La niña de nieve (46 page)

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Authors: Eowyn Ivey

Tags: #Narrativa

BOOK: La niña de nieve
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No puedes ponértelo hasta que te vistas.

Sí que puedo. Ayúdame, por favor. Aún no debes ver el vestido.

Mabel cogió el tocado y el velo del gancho donde los había colgado y lo colocó en la cabeza de Faina, prendiéndolo con alfileres. Luego dejó caer las rosas y las florecillas blancas en el encaje que cubría las trenzas de Faina y en su frente. Pero no era una corona, no era un círculo de flores que podía brotar de la tierra.

Quiero que te vayas para que pueda vestirme.

¿Estás segura? Seguirá siendo una sorpresa.

Mabel paseó la mirada por la habitación, pero el vestido no estaba a la vista.

Por favor.

De acuerdo. De acuerdo, niña. Todos te estaremos esperando. Ahí tienes el ramo, en el cubo.

Faina buscó la mano de Mabel y la apretó. Fue un apretón fuerte y cálido, que Mabel devolvió antes de, obedeciendo a un impulso, llevarse la mano de Faina a los labios y darle un beso.

Te quiero, niña, susurró.

El semblante de Faina demostraba serenidad y cariño.

Desearía ser tan buena madre como tú lo has sido para mí, dijo en voz tan baja que Mabel dudó de lo que había oído. Pero esas habían sido sus palabras y Mabel las guardó en su corazón y las conservó en él para siempre.

Cuando Faina cruzó el umbral de la cabaña y pisó la verde alfombra de hierba, el silencio se apoderó de los invitados. Incluso los niños se callaron para mirarla y Faina los saludó con una inclinación de cabeza, sonriendo, como si los hubiera conocido de toda la vida.

Al principio Mabel no advirtió qué había de distinto en el vestido. Se le ajustaba a la perfección y la tela crujía con sus movimientos. Faina se había puesto unos mocasines de piel adornados con relucientes perlas y atados con lazos blancos en las pantorrillas. El velo le flotaba por la espalda y las flores se diseminaban por su frente. Sostenía en las manos el ramo de flores silvestres, helechos y ramas de vid.

Después, cuando Faina se acercó un poco más, Mabel vio las plumas. Plumas blancas, cosidas por todo el escote del vestido. Las plumas caían sobre la tela de manera que parecían parte de la seda, una mera variación en la textura. Entonces Mabel se percató de que seguían un patrón: iban de más pequeñas a más grandes en el centro del pecho. Había otras plumas cosidas en el dobladillo, pero ninguna cubría el bordado de flores de nieve, sino que parecían formar parte del estampado.

Mabel oyó que alguien contenía la respiración, quizá una de las nueras de Esther, pero en ese momento Faina pasó ante ella y llegó hasta Jack, y entonces pudo verle la parte trasera del vestido. En la espalda, las plumas descendían por el centro de la falda, formando una cola. Las plumas también iban haciéndose más y más grandes, y algunas tenían la longitud de un antebrazo, todas apoyadas en la tela y moviéndose con suavidad sobre la seda. Al igual que la tela del vestido, las plumas despedían un leve brillo, una especie de luminosidad que procedía de los mismos filamentos.

Jack, ataviado con su mejor y único traje, cogió a Faina del brazo y empezaron a caminar lentamente hacia el río, hasta llegar a los jarros llenos de flores silvestres que reposaban sobre los troncos bajos. El olor a pino cortado flotaba en el aire. Todos los seguían en silencio y el rumor del vestido de Faina se fundió con el amable sonido del río. Se colocaron cerca de la orilla. Tras ellos se alzaban las escarpadas montañas nevadas.

—¿Dónde está Garrett? —susurró alguien.

Los invitados se movieron, incómodos en su calzado de vestir, y el bebé soltó un sollozo. Mabel sintió el insoportable calor del sol en la cabeza y en los hombros, los ojos le dolían por aquel brillo cegador. Volvió la vista hacia Jack y él le señaló con un gesto el camino de carretas. Al posar la vista en él, distinguió a Garrett, galopando sobre su caballo por el prado. También él llevaba un buen traje; con una mano se sostenía el sombrero en la cabeza mientras con la otra sujetaba las riendas. A su lado corría el perro de Faina, con la lengua fuera.

Garrett frenó al caballo cuando llegó cerca de la cabaña y desmontó sin que el animal se hubiera detenido del todo. Ató una cuerda a un álamo cercano, se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y se encaminó hacia los presentes. Mabel se sorprendió al ver que iba directamente hacia ella.

—¿Tiene las flores? —susurró.

Mabel pareció desconcertada.

—¿La corona?

Entonces ella se acordó y le indicó que el círculo de adelfas, rosas y helechos se hallaba encima de la mesa.

—Gracias —dijo Garrett, dándole un beso en la mejilla.

Con curiosidad observó que Garrett cogía la corona y luego se daba una palmada en la pierna. El perro de Faina corrió hacia él. Garrett alzó la mano y el animal se sentó. Entonces el joven le colgó la corona del cuello y añadió algo que parecía un lazo con una bolsita. Volvió a levantar la mano y el perro siguió sentado mientras Garrett se unía al resto de los invitados a la ceremonia.

—No ha sido una mala aparición —susurró Bill a su hermano menor cuando éste pasó por su lado.

Cuando dio comienzo la ceremonia, Mabel se cogió del brazo de Jack, pero se sentía como si flotara, como si girara en el aire. El sol le nublaba la visión. Se desmayaría, si no lo había hecho ya. Las palabras fluían y resonaban, ella no habría sabido decir si alguien las decía en voz alta o solo eran fruto de su imaginación.

…La esperanza tiene plumas… se aloja en el alma… tener y querer… ¿Quieres?… deprisa… deprisa… al bosque… no quiero rosas en la cabeza… ¿Quieres?… hasta que la muerte os separe… hasta que la muerte…

Sí quiero…

Sí quiero…

Sí quiero…

Sí quiero…

Se oyó un silbido, como el de un herrerillo, y el perro de Faina trotó hacia ellos. Mabel se apoyó en el brazo de Jack, sus ojos parecían haber recuperado la capacidad de enfocar. Faina había llamado al husky ante la sonrisa orgullosa de Garrett. El perro, con la corona de flores silvestres en torno al cuello, se sentó, obediente, a los pies de la novia; Garrett se arrodilló a su lado y le deshizo el lazo. Abrió la bolsita y sacó dos anillos de oro. Mabel oyó que uno de los niños aplaudía y la risa de Esther.

Entonces todo sonido quedó ahogado por el bramido del río y Mabel tuvo la sensación de que el suelo temblaba bajo sus pies. Vio a Garrett y a Faina, cara a cara; vio el destello del oro en sus manos. Los vio besarse y, de repente, oyó los gritos de alegría de todos los invitados.

—¿Estás bien, Mabel? ¿Mabel? —Jack estaba a su espalda, sus manos la sujetaban con fuerza por los codos—. Ven, siéntate. Debe de ser el calor. Te ha mareado.

Alguien le llevó un vaso de agua y una de las nueras de Esther le daba aire con un abanico. Por fin, Mabel volvió en sí.

—¿Faina? ¿Dónde está nuestra Faina?

—Está allí. —Jack le señaló uno de los álamos: la novia se hallaba allí, blanca y resplandeciente, al lado de Garrett.

—Pero… ¿está nevando? —Mabel oyó que alguien se reía.

—Por Dios, querida, no. —Era Esther—. Solo son flores de álamo. Pero sí que parece nieve, ¿verdad?

El aire estaba lleno de esas flores blancas. Algunas flotaban sobre los árboles mientras que otras caían perezosamente al suelo. Faina miró a Mabel a través de aquella lluvia blanca y la saludó con la mano, igual que hacía cuando era una niña.

—¿Están casados? —susurró Mabel.

—Sí —dijo Jack.

Capítulo 53

Hacía una noche fresca, de un azul pálido, y Faina yacía desnuda sobre el edredón nuevo. Estaba tumbada de lado, con las largas piernas dobladas, un brazo debajo de la cabeza y el otro apoyado sobre la curva de la barriga. Garrett se quitó la chaqueta del traje. La camisa blanca estaba empapada en sudor y le dolían los pies por los zapatos de vestir que había llevado puestos durante todo el día. Se desnudó y dejó la ropa sobre el áspero suelo de madera. Cuando se dirigía a la cama, dejó que su mano acariciara el vestido de novia, que estaba doblado sobre una silla, como si un ave gigante se hubiera sacudido la piel y la hubiera arrojado a un lado. Después de la ceremonia, mientras comían salmón asado, ensalada de patata y un extravagante pastel blanco adornado con pétalos blancos de azúcar, mientras las voces de los invitados crecían y decaían, mientras el sol levantaba destellos en los vasos llenos de vino de saúco casero, Garrett rozaba con la mano la espalda de Faina, donde las plumas se plegaban sobre la seda. Sabía que procedían del cisne.

¿No tienes frío?, susurró Garrett al acostarse a su lado.

Ella negó con la cabeza y deslizó un brazo bajo el cuello para besarle. Las moscas sobrevolaban las vigas desnudas y unas cuantas estrellas brillaban aunque todavía no era noche cerrada. Podía llover, los mosquitos podían ser feroces, le había dicho él, pero ella había insistido en dormir en su cabaña sin terminar.

Es nuestro hogar, le había dicho.

Así que él metió la cama en la cabaña, junto con el edredón que les había cosido su madre y las almohadas de plumas y las sábanas que les habían regalado.

Los dedos de Faina rozaron su brazo desnudo. Ella se rió.

Tú sí que tienes frío. Tienes la piel de gallina.

Garrett se encogió de hombros.

Estoy bien. No me helaré.

Mientras hacían el amor bajo aquel cielo nocturno de verano, él intentó no pensar en el niño que ella llevaba dentro, ni en sus gemidos y suspiros que se oían desde el exterior. Solo quería pensar en ella.

Durante las semanas siguientes, mientras Jack y Garrett trabajaban bajo el sol de justicia para darle un techo a la cabaña y luego añadirle la puerta, las ventanas, el horno de leña y los armarios, Faina se perdía entre los árboles con el perro trotando a su lado. Desaparecía durante horas, a veces incluso por todo un día, y Garrett no sabía cómo tomárselo. Educadamente rechazaba invitaciones a cenar en casa de Mabel y Jack, ya que no quería que supieran que Faina y él apenas comían juntos. Se hacía la comida en la cabaña, y ésta consistía a menudo en una simple lata de judías puesta a calentar sobre el horno de leña. Una noche Garrett permaneció despierto esperando su regreso hasta casi el amanecer. Con el techo ya en su sitio, la cabaña estaba oscura y agobiante, pero no cedió al deseo de pasearse por la puerta como un animal inquieto. Ella volvería a casa.

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