Honma deseaba gritar: «Debes de estar agotada. Sé que lo estás. Pongamos punto y final a esta persecución, detente un momento».
—La última vez que Kyoko vino a verme, acababa de dejar Roseline.
Honma se remitió a sus notas antes de asentir.
—Se marchó a finales de diciembre de 1989.
—Eso es. Vino aquí justo después de Año Nuevo… o no, a finales de enero. Recuerdo que me invitó a cenar. Acababa de cobrar. —Y su plan para suplantar a Shoko también empezaba a cuajar.
»Me dijo que se había mudado del estudio en el que había estado viviendo en Osaka. Y le pregunté que a dónde pensaba marcharse. Me comentó que estaba pensando en ir a vivir a Kobe.
—Ah…
—Pero lo gracioso es que, en el curso de nuestra conversación, mencionó algo sobre la línea de Keihin Tohoku. Es una zona que queda en medio del eje Yokohama-Tokio, hacia el norte, camino de Saitama, ¿no es así? —Naturalmente, Kaoru había preguntado qué hacía Kyoko allí—. Y, vaya, si las miradas matasen… Me dijo que había algo que tenía que hacer allí, en Saitama. En Kawaguchi, específicamente. Alquilaba una habitación a la semana, pero no podía darme el número de teléfono…
«Shoko estaba paranoica, dijo que alguien había estado abriendo su correo». Eso era lo que la chica del Gold había dicho. Tuvo que ser así como Kyoko se enteró de la visita al cementerio. El horario que Shoko tenía por entonces la obligaba a levantarse a mediodía, trabajar por las noches, y llegar a casa a altas horas de la madrugada. Oportunidades de sobra para ir a fisgar en su correo.
La pieza que faltaba para que la imagen del puzle se viera en su totalidad. Un vínculo que relacionaba directamente a Shoko Sekine y Kyoko Shinjo. No podía ser un error.
—Una cosa —dijo Honma, cambiando de posición en el asiento—. Cuando Kyoko venía a verla o la llamaba, ¿alguna vez la notó rara, diferente? Digamos, ¿durante los últimos años?
—¿Rara? —Kaoru le lanzó una mirada de curiosidad.
—Sí. ¿Irritable, nerviosa, con tendencia a irrumpir en llanto sin motivo? —La pregunta era algo imprecisa, pero Honma quería saber de qué modo actuaba Kyoko por aquella fecha, el 25 de noviembre de 1989, cuando la madre de Shoko Sekine murió tras caer por la escalera. Si estaba en lo cierto, si Kyoko Shinjo había tenido algo que ver con la muerte de aquella anciana, algo muy difícil de demostrar, lo primero era situarla en Utsunomiya aquel día. Estuvo de baja por aquella fecha, entre el dieciocho y el veintiséis de noviembre. Eso es lo que había averiguado a través de Wada. Pero lo que quería saber Honma era ¿había contactado Kyoko cono Kaoru el día, o más probablemente, la noche del veinticinco?
Kaoru apoyaba la barbilla contra el puño. Daba la sensación de que intentaba hacer memoria, y no de ocultar algo. Lo más probable era que Kyoko hubiera actuado completamente sola, de principio a fin. En marzo del año siguiente, cuando asesinó, sí, asesinó a Shoko, ya había perdido contacto con su vieja amiga.
—No sé si rara, pero la última vez, a finales de enero, sí que la vi diferente. —Kaoru hablaba muy lentamente, como si estuviera eligiendo bien sus palabras—. Siempre que llegaba el fin de la visita, solía decir: «¡Hasta luego!». Y una vez que estaba en la puerta, se despedía con la mano, y decía, «Nos vemos pronto». Pero aquella vez, añadió una reverencia y dijo: «Adiós».
Y fue un adiós en toda regla: Kyoko dejaba de existir. Kaoru jamás la vería otra vez y, por supuesto, tampoco iba a conocer a Shoko Sekine.
—Sí… Ahora que lo pienso, también habló mucho acerca de la muerte de su madre —prosiguió Kaoru—. En realidad, la muerte fue el gran tema de debate, aquella noche. Me dijo: «Kaoru, ¿quieres que te entierren cuando mueras?». Ella quería que le dieran sepultura lo más lejos posible de Mureyama. Dijo: «Jamás permitiré que me entierren en mi ciudad natal». —Pero cuando Kaoru le preguntó si todo iba bien, Kyoko se había echado a reír—. Sabía que pasaba algo raro, aunque no tenía ni idea de qué podía ser. Cuando se marchó sin dejar rastro, pensé, bueno, debería haberla obligado a contarme qué le sucedía. De poco sirve lamentarse ahora.
Kaoru acababa de pronunciar unas palabras que la sumieron en un profundo estado de tristeza. Su tono de voz le hizo acordarse de Kurata, cuando Honma había sugerido que quizás Kyoko estuviera muerta.
—¿Algo más? —preguntó Honma.
—No se me ocurre nada más —suspiró, dejando caer los hombros.
—Bien, ¿y qué me dice si le propongo una fecha? 25 de noviembre de 1989. ¿Le dice algo?
—¿Ocurrió algo en particular aquel día? —quiso saber, entrecerrando los ojos.
Honma sonrió.
—No, pero según la ficha de trabajo en Roseline, Kyoko estuvo de baja un total de nueve días, antes y después del veinticinco, que además era día de paga. ¿No vendría a verla a usted, por casualidad?
La mirada de Kaoru se extravió. Tendió la mano hacia la taza, con torpeza, para llevársela a los labios. Tomó un sorbo, la dejó sobre la mesa y preguntó:
—¿Solía cogerse la baja durante tanto tiempo cuando trabajaba en Roseline?
Honma comprobó sus anotaciones. Fue fácil responder a su pregunta, dado que Wada había llevado a cabo una búsqueda sobre ese dato.
—No. Cogió alguna que otra baja, pero de tres días. Esa fue la única vez que estuvo nueve días sin ir a trabajar. Del 18 al 26 de noviembre.
Kaoru parecía aliviada.
—En ese caso, sí. Tengo muchísimas lagunas, pero si nunca se había tomado una baja tan larga tuvo que ser esa vez.
Honma se inclinó hacia delante.
—¿Contactó con usted?
—Sí. Vino aquí. Al segundo día, la noche del diecinueve. Fue muy raro. Había tenido un pequeño accidente.
—¿Qué le había pasado?
—Quemaduras. Por suerte, no demasiado graves —explicó Kaoru—. Pero tuvo que ir al hospital. Tenía mucha fiebre.
Durante un momento, Honma pensó haber oído mal.
—Repita eso.
—Fue hospitalizada. En Urgencias —continuó—. En el City General, cerca de aquí. La ingresaron y se quedó hasta la mañana del veintiséis, de ahí la baja de nueve días.
Kyoko Shinjo había estado en un hospital de Nagoya cuando la madre de Shoko Sekine cayó por la escalera…
—Cogió una neumonía —dijo Kaoru—. El día dieciocho, salió a dar una vuelta con una amiga. Pasaron la noche en un hostal y cuando volvían a casa sufrieron un accidente. Por eso apareció por mi casa, pasada la medianoche del diecinueve. Cuando le pregunté con quién había ido, no me quiso decir nada. Se negó a hablar. Tenía el brazo derecho lleno de quemaduras, no de tercer grado, pero le cubría el brazo casi por completo. Aunque hacía frío, sólo llevaba una blusa y una falda bajo un fino impermeable. Dijo que tras el accidente, el motor se incendió, y su jersey se había quemado. Se subió a un tren y vino hasta mi casa, sin detenerse a coger ropa. Estaba temblando, tenía fiebre.
Lo primero que hizo Kaoru fue meterla en la cama, y vigilarla.
»Pero no podía hacer nada. La dejaba sentada en el baño y la encontraba dentro de la bañera golpeándose la cabeza contra la pared. Había perdido los papeles, ni siquiera sabía si yo estaba con ella o no. Al final, tuve que llamar a una ambulancia. Nunca les contó la verdad a los de Roseline. Dijo que había pillado un mal resfriado y que se quedaba en casa de una tía. Que yo sepa, ellos no dudaron de su palabra. En fin, se quedó siete días en el hospital. Incluso después, una vez que se recuperó, se negó a decirme de quién era el coche en el que había viajado. Lo único que puedo decirle es que sospecho que el dueño era un hombre.
Kaoru no era el tipo de chica que escribía en su diario, pero llevaba bien sus cuentas, y las tenía todas archivadas.
»Le presté dinero para la habitación del hospital, así que si le echo un vistazo a mis cuadernos, podré darle más detalles. ¿Quiere que lo compruebe?
—Sería estupendo —dijo Honma, apuntando su número de teléfono.
Acababa de llegar a su habitación de hotel cuando la chica llamó para decir que las fechas coincidían. Se prestó a mandar por fax al hotel una copia del recibo del hospital. La recepcionista del hotel pareció algo sorprendida al ver a Honma abalanzarse sobre la hoja mientras salía de la máquina.
Hospital General de Kobata City
Cantidad que cubre los costes de asistencia y habitación de la paciente, señora Kyoko Shinjo, desde el 19 al 26 de noviembre de 1989. Ingresada en habitación de seis camas. Tarjeta de la Seguridad Social. Ingreso: 70.000Y.
—Bueno, pues si eso no lo explica todo… —dijo Funaki, sonriendo y sorbiendo su té
kombu
.
Honma había regresado hacía dos días. Estaban sentados a la mesa, recapacitando sobre los pormenores del caso. Isaka estaba presente también y escuchaba a medias mientras preparaba la cena. El giro inesperado que habían tomado las cosas abrumó tanto a Honma que se olvidó por completo de los regalos que había prometido a Makoto.
—Después de todo, parece que sí hubo un cómplice —aventuró Isaka. Esta noche, a petición de Makoto, iban a cenar un estofado de
oden
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. Isaka estaba cocinando de más para poder llevarse una ración a casa. El caldo hervía a fuego lento, despidiendo un agradable y aromático olor que invadía toda la casa.
—¿Y por qué ese cómplice no ha salido hasta ahora? —preguntó Honma.
—¿Qué hay de Wada? —sugirió Funaki.
—Estaba en Osaka. La noche que asesinaron a la señora Sekine, estuvo trabajando en la oficina hasta las nueve. Ni Superman conseguiría atravesar la ciudad volando y llegar a Utsunomiya a las once.
—¿Un accidente, entonces? —continuó Funaki, poco convencido—. Qué cosa tan extraña.
Honma se echó a reír.
—Sí, la madre de Shoko Sekine eligió tener su accidente en un momento muy oportuno para Kyoko Shinjo.
—Ya sabes lo que dicen: la realidad supera la ficción.
—Y su compañero —reflexionó Isaka— la persona que la acompañaba en el coche cuando tuvo el accidente el día diecinueve. ¿No pudo ser ese el asesino?
Aquello le dio a Honma que pensar.
—¿Y si ese cómplice no fuera otro que su prometido, Jun Kurisaka? —masculló Funaki.
—Habéis leído demasiadas novelas de detectives.
—Sí, bueno.
—Eh, ya que lo dices, ¿qué hay del chico? No ha llamado ni una sola vez —comentó Isaka, repentinamente preocupado—. Fue Jun quien te arrastró a esto. No puede haber perdido el interés, así sin más.
—No me extrañaría viniendo de un hombre de ese «calibre» —añadió Funaki. Desde que se enteró del modo en el que Jun le había tirado el dinero a Honma, tenía poco aprecio por el joven banquero.
Isaka se asomó a los fogones para ver cómo iba el
oden
. Cuando quitó la tapadera, una deliciosa nube de vapor emanó. Funaki, que había estado alicaído todo el rato, con la barbilla casi descansando sobre la mesa, se enderezó de repente para exclamar:
—¡Qué bien huele eso!
—Te quedas a cenar, ¿no?
—No, si lo que buscas en un invitado que te dé conversación —rió con amargura, antes de añadir—: Me pregunto si estará cenando ahora mismo.
—¿Quién? —preguntó Honma. —Kyoko Shinjo.
—Puede que sí —repuso Honma, mirando a su amigo.
—¿Y por qué no? Tiene que comer y bañarse y ponerse guapa para amargarle la vida a algún hombre. Probablemente esté por ahí, pasándolo en grande —soltó una risa macabra—. Estamos devanándonos los sesos mientras ella está en un salón de belleza de Shiseido
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probándose toda la gama de colores de pintalabios.
—¿De dónde sacas esos detalles?
Sujetando un par de palillos en la mano, Isaka ignoró a Funaki y dio a Honma la respuesta que buscaba.
—Creo que a alguien le han concertado una de esas citas con una esposa en potencia. Me pregunto si no será, no sé, digamos… una esteticista de Shiseido.
Funaki sonrió, muy a su pesar.
—De todas las tonterías que he escuchado últimamente, ¡esa es la más grande de todas!
Pero, ¿dónde estaba ahora Kyoko Shinjo? Honma no podía quitársela de la cabeza. ¿Significaba que todavía estaban en el punto de partida? ¿Pese a haber descubierto que Shoko Sekine no era quien decía ser? ¿Debería seguir el consejo del abogado Mizoguchi y poner un anuncio en un periódico? Algo como: «Kyoko, hablemos de lo ocurrido. Vuelve, por favor». ¿Pero con qué nombre firmar? ¿Con el de Jun? Qué tontería…
Lo más ridículo era pensar que Kyoko iba a responder cuando la llamaran por su verdadero nombre. «Sí, Shoko Sekine me vendió su registro familiar… ¿Shoko? Oh, ahora trabaja en Kyushu. Hablé con ella por teléfono el otro día. Siento haberles dado tantas preocupaciones». Jun la escucha con lágrimas en los ojos. Los dos vuelven juntos y se casan. «Yo hospitalizado con úlcera. Con úlcera sangrante, mejor dicho».
Venga, seamos serios. Kyoko tenía que estar en alguna parte, aguantando la respiración. Probablemente muy lejos de Tokio.
Honma se levantó bruscamente.
—¿Qué te ha dado? —preguntó Funaki, desconcertado.
—Sólo estoy pensando —repuso Honma—. ¿Qué se supone que estará haciendo Kyoko ahora?
—Probablemente, llorar a lágrima viva —dijo Funaki, sonriendo—. O puede que pidiendo consejo a una esteticista de Shiseido.
—Yo digo que trabaja —sugirió Isaka—. Dudo que se marchara de aquí con el dinero suficiente como para seguir adelante o alquilar un bonito apartamento.
—Tampoco sigue en contacto con Kaoru Sudo —añadió Funaki.
Honma dejó que su mente procesara aquello. Tenía los ojos entornados.
—¿No creéis que quizá intente llevar a cabo un fraude similar? Seguro que no se ha puesto en contacto con su vieja amiga Kaoru porque está asustada.
—¿Asustada? —espetó Funaki.
—Sí. Abandonó a Jun cuando las cosas empezaron a ponerse serias. Una vez que se quedó sola, debió de pensar: ¿Y qué hará Jun ahora? Buscarla, eso haría. ¿Y quién sabe? Quizás Jun averigüe lo de la bancarrota, quizás haya unido todas las piezas del puzle y se haya enterado de que Shoko Sekine es en realidad Kyoko Shinjo…
—No. No creo que se le ocurriera eso.
—Puede que no estuviera segura, pero quizás se le haya pasado por la cabeza. Razón de más para no mantener contacto con su amiga Kaoru. Ha cortado cualquier vínculo que pueda servir para identificarla. No le queda otra que encontrar una nueva identidad que suplantar dado que es imposible volver a ser Kyoko.