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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

La Sombra Del KASHA (29 page)

BOOK: La Sombra Del KASHA
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La hoja estaba llena de diminutas cifras. 5.120¥, 4.800¥… 10.000¥ era la cantidad máxima.

Wada se remitió de nuevo a la hoja impresa.

—Si se fija en los datos básicos, verá que en el apartado del cuestionario marcado con «Tarjetas de crédito» pone «No responde». Sólo eso podría levantar la sospecha de que hay una bancarrota. Así que, teniendo en cuenta esto, señor Honma, su idea de que el dato de la quiebra saliera a la luz cobra peso…

—¿Teniendo en cuenta…?

—No crea que intento defender a la señorita Shinjo —dijo, volviéndose obstinado de repente—. Nuestro sistema es infalible. Es imposible que los datos de un cliente sean relevados.

Honma estaba a punto de objetar pero Wada se le adelantó.

—Si lo prefiere, podemos pasar por la oficina y le haré una demostración. Por la tarde… Después de las 7, cuando todos se hayan ido a casa, excepto el guardia de seguridad, claro. Así no habrá problemas.

—Se lo agradecería.

—Ya verá como no existen fisuras. Es lo que llamamos un «sistema cerrado». No está conectado a ningún otro punto que no sea el centro de distribución o el almacén.

—Pero tratándose de una empresa de venta por catálogo, debe de haber una recepcionista que atienda siempre las llamadas.

—Claro, para eso están nuestras teleoperadoras.

—Y esas señoritas, manejan información, ¿verdad? Si una cliente llama, entran en el sistema para comprobar las existencias de un producto. ¿Qué les impide teclear uno de sus códigos y extraer toda la información del cliente?

Wada le dejó acabar y negó con la cabeza. Parecía tenerlo bien claro.

—No pueden hacer eso.

—¿Por qué no?

—Bueno, por una sencilla razón, nuestras operadoras están tan ocupadas contestando al teléfono, que apenas tienen tiempo de tomar aliento. Si aceptan peticiones demasiado complicadas que requieren meterse en el sistema, no tardan en recibir una reprimenda. No pueden ni descargar ni imprimir nada sin la debida autorización. Su trabajo se limita a recoger pedidos. —Se inclinó hacia delante para añadir—: Pero está empeñado en que Kyoko Shinjo trabajó aquí sólo porque quería encontrar una identidad que poder suplantar, ¿no es así?

—Más o menos, pero no sabría decirle si fue algo que había planeado desde el principio o si se le ocurrió sobre la marcha, al constatar lo fácil que era acceder a toda esa información.

—De acuerdo, ¿pero entiende la cantidad de trabajo que supone eso? Pongamos que vino a trabajar aquí con una intención. Imagine el número de expedientes que tuvo que estudiar sólo para seleccionar a una persona.

—Supongo. —Honma se sentía algo desalentado. ¿Era posible que Kyoko Shinjo hubiera encontrado a su presa mediante un proceso tan agotador como el que describía Wada? El caso contrario era imposible: no pudo haberla elegido desde el principio. Lo que significaba que todo el proceso de aprender a manejar el ordenador, a visualizar toda la información y a seleccionar una candidata apropiada era algo que requería de una increíble paciencia. Ninguna recepcionista podría disponer del tiempo para hacerlo.

Wada sonrió, con pleno conocimiento.

—Es mucho más de lo que una simple teleoperadora puede hacer.

—No creo que sea adecuado descartar por completo esa hipótesis. —Honma no estaba dispuesto a darse por vencido.

—Las cosas no funcionan así —rebatió Wada, negando con la cabeza.

—¿Qué le hace estar tan seguro?

Sacó el expediente de Kyoko Shinjo una vez más.

—Eche un vistazo a la descripción del puesto.

Los ojos de Honma se detuvieron en las palabras «Cargo administrativo».

—Entonces, no era…

—¿Una teleoperadora? No, era oficinista. Se encargaba del papeleo. Estaba en el departamento de Contabilidad, y creo que se ocupaba de calcular las nóminas. Desde luego, tenía ordenador, pero el sistema era completamente diferente del que utilizábamos para procesar los datos de un cliente. Los códigos son distintos. De hecho, ni siquiera existe la posibilidad de acceder a nada que tenga que ver con un cliente desde el departamento de administración.

Wada parecía encantado. Pero, ¿a qué se debía esa reacción? ¿Estaba orgulloso del sistema informático de la compañía o tenía sus propias razones para defender a Kyoko? Honma estaba perdido.

—Muy bien —continuó—. Digamos que la señorita Shinjo conocía el nombre de Shoko Sekine. Aunque ese fuera el caso, la información quedaba fuera de su alcance. Pongo la mano en el fuego.

Sus miradas se cruzaron un momento.

—¿Está seguro de que no la ayudó usted? —preguntó Honma, disparando a matar. Wada no mostró reacción alguna, excepto por el tic en su ceja izquierda—. ¿Está seguro de que no consiguió, por la razón que sea, que usted le proporcionara dicha información? ¿O que otra persona le enseñara cómo acceder a ella? —Pretendía alcanzarle de lleno, pero fue demasiado rápido en desenfundar.

¡Por supuesto que no! —vociferó Wada—. ¡Jamás haría una cosa parecida!

La sonrisa de Kyoko Shinjo destellaba entre sus dedos largos y finos.

Capítulo 20

—¿Y qué ocurrió entonces? ¿Diste una vuelta por la oficina? —Claro que sí —repuso Honma.

No había regresado de Osaka hasta muy tarde, y no había pegado ojo en toda la noche. La rodilla izquierda le dolía horrores. Lo primero que hizo a la mañana siguiente fue llamar a Funaki para ponerle al corriente de las novedades. Funaki aplazó sus responsabilidades y se marchó directo a casa de Honma. Ahora estaba sentado junto a la mesa, donde apagaba una colilla tras otra en un cenicero de cristal que Isaka había limpiado y dispuesto para él.

—¿Y la operación te pareció tan complicada como él pretendía hacerte creer?

—Roseline tiene treinta y ocho teleoperadoras contratadas a jornada completa. Su horario empieza a las diez de la mañana y termina a las ocho de la tarde. Todas disponen de teléfonos, alineados en sus respectivas mesitas. —La escena parecía sacada de un anuncio televisivo: un grupo de muchachas de unos veinte y hasta treinta y pocos, todas vestidas de uniforme, bastante atractivas, volviéndose para contemplar a Honma—. Vi teléfonos, de los que parecen sacados de una vieja centralita, pero más compactos. Interruptores, claro, y unos auriculares con un diminuto micrófono sobresaliendo, como esos que llevan los cantantes. Así pueden teclear en el ordenador al mismo tiempo que hablan con el cliente. Y a todo aquel que realiza un pedido le asignan un código de referencia.

—¿Todo tiene un código?

—Sí. Así se reduce el tiempo de respuesta. No está mal como sistema. Fue introducido el día de Año Nuevo de 1988.

—Enero de 1988, ¿eh? —Funaki se rascó su grueso cuello—. Y Kyoko Shinjo empezó a trabajar en abril de ese mismo año, ¿verdad?

—Exacto. Según los archivos, el 20 de abril de 1988. Así que antes de que llegara, el sistema ya llevaba un tiempo funcionando.

—¿Y Shoko Sekine fue registrada como cliente el… ?

El recibo de hospital que Honma había encontrado en la oficina de Nobuko Konno, aquel que llevaba el número de teléfono gratuito de Roseline garabateado, tenía fecha del 7 de julio de 1988. Según los archivos de Roseline que Wada le había enseñado, el 10 de julio Shoko llamó para solicitar que le enviaran un catálogo, y el día quince del mismo mes remitió el cuestionario, realizó su primer pedido y le asignaron un código de cliente.

—Poco tiempo entre una fecha y otra, ¿no te parece? —A Funaki se le veía algo decepcionado.

—No, por desgracia. Eso fue lo que me comentó Wada cuando aseguraba que era imposible que Kyoko hubiera robado los datos de Shoko Sekine. —«Imagine el número de expedientes que tuvo que estudiar sólo para seleccionar a una persona»—. Él se basa en que el sistema que utilizaban en la empresa para la contabilidad, para calcular las nóminas (que era el trabajo que desempeñaba Kyoko Shinjo), era un bucle completamente diferente del sistema de procesamiento de datos del cliente. Es imposible navegar de uno a otro. Según dijo, los únicos que pueden hacerlo son los que trabajan en «gestión del sistema».

—No sé lo que significa, pero sí, vale —dijo Funaki, haciendo una mueca—. En cualquier caso, la gente que trabaja en ese departamento puede acceder a la información que quiera, ¿no? ¿Y Si Kyoko se las arregló para adquirir esas mismas capacidades?

Honma se echó a reír y negó con la cabeza.

—No adelantemos acontecimientos. Wada dijo que Kyoko no estaba muy familiarizada con los ordenadores cuando empezó a trabajar. Ni siquiera había jugado nunca a un videojuego.

—¿Y te lo tragaste?

—Había algo entre esos dos. Él dice que no tenían una relación especial, pero voy a averiguarlo.

—¿Vas a hablar con él otra vez?

—A día de hoy, parece ser mi mejor fuente de información. Las compañías como Roseline suelen renovar a menudo el personal. No puede haber mucha gente que trabajara por aquel entonces con Kyoko y la conociera bien. Le he pedido a Wada que pregunte en la oficina.

—¿Confías en ese tipo? —preguntó Funaki—. A mí me parece sospechosamente dispuesto a ayudar. Me pregunto por qué.

Honma reflexionó durante un momento antes de contestar.

—Quizás sepa más de lo que dice. ¿Pero qué exactamente? En fin, si el chico estuviera implicado de alguna manera, no habría salido a buscarme para enseñarme todos esos documentos, ¿no crees?

Funaki refunfuñó, evasivo, antes de opinar al respecto:

—Según lo veo yo, Kyoko Shinjo y él estaban unidos. Lo más probable es que le echara una mano para hacerse con toda esa información. Puede que no supiera lo que pretendía hacer ella. Y ahora que se da cuenta de que todo puede salpicarle, no sabe muy bien cómo proceder.

—¿Eso crees? —preguntó Honma a Funaki que no parecía muy convencido—. Para mí que su perfil corresponde más al de un cómplice. Diría incluso que existe la posibilidad de que participara en un asesinato.

—¿De quién? ¿De Shoko Sekine?

—O de su madre. Pero aún no lo sé… Aunque lo que sí está claro es que le cambió la cara cuando vio la foto de Kyoko.

—Eso no prueba nada.

—De acuerdo, de acuerdo. Vayamos por partes. Después de todo, él es el responsable del personal y no puede pasar por alto lo que ha sucedido. Piénsalo. Pone los pelos de punta. Una mujer desaparece y la persona que ha suplantado su identidad se apresura a abandonar un puesto de trabajo fijo. Incluso un niño sería capaz de ver que hay gato encerrado. Recuerda, fue él quien la contrató. Y sólo han pasado unos tres años desde que dejó el puesto.

Funaki seguía perplejo.

Sin mencionar que filtrar los datos de un cliente está totalmente prohibido en una empresa de venta por catálogo. Está claro que la imagen del Grupo Mitomo quedaría por los suelos. Wada tiene que ayudarme a resolver esto. Si yo apareciera por allí solo, fisgoneando, la gente empezaría a especular con todo tipo de cosas. Pero volviendo al tema de los ordenadores. Supongamos que una de esas teleoperadoras sentada frente al ordenador, quiere hacerse con una considerable cantidad de información, sin que nadie averigüe nada. Debe de tener experiencia. Digamos que descarga la información y la importa a un disquete. En cuanto haga algo que se salga del manual, la persona que se sienta a su lado se va a enterar.

Funaki esbozó una mueca. No estaba familiarizado siquiera con los conceptos básicos del procesamiento de textos, y no tenía mucha paciencia con esos temas.

»Tampoco sería pan comido piratear el sistema. Demasiado arriesgado. Se trata de una estructura en cadena que enlaza oficina, almacén y centro de distribución. Integra líneas de teléfono privadas cuyos números no figuran en las guías telefónicas. Ahora bien, supongamos que, como empleada, Kyoko Shinjo logra hacerse con esos números. Aún le queda camino por recorrer. No puedes sacar dinero con una tarjeta de crédito si no conoces la contraseña. Según Wada, es lo mismo.

—¿Y, de momento, eso tira por la borda tu teoría?

—Eso parece. Pero sólo la parte en la que Kyoko utiliza el ordenador para acceder a los datos.

—¿Y qué hay de su compañera de piso? ¿La has conocido?

Honma negó con la cabeza.

—Está de vacaciones. La chica se llama Orie Chino, y también es administrativa. Se ha ido de turismo a Australia y estará allí dos semanas. Al parecer, era un viaje que llevaba tiempo planeando. Aunque he conseguido un número de teléfono.

—¿Te lo ha dado Wada? ¿Cómo sabes que no se lo ha inventado?

—Porque le pedí que comprobara su dirección y horario de trabajo en el ordenador, sólo por si acaso.

—¿Puede conseguir los horarios de un empleado accediendo al ordenador? —Funaki hizo una mueca—. ¿Y Kyoko Shinjo? ¿Has comprobado su… ?

—¿Coartada? —sonrió Honma, antes de adoptar una expresión seria—. ¿Te refieres a que si estaba trabajando el 25 de noviembre de 1989, cuando murió la madre de Shoko Sekine? Claro, lo he comprobado.

Naturalmente, Wada había sospechado que a Honma le podía interesar saber dónde se encontraba Kyoko aquel día, y le hizo el favor de comunicárselo.

—Tengo una hoja impresa —dijo Honma, deslizando el papel bajo la nariz de Funaki—. Desde el 18 hasta el 26 de noviembre, Kyoko Shinjo estuvo de baja por enfermedad.

Funaki silbó despacio.

Honma continuó:

—Y le dije: «Ya que parece que tú y ella os llevabais bastante bien… » E hice que sacara una copia de su propia situación en aquella misma fecha.

—¿Y?

—El 25 de noviembre cayó en sábado, pero estuvo trabajando. En la oficina hasta las 9 de la tarde.

—¿Y eso le hace quedar libre de sospechas? —preguntó Funaki, escéptico—. No sé, sigo creyendo que oculta algo.

—Bueno, sólo habrá que vigilarlo de cerca y ver si hace algo interesante.

Todo aquel enredo parecía estar desenmarañándose poco a poco. Los nudos empezaban ya a aflojarse, así que no había motivo para precipitar las cosas.

—Tras mi charla con Wada, fui a dar un paseo por Osaka.

—¿Qué tal llevas la pierna? —preguntó Funaki sin molestarse en ocultar su preocupación, lo que, de alguna manera, no era nada propio de un detective.

—Bueno, cojeo un poco, pero me las arreglo bien —sonrió Honma—. ¿Y sabes qué? Osaka es una ciudad con encanto. Tiene una dimensión completamente diferente comparada con Tokio. Es el tipo de ciudad que destaca por su sencillez.

—¿Sencillez?

—Sí. En Tokio, cuando vas por el centro, por Nihombashi por ejemplo, te encuentras con todas esas oficinas ultramodernas y esos «edificios inteligentes» que se levantan sobre las viejas tiendas de dos plantas. En Osaka no hay nada parecido. En un distrito comercial, verás sólo tiendas y nada más. Y basta con cruzar la calle para sumergirte en un barrio conflictivo, el tipo de zona en la que no te extrañaría presenciar un tiroteo entre pandillas.

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