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Authors: John Katzenbach

Tags: #Policiaco

La guerra de Hart (12 page)

BOOK: La guerra de Hart
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—Teniente Hart —dijo, tosiendo y tratando de contener sus jadeos—, ¿quiere hacer el favor de acompañarme al despacho del comandante?

Tommy oyó murmurar a un hombre situado a su espalda:

—Procura enterarte de lo que ocurre, Tommy.

—Por favor, teniente Hart, ahora mismo —le rogó Fritz Número Uno—. No me gusta hacer esperar a
Herr Oberst
Von Reiter.

Tommy avanzó hasta situarse junto al hurón.

—¿Qué pasa, Fritz? —preguntó con voz queda.

—Apresúrese, teniente. El
Oberst
se lo explicará.

Fritz Número Uno atravesó a paso rápido la puerta de la valla.

Tommy echó una ojeada a su alrededor. La puerta crujió al cerrarse tras él y tuvo la extraña sensación de haber traspasado una puerta cuya existencia desconocía. Durante unos instantes se preguntó si esa sensación era la misma que experimentaban los hombres al abandonar los aviones en los que habían sido derribados y salir al aire libre, frío y límpido, cuando ya se les había arrebatado todo cuanto les era familiar e infundía seguridad, dejándoles sólo el afán de sobrevivir.

Se dijo que sí.

Respiró hondo y subió casi corriendo los escalones de madera que conducían al despacho del comandante. Las pisadas de sus botas sonaban como una ráfaga de ametralladora.

En la pared de detrás de la mesa del oficial, colgaba el obligado retrato de Adolf Hitler. El artista había captado al
Führer
con una expresión remota y exultante en sus ojos, como si escudriñara el futuro idealizado de Alemania y comprobara que era perfecto y próspero. Tommy Hart pensó que era una expresión que pocos alemanes seguían luciendo. Las repetidas oleadas de B-17 durante el día y Lancasters por la noche, hacían que ese futuro pareciera menos halagüeño. A la derecha del retrato, había otro más pequeño de un grupo de oficiales alemanes de pie junto a los restos calcinados y retorcidos de un caza ruso Tupolev. En el centro del grupo que aparecía en la fotografía se veía a un risueño Von Reiter.

Pero el comandante no sonreía cuando Tommy entró en la estancia y se detuvo en el centro de la misma. Estaba sentado detrás de su mesa de roble. El teléfono estaba a su derecha y tenía unos papeles sueltos sobre el secante frente a él, junto a la omnipresente fusta. El coronel MacNamara y el comandante Clark se hallaban sentados a su izquierda. Del teniente Scott no había ni rastro.

Von Reiter miró a Tommy y bebió un trago de achicoria en una delicada taza de porcelana.

—Buenos días, teniente —dijo.

Tommy dio un taconazo y saludó. Miró a los dos oficiales americanos, pero éstos se mantuvieron en un discreto segundo plano. También mostraban expresiones tensas.

—Herr Oberst
—respondió Tommy.

—Sus superiores desean hacer unas preguntas —dijo Von Reiter. Hablaba un inglés con acento tan excelente como Fritz Número Uno, aunque el hurón habría podido pasar por un americano debido a los coloquialismos que había adquirido mientras escoltaba a los estadounidenses por el recinto.

Tommy dudaba que el aristocrático Von Reiter tuviera el menor interés en aprender la letra de las canciones habituales de los prisioneros. Tommy dio media vuelta para situarse frente a los dos estadounidenses.

—Teniente Hart —dijo el coronel MacNamara marcando las palabras—. ¿Conoce usted bien al capitán Vincent Bedford?

—¿Vic? —respondió Tommy—. Dormimos en el mismo barracón. He hecho algunos tratos con él.

Vic siempre se lleva la mejor parte. He hablado con él sobre nuestros hogares, y me he quejado del tiempo o de la comida…

—¿Es amigo suyo, teniente? —inquirió el comandante Clark.

—Ni más ni menos que los otros prisioneros en el campo, señor —repuso Tommy. El comandante Clark asintió con la cabeza.

—¿Cómo describiría usted su relación con el teniente Scott? —prosiguió el coronel MacNamara.

—No mantengo ninguna relación con él, señor. Ni yo ni nadie. He tratado de mostrarme amable con él, pero la cosa no pasó de ahí.

—¿Presenció usted el altercado entre los dos hombres en la habitación del barracón? —preguntó MacNamara tras una pausa.

—No señor. Llegué cuando ya los habían separado, unos segundos antes de que usted y el comandante Clark entraran en la habitación.

—¿Pero oyó proferir amenazas?

—Sí, señor.

El coronel asintió con la cabeza.

—Posteriormente, según me han contado, se produjo otro incidente junto a la alambrada…

—Yo no lo describiría como un incidente, señor. Más bien un malentendido acerca de las normas, que pudo haber tenido consecuencias fatales.

—Que, según creo, usted previno gritando una advertencia.

—Es posible. Ocurrió muy deprisa.

—¿Diría usted que este incidente ha servido para incrementar los sentimientos tensos entre los dos oficiales?

Tommy se detuvo. No tenía remota idea de adonde querían ir a parar los oficiales, pero se dijo que por si acaso convenía dar respuestas breves. Se había percatado de que los tres hombres allí reunidos escuchaban con atención todo cuando decía. Tommy decidió proceder con cautela.

—¿Qué ocurre, señor? —preguntó.

—Limítese a responder las preguntas, teniente.

—Había cierta tensión entre ambos, señor. Creo que se debía a un problema racial, aunque el capitán Bedford me lo negó en una conversación que mantuvimos. Ignoro si las cosas fueron a más, señor.

—Se odian, ¿me equivoco?

—No podría afirmarlo.

—El capitán Bedford odia a la raza negra y no se molestó en ocultárselo al teniente Scott, ¿no es así?

—El capitán Bedford se expresa con franqueza, señor. Sobre diversos temas.

—¿Diría usted que el teniente Scott se sintió amenazado por el capitán Bedford? —preguntó el coronel MacNamara.

—Habría sido difícil que no se sintiera amenazado por él. Pero…

El comandante Clark le interrumpió:

—Hace menos de dos semanas que ese negro está aquí y ya tenemos una pelea por haberle propinado un golpe bajo a un oficial colega suyo, y para colmo de mayor rango, tenemos unas acusaciones de robo, seguramente fundadas, y un presunto incidente junto a la alambrada… —Clark se detuvo bruscamente y preguntó a Tommy—: Usted es de Vermont, ¿no es cierto, Hart? Que yo sepa, en Vermont no tienen problemas con los negros, ¿no es así?

—Sí, señor. Manchester, Vermont. Y que yo sepa no hay problemas con los negros. Pero en estos momentos no nos encontramos en Manchester, Vermont.

—Esto es evidente, teniente —replicó Clark alzando la voz con aspereza.

Von Reiter, que había permanecido sentado en silencio, se apresuró a intervenir.

—Creo que el teniente sería una buena elección para esa labor, coronel, a juzgar por la prudencia con que responde a sus preguntas. Usted es abogado, no militar, ¿no es cierto?

—Estudiaba el último año de derecho en Harvard cuando me alisté. Poco después de Pearl Harbor.

—Ah —Von Reiter sonrió con cierta brusquedad—. Harvard. Una institución pedagógica que goza de merecida fama. Yo estudié en la Universidad de Heidelberg. Quería ser médico, hasta que mi país me llamó a filas.

El coronel MacNamara tosió para aclararse la garganta.

—¿Conocía usted el historial de guerra del capitán Bedford, teniente?

—No, señor.

—La ilustre Cruz de la Aviación con guirnalda de plata. Un Corazón Púrpura. Una Estrella de Plata por haber participado en misiones sobre Alemania. Realizó una serie de veinticinco salidas, y se ofreció como voluntario para una segunda serie. Más de treinta y dos misiones antes de caer derribado…

—Un aviador ampliamente condecorado, con una hoja de servicios impecable, teniente —interrumpió Von Reiter—. Un héroe de guerra. —El comandante lucía una reluciente cruz de hierro negra que pendía de una cinta en torno a su cuello, la cual no cesaba de acariciar mientras hablaba—.

Un adversario que cualquier combatiente del aire respetaría.

—Sí, señor —contestó Tommy—. Pero no comprendo…

El coronel MacNamara inspiró hondo y habló con resentimiento, sin poder apenas contener su ira.

—El capitán Bedford de las fuerzas aéreas estadounidenses fue asesinado anoche, después de que se apagaran las luces, dentro del recinto del Stalag Luft 13.

Tommy permaneció boquiabierto, mirando al otro con fijeza.

—¿Asesinado?

—Asesinado por el teniente Lincoln Scott —respondió MacNamara sin dudarlo.

—No puedo creer…

—Disponemos de pruebas suficientes, teniente —se apresuró a interrumpir el comandante Clark—.

Las suficientes para formarle un consejo de guerra hoy mismo.

—Pero…

—Por supuesto, no lo haremos. En todo caso, no hoy. Pero pronto. Tenemos previsto formar un tribunal militar para oír los cargos contra el teniente Scott. Los alemanes —en ese momento MacNamara hizo un pequeño ademán para señalar con la cabeza al comandante Von Reiter— nos han autorizado a hacerlo. Por lo demás, acatarán la sentencia del tribunal. Sea cual fuere.

Von Reiter asintió.

—Tan sólo pedimos que se me permita asignar un oficial para que observe todos los detalles del caso, para que éste pueda informar a mis superiores en Berlín del resultado del juicio. Y, por supuesto, en caso de que requieran un pelotón de fusilamiento, nosotros les proporcionaremos a los hombres. Ustedes, los americanos, podrán presenciar la ejecución, aunque…

—¿La qué? —dijo Tommy asombrado—. ¿Bromea usted, señor?

Nadie estaba bromeando. Tommy lo comprendió al instante. Respiró hondo. La cabeza le daba vueltas, pero procuró conservar la calma. Sin embargo, notó que su voz sonaba algo más aguda de lo habitual.

—Pero ¿qué es lo que desea de mí, señor? —preguntó.

La pregunta iba dirigida al coronel MacNamara.

—Queremos que represente al acusado, teniente.

—¿Yo, señor? Pero yo no…

—Tiene experiencia en materia legal. Tiene usted muchos textos sobre leyes cerca de su litera, entre los cuales imagino que habrá alguno sobre justicia militar. Su labor es relativamente simple.

Sólo tiene que asegurarse de que los derechos militares y constitucionales del teniente Scott están protegidos mientras se le juzga.

—Pero, señor…

—Mire usted, Hart. —Le interrumpió con brusquedad el comandante Clark—: Es un caso claro.

Tenemos pruebas, testigos y un móvil. Existió la oportunidad. Existía un odio más que probado. Y no queremos que estalle un motín cuando los otros prisioneros averigüen que un maldito ne… —Se detuvo, hizo una pausa y lo expresó de otro modo—, cuando los otros prisioneros averigüen que el teniente Scott ha matado a un oficial muy apreciado, conocido por todos, respetado y condecorado.

Y que lo mató de forma brutal, salvaje. No consentiremos que se produzca un linchamiento, teniente. No mientras estén ustedes bajo nuestras órdenes. Los alemanes también desean evitarlo.

Por lo tanto, habrá un juicio. Usted tomará parte fundamental en él. Alguien tiene que defender a Scott. Y ésta, teniente, es una orden. De mi parte, del coronel MacNamara y del
Oberst
Von Reiter.

Tommy inspiró profundamente.

—Sí, señor —repuso—. Lo comprendo.

—Bien —dijo el comandante Clark—. Yo mismo instruiré las diligencias del caso. Creo que dentro de una semana, o a lo más diez días, podremos formar el tribunal. Cuanto antes resolvamos el asunto, mejor, comandante.

Von Reiter asintió con la cabeza.

—Sí —dijo el alemán—, debemos proceder con diligencia. Quizá parezca inoportuno apresurarnos, pero un excesivo retraso crearía muchos problemas. Hay que obrar con rapidez.

—Esta misma tarde dispondrá usted de los nombres de los oficiales elegidos para constituir el tribunal de guerra —dijo el coronel MacNamara volviéndose hacia el comandante.

—Muy bien, señor.

—Creo —prosiguió el coronel—, que podremos concluir este asunto a finales de mes, o como máximo, al principio del siguiente.

—De acuerdo. Ya he mandado llamar a un hombre que nombraré oficial de enlace entre ustedes y la Luftwaffe. El
Hauptmann
Visser llegará aquí dentro de una hora.

—Discúlpeme, coronel —terció Tommy, discretamente.

—¿Qué quiere, teniente? —inquirió MacNamara, volviéndose hacia él.

—Verá, señor —dijo Tommy no sin titubear—, entiendo la necesidad de resolver este asunto con rapidez, pero querría formular unas peticiones, señor, si me lo permite…

—¿De qué se trata, Hart? —preguntó Clark con sequedad.

—Debo saber en qué consisten exactamente las pruebas de que disponen, señor, así como los nombres de los testigos. No lo tome como una falta de respeto, comandante Clark, pero mi deber es inspeccionar personalmente la escena del crimen. Asimismo necesito que alguien me ayude a preparar la defensa. Por más que sea un caso claro.

—¿Para qué quiere usted un ayudante?

—Para que comparta conmigo la responsabilidad de la defensa. Es lo tradicional en el caso de un delito capital, señor.

Clark frunció el ceño.

—Tal vez lo sea en Estados Unidos. No estoy seguro de que esto sea absolutamente necesario dadas nuestras circunstancias en el Stalag Luft 13. ¿A quién propone, teniente?

Tommy volvió a respirar hondo.

—El teniente de la RAF Hugh Renaday. Ocupa un barracón en el complejo norte.

Clark se apresuró a mover la cabeza en sentido negativo.

—No me parece buena idea implicar en esto a un británico. Son nuestros trapos sucios y es preferible que los lavemos nosotros mismos. No conviene…

Von Reiter dejó que se pintara una breve sonrisa en su rostro.

—Herr
comandante —dijo—, creo que conviene dar al teniente Hart toda clase de facilidades para que lleve a cabo la compleja y delicada tarea que le hemos encomendado. De este modo evitaremos cometer cualquier incorrección. Su petición de que le permitan contar con un ayudante es razonable, ¿no? ¿El teniente Renaday tiene alguna experiencia en esta clase de asuntos, teniente?

Tommy asintió.

—Sí, señor —respondió.

Von Reiter asintió a su vez.

—En ese caso, me parece una propuesta acertada. Su ayuda, coronel MacNamara, no significa que otro de sus oficiales se vea comprometido por este desdichado incidente y sus inevitables consecuencias.

A Tommy esta frase le pareció muy interesante, pero se abstuvo de expresarlo.

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