—¿Te has vuelto loco?
—Provocaría un retraso, y eso es lo que necesitamos desesperadamente ahora.
—No creo que debamos recurrir a tales extremos. Mantengamos a los cinco patriarcas a buen recaudo por el momento. Talen, sin esos cinco votos, ¿cómo quedan las cuentas?
—Ciento quince votantes, Sparhawk. Ello representa sesenta y nueve para ganar.
—Le sigue faltando un voto... incluso aunque logre sobornar a los neutrales. Seguramente aplazará cualquier tipo de enfrentamiento si cree que se halla tan cerca. Kalten, llévate a Perraine y vuelve al castillo a buscar a esos cinco patriarcas. Vístelos con piezas de armadura para disfrazarlos y después tráelos aquí con una escolta de unos quince caballeros. Ponlos en una antesala. Dejaremos que Dolmant decida cuándo los necesita.
—De acuerdo. —Kalten sonrió con malicia—. Hemos vencido a Annias, ¿verdad, Sparhawk?
—Eso parece, pero no cantemos victoria hasta que haya otra persona sentada en ese trono. En marcha.
Cuando los miembros de la jerarquía, todavía vestidos de carmesí reanudaron sus deliberaciones, se pronunciaron varios discursos. Las alocuciones corrieron a cargo de patriarcas demasiado carentes de importancia para haber participado en los servicios ceremoniales de la nave. El patriarca Ortzel de Kadach, hermano del barón Almstrom de Lamorkand, fue particularmente tedioso. La sesión se interrumpió temprano y prosiguió a la mañana siguiente. Los prelados que se oponían a Annias se habían reunido la noche anterior y habían elegido a Ortzel como su abanderado. Sparhawk todavía conservaba graves reservas respecto a Ortzel, pero se guardó de manifestarlas.
Dolmant mantuvo en reserva a los cinco patriarcas que tan recientemente se habían reincorporado a sus filas. Disfrazados con retazos diversos de armadura, permanecían sentados con un pelotón de caballeros eclesiásticos en una habitación de bajo techo no muy lejos de la sala de audiencia.
En cuanto la jerarquía se hubo instalado ordenadamente, el patriarca Makova se puso en pie y propuso el nombre del primado Annias como candidato al archiprelado. Su discurso se prolongó durante casi una hora, pero los aplausos que lo acogieron no fueron especialmente calurosos. Después Dolmant propuso a Ortzel y su alocución, más pertinente, fue seguida de aplausos más entusiastas.
—¿Van a votar ahora? —susurró Talen a Sparhawk.
—No lo sé —admitió Sparhawk—. Depende de Makova. Él es el que ostenta la presidencia por el momento.
—Estoy deseando presenciar una votación, Sparhawk —aseguró ansiosamente Talen.
—¿No estás tan seguro de tus cálculos? —inquirió Sparhawk con cierta aprensión.
—Claro que sí, pero los números no son más que números. Cuando la gente interviene en algo pueden ocurrir muchas cosas. Fijaos en eso, por ejemplo. —Talen señaló a un paje que se apresuraba a llevar una nota de los nueve patriarcas no comprometidos a Dolmant —¿Qué se proponen ahora?
—Supongo que querrán saber por qué ha parado tan repentinamente de ofrecerles dinero Dolmant —infirió Sparhawk—. Sus votos carecen de valor en estos momentos, aun cuando es probable que ellos no acaban de comprenderlo.
—¿Qué creéis que harán ahora?
—¿Quién sabe? —Sparhawk se encogió de hombros—. ¿Y a quién le importa?
Makova, de pie ante el atril, hojeó un fajo de notas y luego alzó la mirada y se aclaró la voz.
—Antes de pasar a realizar nuestra votación inicial, hermanos míos —comenzó—, un asunto de gran urgencia acaba de reclamar mi atención. Como muchos de vosotros debéis de saber, los zemoquianos están reuniéndose en masa en la frontera oriental de Lamorkand con evidentes intenciones hostiles. Creo que debemos esperar con cierta certeza que Otha invadirá el oeste... posiblemente en los próximos días. Es, por lo tanto, vital que las deliberaciones de este organismo queden concluidas con la menor dilación posible. Nuestro nuevo archiprelado habrá de enfrentarse casi inmediatamente después de su elevación a la más terrible de las crisis que han padecido la Iglesia y sus fieles hijos a lo largo de los últimos cinco siglos.
—¿Qué está haciendo? —susurró sir Bevier a Sparhawk—. Todo el mundo sabe en Chyrellos que Otha se encuentra en Lamorkand oriental.
—Está yéndose por las ramas —interpretó Sparhawk, frunciendo el entrecejo—, pero no tiene ningún motivo para hacerlo.
—¿Qué está tramando Annias? —preguntó Tynian, dirigiendo una airada mirada al otro lado de la cámara de la audiencia, al primado de Cimmura, que permanecía sentado sonriendo con aire satisfecho.
—Está esperando a que ocurra algo —dedujo Sparhawk.
—¿Qué?
—No tengo la más mínima idea, pero Makova va a seguir hablando hasta que suceda. Entonces Berit entró en la sala de audiencia, con la cara pálida y los ojos desorbitados, y casi tropezó en un escalón al encaminarse al banco donde se hallaba Sparhawk.
—¡Sir Sparhawk! —gritó.
—¡Hablad en voz baja, Berit! —lo instó Sparhawk—. ¡Sentaos y recobrad el aplomo! Berit tomó asiento y aspiró aire.
—De acuerdo —decidió Sparhawk—. Hablad quedamente y decidnos qué está pasando.
—Hay dos ejércitos que se aproximan a Chyrellos, mi señor —anunció tensamente el novicio.
—¿Dos? —se extrañó Ulath—. Quizá Wargun haya dividido sus fuerzas por algún motivo.
—No son las huestes del rey Wargun, sir Ulath —lo disuadió Berit—. En cuanto los hemos visto, unos cuantos caballeros eclesiásticos han salido a caballo para averiguar quiénes eran. Los que bajaban del norte Parecen lamorquianos.
—¿Lamorquianos? —repitió, estupefacto, Tynian—. ¿Qué hacen aquí? Deberían estar en la frontera defendiéndose de Otha.
—No creo que a esos lamorquianos en concreto les interese Otha, mi señor —señaló Berit—. Algunos de los caballeros que fueron a investigar eran pandion, y han identificado a Adus y Krager como cabecillas del ejército lamorquiano.
—¿Cómo? —exclamó Kalten.
—¡No eleves la voz, Kalten! —recomendó Sparhawk—. ¿Y el otro ejército, Berit? —preguntó, a pesar de conocer ya la respuesta.
—En su mayoría rendoreños, mi señor, pero también había un buen número de cammorianos.
—¿Y su dirigente?
—Martel, mi señor.
La voz del patriarca Makova continuó sonando, monótona, mientras la luz del sol de la mañana se filtraba en la sala de audiencia por las vidrieras triangulares emplomadas, de una mano de grosor, que componían una gran ventana redonda en lo alto de la pared situada detrás del tapado trono del archiprelado. Las motas de polvo flotaban doradas por el resplandor de la mañana, marcando el alargado contorno de cada perfecto triángulo en el inmóvil y apacible aire. Makova habló un buen rato de los horrores de la guerra zemoquiana acaecida cinco siglos antes y después se enzarzó en un detallado análisis de los errores tácticos cometidos por la Iglesia durante aquel período de agitación.
Sparhawk envió una breve nota a Dolmant, Emban y los preceptores para informarles de la proximidad de los ejércitos.
—¿Defenderán los soldados eclesiásticos Chyrellos? —susurró Bevier.
—Creo que lo mejor que podemos esperar es algún tipo de resistencia simbólica —repuso Sparhawk.
—¿Qué es lo que retiene a Wargun? —preguntó Kalten a Ulath.
—No sabría decirlo.
—¿No sería éste un buen momento para presentar disculpas y marcharnos discretamente? —sugirió Tynian—. Makova no nos está revelando nada que no sepamos ya.
—Veamos primero qué dice Dolmant —propuso Sparhawk—. No quiero darle a Annias ninguna pista acerca de lo que vamos a hacer. Ahora sabemos por qué se andaba con rodeos, pero nos conviene observar lo que hará después. Como de todas formas Martel va a tardar en desplegar sus fuerzas, nos queda tiempo todavía.
—No mucho —murmuró Tynian.
—El procedimiento defensivo habitual en tales circunstancias es demoler los puentes —aconsejó Bevier—. Eso retrasaría la entrada de los ejércitos.
—Hay diez puentes distintos que cruzan los dos ríos, Bevier —observó Sparhawk—, y nosotros sólo disponemos de cuatrocientos caballeros. Me parece que no es pertinente arriesgar a esos hombres únicamente para obtener una demora de unas horas.
—Por no mencionar el hecho de que los lamorquianos que vienen del norte no tendrán que atravesar ningún río —añadió Tynian.
La puerta de la ornada sala de audiencia se abrió, dando paso a un excitado monje que se dirigió, presuroso, al atril, provocando con el traqueteo de sus sandalias sobre el pulido suelo de mármol un revuelo en las iluminadas motas de polvo suspendidas en los soleados triángulos. El recién llegado realizó una profunda reverencia y entregó a Makova un pliego de papel.
Makova leyó rápidamente el mensaje, y una fina sonrisa triunfal se asentó en su cara marcada por la viruela.
—Acabo de recibir información de importancia, hermanos míos —anunció—. Dos numerosos grupos de peregrinos están aproximándose a Chyrellos. Siendo como soy consciente de que muchos de nosotros nos hallamos alejados del mundo y abstraídos de los acontecimientos presentes, me consta, con todo, que nadie ignora que son muchas las tensiones que sacuden Eosia en estos tiempos. ¿No sería pertinente que aplazáramos la sesión de forma que podamos valemos de los recursos de que disponemos para reunir información sobre esos hombres y así poder valorar mejor la situación? —Miró en derredor—. Sin objeción, se ordena que así sea. La jerarquía se retira hasta mañana por la mañana.
—Peregrinos —bufó desdeñosamente Ulath al tiempo que se ponía en pie.
Sparhawk, no obstante, se quedó sentado mirando fijamente al frente, al primado de Cimmura, que le correspondió la mirada con una tenue sonrisa en el semblante.
Vanion, que se había levantado junto con los otros patriarcas, alzo la vista hacia Sparhawk y efectuó un seco gesto antes de encaminarse la puerta.
—Salgamos de aquí —murmuro Sparhawk a sus amigos entre el ruido de las excitadas conversaciones que resonaban en la sala. Los patriarcas de negras túnicas se dirigían en hilera hacia la puerta, con lentitud obligada a causa de los corros que se habían formado. Sparhawk condujo a sus amigos a la escalera y luego al piso de mármol de la sala de audiencia. El alto pandion reprimió el impaciente impulso de propinar codazos a su paso a determinados clérigos.
Encontró a Annias cerca de la puerta.
—Ah, heos aquí Sparhawk —dijo el delgado primado de ceniciento rostro con una casi imperceptible sonrisa maliciosa—. ¿Os proponéis visitar las murallas de la ciudad para observar cómo se aproximan las multitudes de fieles?
—Una idea interesante, compadre —respondió Sparhawk con voz cansina que rayaba en el insulto, refrenando con mano dura su mal genio-, pero he pensado que en vez de ello podría irme a comer. ¿Querríais acompañarme, Annias? Sephrenia está asando una cabra, me parece. La cabra asada espesa la sangre, dicen, y vos tenéis un aspecto algo desvaído últimamente, si me perdonáis la indiscreción.
—Sois muy amable al invitarme, Sparhawk, pero tengo otro compromiso ineludible. Asuntos eclesiásticos, ya sabéis.
—Por supuesto. Oh, por cierto, Annias, cuando habléis con Martel, dadle recuerdos de mi parte. Decidle lo ansioso que estoy por reemprender la conversación que iniciamos en Dabour.
—No dudéis que se lo comunicaré, caballero. Ahora, si me excusáis. —La cara del primado expresaba un indicio de preocupación cuando se volvió para trasponer el espacioso umbral.
—¿De qué se trataba todo eso? —preguntó Tynian.
—Tendríais que conocer un poco mejor a Sparhawk—le dijo Kalten—. Hubiera muerto antes que proporcionarle a Annias la más ligera satisfacción en ese punto. Ni siquiera pestañeó cuando le rompí la nariz. Me dirigió simplemente una amistosa sonrisa y luego me dio una patada en el estómago.
—¿Y vos pestañeasteis?
—No, en realidad estaba demasiado ocupado tratando de recobrar el aliento. ¿Adonde vamos, Sparhawk?
—Vanion quiere hablar con nosotros.
Los preceptores de las órdenes militantes, acompañados del patriarca Emban de Usara, conversaban en ambiente tenso justo al lado de la gran puerta.
—Creo que nuestro principal motivo de preocupación es por el momento el estado de las puertas de la ciudad —opinaba el preceptor Abriel, cuya bruñida armadura y resplandecientes sobreveste y capa blancas le conferían una engañosa apariencia beatífica que en aquellos instantes no se correspondía en nada con la realidad.
—¿Creéis que podemos contar con los soldados eclesiásticos? —inquirió el comendador de capa azul Darellon, un delgado hombre que no parecía lo bastante robusto para sostener la carga de su pesada armadura deirana—. Podrían cuando menos demoler los puentes.
—Yo no lo recomendaría —se mostró en franco desacuerdo Emban—. Ellos cumplen órdenes de Annias, y no es factible que éste coloque ningún impedimento en el camino de ese Martel. Sparhawk, ¿qué es exactamente lo que nos aguarda allá fuera?
—Explicádselo, Berit —indicó Sparhawk al flaco novicio—. Vos sois quien los ha visto realmente.
—Sí, mi señor —acordó Berit—. Tenemos lamorquianos que bajan del norte, Su Ilustrísima —les informó—, y cammorianos y rendoreños procedentes del sur. Ninguno de los dos ejércitos es importante, pero, combinados, podrían suponer una seria amenaza para la Ciudad Sagrada.
—Ese ejército del sur —indicó Emban—, ¿cómo está desplegado?