Read La pesadilla del lobo Online
Authors: Andrea Cremer
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Le lancé un gruñido.
—Es verdad —dijo, sin inmutarse.
—Cállate, Silas. —Connor le pegó un coscorrón.
—¡Ay! —gritó, frotándose el cráneo—. ¿Qué pasa? Sólo estaba señalando…
—Déjalo —ladró Monroe.
—¿Por qué? —Silas se acuclilló junto a Ansel, observándolo atentamente—. ¿Por qué te han hecho esto?
—Un ejemplo —dijo Ansel, lanzándole una mirada furiosa a Shay—. Para dar ejemplo.
—¿Un ejemplo para quién? —grazné con la boca seca.
Ansel me miró y me apoyé en las manos para no caer de espaldas. ¿Cómo podía mirarme así mi propio hermano?
—Para tu manada —siseó—. ¿O acaso nos has olvidado, ahora que tienes todos estos nuevos amigos?
—Tranquilo —dijo Shay, y se interpuso entre mi hermano y yo—. Cala no tiene la culpa. Hizo lo que hizo para salvarme la vida. Si quieres echarle la culpa a alguien, échamela a mí.
Ansel le lanzó una sonrisa vacía y fría.
—Enhorabuena, tío. Tú eres el lobo que yo he dejado de ser. Ella te convirtió en lobo para su propio beneficio y nos abandonó.
—Eso no fue lo que ocurrió. ¡Iban a matarlo, Ansel! —Me ardían los ojos y las lágrimas se derramaban por mis mejillas.
—Hubiera sido mejor que lo mataran a él —dijo, volviendo a clavar la vista en el suelo—. Pronto toda la manada estará muerta.
—No —susurré. No lo harían, ¿verdad? No matarían a todos los lobos jóvenes, ¿verdad? Era imposible, no podía aceptarlo. En el pasado, los Guardas habían ejecutado a los Vigilantes por rebelarse. ¿Acaso había decidido el destino de mis compañeros de manada cuando huí?
De pronto Monroe estaba junto a nosotros y apoyó las manos en los hombros de Ansel.
—Escúchame con atención. Podemos ayudarles a ti y a tus amigos, pero debes decirme la verdad. ¿Te han seguido?
Ansel puso los ojos en blanco y le lanzó un escupitajo.
Adne soltó un grito ahogado, pero Monroe alzó la mano.
—Comprendo tu dolor —dijo, pero su tono no era airado—. Pero has de confiar en mí. No somos vuestros enemigos. Aquí tu hermana está a salvo y tú también lo estarás.
Casi no podía respirar, las lágrimas aún me mojaban las mejillas. ¿Qué había hecho? Se me aparecieron los rostros de Bryn, de Mason, de Ren.
—Cala —murmuró Shay, cogiéndome de la mano—, no es culpa…
—Déjalo —dije, y le solté la mano—. Es culpa mía.
—Me arrojaron desde un camión, en el centro de la ciudad —dijo Ansel, tomando aire—. Lo único que dijeron fue que encontraría a mi hermana, si estaba de suerte.
—¿Ethan? —Monroe se puso de pie.
—Estaba solo —dijo Ethan—. No había rastreadores ni Vigilantes.
—Quizá se limite a ser una advertencia —dijo Connor—. Es la clase de cosa que les gusta hacer.
Adne dio un respingo y Connor le rodeó los hombros con el brazo.
—Probablemente tenga razón —dijo Monroe.
—Debiéramos lavarle las heridas —dijo Adne y dio un paso hacia adelante—. Le buscaré algo para ponerse.
—Sólo quiero que me dejen en paz —masculló Ansel, pero la rabia se había desvanecido de su voz.
Me arrastré hasta él.
—Deja que te ayuden, An. Pueden ayudarnos, de verdad.
—No debería haberte dicho esas cosas. —Ansel tiritó y por fin me miró con aire apenado—. Me alegro de que no estés muerta.
—Gracias —Reí entre lágrimas.
—¿Por qué nos abandonaste?
—No podía dejar morir a Shay, no podía. No quería abandonaros. Lo siento mucho —sollocé.
Ansel apoyó la cabeza en mi hombro y se estremeció cuando lo abracé.
—Yo también.
Nos reunimos alrededor de la mesa de cocina del Purgatorio, Silas y Adne nos sirvieron humeantes tazas de té. Ansel, que ya no estaba cubierto de sangre y mugre y llevaba la ropa que Adne le había proporcionado, volvía a tener un aspecto normal, aunque su rostro sólo era una sombra del que yo recordaba y no dejaba de tiritar pese a la manta que le envolvía los hombros. Antes, el optimismo le había iluminado el rostro y una sonrisa permanente le agitaba las comisuras de los labios. Ahora estaba demacrado y la mirada de sus ojos, medio ocultos por el cabello color arena, era distante y apagada.
Estaba sentada frente a él observando cada uno de sus movimientos, preguntándome qué estaría pensando y si sufriría dolor. Cuando traté de sentarme más cerca de él, alejó la silla. Era como si no tolerara mi presencia.
Ya no era un lobo y yo comprendía el peso de esa pérdida. Nosotros siempre habíamos sido lobos, y vivir sin esa parte de mí misma sería… imposible. Me sentiría perdida. «Pero ¿por qué rechaza mi proximidad? ¿Se siente avergonzado? ¿Me tiene miedo?»
Ansel no había sido arrojado a los lobos, lo habían separado de ellos. Lo habían abandonado como un saco de basura en la calle, porque ya no les resultaba útil a sus amos.
Permanecimos sentados en silencio, aguardando que Ansel respondiera a la pregunta que Monroe acababa de hacerle.
Él no se movió, se limitó a aferrar la taza de té.
Monroe carraspeó.
—Sé que es difícil, pero has de contarnos lo que ocurrió cuando Cala y Shay abandonaron Vail.
Ansel apartó la taza y ocultó las manos temblorosas bajo la mesa.
—La estábamos esperando en el claro del bosque.
Cerré los ojos, de pronto volvía a estar en el bosque. Oía los tambores y el canto de Sabine y de Nev. Recordé percibir el olor de Shay y encontrarlo maniatado y con los ojos vendados. Mi corazón empezó a latir al ritmo de los tambores.
—Pero no acudió. —La voz de Ansel atravesó las borrosas imágenes y, cuando abrí los ojos, noté que me miraba fijamente.
—Cala me encontró —dijo Shay—. Me habían secuestrado. Me ataron, en espera de ser sacrificado en aquella ceremonia.
—Interésame —murmuró Silas.
—No es interesante —dijo Connor en tono brusco—. Es perverso.
—¿Qué haces aquí? —Le mostré los dientes a Silas—. ¿Acaso eres algo más que un burócrata?
—Ésa es mi chica. —Connor sonrió.
—Los Escribas coordinan toda la inteligencia proporcionada por los puestos de avanzada —dijo Silas, sacando pecho—. Hoy perdimos a un agente importante; este chico podría decirnos cómo ocurrió —añadió, alzando una ceja, pero Ansel mantenía la vista clavada en la mesa.
Silas carraspeó y miró a Shay.
—Háblanos del sacrificio. ¿Hubo algún ritual previo?
—¿Ritual previo? —dijo Shay—. Bueno… no. Me dejaron inconsciente. Si algo ocurrió antes de que acabara maniatado en el bosque, lo ignoro.
—¿Estás bien, muchacho? —Connor miró a Shay.
—Estoy perfectamente —contestó Shay, aunque estaba un tanto pálido.
—Podréis hacer preguntas cuando Ansel haya acabado —dijo Monroe y le indicó que continuara.
El grupo calló.
—Ninguno de nosotros sabíamos qué sucedería —continuó Ansel, e hizo una pausa—. Bien, al menos ninguno de mi manada. Creímos que Ren y Cala estarían juntos. Sabíamos que habría una muerte, pero creíamos que sería…
Se detuvo, mirando en torno.
—¡Oh, qué bonito! —Connor soltó una carcajada sombría.
—¿Qué? —dijo Adne.
Ethan hizo una mueca, se puso de pie y caminó de un lado a otro ante el hogar.
—Uno de nosotros. Creyeron que matarían a uno de nosotros —dijo.
Isaac se atragantó con el té. Adne le alcanzó una servilleta. Un silencio incómodo reinaba en la habitación.
—Es el pasado —dijo Monroe finalmente—. Olvídalo.
Ansel miró a Monroe y cuando éste asintió, retomó el relato.
—La espera se prolongó tanto que Efron ordenó que algunos de los Bane mayores registraran el bosque. Empezaron a aullar de inmediato y todos echamos a correr. Los lobos y los Guardas. Entonces la vi.
—A Flynn —dijimos al unísono Shay y yo.
Ansel hizo un gesto afirmativo.
—No podía dejar de mirarla. No sabía qué estaba haciendo en el bosque y ahora estaba muerta, evidentemente asesinada por uno de nosotros.
Hizo una pausa y me miró.
—¿Sabías que era un súcubo?
—No hasta que nos atacó —susurré, recordando sus alas y las llamas que surgieron de su garganta.
—Entonces todo se convirtió en una locura —prosiguió Ansel—. Efron y Lumine chillaban órdenes, yo traté de quedarme junto a Bryn, pero los Bane mayores nos agarraron. No sabía que estaba ocurriendo. Me arrojaron dentro de un coche y después estábamos en el centro de la ciudad.
—¿En el centro? —pregunté con el ceño fruncido.
—En Edén —dijo—. Pero no en la discoteca, debajo de ésta. Allí Efron dispone de una especie de… prisión. Fue allí adonde nos llevaron.
—Bueno, eso supone una información útil —murmuró Silas.
—¿Por qué? —preguntó Shay.
—Porque no sabíamos dónde se encontraba la prisión de los Guardas —dijo Monroe—. Continúa, Ansel.
—No sabía por qué nos trataban como si fuéramos el enemigo —dijo Ansel apresuradamente—. Nos metieron en una celda a Mason y a mí. Y creo que también a Fey y a Bryn… no las veía, pero oía sus gritos.
Empecé a temblar. Shay entrelazó los dedos con los míos y no retiré la mano.
—Durante un rato no pasó nada. —Ansel hablaba en voz tan baja que tuvimos que inclinarnos hacia delante—. Nos pusieron grilletes y no podíamos convertirnos, pero al principio eso fue todo.
—¿Es que tú y los Guardas hicisteis un trueque? —dijo Shay y le lanzó una mirada furibunda a Monroe.
Monroe no respondió.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Tú llevabas grilletes cuando llegaste a la Academia —dijo Shay.
—Si hubiera recuperado el conocimiento mientras la trasladábamos, habría atacado sin saber lo que estaba haciendo —dijo Connor—. No teníamos elección.
Shay se dispuso a replicar, pero me adelanté.
—No, Shay —dije rápidamente—. Todo va bien.
—Y después llevaron a Ren a las celdas. —Ansel no parecía haber prestado atención a la conversación—. Estaba perdido en el pasado o aún peor, atrapado en él.
Al oír el nombre de Ren solté la mano de Shay. Ren. Ren había tratado de ayudarnos. Les había mentido a los Guardas. ¿Qué precio había pagado por ello?
De repente oí su voz. «Sólo se trata del amor.» Sentía su aliento en mi piel, y la presión de sus labios en los míos. Su abrazo antes de que lo abandonara.
—Y entonces empezó todo. —Ansel se agitó y los hombros le temblaban.
—¿Cuándo empezó qué? —preguntó Monroe.
—Los castigos —susurró Ansel—. Acudieron los espectros.
—Ahora deberías marcharte, Adne —dijo Monroe sin despegar la mirada de la figura temblorosa de Ansel.
—No —dijo, pese al temblor de sus propias manos.
—Sería mejor que no oyeras esto —dijo Monroe—. Te pondré al corriente cuando hayamos acabado.
—No —repitió ella.
—¿Por qué no habría de quedarse? —preguntó Shay.
Monroe apretó las mandíbulas. No le contestó y se limitó a clavar la vista en Adne.
Adne tragó saliva, pero se enderezó.
—Los espectros mataron a mi madre.
—Debes marcharte —dijo Monroe en voz baja—. Por favor.
—No pasa nada, Monroe —dijo Connor, se acercó a Adne y le cogió las manos—. Ella es fuerte.
Monroe frunció el entrecejo, pero dejó de discutir.
Ansel seguía temblando.
—Primero entraron en nuestras celdas con Lumine y Efron. Nos torturaban por turnos. Y obligaban a los demás a observar. A veces era Emile y los Bane mayores. Nos encadenaron convertidos en humanos y nos atacaron con dientes y garras. Lo bastante para hacernos sangrar pero no para matarnos. Después acudían los Guardas y convocaban a los espectros. Los espectros eran peores que los Vigilantes. Mucho peor. Es como si te tragaran y te quedaras atrapado dentro de ellos; sientes que tu carne se cae a pedazos, es como si te devorasen vivo, lenta… muy lentamente. Durante un rato sólo gritas; después te desmayas. Cuando despiertas, se han ido. Pero un par de horas después regresaban y todo volvía a repetirse. A veces oía los gritos de Bryn y de Fey.
Agaché la cabeza, luchando contra las imágenes de Bryn envuelta en retorcidos lazos de sombras negras. Adne se tambaleó. Connor le rodeó la cintura con el brazo, evitando que cayera.
—¿Os hicieron alguna pregunta? —dijo Monroe—. ¿Qué querían?
—Querían saber dónde estaba Cala —contestó Ansel—. Y no dejaban de preguntar por el Vástago. Yo no sabía a quién se referían.
—A Shay —dije—. Shay es el Vástago.
Ansel me lanzó una sonrisa lúgubre.
—Ahora lo sé. Sé que lo querían muerto. A medida que nos hacían preguntas, empecé a comprender ciertas cosas.
—¿Y Renier? —preguntó Monroe. Apoyaba los puños cerrados en la mesa.
—Nos sacaron de las celdas y nos llevaron a una habitación amplia. Todo era nuevo y brillante, como en un hospital. Excepto esa habitación, que era oscura y antigua. Era como pasar de la prisión a la mazmorra de un castillo. Y todos estaban allí.
—¿Todos? —dije.
—Todos los Vigilantes. Más de cien de los nuestros, además de todos los Guardas y sus espectros. Estaban contemplando un montón de piedras elevadas. Parecía un escenario, o un altar.
Un altar.
«No, no. Ren no, por favor.»
—¿Renier estaba en el altar? —La voz de Monroe temblaba. Lo miré, sorprendida al descubrir que temía lo mismo que yo.
—No. Estaba junto al altar, con Emile y con mi padre —dijo Ansel y después dirigió la mirada hacia mí—. Mi madre estaba encima del altar.
Me puse de pie, aunque las piernas apenas me sostenían.
—¿Qué?
—¿Sorprendida? —Ansel había recuperado esa sonrisa cansina.
—¿Cómo puedes preguntarme eso? —chillé—. Mamá no tenía nada que ver con esto.
—Pero es la alfa hembra —dijo Ansel. Que hablara en tono calmo me aterraba casi tanto como sus palabras—. Se suponía que ella debía enseñarte cuál era tu lugar.
Mi lugar. Todo lo que había detestado acerca de mi destino. El otro motivo por el cual huí. Era casi tan atroz como la amenaza de perder a Shay.
—Y fracasó —musitó Ansel—. Eso fue lo que dijo Lumine. No cumplió con su deber.
Me desplomé en el banco y dejé que Shay me abrazara.
—¿Qué le hicieron?
—Dejaron que Emile la matara mientras papá seguía allí de pie.
Si Shay no me hubiera sostenido, habría caído del banco.
Monroe echó un vistazo a Adne, que se puso muy pálida.
—¿Asesinaron a tu madre? —susurró.