Read La pesadilla del lobo Online
Authors: Andrea Cremer
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Me quité la camisa y la arrojé al suelo. Cuando me contempló, Shay se puso rígido. Deslicé las manos debajo de su camisa, y después jugueteé con los botones de sus tejanos, quería seguir avanzando, pero no sabía si debía. Él se inclinó y me besó con violencia. Presioné mi cuerpo contra el suyo, quería estar más cerca, aborrecía la ropa que nos separaba. Le desabroché el primer botón de los tejanos y toqué el siguiente. El rastro ardiente dejado por sus manos al tocarme me hacía jadear.
—Cala —murmuró—. No sabes cuánto tiempo hacía que deseaba hacer esto.
Algo me hizo vacilar, como si hubiera tropezado en la oscuridad y de repente cayera. Y entonces no era Shay quien se inclinaba sobre mí, sino Ren. Sus ojos oscuros refulgían en la penumbra, sus manos me tocaban. «Déjame besarte, Cala. No sabes cuánto tiempo hace que quería hacer esto.»
Era como si un viento helado azotara la habitación. Las llamas que me lamían la piel se extinguieron, reemplazadas por una sensación de frío. Me estremecí y sentí náuseas. Empecé a sacudir la cabeza.
—¿Qué pasa? —Shay dejó de tocarme.
—Detente —dije, lo aparté de un empujón con tanta violencia que retrocedió desconcertado. Cerré los ojos, recogí mi camisa del suelo y ya no pude mirarlo—. No puedo.
El temblor que me agitaba el cuerpo era tan intenso que apenas pude ponerme la camisa. El abismo oscuro que residía en mi pecho cobró vida y devoró mi calma pasajera. Me odié a mí misma por separarme de él, porque sabía que lo deseaba, que amaba a Shay. «¿Por qué no puedo desprenderme del pasado? ¿Qué me pasa?»
—¿Qué ocurrió? —exclamó en tono alarmado—. Te has puesto pálida. —Trató de abrazarme pero bajé apresuradamente de la cama.
—Lo siento —murmuré, incapaz de dar voz a los impulsos repentinos y opuestos que me atenazaban. Uní las manos ante el pecho y, sin querer, pero de un modo instintivo, recorrí el anillo de Ren con los dedos.
Escuchaba su voz. «Dime que volverás a por la manada. A por mí».
Era como si la habitación girara. Lo había abandonado. Ren lo había arriesgado todo por mí y ésta era mi manera de agradecérselo. Entregándome a otro, cuando era su prometida. «¿Qué hago aquí? ¿Con personas que siempre han sido mis enemigos? He de regresar con mi manada.» El fuego que me ardía en las venas se trocó en hielo cuando comprendí que no era libre. Que no lo sería hasta que mi manada estuviera sana y salva. Una parte de mí era prisionera del temor de que los había sentenciado a un terrible destino.
—¿Qué pasa, Cala? —Shay dio un paso hacia mí, pero ambos nos volvimos al oír que llamaban a la puerta. Un segundo después, ésta se abrió y Adne entró de golpe.
—¡Cala! —exclamó—. ¡Hemos de regresar a Denver inmediatamente!
—¿Qué ocurre, Adne? —Shay corrió hacia ella—. ¿Un ataque? ¿Los Guardas?
—No. —Durante un instante lo miró fijamente, como si encontrarlo en mi habitación le chocara. Después se volvió hacia mí.
—Ethan abatió a un Vigilante mientras estaba de patrulla.
—¿Un Vigilante? —Mi corazón empezó a latir apresuradamente al ver el terror reflejado en su mirada.
—Dice que es tu hermano —dijo. La voz le temblaba.
12INFIERNO
Oh vosotros que entráis aquí, abandonad toda esperanza.
DANTE,
Infierno
—¿Qué? —Mi voz era un susurro ronco.
—¿Su hermano? —Shay se quedó boquiabierto—. ¿Te refieres a Ansel?
—No dijeron cómo se llamaba —dijo Adne—. ¿Qué estáis esperando? ¡Vamos!
Reaccioné y salí como una flecha hacia la puerta. Adne ya corría por el pasillo y oí los pasos de Shay a mis espaldas.
Ethan ha abatido a un Vigilante. «¿Abatido?» La descarga de adrenalina que me arrastraba en pos de Adne se convirtió en una aprensión abrumadora. Cuando vi el resplandor del portal abierto, sentí una helada puñalada de terror.
Me detuve, sin reconocer al hombre junto al portal.
—Menos mal que los has encontrado —dijo—. Los demás ya han atravesado el portal.
—Sólo es Jerome, Cala. No te detengas. —Adne me empujó dentro del portal. Tropecé hacia delante y aterricé en la sala de entrenamiento del Purgatorio sobre las manos y las rodillas.
—¿En qué estabas pensando? —rugió Monroe—. ¡Es un niño!
Lo que podía haber enfadado a Monroe hasta ese punto me daba miedo.
—Corría hacía mí, Monroe, chillando como un espíritu maligno, lo juro —gritó Ethan con voz tensa y ahogada—. No dejaba de chillar «Soy un Vigilante, soy un Vigilante». ¿Qué se suponía que debía hacer?
Con el rostro lívido, Isaac, Connor y Silas mantenían la vista clavada en algo tendido en el suelo y entonces vi el charco de sangre a sus pies.
Al oírnos llegar, Monroe despegó su mirada airada de Ethan y, al verme, su ira dio paso al temor.
—Cala… —dijo, pasó por encima de los hilillos de sangre que surgían más allá del círculo de Buscadores y me cogió del brazo.
Me zafé y aparté a Connor, que se había colocado detrás de Monroe en un segundo intento de evitar que viera lo que había en el suelo.
Ansel estaba inmóvil, las ropas oscurecidas por la sangre. Grité y me cubrí la boca con las manos. De su pecho sobresalían varías flechas.
—¡Ansel! ¡Ansel!
—No sabía quién era… —empezó a decir Ethan y me lanzó una mirada atormentada—. Se abalanzó sobre mí. Creí que me arrancaría los ojos.
Me lancé contra Ethan, pero Connor me rodeó con los brazos.
—Soo, chica —dijo, procurando no alzar la voz, pero percibí su angustia—. No nos apresuremos…
—Te mataré —siseé, debatiéndome.
—Dios mío. —Shay estaba a mi lado, con la vista clavada en Ansel. Después me miró.
—¿Puedes ayudarle?
Una roja oleada de cólera me impedía razonar. Cerré los ojos y traté de respirar.
—Tal vez, si el corazón aún le late —murmuré.
—Vale, hagámoslo. Te ayudaré. Has de centrarte, Cal. Salvar a Ansel. —Shay me tocó el brazo y después miró a Connor—. Suéltala.
Connor miró a Monroe, que se había colocado entre Ethan y yo. Monroe hizo un gesto afirmativo, Connor me soltó y Shay me cogió las manos y me acercó a Ansel. Me arrodillé en el charco de sangre y le apoyé las manos en el pecho. Oí que resollaba y sentí los latidos de su pulso, pero era débil y cada vez más lento.
—Dios mío, Ansel —dije, reprimiendo un sollozo.
—Lo siento. —Ethan nos miraba fijamente con una expresión de pena y de espanto—. No sabía que era tu hermano.
Le lancé una mirada furibunda; la ira hacía que cada latido de mi corazón fuera ensordecedor.
—Cállate, Ethan —dijo Monroe y se interpuso entre el Buscador y yo.
—Cala. —La voz de Shay me devolvió al presente—. Ansel necesita ayuda. ¿Qué puedo hacer?
Sacudí la cabeza, procurando centrarme.
—Necesita sangre y hemos de extraer las flechas.
Shay asintió.
—Cuando te lo indique, arranca las flechas lo más rápido posible.
—De acuerdo.
Se situó al otro lado del cuerpo de Ansel y agarró una flecha. Me llevé el antebrazo a la boca y clavé los dientes. Deslicé la mano debajo de la cabeza de Ansel y la levanté, metí los dedos entre sus labios y los separé, luego me incliné y le murmuré unas palabras al oído, presionando mi brazo ensangrentado contra su boca.
—Escúchame, hermanito. Por favor, escúchame —sollocé—. Debes escucharme. Debes beber, Ansel. Bebe, por favor.
Mi sangre se vertió en su boca y descendió por su garganta. Cerré los ojos y apreté la frente contra la suya. Los Buscadores nos contemplaban inmóviles y en silencio. Sus rostros expresaban horror y curiosidad.
Ansel no se movía. Mi sangre le llenaba la boca y empezó a gotear por la comisura de sus labios.
—¿Cala? —La voz de Shay era temerosa.
—Por favor, Ansel —volví a susurrar—. Bebe. Te quiero. No hagas esto. Bebe.
El cuerpo de Ansel se agitó, un movimiento brusco y convulsivo. Abrió la boca y tragó. Sus músculos se contrajeron y separó la cabeza de mi brazo.
—¡Adne, Connor, venid aquí! —grité—. Forcejeará. Es necesario que lo inmovilicéis. —Ambos se acercaron y presionaron los hombros de mi hermano contra el suelo. Él volvió a agitarse, pero lograron impedir que se moviera. Pese a mi temor, fruncí el ceño. Sus forcejeos eran débiles. Algo iba mal y volví a presionar mi brazo ensangrentado contra su boca.
—Venga, An —dije—. Lo necesitas. Sigue bebiendo, no luches.
Ansel volvió a tragar y después a beber un sorbo tras otro.
—No dejéis que se incorpore —dije, dirigiéndome a Adne y Connor.
Hicieron una mueca y asintieron.
—Empieza a arrancar las flechas, Shay.
—Vale. —Shay tomó aire—. Puesto que no queda más remedio… —dijo y arrancó la primera flecha del pecho de Ansel.
Ansel no abrió los ojos, pero corcoveó y gruñó y escupió sangre. Adne jadeó, pero Connor siguió presionando el cuerpo de Ansel contra el suelo.
—¡No lo sueltes! —grité y volví a aplicar mi brazo contra su boca.
Estaba cada vez más preocupada. Ansel casi no se defendía. «¿Y si no bebió mi sangre a tiempo para salvarse?»
—Otra vez, Shay —dije, reprimiendo el terror que amenazaba con invadirme—. Hemos de extraer las flechas lo antes posible.
Shay asintió y arrancó dos flechas más.
—Ya no queda ninguna —anunció y las arrojó a un lado.
Seguí presionando el brazo contra la boca de Ansel, que dejó de debatirse y siguió bebiendo. Apoyé una mano en el suelo para no caer. Ansel estaba bebiendo mucha sangre.
—Cala… —Shay se puso a mi lado y me rodeó la cintura con el brazo.
—Estaré bien —dije.
Ansel dejó de beber. Retiré el brazo y me cubrí la herida con la mano. Entonces abrió los ojos.
—¿Cala?
Solté un sollozo y lo abracé.
—Gracias a Dios. —Monroe soltó un profundo suspiro.
—Con razón a los Arietes les cuesta tanto trabajo matarlos —bromeó Silas—. ¿Habéis visto con cuánta rapidez se recuperó? Hablaré con la Academia, hemos de idear nuevos hechizos para contrarrestar ese efecto.
—Ahora no, Silas —masculló Connor.
—Eres tú, de verdad —dijo Ansel con voz temblorosa y parpadeó—. Me parece increíble que te haya encontrado.
—Ansel. —Hundí la cara en sus cabellos enmarañados—. Dios mío, Ansel.
Ansel deslizó la mirada un tanto desenfocada por encima del círculo de Buscadores y la detuvo en Ethan, que retrocedió.
—Me disparó —dijo. Parecía curiosamente divertido—. Ése es el que me disparó.
—No te preocupes… —empecé a decir—. Todo saldrá bien. No sabía quién eras, pero ahora estás a salvo.
Ansel volvió a mirarme. Su sonrisa vacía me resultó desconocida.
—Deberías haber dejado que me matara.
Le clavé los dedos en el hombro y lo miré fijamente, incapaz de pronunciar palabra, incapaz de creer lo que acababa de oír. Casi no reconocía el olor de mi hermano, ahogado por los hedores que lo cubrían: mugre, sangre y el intenso aroma del miedo.
Shay se puso en cuclillas frente a mí.
—Eh, Ansel, respira. Todo va de maravilla.
Cuando Ansel soltó una carcajada se me hizo un nudo en el estómago. Nunca había oído un sonido tan escalofriante, duro y carente de alegría.
—¿De veras, Shay? —preguntó y volvió a sonreír de ese modo atroz—. ¿Todo va de maravilla?
—¿Qué pasa, Ansel? —exclamé, y le quité el pelo apelmazado de la frente.
Él me apartó la mano y trató de zafarse de mi abrazo.
—Déjalo. Suéltame.
Lo abracé con más fuerza. No comprendía su extraña conducta. Me empujó pero no cedí.
Shay adoptó una expresión de asombro y se puso de pie, pálido.
—Oh, no —exclamó.
—¿Qué pasa?
Shay sacudió la cabeza sin despegar la mirada de Ansel.
—Ni si quiera sé si es posible, pero creo que…
—¿Lo crees, chico elegido? —Ansel lo contempló y se estremeció—. Lo sabes. Claro que lo sabes. —La sonrisa desapareció y dio paso a una expresión perdida y derrotada.
—¿De qué estás hablando? —musité.
—Yo… —dijo y alzó la vista. Durante un segundo, la ira brilló en sus ojos grises como un rayo entre las nubes, pero después el brillo se apagó, remplazado por una niebla densa y desesperanzada.
Monroe se acercó cautelosamente. Ansel no reaccionó. Tenía la mirada perdida. Monroe se arrodilló a su lado frunciendo el ceño.
—¿Está herido?
—No lo sé —contesté, contemplando a Ansel—. Por favor, hermanito, háblame.
—Me lo quitaron —musitó Ansel en tono casi inaudible.
—¿El qué? —pregunté.
—Cala —dijo Shay en tono de advertencia—. Quizá debería descansar, déjalo en paz.
—Me lo quitaron todo —prosiguió Ansel—. Ha desaparecido. Estoy muerto.
—Aquí no pueden hacerte daño. —Monroe habló con suavidad—. Tu hermana tiene razón. Ya no corres peligro.
—No importa —dijo Ansel.
—¿Qué te pasa? —dije; había perdido la paciencia. Le pegué un empujón y rodó por el suelo como una muñeca de trapo.
«¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?»
Ansel se quedó quieto durante un momento y después empezó a golpear el suelo con los puños y a sollozar.
Connor lo miró, boquiabierto.
—¿Acaso todos los vigilantes pueden zarandearse los unos a los otros? ¿O pudiste hacerlo porque eres un alfa?
—¡No! —grité, luchando con lo que acababa de comprender. Me arrastré junto a Ansel y le di la vuelta.
—¿Ansel? —Le tendí la mano, pero él retrocedió.
—¡No me toques!
—¿Por qué no puedes luchar contra mí? —Creí saber la respuesta, pero mi instinto se rebelaba.
—Te lo dije —exclamó, apretando los puños—. Me lo quitaron.
—Has de explicármelo, An. No entiendo. —Lo entendía, solo que no me lo podía creer.
—Ya no es un vigilante. —La voz de Shay surgió a mis espaldas.
Me volví. Tenía el rostro pálido.
—No es posible. «No, no, no. »
—Lo es —dijo Monroe en voz baja y guardó una respetuosa distancia al tiempo que los sollozos agitaban el cuerpo de mi hermano.
—¡No, no es posible! —aullé, pero no quería creer lo que estaba viendo.
—Pueden convertirte en Vigilante —prosiguió Monroe—. Y hacer que dejes de serlo.
—¡No! —Me puse de pie delante de mi hermano, como si alguien lo atacara—. ¡No puede ser!
—Monroe tiene razón. —Silas se alisó la pechera de la camisa—. Los vigilantes son una aberración de la naturaleza. Los guardas son capaces de manipular sus creaciones como les venga en gana.