muerte ante él, lanzando estocadas a la cara y el cuello de Urial. El usurpador paraba los ataques con agilidad sobrenatural y blandía la enorme espada como si se tratara de una vara de sauce. Aunque no era una
Espada de Disformidad
, estaba claro que el herrero enano la había imbuido de un poder considerable.

Malus tragó amarga bilis mientras espoleaba a la montura y dejaba atrás a Urial.

—¡Sangre y almas! —gritó una voz solitaria, cuando el último guerrero del templo cargó contra las brujas. Lanzó un tajo a la cabeza de una bruja de Khaine, pero ésta esquivó el golpe con rapidez sobrenatural y sus dos compañeras cayeron sobre el druchii desde ambos lados. Los feroces gritos se transformaron en un alarido gorgoteante cuando las garras le abrieron la garganta. Las brujas derribaron al druchii que se debatía y, como leonas, comenzaron a devorarlo.

Cuando Malus vio a Arleth Vann por última vez, intercambiaba golpes con Urial; se movían en círculos y se lanzaban estocadas, saltaban y se dirigían tajos dentro de un anillo de fanáticos que se iba cerrando. Apartó la mirada entre venenosas maldiciones e intentó hacer pasar la montura entre las bestias del Caos.

A diferencia de los fanáticos, los Señores de las Bestias sabían muy bien lo peligroso que podía ser un gélido lanzado a la carga. Se dispersaron como pájaros ante la atronadora carrera del nauglir mientras gritaban órdenes a las bestias del Caos en un extraño idioma salvaje. El aire se estremeció con los agudos chillidos obscenos que los monstruos lanzaron contra Malus y
Rencor
.

No tenía sentido intentar luchar. Malus sabía demasiado bien lo inútil que era su espada contra el pellejo de los monstruos. Se inclinó sobre la silla de montar.

—¡Corre como el fuego, bestia de las profundidades! —gritó—. ¡Demuéstrales a estos caracoles cómo corres!

Rencor
rugió como un caldero, bajó obedientemente la cabeza y estiró las patas para lanzarse a un galope que hizo temblar el suelo.

Malus lo dirigió de forma que pasaran por la derecha de los monstruos. El más cercano lanzó hacia adelante los tentáculos y arañó al nauglir, pero el gélido embistió a la bestia del Caos y le dio un fuerte golpe con un hombro. La criatura salió despedida hacia un lado, agitando los tentáculos, y el noble recibió un golpe de revés de uno de los apéndices. El golpe, que estuvo a punto de arrancarle la cabeza, lo lanzó con fuerza hacia la izquierda y casi lo derribó del lomo de la montura. Otro tentáculo le rozó la pierna y los garfios le rasparon la armadura.

De repente,
Rencor
dio un respingo y bramó de dolor. Había recibido en el cuarto trasero un golpe que lo desvió hacia la izquierda. Malus parpadeó para librarse de las lágrimas de dolor, miró hacia atrás y vio que otra de las bestias clavaba las garras en una de las poderosas patas traseras de
Rencor
, del mismo modo que haría un león que intentara derribar a una gacela. El noble miró el ojo derecho de la criatura y oyó en el aire el zumbido de los tentáculos que iban hacia él para derribarlo de la montura.

Malus tiró de las riendas, clavó el tacón derecho en el costado de
Rencor
, y la obediente bestia de guerra azotó con la cola hacia la izquierda. El poderoso golpe hizo volar a la bestia del Caos por encima del lomo del nauglir y la estrelló contra el lateral del túnel.

—¡Adelante! —gritó Malus, que espoleó a su montura una vez más para que continuara galopando.

Con los bramidos de los monstruos resonando detrás de ellos, Malus y
Rencor
corrieron por el amplio pasadizo. La oscuridad los envolvió, y los sonidos de lucha se desvanecieron.

Dejó que
Rencor
corriera a su antojo y confió la carrera por el pasadizo a los sentidos del nauglir nacido en las cuevas. Arleth Vann le había mostrado adonde llevaba el túnel, y sabía que cien metros más adelante acababa en una cámara vacía que en otros tiempos había albergado a los enanos mientras trabajaban en sus propias tumbas. Una rampa de caracol situada en el extremo oeste de la cámara ascendía hasta el camino de losas negras que llevaría a Malus hasta la Puerta Bermellón.

Cuando el eco de los pasos de
Rencor
cesó repentinamente, supo que habían entrado en la cámara de alojamiento. Refrenó la velocidad de la bestia de guerra y la guió hacia la izquierda, aunque dejó que fuera el nauglir quien escogiera el camino a través de la estancia sembrada de escombros. Cuando sintió una corriente de aire en las mejillas, tocó con los tacones los flancos del gélido.

—Sube por la rampa —dijo Malus, seguro de que estaba allí aunque él no podía verla—. ¡Arriba!

Con un gruñido, el gélido avanzó al paso y, efectivamente, Malus sintió que comenzaban a ascender. La rampa era justo lo bastante ancha para que el gélido pasara por ella, y el noble se tendió sobre el lomo del nauglir e intentó no estorbarlo.

Pasados varios largos minutos, Malus descubrió que podía distinguir vagos contornos de la rampa en torno a él. Estaban casi al final, donde los hongos luminosos del camino proyectaban una tenue luz. Dos giros más tarde,
Rencor
salió con prudencia al pasadizo principal, y el noble suspiró de alivio.

Hizo girar a
Rencor
a la izquierda para adentrarse más en la colina, y la bestia de guerra comenzó a trotar por el túnel. Continuaron en silencio durante unos minutos, hasta que Malus empezó a sentir el cosquilleo de un poder sobrenatural en la piel. Estaban acercándose a la antigua puerta.

Momentos después, Malus se encontró con que atravesaban una plaza subterránea alargada cuyo techo se perdía en la oscuridad de lo alto. La larga cámara estaba flanqueada por erosionadas estatuas de piedra cuyas facciones había borrado y alisado el paso de los milenios. En el enorme espacio flotaba un silencio opresivo, e incluso
Rencor
pareció sentir su peso.

La plaza los llevó hasta una gran galería semicircular situada al borde de un amplio pozo natural. Allí había estatuas de hermosas y aterradoras brujas de Khaine que sostenían globos de luz bruja, y verdugos ataviados con ropón que empuñaban elegantes espadas de mármol blanco. Un esbelto puente de piedra iba desde la galería hasta un monolito de roca circular que se alzaba del centro del pozo. La parte superior del monolito era plana y estaba pavimentada con adoquines de lustroso mármol negro sobre los que se alzaba un arco de piedra roja sin junturas.

Malus inspiró profundamente y llevó a
Rencor
hacia el puente. No tenía ni idea de si soportaría el peso del gélido, y apenas era lo bastante ancho para permitirle atravesarlo. Debajo del puente se abría un frío abismo que tal vez llegaba al corazón mismo del mundo.

—Despacio,
Rencor
, despacio —dijo. El nauglir pareció comprender, ya que comenzó a atravesar el vacío paso a paso.

Casi cinco minutos más tarde habían recorrido poco más de la mitad del puente, y Malus comenzaba a respirar con mayor tranquilidad. Entonces oyó unos pasos que corrían pesadamente detrás de él, y se volvió justo a tiempo de ver que la bestia del Caos saltaba hacia
Rencor
con un aullido escalofriante.

21. Cielos rojos

La bestia del Caos cayó sobre el lomo de
Rencor
y clavó las garras profundamente en los cuartos traseros del nauglir. El gélido rugió de sorpresa y dolor y se volvió instintivamente para morder al atacante. La pata posterior derecha del nauglir resbaló fuera del puente, y a Malus le pareció que el mundo se desplazaba vertiginosamente hacia la derecha. Se lanzó hacia la izquierda para alejarse del abismo sin fondo justo cuando el monstruo lo acometía con un par de tentáculos.

Uno de los apéndices provistos de garfios se le enroscó en torno al brazo izquierdo, y el otro lo envolvió por la cintura. Con un grito de miedo y furia, Malus les asestó unos tajos, pero apenas logró dejar marca sobre la gomosa piel. Sin esfuerzo aparente, la bestia lo arrancó del lomo de la montura.

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