445
Antínoo le respondió diciendo:
446
—¿Qué dios nos trajo esa peste, esa amargura del banquete? Quédate ahí, en medio, a distancia de mi mesa: no sea que pronto vayas al amargo Egipto y a Chipre, por ser un mendigo tan descarado y audaz. Ahora te detienes ante cada uno de éstos que te dan locamente, porque ni usan de moderación ni sienten piedad al regalar cosas ajenas de que disponen en gran abundancia.
453
Díjole, retrocediendo, el ingenioso Odiseo:
454
—¡Oh dioses! En verdad que el juicio que tienes no se corresponde con tu presencia. No darías de tu casa ni tan siquiera sal a quien te la pidiera cuando, sentado a la mesa ajena, no has querido entregarme un poco de pan, con tener a mano tantas cosas.
458
Así se expresó. Irritóse Antínoo aún más en su corazón y, encarándole la torva vista, le dijo estas aladas palabras:
460
—Ya no creo que puedas volver atrás y salir impune de esta sala, habiendo proferido tales injurias.
462
Así habló; y, tomando el escabel, tiróselo y acertóle en el hombro derecho, hacia la extremidad de la espalda. Odiseo se mantuvo firme como una roca, sin que el golpe de Antínoo le hiciera vacilar; pero meneó en silencio la cabeza, agitando en lo íntimo de su pecho siniestros ardides. Retrocedió en seguida al umbral, sentóse, puso en tierra el zurrón que llevaba repleto, y dijo a los pretendientes:
468
—Oídme, pretendientes de la ilustre reina, para que os manifieste lo que en el pecho el ánimo me ordena deciros. Ningún varón siente dolor en el alma ni pesar alguno al ser herido cuando pelea por sus haciendas, por sus bueyes o por sus blancas ovejas; mas Antínoo hirióme a mí por causa del odioso y funesto vientre, que tantos males acarrea a los hombres. Si en alguna parte hay dioses y Erinies para los mendigos, cójale la muerte a Antínoo antes que el casamiento se lleve a término.
477
Díjole nuevamente Antínoo, hijo de Eupites:
478
—Come sentado tranquilamente, oh forastero, o vete a otro lugar: no sea que con motivo de lo que hablas, estos jóvenes te arrastren por la casa, asiéndote de un pie o de una mano, y te laceren todo el cuerpo.
481
Así dijo. Todos sintieron vehemente indignación y alguno de aquellos soberbios mozos habló de esta manera:
483
—¡Antínoo! No procediste bien, hiriendo al infeliz vagabundo. ¡Insensato! ¿Y si por acaso fuese alguna celestial deidad? Que los dioses, haciéndose semejantes a huéspedes de otros países y tomando toda clase de figuras, recorren las ciudades para conocer la insolencia o la justicia de los hombres.
488
Así hablaban los pretendientes, pero Antínoo no hizo caso de sus palabras. Telémaco sintió en su pecho una gran pena por aquel golpe, sin que por esto le cayese ninguna lágrima desde los ojos al suelo; pero meneó en silencio la cabeza, agitando en lo íntimo de su pecho siniestros ardides.
492
Cuando la discreta Penelopea oyó decir que al huésped lo había herido Antínoo en la sala, habló así en medio de sus esclavas:
494
—¡Ojalá Apolo, célebre por su arco, te hiriese a ti de la misma manera!
495
Díjole entonces Eurínome, la despensera:
496
—Si nuestros votos se cumpliesen, ninguno de aquellos viviría cuando llegue la Aurora de hermoso trono.
498
Respondióle la discreta Penelopea:
499
—¡Ama! Todos son aborrecibles porque traman acciones inicuas; pero Antínoo casi tanto como la negra Parca. Un infeliz forastero anda por el palacio y pide limosna, pues la necesidad le apremia; los demás le llenaron el zurrón con sus dádivas, y éste le ha tirado el escabel, acertándole en el hombro derecho.
505
Así habló, sentada en su estancia entre las siervas, mientras el divinal Odiseo cenaba. Y luego, habiendo llamado al divinal porquero, le dijo:
508
—Ve, divinal Eumeo, acércate al huésped y mándale que venga para que yo le salude y le interrogue también acerca de si oyó hablar de Odiseo, de ánimo paciente, o lo vio acaso con sus propios ojos, pues parece que ha ido errante por muchas tierras.
512
Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo:
513
—Ojalá se callaran los aqueos, oh reina; pues cuenta tales cosas, que encantaría tu corazón. Tres días con sus noches lo detuve en mi cabaña, pues fui el primero a quien acudió al escaparse del bajel, pero ni aun así pudo terminar la narración de sus desventuras. Como se contempla al aedo, que, instruido por los dioses, les canta a los mortales deleitosos relatos, y ellos no se cansan de oírle cantar, así me tenía transportado mientras permaneció en mi majada. Asegura que fue huésped del padre de Odiseo y que vive en Creta, donde está el linaje de Minos. De allí viene, habiendo padecido infortunios y vagando de una parte a otra; y refiere que oyó hablar de Odiseo, el cual vive, está cerca —en el opulento país de los tesprotos— y trae a esta casa muchas preciosidades.
528
Respondióle la discreta Penelopea:
529
—Anda y hazle venir para que lo relate en mi presencia. Regocíjense los demás, sentados en la puerta o aquí en la sala, ya que tienen el corazón alegre porque sus bienes, el pan y el dulce vino, se guardan íntegros en sus casas, si no es lo que comen los criados; mientras que ellos vienen día tras día a nuestro palacio, nos degüellan los bueyes, las ovejas y las pingües cabras, celebran espléndidos festines, beben el vino locamente y así se consumen muchas de las cosas, porque no tenemos un hombre como Odiseo, que fuera capaz de librar a nuestra casa de la ruina. Si Odiseo tornara y volviera a su patria, no tardaría en vengar, juntándose con su hijo, las violencias de estos hombres.
541
Así dijo; y Telémaco estornudó tan recio que el palacio retumbó horrendamente. Rióse Penelopea y en seguida dirigió a Eumeo estas aladas palabras:
544
—Anda y tráeme ese forastero. ¿No ves que mi hijo estornudó a todas mis palabras? Esto indica que no dejará de llevarse al cabo la matanza de los pretendientes, sin que ninguno escape de la muerte y de las Parcas. Otra cosa te diré que pondrás en tu corazón: Si llego a conocer que cuanto me relatare es verdad, le entregaré un manto y una túnica, vestidos muy hermosos.
551
Así se expresó; fuese el porquero al oírlo y, llegándose adonde estaba Odiseo, le dijo estas aladas palabras:
553
—¡Padre huésped! Te llama la discreta Penelopea, madre de Telémaco; pues, aunque afligida por los pesares, su ánimo la incita a hacerte algunas preguntas sobre su esposo. Y si llega a conocer que cuanto le relatares es cierto, te entregará un manto y una túnica, de que tienes gran falta; y en lo sucesivo mantendrás tu vientre yendo por el pueblo a pedir pan, pues te dará limosna el que quiera.
560
Respondióle el paciente divinal Odiseo:
561
—¡Eumeo! Yo diría de contado la verdad de todas estas cosas a la hija de Icario, a la discreta Penelopea, porque sé muy bien de su esposo y hemos padecido igual infortunio; mas temo a la muchedumbre de los crueles pretendientes, cuya insolencia y orgullo llegan al férreo cielo. Ahora mismo, mientras andaba yo por la casa sin hacer daño a nadie, diome este varón un doloroso golpe y no lo impidió Telémaco ni otro alguno. Así, pues, exhorta a Penelopea, aunque esté impaciente, a que aguarde en el palacio hasta la puesta del sol; e interrógueme entonces sobre su marido y el día que volverá, haciéndome sentar junto a ella, cerca del fuego, pues mis vestidos están en mísero estado, como sabes tú muy bien por haber sido el primero a quien dirigí mis súplicas.
574
Así dijo. El porquero se fue así que oyó estas palabras. Y ya repasaba el umbral, cuando Penelopea le habló de esta manera:
576
—¿No lo traes, Eumeo? ¿Por qué se niega el vagabundo? ¿Siente hacia alguien un gran temor o se avergüenza en el palacio por otros motivos? Malo es que un vagabundo peque de vergonzoso.
579
Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo:
580
—Habla razonablemente y dice lo que otro pensara en su caso, queriendo evitar la insolencia de varones tan soberbios. Te invita a que aguardes hasta la puesta del sol. Y será mucho mejor para ti, oh reina, que estés sola cuando le hables al huésped y escuches sus respuestas.
585
Contestóle la discreta Penelopea.
586
—No pensó neciamente el forastero, sea quien fuere; pues no hay en país alguno, entre los mortales hombres, quienes insulten de esta manera, maquinando inicuas acciones.
589
Así habló. El divinal porquero se fue hacia la turba de los pretendientes, tan pronto como dijo a Penelopea cuanto deseaba, y acto seguido dirigió a Telémaco estas aladas palabras, acercando la cabeza para que los demás no se enteraran:
593
—¡Oh, amigo! Yo me voy a guardar los puercos y todas aquellas cosas que son tus bienes y los míos; y lo de acá quede a tu cuidado. Mas lo primero de todo sálvate a ti mismo y considera en tu espíritu cómo evitarás que te hagan daño; pues traman maldades muchos de los aqueos, a quienes Zeus destruya antes que se conviertan en una plaga para nosotros.
598
Respondióle el prudente Telémaco:
599
—Así se hará, abuelo. Vete después de cenar, y al romper el alba traerás hermosas víctimas; que de las cosas presentes cuidaré yo y también los inmortales.
602
Así dijo. Sentóse Eumeo nuevamente en la bien pulimentada silla, y después que satisfizo las ganas de comer y de beber volvióse a sus puercos, dejando atrás la cerca y la casa, que rebosaban de convidados, y recreábanse éstos con el baile y el canto, porque ya la tarde había venido.
1
Llegó entonces un mendigo que andaba por todo el pueblo; el cual pedía limosna en la ciudad de Ítaca, se señalaba por su vientre glotón —por comer y beber incesantemente— y hallábase falto de fuerza y de vigor, aunque tenía gran presencia. Arneo era su nombre, el que al nacer le puso su veneranda madre; pero llamábanle Iro todos los jóvenes, porque hacía los mandados que se le ordenaban. Intentó el tal sujeto, cuando llegó, echar a Odiseo de su propia casa e insultóle con estas aladas palabras:
10
—Retírate del umbral, oh viejo, para que no hayas de verte muy pronto asido de un pie y arrastrado afuera. ¿No adviertes que todos me guiñan el ojo, instigándome a que te arrastre, y no lo hago porque me da vergüenza? Mas, ea, álzate, si no quieres que en la disputa lleguemos a las manos.
14
Mirándole con torva faz, le respondió el ingenioso Odiseo:
15
—¡Infeliz! Ningún daño te causo, ni de palabra ni de obra; ni me opongo a que te den, aunque sea mucho. En este umbral hay sitio para entrambos y no has de envidiar las cosas de otro; me parece que eres un guitón como yo y son las deidades quienes envían la opulencia. Pero no me provoques demasiado a venir a las manos, ni excites mi cólera: no sea que, viejo como soy, te llene de sangre el pecho y los labios; y así gozaría mañana de mayor descanso, pues no creo que asegundaras la vuelta a la mansión de Odiseo Laertíada.
25
Contestóle, muy enojado, el vagabundo Iro:
26
—¡Oh, dioses! ¡Cuán atropelladamente habla el glotón, que parece la vejezuela del horno! Algunas cosas malas pudiera tramar contra él: golpeándole con mis brazos, le echaría todos los dientes de las mandíbulas al suelo como a una marrana que destruye las mieses. Cíñete ahora, a fin de que éstos nos juzguen en el combate. Pero ¿cómo podrás luchar con un hombre más joven?
32
De tal modo se zaherían ambos con gran enojo en el pulimentado umbral, delante de las elevadas puertas. Advirtiólo la sacra potestad de Antínoo y con dulce risa dijo a los pretendientes:
36
—¡Amigos! Jamás hubo una diversión como la que un dios nos ha traído a esta casa. El forastero e Iro riñen y están por venirse a las manos; hagamos que peleen cuanto antes.
40
Así se expresó. Todos se levantaron con gran risa y se pusieron alrededor de los andrajosos mendigos. Y Antínoo, hijo de Eupites, díjoles de esta suerte:
43
—Oíd, ilustres pretendientes, lo que voy a proponeros. De los vientres de cabra que llenamos de gordura y de sangre y pusimos a la lumbre para la cena, escoja el que quiera aquel que salga vencedor por mas fuerte; y en lo sucesivo comerá con nosotros y no dejaremos que entre ningún otro mendigo a pedir limosna.
50
Así se expresó Antínoo y a todos les plugo cuanto dijo. Pero el ingenioso Odiseo, meditando engaños, hablóles de esta suerte:
52
—¡Oh, amigos! Aunque no es justo que un hombre viejo y abrumado por la desgracia luche con otro más joven, el maléfico vientre me instiga a aceptar el combate para sucumbir a los golpes que me dieren. Ea, pues, prometed todos con firme juramento que ninguno, para socorrer a Iro, me golpeará con pesada mano, procediendo inicuamente y empleando la fuerza para someterme a aquél.
58
Así dijo, y todos juraron, como se lo mandaba. Y tan pronto como hubieron acabado de prestar el juramento, el esforzado y divinal Telémaco hablóles con estas palabras:
61
—¡Huésped! Si tu corazón y tu ánimo valiente te impulsan a quitar a ése de en medio, no temas a ningún otro de los aqueos; pues con muchos tendría que luchar quien te pegare. Yo soy aquí el que da hospitalidad, y aprueban mis palabras los reyes Antínoo y Eurímaco, prudentes ambos.
66
Así le dijo, y todos lo aprobaron. Odiseo se ciñó los andrajos ocultando las partes verendas, y mostró sus muslos hermosos y grandes; asimismo dejáronse ver las anchas espaldas, el pecho y los fuertes brazos; y Atenea, poniéndose a su lado, acrecentóle los miembros al pastor de hombres. Admiráronse muchísimo los pretendientes y uno de ellos dijo al que tenía mas cercano:
73
—Pronto a Iro, al infortunado Iro, le alcanzará el mal que se buscó. ¡Tal muslo ha descubierto el viejo, al quitarse los andrajos!
75
Así decían; y a Iro se le turbó el ánimo miserablemente. Mas con todo eso ciñéronle a viva fuerza los criados, y sacáronlo lleno de temor, pues las carnes le temblaban en sus miembros. Y Antínoo le reprendió, diciéndole de esta guisa: