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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, policíaco

La estancia azul (36 page)

BOOK: La estancia azul
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Vale, Bishop, me has pillado. Ni padre ni hermanos: sólo una madre egoísta y adicta. Y yo, Wyatt Gillette, solo en mi cuarto con mis compañeros: mi Trash–80, mi Apple, mi Kaypro, mi PC, mi Toshiba, mi Sun SPARCstation…

Finalmente, alzó la vista e hizo algo que nunca había hecho anteriormente, ni siquiera con su esposa: le contó su historia a otro ser humano. Frank Bishop permaneció sin moverse, contemplando el rostro afilado y oscuro de Gillette. Cuando el hacker acabó, miró hacia arriba y se encogió de hombros. Bishop dijo:

—Tu infancia es fruto de la ingeniería social.

—Sí.

—Tenía ocho años cuando se fue —dijo Gillette, con las manos en torno a su lata de cola; las puntas callosas de sus dedos golpeaban el metal como si estuviera tecleando palabras: T–E–N–Í–A O–C–H–O A–Ñ–O–S C–U–A–N–D–O…mdash;Había estado en las fuerzas aéreas, mi padre. Estuvo sirviendo en Travis y cuando le dieron la baja se quedó en la zona. Bueno, de vez en cuando se quedaba en la zona. La mayor parte del tiempo andaba con sus colegas del ejército o…Bueno, puedes imaginarte dónde estaba cuando no venía por las noches. La única vez que tuvimos una charla seria fue el día que se largó. Mi madre había salido, y él vino a mi cuarto y me dijo que tenía que hacer unas compras y que por qué no lo acompañaba. Fui con él. Y eso es algo muy raro pues nunca hicimos nada juntos.

Gillette respiró hondo y trató de calmarse. Sus dedos tecleaban una tormenta silente contra el metal de la lata de soda.

T–R–A–N–Q–U–I–L–I–D–A–D…T–R–A–N–Q–U–I–L–l–D–A–D…

—Vivíamos en Burlingame, cerca del aeropuerto, y mi padre y yo nos metimos en su coche y fuimos hasta el centro comercial. Compró unas cuantas cosas en la droguería y luego me llevó al restaurante que queda cerca de la estación de tren. Cuando llegó la comida, yo estaba demasiado nervioso para comerla. Y, de pronto, deja el tenedor y me mira y me dice que es infeliz con mi madre y que tiene que largarse. Que su tranquilidad está en juego y que tiene que moverse para desarrollarse personalmente.

T–R–A–N–Q–U–I–L–I…

Bishop sacudió la cabeza:

—Te estaba hablando como si tú fueras uno de sus colegas del bar, y no un niño. Y no su propio hijo. Eso es muy malo.

—Me dijo que tomar la decisión le había costado mucho, pero que le parecía lo adecuado y me preguntó si me alegraba por él.

—¿Te preguntó eso?

Gillette asintió.

—No me acuerdo de lo que dije. Y luego dejamos el restaurante y comenzamos a andar por la calle y debió de observar que yo estaba enfadado porque vio una tienda y me dijo: «Venga, hijo, entra aquí y compra lo que te dé la gana».

—Un premio de consolación.

Gillette se rió y dijo:

—Eso es, exactamente. La tienda era Radio Shack. Así que entré y eché una ojeada. No veía nada, estaba dolido y confuso, tratando de no echarme a llorar. Escogí lo primero que vi: un Trash–80.

—¿Un qué?

—Un Trash–80. Uno de los primeros ordenadores personales.

L–O Q–U–E T–E D–É L–A G–A–N–A…

—Me lo llevé a casa y esa misma noche empecé a jugar con él. Luego oí que llegaba mi madre y ella y él tuvieron una gran pelea y luego él se largó y eso fue todo.

L–A E–S–T–A–N–C–I–A A–Z…

Gillette sonrió; sus dedos tecleaban.

—¿Ese artículo que escribí? ¿«La Estancia Azul»?

—Lo recuerdo —dijo Bishop—. Significa el ciberespacio.

—También significa otra cosa —dijo Gillette lentamente.

A–Z–U–L…

—¿Qué?

—Ya he dicho que mi padre estuvo en las fuerzas aéreas. Y, cuando yo era un crío, él y algunos de sus amigos militares se emborrachaban y cantaban a voz en grito el himno de las fuerzas aéreas,
La salvaje distancia azul
. Bueno, cuando se fue yo seguí escuchando esa canción en mi cabeza, una y otra vez, sólo que cambié «distancia» por «estancia»,
La salvaje estancia azul
, porque él ya no estaba. Porque lo suyo sólo había sido una estancia pasajera —Gillette tragó saliva con fuerza. Alzó la vista—. Estúpido, ¿no?

Pero Bishop no parecía pensar que hubiera nada estúpido en todo aquello. Con una voz llena de simpatía que lo convertía en un hombre de familia, preguntó:

—¿Has sabido algo de él? ¿O has oído algo sobre su paradero?

—No. No tengo ni idea —Gillette se rió—: De vez en cuando pienso en rastrearlo.

—Serías bueno encontrando a gente en la red.

Gillette asintió.

—Pero no creo que lo haga.

Movía los dedos con furia. Tenía las puntas tan insensibles por los callos que no podía sentir el frío de la lata de soda mientras tecleaba en el metal.

A–L–L–Á V–A–M–O–S A L–A…

—Pero aún es mejor: aprendí Basic, el lenguaje de programación, cuando tenía nueve o diez años, y me pasaba horas escribiendo programas. Los primeros hacían que el ordenador hablara conmigo. Yo tecleaba «Hola», y el ordenador contestaba: «Hola, Wyatt. ¿Cómo estás?». Y entonces yo tecleaba «Bien», y el ordenador preguntaba: «¿Qué has hecho hoy en el colé?». Intenté que la máquina dijera las cosas que me diría un padre de verdad. Llegaba a casa del colegio —prosiguió el hacker— y me pasaba tardes y noches frente al ordenador. A veces ni iba al colegio. Mi madre tampoco paraba mucho en casa. Ella nunca lo supo.

L–O Q–U–E T–E D–É L–A G–A–N–A…

—En cuanto a esos correos electrónicos que mi padre envió al juez, y esos faxes de mi hermano para que me fuera a vivir con él a Montana, y esos informes de los psicólogos acerca de la provechosa vida familiar que tenía y de que mi padre era el mejor…Yo los escribí, todos ellos.

—Lo siento —dijo Bishop.

—Hey, sobreviví. No tiene importancia.

—Lo más seguro es que sí la tenga —respondió Bishop con suavidad.

Estuvieron en silencio unos minutos. Luego el detective se levantó y empezó a fregar los platos. Gillette le ayudó y charlaron de temas intrascendentes: de la orquídea de Bishop, de la vida en San Ho, cosas así. Bishop terminó su cerveza y miró al hacker con timidez.

—¿Por qué no la llamas?

—¿Llamar? ¿A quién?

—A tu esposa. ¿Por qué no?

—Es tarde —replicó Gillette.

—Pues la despiertas. No se va a morir. Ni tampoco parece que tengas nada que perder —dijo Bishop, acercándole el teléfono al hacker.

—¿Qué debería decir? —levantó el auricular con dudas.

—Ya pensarás en algo —miró las manos del
hacker
—. Imagínate que estás mecanografiando algo. Perdona: quería decir «tecleando».

—No sé…

—¿Sabes su número? —preguntó el policía.

Gillette marcó los dígitos de memoria y con rapidez, para no echarse atrás, y mientras tanto pensaba: ¿Qué pasa si responde su hermano? ¿Qué pasa si contesta su madre? ¿Qué pasa si…».

—¿Hola?

Se le trabó la garganta.

—¿Hola? —repitió Elana.

—Soy yo.

Hubo una pausa en la que, indudablemente, ella miró la hora. No obstante, no le hizo ningún comentario sobre lo tarde que llamaba.

¿Por qué no decía nada?

¿Por qué no era él?

—Quería llamarte. ¿Encontraste el módem? Lo dejé en el buzón.

Ella no respondió en ese momento. Y luego dijo:

—Estoy en la cama.

Un pensamiento abrasador: ¿estaba sola en la cama? ¿Estaba con Ed? ¿En la casa de sus padres? Pero dejó a un lado sus celos y preguntó con suavidad:

—¿Te he despertado?

—¿Quieres algo, Wyatt?

Miró a Bishop pero el policía no hizo otra cosa que devolverle la mirada levantando una ceja.

—Yo…

—Iba a dormirme ahora.

—¿Puedo llamarte mañana?

—Preferiría que no llamaras a esta casa. La pasada noche, Christian te vio y no le hizo ninguna gracia.

El hermano, de veintidós años, buen estudiante de marketing y poseedor del temperamento de un pescador griego, ya lo había amenazado con darle una paliza durante el juicio.

—Entonces llámame tú cuando estés sola. Estaré en el número que te di anoche.

Silencio.

—¿Lo tienes? —preguntó él—. ¿Tienes el número?

—Lo tengo —y luego—: Buenas noches.

El teléfono quedó en silencio y Gillette colgó.

—No es que lo haya manejado muy bien.

—Al menos no te ha colgado nada más oír tu voz. Algo es algo —Bishop puso la botella de cerveza en la bolsa de reciclaje—. Odio trabajar hasta tarde: no puedo cenar sin tomarme mi cerveza, pero luego tengo que levantarme un par de veces para mear. Eso me pasa porque me estoy haciendo viejo. Bueno, mañana tenemos un día muy duro. Vamos a dormir.

—¿Me vas a esposar a algún sitio? —preguntó Gillette.

—Escaparse dos veces en dos días consecutivos sería un mal hábito, hasta para un hacker. Creo que aprovecharemos la tobillera de detección. La habitación de invitados está ahí. En el baño encontrarás toallas y un cepillo de dientes nuevo.

—Gracias.

—Aquí nos levantamos a las seis y cuarto —el detective desapareció por el pasillo a oscuras.

Gillette escuchó el chirrido de las tablas del suelo y el del agua por las tuberías. Una puerta se cerró.

Y luego se quedó solo, rodeado del silencio que se crea en la casa de otras personas, y sus dedos teclearon una docena de mensajes en una máquina invisible.

* * *

Pero su anfitrión no se despertó a las seis y cuarto. Lo hizo un poco después de las cinco.

—Debe de ser Navidad —dijo, encendiendo la lámpara del techo. Vestía un pijama marrón—. Tenemos un regalo.

Gillette, como la mayoría de los hackers, pensaba que uno debía huir del sueño como de la peste, pero esa mañana no tenía un buen despertar. Con los ojos aún cerrados, preguntó:

—¿Un regalo?

—Triple–X me ha llamado al móvil hace cinco minutos. Tiene la verdadera dirección de e–mail de Phate. Es [email protected].

—¿MOL? Nunca he oído de ningún proveedor de Internet con ese nombre —dijo Gillette, mientras daba vueltas en la cama para escapar del estupor del sueño.

—He llamado a todos los del equipo —continuó Bishop—. Van camino de la oficina.

—¿Eso significa que nosotros también? —murmuró Gillette, amodorrado.

—Eso significa que nosotros también.

Veinte minutos después estaban duchados y vestidos. Jennie tenía café en la cocina pero se saltaron el desayuno: querían llegar a la UCC tan pronto como les fuera posible. Bishop besó a su mujer. Asió las manos de ella entre las suyas y dijo:

—En cuanto a tu cita…Sólo tienes que decir una palabra y estaré en el hospital en quince minutos.

—Sólo me están haciendo unas pruebas, cariño —dijo ella, besándole la frente—. Nada más.

—No, no, escúchame bien —dijo él con seriedad—. Si me necesitas, allí estaré.

—Si te necesito —concedió ella—. Te prometo que te llamaré si te necesito.

Estaban yendo camino del garaje cuando de pronto sonó un ruido estruendoso que inundó la cocina. Jennie Bishop pasaba la aspiradora, ya arreglada, por la alfombra. La apagó y abrazó a su marido.

—Funciona de maravilla —dijo Jennie—. Gracias, cariño.

Bishop frunció el ceño, desconcertado.

—Yo…

—Esa chapuza ha debido de llevarle media noche —dijo Gillette, interrumpiendo al detective con rapidez.

—Y lo más milagroso de todo —añadió Jennie Bishop, con una sonrisa maliciosa— es que luego ha limpiado.

—Bueno…—empezó a decir Bishop.

—Mejor que nos vayamos —le interrumpió de nuevo Gillette.

Mientras los dos hombres salían afuera, Bishop le susurró al hacker:

—¿Así que has tardado media noche en arreglarla?

—¿La aspiradora? —respondió Gillette—. No, sólo diez minutos. Lo habría hecho en cinco pero no encontré ninguna herramienta. Tuve que usar un cuchillo y un cascanueces.

—Creía que no sabías nada sobre aspiradoras —comentó el detective.

—Y era cierto. Pero sentía curiosidad por saber por qué no funcionaba. Y ahora lo sé todo sobre aspiradoras —Gillette subió al coche y se volvió hacia Bishop—. ¿Crees que hay alguna posibilidad de que podamos parar en el 7–Eleven? Siempre y cuando nos pille de camino…

Capítulo 00011101 / Veintinuve

Pero, a pesar de lo que Triple–X le había dicho a Bishop cuando lo llamó al móvil, Phate (en su nueva encarnación como Deathknell) seguía inaccesible.

Nada más llegar a la UCC, Gillette arrancó Hyper–Trace e inició una búsqueda sobre MOL.com. Encontró que el nombre completo del proveedor de servicios de Internet era Monterrey Internet On–Line. Tenía su base en Pacific Grove, California, a unos ciento cincuenta kilómetros al sur de San José. Pero cuando contactaron a Pac Bell en Salinas, para rastrear la llamada desde MOL hasta el ordenador de Phate la próxima vez que el asesino se conectara a la red, les dijeron que no existía ninguna Monterrey Internet On–Line y que la verdadera localización geográfica del servidor estaba en Singapur.

—Vaya, eso es inteligente —murmuró una grogui Patricia Nolan, mientras sorbía café de Starbucks. Su voz mañanera era grave, parecida a la de un hombre. Se sentó cerca de Gillette. Estaba tan despeinada como siempre y llevaba el mismo tipo de vestido, que hoy era de color verde. Estaba claro que no era una persona madrugadora y que tampoco se había molestado en quitarse el pelo que le caía en la cara.

—No lo entiendo —dijo Shelton—. ¿Qué es tan inteligente? ¿Qué significa eso?

—Phate ha creado su propio proveedor de Internet —respondió Gillette—. Y él es su único cliente. Bueno, lo más seguro es que Shawn también lo sea. Y el servidor por medio del cual se conectan está en Singapur: lo que significa que no podemos rastrearlo con nuestras máquinas.

—Como una corporación tapadera en las islas Caiman —dijo Frank Bishop quien, si bien antes no tenía muchos conocimientos previos sobre la Estancia Azul, ahora empezaba a ser muy bueno estableciendo símiles para equipararla con el Mundo Real.

—Pero —señaló Gillette, mirando los rostros desesperados de los miembros del equipo— la dirección sigue siendo importante.

—¿Por qué? —preguntó Bishop.

—Porque le vamos a enviar una carta de amor.

* * *

Linda Sánchez entró por la puerta principal de la UCC con una bolsa de Dunkin' Donuts en la mano, los ojos legañosos y andares lentos. Miró hacia abajo y comprobó que se había atado mal los botones de su vestido marrón. No se molestó en ponerlos bien y dejó la comida sobre un plato.

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