Honma ni siquiera consideró la opción de que Tamotsu se alojara en un hotel; insistió en que se quedara en su casa, empezando por aquella misma noche. Así que fueron a recoger sus cosas. Hecho esto, y tras darse un corto respiro, Honma empezó a clasificar sus notas, lo que le recordó que tenía que llamar a aquel reportero que le debía un favor.
El periodista tenía mucha curiosidad y le hizo todo tipo de preguntas, pero fue incapaz de sacarle nada a Honma. Sin embargo, accedió a colaborar.
—Siempre que trabajo contigo, Honma, suelo dar con algo que me es de mucha utilidad. Así que dame dos o tres días y veré lo que puedo averiguar. En la zona Tokio-Kanto, ¿verdad?
—Así es —repuso automáticamente, pero se apresuró a corregir—: No, comprueba también la zona Kofu-Shinetsu. —Por ningún motivo en particular. Sólo un presentimiento sobre Kyoko Shinjo: conociéndola, podía haberse marchado a la montaña para deshacerse del cadáver.
Acto seguido, Honma se dirigió a la biblioteca para buscar artículos relacionados con la muerte de la señora Sekine. Dos de los tres principales periódicos nacionales cubrían la noticia, diminutas columnas de relleno, pero los hechos estaban ahí. Hizo unas copias y se marchó. Ahora se sentía en posición de reconstituir el
modus operandi
de Kyoko Shinjo.
Por alguna razón, posiblemente porque alguien andaba tras ella, Kyoko necesitaba una nueva identidad. Que fuera a trabajar a Roseline específicamente por esa razón parecía mucho más lógico. Era menos probable que la idea se le ocurriera después, una vez consiguió el puesto de trabajo. La manera por la que había llegado a hacerse con el control del sistema informático seguía siendo una incógnita, aunque lo más seguro era que recurriera a Wada. Aquello explicaría por qué el joven se comportaba de un modo tan extraño. Ella acabó obteniendo los datos, y Shoko Sekine se convirtió en su objetivo. Para conseguir el registro familiar y el certificado de empadronamiento de Shoko, sólo tenía que ir a la oficina del distrito en el vecindario de Shoko y recogerlos en persona.
Su siguiente movimiento consistió en deshacerse del único pariente vivo de Shoko, su madre. Había demasiadas preguntas en el aire para que incluso un detective tan experimentado como Sakai lo considerara un accidente o un suicidio. Pero qué pasaba si…
¿Qué pasaba si aquella noche del 25 de noviembre, se las arregló para atraer a la señora Sekine con algún tipo de señuelo? Digamos que se cita con ella no muy lejos de Tagawa. Queda a una hora en concreto, por lo que conoce exactamente cuándo se pondrá en camino.
«Si alguien la esperaba en otro bar, ¿cómo podría saber el momento exacto en la que la señora Sekine salía del Tagawa?». Fijando una cita, así de sencillo.
Como pretexto, Kyoko pudo haberse inventado algo sencillo, no demasiado importante como para hacer que la señora Sekine renunciara a su copa en el Tagawa y se quedara en casa esperando. Digamos que afirmó ser una amiga de Shoko, de Tokio, y que ésta le había pedido entregarle algo a su madre. Que llegaría con una amiga por la noche, ya tarde, y que no podía quedarse mucho tiempo… Tal vez disponía de unos cinco minutos para verse con ella. Eso sería suficiente.
Por lo que Kyoko espera en el bar de al lado. Sale justo a tiempo para encontrar a la señora Sekine saliendo del Tagawa, empuja a la anciana por la escalera, y vuelve al bar. La pista de baile está abarrotada. Nadie va a reparar en la ausencia momentánea de un cliente.
Así y todo, Kyoko necesitaría conocer de antemano los hábitos nocturnos de la señora Sekine, sin mencionar la existencia de la peligrosa escalera. Nada de eso aparecía en los archivos de Roseline. En algún momento, tuvo que conocer a Shoko, eso era obvio. Pruebas de un posible contacto era lo siguiente que Honma pretendía encontrar.
De acuerdo, avancemos un poco en el tiempo: Kyoko mata a Shoko, se deshace del cuerpo y suplanta su identidad. De ahí la repentina mudanza desde el apartamento de la cooperativa Kawaguchi, se despide sin previo aviso del Lahaina. De ahí la desaparición. De repente, trabaja para Imai Office Machines. Se instala en el apartamento de Honancho, abre un nuevo registro familiar y utiliza su apartamento como domicilio permanente. También se vale de la dirección para sus solicitudes en la Seguridad Nacional, Fondo Nacional de Pensiones y seguros privados. El Servicio Público de Empleo supone un problema porque ella no puede hacerse con la carta de empleo de Shoko, así que la tira por la ventana y viene con el discurso: «Es mi primer trabajo».
Pero entonces conoce a Jun Kurisaka, se prometen…
La tarjeta de crédito, otra pregunta sin responder. Hasta que Kyoko, haciéndose pasar por Shoko, empezó a planear la boda y Jun insistió en que se hiciera una tarjeta, ella jamás había poseído ningún pedacito de plástico como aquel. De lo contrario, se hubiera enterado del estado de bancarrota de Shoko. ¿Acaso lo explicaba una simple animadversión hacia las tarjetas de crédito? Hay personas que se niegan a tenerlas.
También estaba la fotografía, la única pista real de la identidad de Kyoko. ¿Por qué se habría tomado esa foto? ¿Y por qué narices la habría guardado? ¿Tendría alguna especie de valor sentimental para ella? ¿Pero por qué mantener un recuerdo que la vinculaba a la persona que se esforzaba en dejar de ser? Algo no encajaba. Honma cerró el cuaderno.
Poco después de las cuatro, Makoto regresó a casa sólo para decir que «había hecho planes» con Kazzy. Isaka estaba empezando a preparar la cena en la cocina empapada en vapor. Tamotsu entró, con su maletín en la mano. Justo en aquel instante, el teléfono sonó.
—¿Es el domicilio de Honma? —Era Imai que llamaba desde la oficina de Imai Office Machines. Quería saber si Honma había encontrado a la señorita Sekine.
—Bueno, me estoy acercando —repuso éste.
Oyó un suspiro.
—Mitchie también está muy preocupada. Ah, sí. Hay algo que quería decirle. Espere, se la pasaré.
—Señor Honma, ¿recuerda aquella pregunta que hizo acerca de cómo llamar al hijo del primo de su mujer?
—¿Lo ha averiguado?
—No, aún no —contestó, con un tono cargado de disculpas. —Sé que debe de ser muy difícil. ¿Ha estado buscándolo todo este tiempo?
—No se me dan muy bien ese tipo de cosas.
—A nadie se le da bien ese tipo de cosas.
Mitchie cambió el tono de voz.
—¿La señora Sekine no ha aparecido aún?
—Quizá le resulte muy difícil regresar.
—El señor Kurisaka tiene que estar pasándolo muy mal.
—Aunque puede que sea precisamente eso lo que necesite.
—En fin, he recordado algo. Tuvieron una pelea una vez, los dos.
—¿Una pelea?
—Sí. Fue por el anillo de compromiso. Verá, la señora Sekine, decía que no tenía que comprar la piedra que correspondiera a su fecha de nacimiento, que bastaba con comprar un anillo que le gustase. Pero el señor Kurisaka repuso que tenía que ser o bien esa piedra en cuestión o bien un diamante, porque de lo contrario, no se trataría de un auténtico anillo de compromiso.
Muy típico del testarudo de Jun, pensó Honma.
—Mitchie, ¿tenía la señora Sekine una piedra preciosa favorita? —preguntó—. ¿Una que no correspondiera a su fecha de nacimiento pero que, aun así, quería que Jun le comprase?
—Sí, por eso le llamo.
Tapó el auricular con la palma de la mano, e hizo gestos a Isaka que estaba en la cocina.
—¿Sabes algo sobre esas piedras asociadas a la fecha de nacimiento?
Isaka se quedó ahí parado, parpadeando, con el cucharón en la mano.
—Pues… lo que todo el mundo, supongo.
Honma le lanzó una pregunta e Isaka respondió acto seguido. Entonces, Honma destapó el auricular.
—Mitchie, creo que la piedra de la señora Sekine era un zafiro. Y esa es la que acabaron comprando, ¿no es así?
—Sí. La piedra de septiembre.
—Ahora, déjame adivinar qué piedra quería que Jun le comprase.
—Entonces, ¿lo sabe? —Yo diría una esmeralda.
—¡Increíble! ¿Cómo lo ha adivinado? —gritó Mitchie.
Porque sé que Kyoko es muy astuta, pensó Honma. La esmeralda era la piedra de mayo, el mes de su nacimiento. Quería la piedra que le correspondía; deseaba un auténtico anillo de compromiso.
La voz de Mitchie lo interrumpió de nuevo.
—Si la señora Sekine regresa, por favor, dígale que el señor Imai y yo estamos muy preocupados. Dígale que queremos verla, de verdad que sí.
Prometió que lo haría y sólo durante un ínfimo momento, mientras colgaba el teléfono, sintió algo de simpatía por aquella «Shoko», la que él sabía que era Kyoko.
«Queremos verla, de verdad que sí».
De repente, sus cavilaciones se vieron interrumpidas por el alboroto que venía del pasillo, donde la puerta se abría y cerraba de un golpe. Era Makoto. Estaba buscando algo en el armario, trepando sobre los ejemplares de periódicos que habían caído al suelo, apartando de una patada una pelota perdida, y tirando del bate de metal de softball con las dos manos.
—¡Makoto! ¿Qué demonios te pasa? —gritó Honma—. ¿Dónde crees que vas con eso?
Pero el niño no lo escuchaba, tenía la cara empapada en lágrimas, llena de barro.
—Yo me encargo —dijo Tamotsu, apresurándose hacia el chico—. ¡Eh! ¡Ten cuidado con eso! Dámelo. —Makoto pateó y lloró, pero Tamotsu consiguió arrebatarle el bate. El chico cayó de rodillas.
—¿Te has metido en una pelea? —preguntó Honma, agachándose a su lado. Llevaba las rodillas y los codos llenos de arañazos. Tenía un morado en la espinilla que adoptaba un tono más azulado por momentos—. Si lo has hecho, no estás jugando limpio. ¡Deberías saber que no puedes utilizar un bate! Podrías herir a alguien.
Makoto, ahogado por las lágrimas, jadeando, intentó buscar las palabras en su defensa.
—Zoque…
Zoquete
…
—¿
Zoquete
? —preguntaron Isaka y Honma al unísono. —¿
Zoquete
? —repitió Tamotsu.
—Es un nombre de perro —explicó Honma—. ¿Qué le ha pasado? ¿Lo habéis encontrado?
—Está muerto —dijo Makoto entre dientes.
—¿Muerto?
—Ese matón, Tazaki, el de la escuela. Lo ha asesinado. Ha matado a
Zoquete
y ha dejado tirado su cuerpo.
—¿Qué? —exclamó Isaka en un hilo de voz—. ¿Estás seguro?
—Sí, estoy seguro. Acabo… Acabo de enterarme.
—¿Y por eso te has metido en la pelea?
—Sí —una voz diferente vino desde arriba. Todos alzaron la vista y encontraron a Kazzy, en la puerta. Un chiquillo regordete que parecía igual de maltrecho que Makoto. Llevaba la cara cubierta de lágrimas y barro, y tenía un corte en la mejilla—. Tazaki, ese desgraciado, ha matado a
Zoquete
y lo ha tirado a la basura. Sabemos que lo hizo, pero al principio no quiso admitirlo. Entonces, nos unimos para plantarle cara, y finalmente lo reconoció…
—No, no ha sido así —gimoteó Makoto—. Ha salido a la calle y se lo ha contado a todo el mundo. Alardeaba de ello en el colegio.
—Pero, ¿por qué querría matar a
Zoquete
? —preguntó Isaka, cuya rabia se reflejaba en el tono rojizo de sus mejillas.
—Dijo que estaba prohibido tener mascotas en el complejo de apartamentos. Que iba contra las reglas.
—Aun así, no es razón para asesinar a un perro.
—Pero, pero… —dijo Makoto— según él, iba contra las reglas, y con ello justifica lo que ha hecho. Quería darnos una lección.
—Es horrible —dijo Tamotsu—. ¿Por eso te has peleado? Bueno, la próxima vez, puedes contar conmigo.
Pero al parecer, los niños ya empezaban a abandonar la idea de vengarse de Tazaki. Kazzy masculló:
—Dijo que si no nos gustaba, que nos compráramos una casa de verdad.
—Una casa de verdad…
—Como en la que vive su familia, supongo.
—Y por eso él sí puede tener un perro. Pero dejar que una familia más humilde lo tenga, eso nunca. Debe de tener algún complejo. —En cuanto Honma habló los dos niños se echaron a llorar de nuevo. Honma e Isaka intercambiaron miradas por encima de Kazzy y Makoto que no dejaban de sollozar.
—¿Qué demonios está pasando? —dijo Tamotsu, mirando el bate de metal que quedaba a sus pies.
Al día siguiente, Honma se encontró cara a cara con la mujer con la que Shoko se había ido a vivir tras declararse en quiebra personal y no poder pagar el alquiler del apartamento de Castle Mansión, en Kinshicho. Se llamaba Tomie Miyagi. Honma había conseguido su nombre y número de teléfono a través de la chica de la oficina de Mizoguchi.
La antigua compañera de trabajo de Shoko en el Gold llevaba las uñas largas, unas sandalias doradas, un tinte castaño rojizo y el perfume indeleble de una chica de bar. Veinticinco, quizás veintiséis años, aunque Honma hubiera jurado que la mujer con la que iba a encontrarse, a juzgar por la voz que había oído al teléfono, rondaría los cuarenta. Tenía un tono arenoso que la encenagaba y la hacía parecer mucho más mayor.
—No soporto la luz a esta hora del día. Espero que no le importe que nos sentemos atrás.
Habían quedado en una cafetería que acababa de abrir, cerca de su apartamento en Shibuya. Tamotsu lo acompañaba. Era pasado el mediodía, y el local estaba desierto.
—Me preocupó un poco que Shoko dejara de dar noticias sin más. Pero me dije, ¿quién sabe? Quizás haya conocido a Míster Perfecto. ¿Quién soy yo para meter las narices? —Tomie dio una calada a su Seven Stars y se encogió de hombros bajo un enorme jersey holgado—. Entonces, ¿no tiene ni idea de lo que le ha podido pasar?
—No, desapareció sin dejar rastro. ¿Cuándo fue la última vez que la vio?
Tomie negó con la cabeza.
—Desde que usted me llamó, he intentado recordar la fecha. Creo que fue alrededor de Año Nuevo, hará unos dos años.
Honma le mostró la foto de Kyoko Shinjo. Tomie la estudió el tiempo suficiente como para que el cigarrillo se consumiese en el cenicero. Entonces, dijo en voz baja:
—No la conozco. No la he visto en la vida.
—¿Ni siquiera en el club?
—No, es un bombón, me acordaría de ella. Hay cinco chicas trabajando en el Gold. Quizás sea demasiada gente para un bar, pero estamos a un solo paso de convertirnos en uno de esos cabarets.
—¿Y como cliente?
Tomie se encendió otro cigarrillo y se echó a reír, expulsando bocanadas de humo.
—Ninguna chica entraría allí sola. Puede que ni siquiera yendo en grupo. No es ese tipo de locales. No solemos aparecer bien retratados en las revistas femeninas.