La pesadilla del lobo (22 page)

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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: La pesadilla del lobo
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—¿Qué estáis murmurando? —exclamó Adne, subida a la escalera—. ¡Toma, cógela!

Le arrojó una espada a Shay. Di un respingo, pero él la cogió por el puño.

—¿Por qué me la has dado? —preguntó—. Yo no iré.

—¿Cómo crees que pasaremos el tiempo antes de que Monroe nos dé la orden de salir?

—Sé que yo no me dedicaré a dormir —dijo Connor—. ¿Qué tal una pelea, Shay? Que no nos acompañes no impide que blandas una espada para divertirse un poco.

—Vale. —Cuando le lanzó un gruñido a Connor vi los dientes afilados de Shay.

—¿Quieres una, Cala? —Adne señaló la pared cubierta de armas.

—No, gracias —dije, mirando las innumerables hachas, espadas y otras armas cuyo nombre ignoraba—. Me limitaré a aprovechar mis talentos naturales.

—Pues los tienes… y muchos. —Connor agitó las cejas.

Cuando sonreí y le mostré mis afilados dientes, su sonrisa se borró.

Ethan rio y me sonrió por primera vez.

—Buena chica —dijo.

A mi lado, Shay blandía la espada, probándola.

—¿Qué te parece? —preguntó Adne, bajó de la escalera y se acercó a él.

—No lo sé —dijo en tono nostálgico—. Ojalá supiera cómo es la Cruz Elemental. Sería bueno practicar con algo similar.

—No existe algo similar. —Connor empezó a lanzar puñales contra un muñeco. Todos se clavaron en el pecho del muñeco. Sentí un retorcijón en el estómago. «¿Dónde se clavarían esos puñales cuando atacáramos Edén? ¿En los corazones de los lobos que solía conocer? ¿Junto a quienes había luchado?»

—Supongo que no. —Shay echó un vistazo a la pared—. Pero ninguna de éstas será tan buena como la Cruz Elemental. Me pregunto si practicar con ellas servirá de algo.

—Deja de insultar a nuestras armas, Elegido —dijo Connor, haciendo girar dos espadas a gran velocidad. Retrocedí ante el mortífero remolino de aceros, manejados con tanta displicencia por Connor—. Son bastante buenas.

—Claro que sí. —Shay rio—. Sólo quise decir que… —extendió las manos—. Da igual.

—Sé lo que querías decir —dijo Connor—. Y la práctica no te vendrá mal, aunque no sea con el sanctasanctórum de tu Cruz Elemental. Si uno contra uno te aburre, a lo mejor estás dispuesto a intentarlo contra dos al mismo tiempo.

Shay lo miró, y después miró a Adne.

—Vale.

—No te mofes de él, Connor. —Adne sacudió la cabeza—. Pasa de él, Shay. No tienes por qué luchar contra nosotros dos, es una locura.

—Lo siento —dijo Connor—. ¿Acaso tus enemigos suelen aguardar su turno formando fila?

—Connor. —Adne puso los brazos en jarras.

—No —dijo Shay con el ceño fruncido—. Tiene razón. Intentémoslo.

—¿Estás seguro? —preguntó Adne, pero con una sonrisa.

—Sí —dijo Shay, y también sonrió—. Arrójame otra espada.

—Que pruebe con la
tsurugi
—dijo Connor—. La empuñadura se parece a Haldis.

—De acuerdo. —Adne descolgó una espada delgada y ligeramente curva de la pared.

—¿Y cuál empuñará milady? —preguntó Connor.

El modo displicente con el que hacía girar las espadas demostraba hasta qué punto controlaba las armas.

—Veamos cómo se las arregla con el
qi jie bian
—dijo Adne—. Es algo diferente.

—¿El látigo de cadena? —preguntó Connor—. No es mala idea.

—Los látigos se le dan bastante bien. —Me estremecí y recordé la noche de la unión. El bosque oscuro y la sonrisa malvada de Flynn. El alarido que soltó cuando le arranqué una mano, Shay cogiendo el látigo de sombras del miembro cortado y, un instante después, atacándola con su propia arma.

—¿Hay algo que no se te dé bien? —Adne le lanzó una sonrisa deslumbrante. Entrelacé los dedos detrás de la espalda para no acogotarla.

—El golf —dijo Shay con una sonrisa lúgubre—. No tengo paciencia para eso.

Cuando blandió las armas, el aire zumbó.

Adne giró la cabeza hacia delante y hacia atrás, estiró el cuello y se acercó a él. En cada mano sostenía el mango de madera de un látigo formado por siete eslabones de metal, cada uno rematado por un dardo afilado. Eran aterradores, casi parecían cobrar vida a medida que se enrollaban en el aire, dirigidos por los movimientos elegantes de Adne.

—¿Esos son látigos? —preguntó Shay, completando la serpiente de metal que Adne hacía girar delante del cuerpo. No se parecían a ningún látigo que yo hubiera visto con anterioridad.

—Sí, en efecto —dijo, agitando la muñeca. Los eslabones plateados restallaron y un segundo después, el dardo estaba clavado en la garganta del muñeco.

—Alto —dijo Shay, retrocediendo.

—No está mal —dijo Adne, y arrancó el dardo.

—¿Y ésos qué son? —pregunté al ver que Connor se colgaba las hojas cortas del cinturón.

—Acércate con esos grandes dientes que tienes y te lo mostraré.

Ethan soltó un bufido y alzó la ballesta.

—Nunca comprenderé por qué te agradan las
kataras
—dijo, y disparó cuatro flechas contra el muñeco con velocidad sorprendente.

Shay se acercó al blanco.

—¿Cómo haces para disparar con tanta rapidez? Siempre he creído que las ballestas eran lentas. Poderosas, pero lentas.

—Estás pensando en las ballestas europeas —dijo Ethan, se acercó a Shay y arrancó las flechas del muñeco—. Ésta está basada en el modelo chino. Constituida para ser veloz, no poderosa. Dispone de un cargador que carga una nueva ballesta después de cada disparo.

Me llevé las manos al pecho, recordando cuán rápidamente las flechas de Ethan se habían clavado en mi cuerpo. Él me miró y asintió.

—Si no puedes dispararle a los Vigilantes rápida y frecuentemente, estás muerto.

Connor contemplaba la ballesta de Ethan con aire desdeñoso.

—El uso de esa cosa me aburriría.

—Aplicar la fuerza bruta no es el único modo de luchar.

—A ti sólo te da miedo ensuciarte las manos. —Connor cogió una de las
kataras
de su cinto y la aferró por la empuñadura, corta, ancha y perpendicular a la hoja.

—Ensangrentarte —dijo Adne—. La palabra que buscas es ensangrentarte.

Connor la miró de soslayo y desenvainó la otra
katara
. De un solo brinco giró alrededor del muñeco y aterrizó en cuclillas detrás del blanco.

Shay soltó un silbido y clavó la vista en los profundos cortes que Connor había dejado en el blanco en los escasos segundos que entró en contacto con éste.

—Ninja —dije.

Shay me echó un vistazo y una breve sonrisa.

—Eres un presumido. —Ethan rio—. ¿No te diste cuenta de que ya estaba muerto? —dijo, sosteniendo las flechas que acababa de arrancarle al muñeco.

—Vosotros dos no sois los que se supone que habéis de presumir —dijo Adne.

—¿Qué pasa? —preguntó Ethan.

—Shay debe practicar. —Adne agitó el látigo, que se enrolló y se desenrolló como una serpiente metálica.

Shay se rascó la nuca, parecía un tanto inquieto.

—Tal vez no deberíamos…

—Venga ya —dijo Connor—. Seguro que no te pasará nada. Y me muero por dar rienda suelta a mi energía antes de que emprendamos ese asunto disparatado dentro de unas horas.

—Buena idea. —Shay enderezó los hombros—. Yo también estoy un poco nervioso.

—No te preocupes. —Ethan rio—. Seré el árbitro y me aseguraré de que estos dos jueguen limpio.

—No eres nada divertido —dijo Connor; dejó las
kataras
y cogió sus espadas habituales.

—¿Estamos listos? —preguntó Adne.

—Siempre —respondió Connor.

Shay asintió, ojeando a los dos Buscadores que empezaron a caminar en círculo alrededor de él. Vi cómo las venas de su cuello se hinchaban y palpitaban cuando ellos se acercaron a él. Adne hizo restallar los látigos, apuntando a sus tobillos. Shay esquivó el golpe con mucha facilidad, como si hubiera estado saltando a la comba, pero cuando sus pies volvieron a tocar el suelo Connor lo atacó y las espadas ya no danzaban: giraban a tanta velocidad que apenas pude distinguir dónde empezaba una y acababa la otra.

Di un paso adelante, el instinto me decía que me interpusiera entre Shay y el resplandeciente acero. Mi cuerpo trató de reaccionar frente a la necesidad de derramar sangre; era como si al tratar de controlar al lobo que ansiaba desesperadamente escapar de la prisión humana que lo encerraba me estuviera asfixiando. Pero no podía interferir. Esto era necesario para Shay. Era hora de que el Vástago luchara solo. No había previsto que dejarlo solo sería tan difícil. Retrocedí para distanciarme de la pelea y brinqué hacia delante cuando las púas de una maza colgada de la pared me pincharon la espalda.

Shay mantenía la vista clavada en Connor. Las espadas de ambos chocaron y el estrépito rebotó contra las paredes y el techo. Mientras los dos jóvenes se enfrentaban, Adne atacó a Shay por detrás. Los látigos volaron hacia su espalda desprotegida. Solté un grito ahogado cuando Shay obligó a Connor a bajar las espadas y se lanzó hacia arriba, pasó por encima de Adne y aterrizó justo detrás de ella. Connor gritó, cayó al suelo y a duras penas evitó que las afiladas puntas de los látigos se Adne se clavaran en su pecho. Shay agarró a Adne de la cintura, la arrastró hacia atrás y apoyó la hoja de una espada contra su garganta.

—¿Te das por vencida?

Adne estaba anonadada. Tragó saliva y asintió con mucho cuidado, evitando que la espada le presionara el cuello.

—¡Joder! —Connor rio y se puso de pie—. Ahora lo comprendo. El Vástago es el elegido porque tiene ojos en la nuca. Si te cortas los cabellos los veremos, ¿verdad?

Adne respiraba agitadamente al tiempo que Shay bajaba la espada; cuando ella se volvió para mirarlo le sonrió.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó Adne.

Yo me hacía la misma pregunta. Nunca había visto nada igual; estaba atónita. Me llevé la mano al pecho y traté de recuperar el aliento; mis dedos vibraban al ritmo de los latidos de mi corazón.

—No lo sé —dijo Shay, encogiéndose de hombros—. Sabía que te acercabas. Te sentí a mis espaldas.

Ethan guardó silencio, pero intercambió una mirada con Connor.

—Vale —dijo Connor, alzando sus espadas—. Tú ganas el primer asalto. ¿Seguimos?

—¿Adne? —preguntó Shay.

—No lograrás sorprenderme dos veces —dijo, y le pegó un empujón para zafarse.

—Ya veremos. —Shay sonrió.

No aguantaba más. Observar la ferocidad de la lucha, escuchar sus bromas… todo ello me hacía sentir una extraña. No me necesitaban ni deseaban mi presencia. Su fuerza, su agilidad y sus risas eran dardos que se clavaban en mi piel. Era como si nada de lo que había salido a la luz en la cocina tuviera importancia. Mi madre estaba muerta, mi manada, abandonada y ellos ya habían pasado página. Tendría que llorar mi pena a solas.

A medida que la tristeza me arrastraba a un abismo de autocompasión, pensé en Ansel, en cuánto peor sería todo esto para él. Me sentí invadida por la culpa y recordé que yo no era la única que había perdido a un ser querido. Habíamos perdido a Naomi, nuestra madre, pero eso no era todo lo que había perdido Ansel. Le habían quitado su yo lobuno y lo habían destruido. Puede que yo sufriera una pena profunda, pero seguía entera. Seguía siendo un Vigilante. Él nunca volvería a serlo.

Cuando me di la vuelta y me dirigí a la puerta nadie lo notó, al tiempo que Connor se abalanzaba sobre Shay, lo sorprendía y éste dejaba caer la espada.

—¡Eh!

—¿Creíste que te proporcionaría una advertencia tras el último asalto? —ladró Connor—. Acaba con él, Adne.

—¡Encantada! —Adne rio, y se lanzó a la lucha.

Shay se agachó y rodó por el suelo para evitar la rápida patada de Adne.

—¡Eso no ocurrirá! —exclamó.

Cuando me escabullí de la habitación, seguí oyendo el entrechocar de los aceros.

17

—Desde una puerta entreabierta en el extremo superior de las escaleras —que había descubierto mientras seguía el rastro de Ansel— un haz de luz amarilla iluminaba el pasillo. Abrí la puerta en silencio y me asomé.

—¿Qué quieres que te diga? Me estás matando, chico. —Isaac, de pie frente a mi hermano, se frotaba las sienes.

Llamé al marco de la puerta. Isaac se volvió v Ansel levantó la vista, sólo para volver a agachar la cabeza en cuanto me vio.

—¿Eres el relevo? —preguntó Isaac, acercándose a la puerta.

Asentí, observando a Ansel sentado al borde de la cama con la mirada fija en sus zapatos.

—Me alegro de que estés aquí —dijo Isaac, bajando la voz—. A Tess esto se le da mucho mejor que a mí. Ella siempre se ocupa de nuestros huéspedes.

—No sabía que había dormitorios en el puesto de avanzada —dije, mirando en torno a la habitación pequeña y espartana.

—Cuando acuden los equipos de ataque, a veces necesitan varios días para montar una misión —dijo Isaac—. Y es aquí donde se alojan cuando no lo hacen en la Academia. Además, aquí viven los Segadores.

—Bien —dije, antes de preguntarle cómo se encontraba Ansel.

—Dice que no tiene dolores —dijo Isaac—. Pero es evidente que el chico está trastornado. No logré que probara bocado. Le calenté un guiso, está en la mesilla, a lo mejor tú tienes más suerte.

—Gracias por acompañarlo —dije.

—No hay de qué —dijo Isaac—. ¿No necesitas nada más? Yo he de bajar.

—No —repuse, me acerqué a la cama y me senté junto a Ansel. Él no dijo nada, mantenía la vista clavada en algo que sostenía entre las manos.

—¿Así que no quieres comer? —pregunté, señalando el cuenco de guiso.

—Comeré cuando tenga hambre —murmuró.

—He estado comiendo la comida de los Buscadores —dije, procurando hablar en tono alegre—. Juro que no está envenenada.

Ansel no río, pero separó las manos e introdujo lo que sostenía en su bolsillo. Parecía un arrugado trozo de papel.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Nada. —Ansel cruzó los brazos—. ¿Qué quieres?

—Has pasado por momentos muy duros —dije, abandonando los temas intrascendentes—. Has de cuidarte.

Cuando quise tocarle el hombro, se apartó bruscamente.

—No me toques.

—¿Por qué no? —pregunté—. Me alegro mucho de verte, Ansel. Te he echado de menos.

Él rio, pero su risa no era alegre.

—¿De veras? No lo hubiera dicho.

No sabía cómo aliviar el malestar que me causaba su tono de voz.

—Tuve que marcharme.

Ansel no reaccionó.

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