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Authors: Pilar Eyre

Tags: #Biografico

La soledad de la reina (41 page)

BOOK: La soledad de la reina
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—Yo no creo en la psicología, ¡cada hijo es distinto!

—Qué gran verdad —supongo que contestó el matrimonio Franco, a los que la palabra «psicología» les debía sonar a barbarismo extranjero e incluso masón—. ¡Cada hijo es distinto!

—No hay pautas para educar, se va haciendo según las necesidades de cada uno.

Ni Sofía ni el matrimonio Franco, que asentía fervorosamente, se daban cuenta de que esta última frase parecía sacada del Manifiesto comunista, que, como es natural, ni una ni otros habían leído, y cuyo lema más conocido es «de cada uno su capacidad, a cada uno según sus necesidades».

Creo yo que Sofía también explicaría que:

—No soy partidaria de llevar a los niños a una guardería antes de que cumplan tres años; prefiero que se eduquen en casa.

Y aquel matrimonio anciano, cuya hija no había ido nunca al colegio y cuya nieta Mari Carmen se había educado en El Pardo hasta los catorce años, que deberían tener por consiguiente tanta idea de la educación de los niños como de la cría del ornitorrinco en cautividad, es de suponer que aplaudirían esta medida tan sensata.

Y Sofía cumplió. Aunque las infantas sí iban a la guardería Santa Elena, Felipe hasta los cuatro años no fue al colegio ni convivió con otros niños que no fueran sus hermanas.

No hay que decir que esta forma de educar tan tradicional, tan distinta de los métodos modernos que estaban entrando en esa época en España, que abogaban por los colegios mixtos, no religiosos, y con una incipiente formación sexual, encantaría al matrimonio Franco. De hecho, ellos, al parecer, aportaron también su ayuda a la educación de los principitos.

—¿Por qué no invitamos a merendar a Pilar? —sugirió doña Carmen, y todos sabían quién era esa Pilar. Como su hermano José Antonio, el fundador de la Falange, no necesitaba el apellido Primo de Rivera para identificarse. Era la fundadora de la Sección Femenina, que en un principio siguió el modelo de las Juventudes Hitlerianas a las que había pertenecido Federica, aunque luego había ido evolucionando. Durante cuarenta años había tratado de preservar y, si fuere posible, también aumentar los valores de la mujer española. De talante autoritario y maneras algo masculinas, y, por principio, antimonárquica furibunda, ¡la única reina que le gustaba a Pilar era Isabel la Católica!, le daba un poco de miedo a Sofía.

Sin embargo, simpatizaron. La princesa no se maquilló; iba con zapato plano y no recordaba en nada la inmoralidad y la superficialidad de la aristocracia de la que tanto abominaban los falangistas.

—Será una buena española —dictaminó aquella mujer de hierro a la que Giménez Caballero pretendió casar con Hitler para conseguir una nueva estirpe para España.

Los encuentros entre Pilar y Sofía, que fueron ocultados cuidadosamente después de la muerte de Franco, se produjeron periódicamente, aunque no consta que Sofía aplicase las enseñanzas de la Sección Femenina a la educación de sus hijas:

—El padre es el jefe del hogar y la madre es la reina de la casa, una reina que solo está al servicio de su marido.

Y también:

—No hay nada más admirable que el ama de casa, ¡la universidad está bien, pero, cuando llegan los hijos, el puesto de una mujer está en su casa!

Permítanme que dé un testimonio personal y familiar. Mi tía María Dolores Eyre, que fue, en Barcelona, delegada provincial de la Sección Femenina durante los años cuarenta y principios de los cincuenta, se constituyó en ejemplo vivo de esta doctrina. Abogada de prestigio, número uno en su carrera, con veintipocos años iba en coche oficial y era una de las mujeres con más poder de España. Al casarse con un médico rural de Bossost, en el Valle de Arán, se retiró a aquel lugar, entonces inaccesible y cubierto de nieve casi todo el año, y dedicó el resto de su vida a criar a sus seis hijos.

No volvió a tener actividad profesional.

—El hogar es el santuario de la mujer —le gustaba decir a Pilar; aquella mujer austera, mitad monja y mitad soldado, que no se había casado nunca, que no sabía cocinar, cuyo ideal de vida hubiera sido luchar en las Cruzadas, ¡merece ella sola una biografía!

Su relación con Sofía llegó a ser tan estrecha que, muchos años después, el sobrino de Pilar, Miguel Primo de Rivera, contó:

—La princesa adoraba a mi tía… y ella también la quería mucho.

Sofía agradeció las atenciones de doña Carmen y el Caudillo, y no se olvidaba nunca, después de estas reuniones de adoctrinamiento, de decirles con su tono de voz más cariñoso:

—Mi general, usted y doña Carmen son como los abuelos de los príncipes. Desgraciadamente, ustedes saben que no puedo contar con nadie, mi padre porque ha muerto, mi suegro porque…

Franco la hacía callar. ¡No tenía que explicarle nada de aquel desalmado! Tanto a él como a doña Carmen se les caía la baba con los halagos de la princesa. Y más todavía el día en que Sofía llevó a las infantitas y les preguntó, señalando a ese general que según ciertos historiadores había causado cincuenta mil muertos durante la larga posguerra y al que en Estoril llamaban «el Caimán»:

—¿Quién es este señor?

—El Abu.

Me cuenta un testigo de la escena que a Franco le brotaron las lágrimas.

Tanto esfuerzo merecía su recompensa. Y el Caudillo tenía palabras para ellos que nunca había dedicado ni a su hija, ni a su yerno. Ese yerno tan alocado que salía en las revistas bailando el twist: en el pie de foto se detallaba que «el marqués de Villaverde, eminentísimo doctor y no por ello menos yeyé, baila ritmos modernos con notable desparpajo en este difícil arte». Cuando le llevaron la revista, el Caudillo la apartó con desprecio.

En el mismo número de Diez Minutos salían fotos de sus nietas en una fiesta hippy bailando el kasatchoc. En ninguna revista gráfica apareció, en ese año, 1969, ninguna imagen de Sofía. Tan solo en los periódicos, algunos «breves»: en La Vanguardia del día 16 de mayo, daban cuenta del viaje de los príncipes a Valencia, donde fueron recibidos por el gobernador civil y señora, provista de un ramo de flores, para visitar la Feria Muestrario Internacional y las obras de la nueva sede de la Feria Muestrario Internacional, en Paterna. Sin foto. O en ABC: «Lección magistral en la clausura del congreso de endocrinología de Madrid, con la asistencia de don Juan Carlos y doña Sofía». También sin foto.

Así Franco
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no podía menos que comentar:

—Son muy buenos; tanto él como la princesa, a pesar de su juventud, reflejan una madurez de espíritu grande. Son inteligentes, serios, sensatísimos. Estoy sumamente satisfecho de su conducta en todo momento. Los dos demuestran el alto concepto que tienen de la misión que están llamados a desempeñar. Yo estoy seguro de que cuando llegue ese día servirán a España con el mayor patriotismo. Si alguien se permite hablar en contra de ellos, es que no conoce sus elevadas cualidades y la vida de sacrificio que llevan.

Estoy, repito, muy contento de ellos en todos los sentidos.

Claro que el gallego no se olvidaba de apuntar:

—Pero si el hijo nos sale rana por culpa del padre, siempre nos quedará don Alfonso.

Porque los amigos de Alfonso no cesaban de trabajar a favor de su protegido. Por fin se escribía en letras de molde que la candidatura de Alfonso al trono español merecía tomarse en serio. En el diario Pueblo se le hacía una entrevista que el periódico titulaba «El príncipe prudente» y que levantó mucho revuelo. Alfonso pasaba a ser príncipe, y ya no se apearía del tratamiento hasta su muerte. Hablaba de sus gustos musicales, y se decía que era sencillo, alto, excelente conversador y amante de las bellas artes. Se convirtió en un candidato oficial también al trono de España, y en la misa de réquiem de los reyes ya se le sentó al mismo nivel de Juan Carlos y Sofía.

Sofía y Juanito se dieron cuenta, por primera vez, del tremendo poder de los medios de comunicación. Lo hablaron con Armada y Mondéjar, y al final el diario Pueblo, el de más tirada de aquella época, cuyo director Emilio Romero presumía de tener hilo directo con el Caudillo, encargó al periodista Tico Medina que los entrevistase a ambos, a él y a su primo.

Las interviús salieron en el mismo número bajo el título de «Príncipes» y era evidente que las simpatías del periodista estaban del lado de Alfonso. Lo retrataba como un hombre serio, que se iba abriendo poco a poco. Varonil, se había hecho a sí mismo; era abogado, trabajaba, y tenía una visión moderna de la vida. Modesto, vivía en un piso normal y no tenía criada; él mismo abría la puerta. Alfonso opinaba magnánimamente de Juanito:

—Mi primo es un chico simpático con buen corazón, lo paso muy bien con él.

De Franco:

—Admiración… simpatía… 25 años de paz… reconstrucción de la nación, gran patriota…

Cuando Tico le preguntó cuál era su mayor preocupación, el príncipe confesó sentenciosamente:

—La juventud española, sobre todo la universitaria.

Por contraste, Juan Carlos quedaba, como dijo su padre, punto menos que como un imbécil. Para empezar pedía las preguntas con antelación para estudiarlas en su palacio, en el que vivía rodeado de consejeros que le ayudaban en las respuestas. Le dijo a Tico Medina:

—No te importa que te tutee, ¿verdad? Es una costumbre que tengo… Si te parece leemos mis respuestas y las vamos corrigiendo… No se entendían muy bien, porque tengo muy mala letra, y me las han pasado a máquina… me levanto a las siete, luego me ducho…

Un ayudante le dijo:

—No hace falta que su alteza entre en detalles de ese tipo.

Juan Carlos vaciló:

—Hombre… yo creía que había que contarlo todo… voy al gimnasio, vuelvo, y hago algo en el despacho, como a las dos con la princesa, leo algún libro, Azorín y Emilio Romero [director del periódico que lo entrevista]… cenamos a las nueve, televisión y a las once a la cama…

Cuando le preguntaron cuáles eran sus aficiones, contestó enumerándolas con los dedos:

—Hago deporte, natación, vela, kárate…

De repente se interrumpió «y me mira con los ojos sorprendidos de un chiquillo:

»—El kárate está prohibido en España, no sé si decirlo…».

Paternal, el periodista contestó:

—No creo que el Ministerio del Interior proteste.

Llamaron al teléfono y se oyeron durante media hora sus:

—Sí, papá

—No, papá.

Regresó y explicó:

—Era mi padre.

Prosiguió:

—¿Franco? Es un gran militar, ganó la guerra por amor a la patria… Mi primo Alfonso está lleno de cualidades, es muy trabajador, excelente deportista, conoce muy bien el ambiente español…

El pobre Juanito, en su primer enfrentamiento con la prensa, quedó muy mal, como reconocieron sus propios consejeros: un bobo rodeado de ayudantes, dependiente de su padre, un inmaduro que no podía contestar unas preguntas sencillas sin leerlas en un papel, infantiloide, inseguro…

Fue lo que dijo de él Giménez Caballero, y «ansioso de afecto y protección, ingenuo…».

¡Sofía se llevó las manos a la cabeza! ¡Ahora, para borrar la mala impresión, habría que trabajar el doble, sin desanimarse! Redobló sus esfuerzos, sus visitas a doña Carmen, los nietos jugando con los nietos, Federica se tragó todo lo de Alhucemas, cómo tomaron el monte Gurugú y hasta los sitios de Zaragoza y la guerras púnicas, que, aunque no estuvieran comandadas por Franco, merecerían haberlo estado por lo bien que fueron conducidas.

Juanito concedió otras declaraciones, esta vez más atinadas, al director de la agencia Efe, Carlos Mendo, sin hacer alusiones a su padre, un naipe ya descartado, explicando:

—El día en que juré bandera, prometí entregarme al servicio de España con todas mis fuerzas.

Franco las leyó y le comentó a su primo:

—Están muy bien, ¿quién se las habrá escrito?

Mari Carmen se puso de largo, vestida de Pedro Rodríguez, en Valdefuentes, en una fiesta impresionante con 600 personas, algunas «con graciosas minifaldas pero nunca demasiado cortas, tampoco cuando la orquesta tocaba ritmos modernos el baile se hacía desenfrenado, porque todos guardaron una gentil discreción» (Lecturas dixit). Aun así, el marqués de Villaverde volvió a aparecer «bailando ritmos pop», lo que hizo exclamar a su suegro cuando vio la revista:

—¿Pero este hombre no sabe hacer otra cosa que bailar?

Lola Flores cantó, Tony Leblanc contó chistes, el Cordobés improvisó una coplilla:

Que ni fu ni fa,

que ni antes ni después,

que no hay torero mejor

que el Cordobés.

El actor Alberto Closas presentó las actuaciones, Conchita Márquez Piquer le comentó a doña Carmen que ella también quería ser cantante, como su madre, Concha Piquer, y en la puerta se amontonaban los Mercedes y hasta un Rolls Royce (el de la Señora).

La cosa duró hasta las ocho de la mañana, en que se sirvieron sopas de ajo y chocolate con churros.

Los príncipes no fueron:

—No tenemos a nadie de confianza con quien dejar a las infantas y al príncipe.

Aunque entonces ya había doce personas de servicio en Zarzuela, incluidas tres niñeras, Anne Bell, Pamela Wallace y una «salus» (enfermera de la Escuela Salus Infirmorum) española, pero Franco cabeceaba de satisfacción. Él tampoco acudió a la puesta de largo de su nieta; tenía que despachar asuntos graves; para paliar las continuas manifestaciones y huelgas estudiantiles y obreras, no había tenido más remedio que dictar un estado de excepción y llenar las cárceles de gente. Hubo enfrentamientos armados entre las «fuerzas del orden» y organizaciones de izquierda, ETA ya había empezado a actuar, y había una campaña internacional para acabar con la última dictadura que quedaba en Occidente.

Franco le comentó a su primo horrorizado:

—¡Los estudiantes han intentado defenestrar al rector en la Universidad de Barcelona!

No era cierto. Lo que se lanzó por la ventana del rectorado de la vieja facultad de letras, entonces en la plaza Universidad, fue un busto en mármol del rector. ¿Testigos? La que firma este libro.

No consta la opinión de Sofía sobre aquella España en llamas.

Más tarde explicó que a su entender «Franco era un dictador, pero no un tirano». También, «yo no vi nunca ni represiones brutales, crueles (en los años sesenta, sí más tarde)». Y además, «en realidad, más que una dictadura, lo de Franco fue una dictablanda».

En la dictadura o en la dictablanda, la princesa mantenía sus faldas debajo de las rodillas, su peinado impecable, su cruz al cuello, sus escotes recatados. Rezaba el rosario con doña Carmen y con Pura Huétor, se sentaba al lado de la Señora en la fiesta de la Banderita y si había que presidir algún desfile militar, allí estaban ellos, en segundo plano, pero apoyando con su presencia al Caudillo.

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