—Cuando ella desapareció, ¿intentó llamar al lugar donde trabajaba? Creo que era un bar situado en Shimbashi, el Lahaina.
Nobuko frunció el ceño y asintió con la cabeza.
—Sí, lo hice. Se sorprendieron tanto como yo. «¿Cómo? ¿Deja el trabajo?», preguntaron.
—Ni siquiera apareció por allí.
—Exacto. El lunes seguían sin tener noticias de ella, así que me llamaron. Me dijeron que aún no había ido a cobrar y empezaban a pensar que nunca lo haría.
Honma volvía a sentirse mareado. No podía tratarse de un error. La verdadera Shoko Sekine no había desaparecido por decisión propia. La habían quitado del medio.
—¿Venía a visitarla algún hombre? —Honma farfulló un poco al formular su frase. Seguro que si tenía novio por aquel entonces, el chico estaría al corriente de todo.
Nobuko negó con la cabeza.
—No nos fijamos en ese tipo de cosas. Quizás tenga mejor suerte si pregunta en el bar.
Se levantó con soltura y se acercó a la puerta que mantuvo abierta. Cuando salieron de la oficina, comentó:
—Eso debe de doler. ¿Artritis?
—No, un accidente.
—¿Y aún así sale usted solo a buscarla? ¿Por qué no informar a la policía? Seguro que se encargarían de su caso en el departamento de Personas Desaparecidas.
Honma sonrió, cansado.
—Seguro que lo harían. Si hubiera querido que intervinieran, yo ya… No se preocupe.
Al regresar al Bacchus, encontró a su marido tras la barra, bebiendo café. La hija estaba limpiando las ventanas. Ahora que los tres miembros de la familia estaban reunidos, Honma decidió hacer una última pregunta. Sacó la foto:
—¿Alguno de ustedes ha visto a esta mujer antes? ¿Durante la época en la que Shoko Sekine vivía aquí?
Primero Nobuko, después Akemi y finalmente el señor Konno estudiaron la foto de la «Shoko» de Jun. Los tres negaron con la cabeza al verla. Sus gestos eran tan similares que se veía a la legua que eran miembros de una misma familia.
—Muy bien. Gracias de todas formas.
Aquella tarde, de camino a casa, Honma se detuvo frente a la estación para pedir una ampliación de la instantánea. El joven de la tienda de fotografía echó un vistazo a la casa de color marrón chocolate y preguntó, arrastrando las palabras:
—¿Qué se supone que es?
—Esa es la razón por la que quiero una ampliación. Para averiguarlo.
—¿En serio? Bueno, pues si quiere irse con el original, lo tendrá en media hora. En cuanto a la ampliación estará pasado mañana.
—Bien. Puedo esperar media hora.
La silla de la tienda era demasiado baja. Al sentarse, un temblor se adueñó de sus piernas. No entró ningún otro cliente mientras estuvo allí. Hacía demasiado frío como para quedarse en esa posición durante mucho tiempo. Sin pensárselo dos veces, salió a la calle y se encaminó hacia una cabina de teléfonos para llamar a Mizoguchi. Respondió una mujer. Debía de ser la erudita señora Sawagi.
El abogado se había marchado; estaría fuera unos días, en viaje de negocios.
—Regresará pasado mañana.
—Me gustaría verlo, si es posible. ¿Podría concertarnos una cita? Una breve pausa.
—Lo siento, pero su agenda está completa.
—Ya veo. —Honma dejó escapar un suspiro, pero no mostró indicio de estar dispuesto a darse por vencido.
La señora Sawagi estalló en carcajadas, emitiendo un sonido que a Honma ya le resultaba familiar.
—El señor Mizoguchi siempre come en el mismo sitio. Es un pequeño bar especializado en fideos de arroz que queda cerca de la oficina. ¿Por qué no intenta encontrarse con él allí? Dispondrán de unos treinta minutos largos para charlar.
El lugar en cuestión se llamaba Nagase. Honma apuntó la dirección, le dio las gracias y colgó el teléfono. En el mismo instante reparó en el joven de la tienda de fotografía que había salido a buscarlo.
Honma llegó a casa pasadas las tres. No había rastro de Isaka. Debía de estar limpiando otra casa o quizá hubiera salido a comprar. Honma puso a hervir algo de agua para hacerse un café. Hecho esto, tomó asiento en el taburete de la cocina y reflexionó sobre cuál iba a ser su siguiente movimiento.
Intentó llamar al departamento de Investigación. Imaginaba que le costaría mucho que le pasaran con alguien y estaba seguro de que la persona con la que quería contactar no estaría por allí. Un detective de otra brigada respondió y le puso al corriente de las novedades. Honma colgó una vez acabado y se sentó a beberse el café.
La llamada que esperaba se produjo veinte minutos más tarde. Honma no dejó que el teléfono sonara dos veces. Cuando descolgó el auricular, escuchó un tono de voz brusco:
—¡Eh, qué rapidez! Estás en un aprieto, ¿verdad?
Era Sadao Funaki. Honma y él habían sido compañeros desde la academia de policía, pero sus carreras tomaron un rumbo diferente hacía dos años, cuando trasladaron a Funaki al departamento de Multas, en el edificio que quedaba junto al cuartel de Honma. «Bueno, ¿y tú qué? Al fin y al cabo, a los dos nos dieron la misma patada en el culo».
—Me han dicho que has llamado, así que he vuelto a salir. No quiero hablar con tanta gente a mi alrededor aguzando el oído. ¿Qué pasa? —Funaki era un tipo bajito pero con la corpulencia suficiente como para tumbar a quien se le pusiera por delante. No se andaba con sutilezas y solía aderezar su discurso con palabras soeces que le daban un sabor tan amargo como intenso. Su familia llevaba dedicándose al mismo negocio durante generaciones enteras: vendían altares budistas en el distrito comercial, al este de la ciudad.
—Siento molestarte. Sé que estarás muy ocupado, pero tengo que pedirte un favor.
Funaki se echó a reír, con voz ronca.
—Lo cargaré en tu cuenta. Ya lo liquidarás en cuanto regreses al tajo.
—Sí, bueno, veamos primero si puedes hacer lo que te pido. ¿Crees que podrás ocultárselo al jefe?
—No hay problema. Ese viejo cabrón no se entera de nada de lo que sucede a su alrededor. ¿De qué se trata? ¿De un banco?
—No, de la Agencia Pública de Empleo. De eso y del servicio de certificados de empadronamiento en la Oficina del Distrito. —Honma leyó en voz alta la fecha de nacimiento y la dirección de Shoko Sekine—. De Empleo Público necesito su listado de trabajos. Si no me equivoco, darás con una persona que se ha registrado como nueva empleada dos veces, con dos compañías diferentes.
—Lo tengo. ¿Y los nombres de las compañías?
Imai Office Machines y Kasai Trading. Funaki apuntó las direcciones sin que Honma tuviera que repetírselas. Funaki siempre había sido muy eficiente.
—¿De qué va lo segundo? ¿Eso de la Oficina del Distrito?
—Se trata de la cancelación de un registro familiar. La misma persona. También me gustaría que consiguieras una copia del documento. —Honma le leyó la pre-cancelación de la dirección de Shoko Sekine, en Utsunomiya.
—Eso va a ser más complicado… —Funaki bajó un poco el tono de voz—. ¿En qué estás metido? Pensaba que tu fisioterapeuta te tenía prohibido salir a la calle.
—Estoy haciéndole un favor a un pariente. Me ha pedido que busque a alguien. No acudiría a ti si no fuera porque hay algo en todo este asunto que me huele muy mal.
—¿A qué te refieres? —Pudo oír que Funaki aspiraba una profunda bocanada de aire—. ¿Tienes material para abrir un caso?
—Sí.
—Bueno, pues entonces, pásate por aquí, ¿quieres? Entrega lo que tengas y ahórrate el esfuerzo. ¿Por qué te empeñas en complicarte las cosas tú sólito?
—Es que, en fin, aún no tengo mucho. Por ahora prefiero no contar nada.
—¿Te han dicho alguna vez que eres un cabezota? —Lo siento. Hazme este favor.
Se oyó un ligero roce que Honma interpretó como Funaki rascándose la cabeza. Un gesto inequívoco de que estaba claudicando.
—De acuerdo, de acuerdo. Sólo espero que ese «pariente» no tenga nada que ver con Makoto. —Funaki era como un tío para el chico. Un tío demasiado indulgente.
—No, no. No se trata de él. De hecho, es un pariente lejano. Es el hijo del primo de Chizuko. ¿Tienes idea de cómo lo llaman a eso?
—¿Y me preguntas a mí? —exclamó. Estaba a punto de colgar, pero Honma tenía otra pregunta que hacerle.
—¿Has ido a esa agencia matrimonial? —Funaki estaba soltero, tenía cuarenta y dos años, y seguía empeñado en encontrar a la mujer de su vida.
Estalló en carcajadas.
—Sí, sí. Este mismo domingo. Conseguí una cita con esa viuda, la que tiene un hijo de veintiún años, nada menos.
—¿Y piensas que tiene alguna posibilidad?
—¿Cómo lo sabes?
—Por la entonación de tu voz.
—Mentiroso. Mi voz es la misma de siempre: ronca y vieja. —De repente, adoptó un tono serio—. Eh, me has dicho que estás buscando a alguien, ¿no?
—Así es.
—¿Una mujer?
¿Tan obvio era?
—Sí, pero…
—¿Está viva?
Honma se quedó en silencio. Como había dicho, Funaki no se andaba con sutilezas. Cabía una probabilidad del ochenta o noventa por ciento de que la verdadera Shoko Sekine estuviera muerta. Era demasiado pronto para saber si había sido asesinada o no. Aunque, lo que quedaba claro era que existía una mujer que utilizaba su nombre, y que tenía que estar en alguna parte.
Honma habló en voz baja, casi para sí mismo.
—Está vivita y coleando, y voy a encontrarla.
Guardaron silencio hasta que finalmente Funaki dijo:
—Ten cuidado.
Honma colgó el teléfono. Se quedó sentado durante un rato, inclinado sobre la mesa. Entonces, se levantó como pudo y se dirigió a la habitación de Makoto para tomarle prestada su grabadora. Metió una de las cintas de Shoko Sekine.
Era la típica lista de éxitos, la mayoría de amor. Canciones poco dignas de recordar. A medida que las escuchaba, con los ojos cerrados, fue la cara de Nobuko Konno la que apareció revoloteando tras sus párpados.
Una vez más, Jun no apareció hasta después de las nueve y, como de costumbre, parecía bastante enfadado. ¿Era él sólito quién se cargaba de trabajo o era su jefe que no lo dejaba parar hasta que llegaba la hora de irse a casa? En cualquier caso, ni siquiera se había quitado el abrigo, cuando espetó:
—¿Para qué necesitaba hablar conmigo?
Honma vaciló un momento. Había estado planeando qué decirle y cómo. Si le soltaba lo que sabía, sin más, le entraría todo por una oreja y le saldría por la otra.
—Siéntate. Esto nos va a llevar un rato.
—¿Se trata de Shoko? ¿La ha encontrado?
Honma negó con la cabeza.
—Esto no pinta muy bien. Deberías tomar asiento.
—Estamos sacando las cosas de quicio, ¿no le parece? —Jun parecía no haberse percatado aún de nada.
—Yo no estaría tan seguro.
—Vale, vale. Pues vayamos al grano. No veo por qué andarse con rodeos.
Makoto estaba jugando en el ordenador; y a menudo emergían toda clase de efectos sonoros de su habitación. Entretanto, en la cocina, el frigorífico zumbaba con bastante regularidad. El extraño dúo de aparatos proporcionaban la música de fondo mientras Honma relataba toda la historia, paso a paso: el currículum falso de «Shoko Sekine»; su registro familiar; su certificado de empadronamiento. Para cuando los papeles ya estuvieron desplegados sobre la mesa, la cara de Jun quedó desprovista de emoción convirtiéndose en una máscara en donde la única señal de vida venían de sus ojos abiertos como platos. Aun así, cuando empezó a hablar, Honma se quedó algo sorprendido por el tono de resentimiento en su voz.
—Esto tiene que ser una broma pesada —dijo en un tono entrecortado que daba a entender que llevaba tiempo conteniendo la respiración.
—Por desgracia es la verdad.
Jun se echó a reír, zarandeando las manos, medio cerradas.
—¿Espera que me lo trague? ¿Eso de que Shoko no es Shoko? ¡Es ridículo!
Honma se dio cuenta de que no había nada que pudiera decir en aquel instante para hacerse entender.
—Estamos hablando de la mujer con la que me voy a casar —espetó Jun acaloradamente.
—Quizás, pero no se trata de Shoko Sekine. —Honma hablaba en voz baja, en tonos bien medidos—. Es otra persona. Esa es la razón por la que no tenía constancia de la bancarrota de hace menos de cinco años. —Si lo hubiera sabido, jamás habría permitido que Jun le hiciera una tarjeta, por muy insistente que éste se hubiera puesto—. Hoy he ido a visitar el apartamento de Kawaguchi. No había papeles allí, ni una prueba. Para ella, la quiebra no existía. Tu prometida no tenía la menor idea. —Lo más probable es que la verdadera Shoko se hubiera deshecho de los documentos, junto con otros tantos malos recuerdos—. Sé que todo esto debe de ser un golpe muy duro para ti. Pero ahora que he llegado tan lejos, quiero seguir adelante y ver hasta dónde nos lleva. —Honma guardó silencio y se concentró en Jun. Los ojos del joven estaban apagados, cautelosos—. ¿Qué me dices? ¿Estás conmigo en esto? Me gustaría mucho contar con tu ayuda. Tú la conoces mejor que nadie y necesito saber todo tipo detalles, no importa lo insignificantes que puedan parecer.
Casi pasó un minuto hasta que Jun respondió.
—Yo… Yo no sé nada.
El videojuego de Makoto chirrió en el silencio. Entonces, Jun levantó la cabeza y, por primera vez, miró a Honma a los ojos.
—Ah, ya lo entiendo…
—¿Entender qué?
—¡Todo esto ha sido idea de Shoko! —Sus ojos parecían cobrar vida de nuevo, lanzando dardos envenenados—. Ya lo entiendo. Ha encontrado a Shoko y ella le ha rogado que no me diga nada, ¿es eso? Shoko quiere romper conmigo, así que le ha hecho cómplice de todo este teatro. Ha conocido a otro hombre. Esa es la razón por la que usted me cuenta semejante historia. Pues déjeme que le diga algo: ¡No soy un idiota! —Se abalanzó hacia delante y dio una palmada en la mesa, haciendo que un cenicero cayera estrellándose contra el suelo—. ¿Y bien? ¡Admítalo!
Los sonidos del videojuego se extinguieron. La puerta de la habitación de Makoto se entreabrió y una cabecita asomó por ella. Honma se las arregló para ponerse de pie y colocar la mano sobre el hombro de Jun, intentando calmarlo.
—¿Es eso lo que realmente piensas?
Jun se desplomó pesadamente en la silla y se quedó allí, abatido, con la cabeza entre las manos. Makoto apareció por el pasillo. El chico vaciló un momento, antes de desaparecer.
Jun parecía estar a punto de echarse a llorar… entonces, alzó la mirada.