Read La pesadilla del lobo Online
Authors: Andrea Cremer
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—Connor. —Monroe observó cómo Adne desenvainaba los estiletes que llevaba en el cinturón y apartó la mirada de nuestro pequeño grupo—. Hay algo que hemos de comentar.
Connor frunció el entrecejo, pero siguió a Monroe hasta un rincón oscuro del recinto.
—Oh, sí —dijo Ethan—. A la leñera contigo.
Adne le echó un vistazo por encima del hombro a Shay.
—No intentarás atravesar ese portal después de que lo haya abierto, ¿verdad? Me pregunto si debería obligarte a prestar un juramento.
—Será mejor que no lo hagas —dijo Ethan—. Ya hemos hablado de ello. Me niego a arriesgar el cuello a menos que sepa que tú estás aquí, a salvo. De hecho, ¿por qué no te vas a la cama?
—Subiré a ver a Ansel una vez que os hayáis marchado —repuso Shay, reprimiendo un gruñido—. No fingiré que esto no está ocurriendo.
—Como quieras —Ethan se encogió de hombros—. Yo de ti me iría a dormir.
—Lo que pasa es que él es un caballero a diferencia de ti —dijo Adne, abrazó a Shay y le rozó la mejilla con los labios—. Gracias por preocuparte por nosotros, Shay. Estaremos bien.
De repente la que tenía ganas de gruñir era yo.
—Tienes razón: no soy un caballero —dijo Ethan—. Si me abrazaras así, no te dejaría marchar sólo con un beso en la mejilla.
Shay puso cara de pocos amigos, se frotó el cuello y se ruborizó. Al ver su reacción, Adne soltó una risita.
Dirigí la mirada a Connor y Monroe. No comprendía lo que estaba ocurriendo, pero ambos parecían nerviosos. Los labios de Monroe se movían rápidamente y sostenía algo en las manos. ¿Qué eran? ¿Sobres? Connor caminaba de un lado a otro junto a Monroe, mesándose los cabellos y sacudiendo la cabeza. Los miré atentamente, preguntándome qué había pasado.
Por fin, Monroe agarró a Connor de los hombros y apretó los papeles contra el pecho del hombre más joven. Vi que Connor se encorvaba, como si hubiese lanzado un suspiro prolongado y se rindiera. Cogió los sobres y los deslizó en el bolsillo de su chaqueta. Monroe le apretó el hombro y después regresó junto a nosotros. Desvié la mirada, aún desconcertada por lo que acababa de presenciar.
—Adne casi ha terminado —dijo Ethan al tiempo que Monroe se aproximaba. Me giré hacia Adne, que saltaba y giraba mientras tejía. Aunque no era la primera vez que veía cómo abría una puerta, los resplandecientes motivos que se arremolinaban en torno a ella no dejaban de fascinarme.
Me sobresalté al notar una repentina presencia a mi lado. Connor observaba a Adne mientras tejía; todo rastro de alborozo se había desvanecido de su rostro, estaba pálido y tenso. Volví a echarle un vistazo a Monroe, preguntándome qué había transcurrido entre ambos.
Cuando el otro lado del refulgente portal se hizo visible me zumbaron los oídos: daba a un oscuro callejón bordeado de nieve amontonada. A lo lejos, el tenue brillo de una farola iluminaba los postigos cerrados de las empresas del centro de Vail.
«Mi hogar.»
Hacía frío al otro lado del portal. Inspiré el aire puro e invernal, dejando que el viento helado se derramara por mi garganta. El estremecimiento visceral me llegó hasta los huesos e hizo que me sintiera viva. Ansiaba echar a correr, aullar y cazar. Mi aliento formaba volutas de humo.
Lancé una breve mirada hacia atrás y vi la imagen borrosa de Shay caminando de un lado a otro ante el portal abierto. Deseé poder tranquilizarlo de algún modo. Cuando Monroe dio la orden, había atravesado el portal de un solo brinco, sin mirar hacia atrás; no quería demostrar ninguna duda acerca de nuestra misión. Ahora lamentaba no haberle dejado nada: cuando menos una sonrisa u otro beso. Y me sentí aún peor al recordar que la última en besarlo fue Adne. Ella estaba de pie junto al portal, con las espadas desenvainadas y el rostro sereno al tiempo que Connor y Ethan registraban el callejón.
—¿No te preocupa que alguien vea la luz? —pregunté, señalando el resplandecientes portal.
—A este lado del callejón no hay ventanas —repuso Adne—. Por eso lo elegimos.
Sus palabras apenas me tranquilizaron. Al menos la puerta no era tan resplandeciente como durante su creación, pero aún se destacaba, como las luces titilantes de un árbol de Navidad. Faltaba poco para las fiestas, y albergué la esperanza de que la suerte nos acompañara y de que si alguien lo veía, creyera que era un árbol de Navidad.
—Despejado —dijo Ethan, surgiendo del oscuro callejón—. No hay obstáculos ni patrullas entre aquí y la puerta lateral.
Connor guardó silencio, escudriñando las sombras.
—Bien —dijo Monroe—. En marcha.
Ethan se puso en cabeza, yo me convertí en lobo y recorrí el callejón silenciosamente; Connor me seguía. Los latidos de mi corazón eran tan violentos, resultaban tan ensordecedores para mi sensible oído de lobo, que me parecía casi imposible que los Buscadores no los oyeran. Ninguno me dirigió la palabra ni me miró. Los rostros de los hombres estaban rígidos mientras recorrían el estrecho callejón sin hacer ruido.
Cuando alcanzamos la puerta lateral, Monroe alzó el brazo.
—¿Una alarma?
—No —dijo Ethan—. Sólo está cerrada con llave.
—Estoy en ello. —Connor sacó un objeto metálico del bolsillo y se acercó a la puerta.
Ethan vigilaba nuestro flanco.
Se oyó un clic y un chirrido y la puerta se abrió. Monroe y Connor la atravesaron de inmediato y se agacharon, esperando un ataque.
No se produjo ninguno.
Intercambiaron una mirada, pero nos indicaron que los siguiéramos. Ethan cerró la puerta detrás de nosotros.
Avanzamos a lo largo del pasillo. Sentí un retortijón en la tripa al recordar la última vez que recorrí ese pasillo hacia el despacho de Efron. ¿Estaría ahí el amo de los Bane? Alcé el morro y olfateé. La discoteca hedía a sudor rancio y el aliento dulzón y repugnante de los súcubos. Me toqué el morro con una pata, quería dejar de oler la mezcla tóxica.
No percibí ningún rastro nuevo ni ningún movimiento en la discoteca. El palpitar del bajo y las luces multicolores habían dado lugar al silencio y a la penumbra. No había bailarines, súcubos, chicas gogó ni Vigilantes. El único sonido era los pasos apagados de los Buscadores a medida que avanzábamos sigilosamente a través de las sombras. Esta aparenta soledad no resultaba tranquilizadora. Había demasiado silencio, demasiada quietud para un lugar como Edén, que se alimentaba del paladar de la sangre y la lascivia.
—Aquí están las escaleras —susurró Connor. Se encontraba en el extremo superior de una escalera de caracol de hierro forjado. Me asomé por encima de la barandilla y contemplé los peldaños metálicos que se perdían en un abismo oscuro.
—¿Encendemos las luces? —preguntó Ethan.
—Todavía no —dijo Connor y empezó a bajar.
Las escaleras conducían interminablemente hacia abajo. Recorrer la curva cerrada formada por los peldaños me mareaba: era como si hubiera cerrado los ojos y girara sobre mí misma.
Pese a ser capaz de ver en medio de la oscuridad, el descenso me ponía nerviosa y agradecí la repentina presencia de una luz fluorescente cuyo brillo aumentó a medida que bajábamos, tiñendo el entorno de un tono gris verdoso. La escalera de caracol nos conducía hacia las profundidades de la discoteca. El descenso parecía eterno. ¿A qué profundidad estaríamos?
—Debe ser aquí —dijo Connor al llegar al final de la escalera de hierro y entrar en una habitación cuadrada que en algún momento había sido pintada de blanco, pero con el tiempo había adoptado el color sucio de las telarañas. Dio otro paso y entonces una figura oscura surgió de entre las sombras detrás de la escalera, lo derribó y su espada aterrizó en un rincón.
A mis espaldas Ethan soltó una maldición, saltó por encima de la barandilla y aterrizó en el suelo, mientras yo apartaba a Monroe y me lanzaba contra el lobo. Ethan disparó sus flechas contra el Vigilante que inmovilizaba a Connor contra el cemento y yo le hinqué los dientes en el flanco. Cuando las flechas se clavaron en el lomo el lobo soltó un gruñido y agitó la cabeza. Me mostró los dientes y me lanzó una destellada, pero la esquivé con facilidad y me agazapé, dispuesta a atacarlo por segunda vez.
Aprovechando la distracción del Vigilante, Connor desenvainó una
katara
, clavó la hoja corta en la panza del lobo y la retorció. El Vigilante soltó un chillido; luego su aullido se convirtió en un resuello sofocado y se desplomó encima de Connor.
Connor se quitó el cadáver del lobo de encima. Ethan sostenía la ballesta dispuesto a disparar y miró en torno.
—¿Sólo uno? —preguntó Monroe, acercándose con las espadas desenvainadas.
—De momento —dijo Ethan y bajó el arma.
—Estamos de suerte. —Connor se limpió la sangre de las manos. Me acerqué y examiné al lobo muerto tendido a su lado. Era un Bane mayor, pero no era un extraño. Lo reconocí: era el padre de Sabine. Acababan de matar al padre de Sabine.
Me convertí en humana, sacudiendo la cabeza.
—¿Estás bien? —preguntó Connor.
—Algo va mal —dije y eché un vistazo a la pequeña habitación; convertirme en humana en presencia del peligro me ponía nerviosa—. Ese lobo no debería estar aquí.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Monroe—. Me sorprendería que no hubiese un Vigilante apostado aquí. De hecho, me sorprende que sólo nos hayamos encontrado con uno.
—No —dije, procurando dominar mi malestar—. Se trata de este lobo. Lo conozco… lo conocía. No forma parte de las fuerzas de seguridad de Efron, es un Vigilante de las patrullas de la montaña, como los lobos de mi manada.
—Quizás haya cambiado de puesto —dijo Ethan.
—No —repuse—, los lobos de las manadas de la montaña no cambian de puesto.
—Apuesto a que han cambiado muchas cosas desde que tú desapareciste —farfulló Connor.
—Puede ser. —El aspecto del lobo muerto me inquietaba. «No debería estar aquí. Lo sé.»
—No bajaremos la guardia, Cala —dijo Monroe, me cogió del brazo y me alejó del cadáver—. Pero hemos de seguir adelante: tardamos más de lo calculado en llegar hasta aquí. No hay tiempo que perder. Lamento que fuera alguien a quien conocías.
Más allá de la escalera de caracol había una puerta. Connor bajó el picaporte y después sacó la ganzúa y abrió la cerradura con mucho cuidado. La puerta daba a un estrecho pasillo iluminado por los mismos tubos fluorescentes. Había seis puertas en el pasillo, una en cada punta y dos a cada lado. Las puertas laterales eran rectángulos de mental con una estrecha rendija a la altura de los ojos.
—¿Y ahora, qué? —preguntó Ethan.
—Abriremos las puertas —dijo Monroe—. Todos sabemos utilizar una ganzúa; que cada uno trate de abrir una puerta.
—No, espera. —Cogí del brazo a Monroe—. Seguidme.
Me convertí en lobo, bajé el morro y olisqueé el pasillo. Cuando llegué hasta la última puerta de la derecha solté un aullido y rasqué la superficie metálica.
—¿Ésta? —preguntó Monroe.
Volví a aullar, estaba desesperada por abrir la puerta. El corazón me latía aceleradamente al tiempo que Monroe abría la cerradura con la ganzúa. Cuando la puerta se abrió, se me cortó la respiración.
Dos jóvenes estaban sentados en el suelo, con la espalda apoyada contra las paredes opuestas de la celda. Estaban encadenados a la pared, las cadenas los mantenían separados y limitaban sus movimientos. Permanecieron inmóviles, con los ojos cerrados. De sus cuerpos colgaban restos de ropa, pantalones y camisas hechos jirones. Sus rostros hinchados estaban cubiertos de moratones verdosos, violáceos y rojos: un repugnante arco iris pintado en su piel.
La luz que iluminaba la celda no dejaba de titilar, la imagen que vi al asomarme era borrosa.
Solté un aullido y me lancé dentro de la celda.
Al oír mi aullido, Mason parpadeó. Giró la cabeza lentamente, bizqueando.
—No puede ser.
Nev gimió, sin abrir los ojos.
—Avísame cuando todo haya acabado.
—¿Cala? —Mason se inclinó hacia mí haciendo un gesto de dolor.
Le lamí la cara y me convertí en humana para poder hablarle.
—Soy yo, Mason. Os sacaré de aquí.
—¿En serio? —Mason me contemplaba como si yo fuera un producto de su imaginación.
—¿Cala? —Nev también abrió los ojos.
—¿Quieres decir que ella es real? —Mason alzó la mano, arrastrando las cadenas por el suelo de cemento y me tocó la cara—. Dios mío.
—¿Puedes caminar? —Monroe se había aproximado y se acuclilló para hablarle a Mason.
—¿Quién eres? —Mason frunció el ceño y la nariz—. ¡Eh! Eres un Buscador. ¿Qué diablos…?
—Todo está bien, Mason —dije y le cogí la mano—. Están de nuestra parte.
—¿Buscadores? ¿De nuestra parte? —Nev soltó una carcajada—. A lo mejor ella no es real.
—Soy real —dije rápidamente; el tiempo apremiaba—. Contesta, por favor. ¿Puedes caminar?
—Creo que sí —dijo Mason, estirando las piernas—. Hace un rato que no lo intento. ¿Nos dirás cómo llegaste aquí? ¿Y por qué los Buscadores te están ayudando?
—Primero hemos de alejarnos varios kilómetros de Vail —dijo Connor—. Las historias pueden esperar.
—Tienes razón… pero te prometo que después lo comprenderás.
—Me da igual comprenderlo, a condición de salir de este maldito agujero —dijo Nev, cubriéndose los ojos.
—No sé si os seremos útiles —dijo Mason—. No he podido convertirme en lobo desde que nos encerraron aquí.
—Se debe a las cadenas —afirmé, tocándole la muñeca—. Podrás hacerlo en cuanto te las quite.
—Connor —dijo Monroe, señalando a Nev—. Quítale las cadenas.
Monroe se agachó para liberar a Mason.
—No sé si eso es buena idea —dijo Ethan, y contempló a ambos Vigilantes encadenados con aire desconfiado.
—¿Qué pretendes hacer, dispararles? —exclamé en tono brusco—. ¿Acaso no recuerdas por qué hemos acudido?
—¿Así que nuestros salvadores quieren matarnos? —preguntó Mason al ver que la ballesta de Ethan le apuntaba al pecho—. Muy bonito.
—Bueno, encaja con todo lo que ha estado ocurriendo —dijo Nev—. Diría que estoy sorprendido, pero mentiría.
—No te matarán. —Le lancé una mirada furiosa a Ethan hasta que éste bajó el arma lentamente.
—¿Y si…? —empezó a decir.
—¿Y si fuera un truco? —repliqué—. Míralos. ¿Cómo van a luchar, dado el estado en el que se encuentran? Lo que me preocupa es que no logremos sacarlos de aquí sanos y salvos.