—¡Khwaj! —vociferó Sparhawk en la lengua troll—, soy Sparhawk de Elenia. Tengo los anillos. Khwaj debe hacer lo que yo le ordene.
El Bhelliom se estremeció en su mano.
—Busco a Martel de Elenia —continuó Sparhawk—. Martel de Elenia estuvo en este lugar hace dos noches. Khwaj va a mostrar a Sparhawk de Elenia lo que quiere ver en el fuego. Khwaj hará lo que debe para que Sparhawk de Elenia pueda oír lo que desea oír. ¡Khwaj va a obedecer! ¡Ahora mismo!
Quedamente, como procedentes de alguna distante oquedad resonante de ecos, llegó hasta ellos un aullido de rabia, un aullido al que se superponía un crepitar como de una gigantesca hoguera. Las llamas que oscilaban sobre los troncos de roble en la chimenea se redujeron hasta no ser más que un mortecino resplandor y después se elevaron, violentamente amarillas, y llenaron toda la boca de chimenea con una pantalla de fuego casi incandescente. Entonces quedaron paralizadas, sin variar de forma ni bailar, convertidas en una lisa superficie inmóvil de color amarillo. El calor que despedía el hogar ceso al instante como si lo hubiera aislado un grueso cristal.
Sparhawk se encontró mirando el interior de una tienda en la que Martel, demacrado y cansado, permanecía sentado a una tosca mesa frente a Annias, que aún presentaba un aspecto peor.
—¿Por qué no podéis averiguar dónde están? —preguntaba al primado de Cimmura.
—Lo ignoro, Annias —respondió, crispado, Martel—. He invocado todas las criaturas que Otha puso a mi disposición y ninguna de ellas ha esclarecido nada.
—Oh, poderoso pandion —se mofó Annias—. Tal vez debisteis quedaros mas tiempo en la orden y dar ocasión a que Sephrenia os enseñara algo más que trucos de salón destinados a la diversión de los niños.
—Estáis muy próximo al punto en que vuestra persona dure mas que la utilidad que me presta, Annias —señaló ominosamente Martel—. Otha y yo podemos situar a cualquier clérigo en el trono del archiprelado y lograr lo que queremos. No sois indispensable, ¿sabéis?
—Y aquello dejó zanjada de una vez por todas la cuestión de quién recibía órdenes de quién. Se abrió el faldón de la tienda y Adus entró con sus andares desgarbados de simio. Llevaba una armadura que era una abigarrada acumulación de pedazos y piezas de herrumbroso acero proveniente de las forjas de media docena de culturas diferentes. Sparhawk volvió a reparar en la inexistencia de frente en Adus, cuyo nacimiento del pelo se juntaba con unas enmarañadas cejas.
—Ha muerto —informó con una voz semejante a un gruñido.
—Debería hacerte ir a pie, idiota —le dijo Martel.
—Era un caballo flojo —adujo, encogiéndose de hombros, Adus.
—Estaba en perfectas condiciones hasta que tú lo espoleaste con tu brutalidad habitual. Ve a robar otro.
—¿Un caballo de granja? —inquirió, sonriente, Adus.
—Cualquier montura que encuentres. Pero que no te lleve toda la noche matar al granjero... o divertirte con su mujer. Y no quemes la casa, que sería como encender una luz en el cielo y anunciar nuestro paradero.
Adus rió... o al menos el sonido emitido sonó igual que una carcajada. Después salió de la tienda.
—¿Como podéis soportar a ese bestia? —Annias se estremeció.
—¿Adus? No es tan terrible. Consideradlo como un hacha de guerra con piernas. Lo utilizo para matar a la gente; no me acuesto con él. Hablando de lo cual, ¿habéis resuelto vuestras diferencias vos y Arissa?
—¡Esa ramera!—exclamó Annias con cierto desdén.
—Sabíais lo que era cuando trabasteis relación con ella, Annias —advirtió Martel—. Pensaba que su depravación formaba parte del atractivo que ejercía en vos. —Martel apoyó la espalda en la silla—. Debe de ser el Bhelliom —musitó.
—¿Qué?
—Seguramente es el Bhelliom lo que impide que mis criaturas localicen a Sparhawk.
—¿No sería el propio Azash capaz de encontrarlo?
—Yo no doy órdenes de Azash, Annias. Si él quiere que yo sepa algo me lo comunica. Podría ser que el Bhelliom sea más poderoso que él. Cuando lleguemos a su templo, podéis preguntárselo, si os acucia la curiosidad. Es posible que se ofenda, pero sois libre de hacerlo.
—¿Cuánto terreno hemos cubierto hoy?
—No más de siete leguas. Hemos aminorado considerablemente el paso después de que Adus le arrancara las entrañas a su caballo con las espuelas.
—¿Cuánto falta para la frontera zemoquiana? Martel desenrolló un mapa y lo consultó.
—Calculo que otras cincuenta leguas..., aproximadamente cinco días. Sparhawk no puede estar a más de tres días de distancia, de modo que deberemos apresurarnos.
—Estoy extenuado, Martel. No puedo seguir así.
—Cada vez que os pongáis a darle vueltas a la cuestión de vuestro cansancio, imaginaos las sensación que os produciría la espada de Sparhawk abriéndoos el pecho... o lo exquisitamente doloroso que va ser cuando Ehlana os decapite con unas tijeras de costura... o con un cuchillo del pan.
—A veces desearía no haberos conocido, Martel.
—El sentimiento es mutuo, viejo amigo. Una vez que hayamos cruzado la frontera con Zemoch, podremos entorpecer en algo la marcha de Sparhawk. Unas cuantas emboscadas a lo largo del camino deberían inducir cierta precaución en él.
—Nos ordenaron que no lo matáramos —arguyó Annias.
—No seáis estúpido. Mientras tenga el Bhelliom, ningún humano lograría matarlo. Nos ordenaron que no lo matáramos a él... aun cuando pudiéramos hacerlo..., pero Azash no dijo nada acerca de los otros. La pérdida de algunos de sus compañeros podría molestar a nuestro invencible enemigo. Aunque no lo parezca, Sparhawk es en el fondo un sentimental. Será mejor que vayáis a dormir un poco. Volveremos a ponernos en camino en cuanto vuelva Adus.
—¿A oscuras? —La voz de Annias tenía un matiz de incredulidad.
—¿Qué ocurre, Annias? ¿Os da miedo la oscuridad? Pensad en espadas en el vientre o en el sonido de un cuchillo del pan aserrándoos una vértebra del cuello. Eso debería devolveros el coraje.
—¡Khwaj! —llamó con tono conminatorio Sparhawk—. ¡Basta! ¡Retiraos! El fuego recobró la normalidad.
—¡Rosa Azul! —ordenó entonces Sparhawk—. ¡Traedme la voz de Ghnomb!
—¿Que estáis haciendo? —exclamó Sephrenia.
Pero el punto de luz entre los relucientes pétalos azules del Bhelliom era ya una repugnante mezcolanza de verde y amarillo, y Sparhawk sintió de improviso un repelente sabor en la boca que relacionó con el olor de la carne medio putrefacta.
—¡Ghnomb! —se presento Sparhawk con la voz discordante que le exigía el idioma troll—. Soy
Sparhawk de Elenia y tengo los anillos. Estoy a dos jornadas de distancia del hombre que es mi presa. Ghnomb me ayudará en la caza. Ghnomb arreglará las cosas para que mis cazadores y yo podamos atrapar al hombre que buscamos. Sparhawk de Elenia le dirá a Ghnomb cuándo y entonces Ghnomb colaborará en la cacería. ¡Ghnomb obedecerá!
—Sparhawk.—Era Kurik, que lo movía para despertarlo—. Falta una hora para el alba. Queríais que os despertara.
-¿Y tú no duermes nunca?
Sparhawk se incorporó en la cama, bostezando, y luego sacó las piernas y posó los pies en el suelo.
—Yo he dormido bien. —Kurik miró a su amigo con aire reprobador —No coméis suficiente —lo acusó—. Os estáis quedando en los huesos. Vestíos. Iré a despertar a los otros y luego volveré para ayudaros a poneros la armadura.
Sparhawk se levantó y recogió su acolchada ropa interior manchada de herrumbre.
—Muy distinguido —observó sarcásticamente Stragen desde el umbral—. ¿Existe alguna parte del código caballeresco que prohíba lavar esas prendas?
—Tardan una semana en secarse.
—¿Son en verdad necesarias?
—¿Habéis llevado armadura alguna vez, Stragen?
—Dios no lo quiera.
—Probadlo un día. El relleno impide que la armadura le magulle a uno la piel en ciertos puntos.
—Ah, la de cosas que soportamos en aras de la elegancia.
—¿De veras os proponéis volveros atrás en la frontera zemoquiana?
—Órdenes de la reina, amigo mío. Además, no sería más que un estorbo. Soy un inepto total para pelear contra un dios. Francamente, creo que estáis trastornado..., sin ánimo de ofenderos, claro está.
—¿Regresaréis a Emsat una vez que lleguéis a Cimmura?
—Si vuestra esposa me da permiso para irme. Debería volver, aunque sólo sea para comprobar los libros. Tel es una persona de fiar, pero, en fin de cuentas, es un ladrón.
—¿Y después?
—¿Quién sabe? —Stragen se encogió de hombros—. Nada me ata en este mundo, Sparhawk. Tengo el privilegio de disponer de una libertad absoluta. No estoy obligado a nacer nada que no quiera hacer. Oh, casi lo olvidaba. No he venido a veros esta mañana para discutir los pros y los contras de la libertad con vos. —Introdujo la mano bajo el jubón—. Una carta para vos, mi señor —anunció con una burlona reverencia—. De vuestra esposa, tengo entendido.
—¿Cuántas lleváis? —preguntó Sparhawk, tomando la hoja doblada.
Stragen le había entregado una de las breves y apasionadas misivas de Ehlana en Kadach y otra en Moterra.
—Eso es un secreto de estado, amigo mío.
—¿Tenéis algún tipo de agenda o las distribuís según lo creéis conveniente?
—Un poco de cada. Hay una agenda, por supuesto, pero debo aplicar mi propio juicio al interpretarla. Si veo que os está ganando el abatimiento o la melancolía, se supone que he de alegraros el día. Os dejaré para que la leáis. —Volvió al pasillo y se encaminó a las escaleras que conducían a la planta baja de la posada.
Sparhawk rompió el sello y abrió la carta de Ehlana.
«Amado:
»Si todo ha ido bien, os encontráis en Paler ahora. Esto es terriblemente complicado. Intento prever el futuro, y mis ojos no son tan poderosos para lograrlo. Os hablo en un pasado alejado varias semanas de vos y no tengo la más mínima noción de lo que os ha ocurrido. No me atrevo a haceros partícipe de mi angustia y mi desolación por esta cruel separación, pues no debería abriros mi corazón y debilitar así vuestra determinación y exponeros al peligro. Os amo, Sparhawk, y me debato entre el deseo de ser un hombre para poder compartir las asechanzas con vos y, en caso necesario, entregar mi vida por vos, y el orgullo por el hecho de ser mujer y poder perderme en la calidez de vuestros brazos.»
A partir de ahí la joven reina de Sparhawk pasaba a detallar episodios de su noche de bodas que son demasiado personales y privados para ser repetidos aquí.
—¿Cómo era la carta de la reina? —preguntó Stragen mientras ensillaban los caballos en el patio y el inminente amanecer dibujaba una sucia raya en el nublado horizonte de levante.
—Literaria —repuso lacónicamente Sparhawk.
—Ésa es una caracterización poco habitual
—En ocasiones perdemos de vista la persona real que cubren los ropajes reales, Stragen. Ehlana es una reina, en efecto, pero también es una muchacha de dieciocho años que ha leído, al parecer, demasiados libros poco recomendables.
—No habría esperado una descripción tan aséptica de un recién casado.
—En estos momentos tengo muchas cosas en que pensar. —Sparhawk tensó la cincha de la silla.
Faran
gruñó, llenó el vientre de aire y pisó deliberadamente el pie de su amo. Casi con aire ausente, el pandion hincó la rodilla en el estómago de su montura—. Mantened los ojos bien abiertos hoy, Stragen —advirtió—. Es probable que se produzcan hechos inusuales.
—¿Como cuáles?
—No estoy totalmente seguro. Si todo va bien, recorreremos una distancia mucho mayor que la acostumbrada. Quedaos con el domiy los keloi. Son gente emotiva y a veces los altera el hecho de que se produzcan sucesos extraordinarios. Aseguradles encarecidamente que todo se halla bajo control.
—¿Y es ello cierto?
—No tengo la más remota idea, amigo. No obstante, intento por todos los medios enfocarlo de una manera optimista. —Notó que Stragen esperaba más o menos escuchar aquella respuesta.
El día clareó lentamente esa mañana, pues las nubes que cubrían el cielo por levante se habían convertido en espesos nubarrones en el transcurso de la noche. En lo alto de la larga ladera que ascendía en el extremo norte de la plomiza superficie del lago Randera, Kring y sus keloi se reunieron con ellos.
—Es agradable estar de vuelta en Kelosia, amigo Sparhawk —le confió Kring, con una amplia sonrisa en la cara surcada de cicatrices—, aunque sea en esta desordenada y arañada parte del reino.
—¿Cuántas jornadas quedan hasta la frontera con Zemoch, domi? —preguntó Tynian.
—Cinco o seis, amigo Tynian —respondió el domi.
—Nos pondremos en marcha dentro de unos momentos —informó Sparhawk a sus amigos—, Sephrenia y yo hemos de hacer algo. —Hizo una señal a su tutora y los dos se alejaron a cierta distancia del grupo cuyos caballos reposaban en la herbosa cima de la colina —¿Y bien? —dijo a la mujer.
—¿De veras debéis hacer esto, querido? —preguntó ésta con voz implorante.
—Me parece que sí. Es lo único que se me ocurre para protegeros a vos y a los demás de las emboscadas cuando lleguemos a la frontera zemoquiana. —Sacó la bolsa de debajo de la sobreveste y se quitó los guanteletes. De nuevo notó en las manos la extrema gelidez del contacto del Bhelliom—. ¡Rosa Azul —ordenó—, traed hasta mí la voz de Ghnomb!
La gema se calentó súbitamente en sus manos y luego apareció en sus profundidades la mancha verde amarillenta, acompañada del sabor a carne podrida en el paladar de Sparhawk.
—¡Ghnomb! —dijo—. Soy Sparhawk de Elenia y tengo los anillos. Ahora salgo de cacería. Ghnomb va a ayudarme a cazar tal como le mandé. ¡Ghnomb va a hacerlo! ¡Ahora!
Aguardó con nerviosismo, pero no ocurrió nada. Suspiró.
—¡Ghnomb! —volvió a llamar—. ¡Retiraos! —Introdujo la Rosa de Zafiro en la bolsa, anudó el cordel que la cerraba y la guardó de nuevo bajo la sobreveste—. Bueno —comentó con pesar—, lo he intentado. Dijisteis que si no podía ayudarme me lo haría saber. Me lo ha hecho saber, vaya que sí. Pero es un poco incómodo enterarse a estas alturas.
—No desistáis todavía, Sparhawk —le aconsejó Sephrenia.
—No ha sucedido nada, pequeña madre.
—No estéis tan seguro.
—Regresemos. Parece que tendremos que conseguir nuestro propósito a la brava.
La comitiva partió a un vigoroso trote y descendió la otra ladera del cerro que alumbraba la pálida esfera del sol vislumbrada tras las nubes del horizonte. Las tierras de cultivo situadas al este de Paler se hallaban en las últimas fases de la cosecha y en los campos se afanaban ya los siervos, pequeñas figuras de color pardo o azul que se percibían como inmóviles juguetes desde el camino.