Un incendio premeditado.
De regreso a Tokio, el siguiente paso consistía en encontrar a todas las mujeres a las que Kyoko se había acercado una vez. Funaki se tomó un día libre en el trabajo y los Isaka también lo acompañaron. La búsqueda de las veinteañeras que aparecían en las copias impresas podía empezar.
—Si es necesario, no dudéis en mencionar la palabra «policía» —sugirió Funaki—. Preguntad a las de la lista si hace dos años estuvieron involucradas en un accidente o sufrieron heridas de alguna manera. No importa cómo, pero haced que hablen.
A excepción de unos cuantos casos en los que averiguaban que las chicas se habían mudado, en casi todas las llamadas saltaba el contestador automático. En realidad, consiguieron hablar directamente con muy pocas. Resultó ser un angustioso proceso. Cuando cayó la noche, Funaki y Honma mandaron a casa a los Isaka. Estaban casi afónicos.
Ya eran más de las once, casi un nuevo día, cuando se tomaron un descanso.
Funaki tapó el auricular con ambas manos.
—¡Tenemos algo! —gritó a Honma, que estaba cerca de la ventana, estirando las piernas con vacilación. Entonces, volviendo al teléfono, dijo—. Espere un momento, le pasaré con el encargado.
Emi Kimura tenía veinticuatro años. La copia impresa la señalaba como «autónoma». Al principio, respondió con una voz dulce, casi infantil. Interrumpió a Honma para preguntar:
—¿Es una broma? ¿No será un programa de esos donde gastan bromas por teléfono?
—No. Mire, siento mucho molestarla. No sé si podrá ayudarnos o no, pero permítame que le explique. Hemos dado con usted a través de un rastreo en la base de datos de clientes de una compañía llamada Roseline. ¿Le suena el nombre? —Honma enmudeció—. Señora Kimura, lo siento, pero estas preguntas son importantes para una investigación que estamos llevando a cabo. No le queda mucha familia y vive sola, ¿es así? Sus padres han fallecido ya, si no me equivoco.
—¿Cómo sabe todo eso? —preguntó en un tono de voz tembloroso.
Hasta ahora, bien. Honma asintió a Funaki.
—Mi colega, la persona con la que ha hablado hace un minuto, le ha preguntado si tiene parientes cercanos que hayan sufrido un accidente o algún tipo de tragedia en los últimos dos años. Y usted ha respondido que sí. ¿Podría darme más detalles?
A Emi le llevó un momento responder.
—Mi hermana.
—¿Su hermana?
—Sí…
—¿Sí? —repitió Honma en voz baja. Era obvio que Emi estaba molesta.
—Escuche, voy a colgar. No sé si esto forma parte de alguna llamada obscena. ¿Cómo sé yo que son detectives de verdad?
Honma vaciló. Funaki le arrebató el teléfono y soltó el número de teléfono del departamento de Investigación.
—¿Lo tiene? Vamos a hacer lo siguiente: llame y pregunte si hay detectives que respondan a nuestros nombres dentro del cuerpo. Dígale a quienquiera que responda al teléfono que necesita contactar de inmediato con el Inspector Honma. Pídales que el inspector le llame cuanto antes. Invéntese un nombre y un número de teléfono. No dé sus datos reales. El agente nos contactará a nosotros para informarnos de su llamada. Entonces, la llamamos otra vez y le damos la clave, es decir, el nombre y el número falsos que ha comunicado a comisaría. De esta manera, usted sabrá que jugamos limpio y somos quien decimos ser. ¿Le parece bien?
Emi accedió y colgó.
—Es mejor coger un atajo cuando tienes prisa —dijo Funaki. Cogió un cigarrillo y lo encendió—. Vale, ¿qué hacemos después? Me refiero a si la historia de Emi no nos lleva a ninguna parte.
Honma negó con la cabeza.
—Me preguntó por qué volvería a empezar de cero cuando ya tenía todos esos datos, ¿sabes? Conociendo a Kyoko, seguro que guardó una copia con toda la información relevante. Sólo por si acaso.
—Tiene sentido —masculló Funaki.
—Bien, ahora mismo, la elección más probable corresponde a la persona por la que optó en un primer momento. Su primera candidata. Y cuando la encontremos, también daremos con Kyoko. Estamos acercándonos.
—¿Crees que Emi nos conducirá a Kyoko?
El teléfono sonó. Era de la comisaría.
—¿Hon? Te ha llamado una tal Akiko Sato. Dice que quiere ponerse en contacto contigo. Es urgente. Le he dicho que estás de baja, pero ha insistido.
Hacía años que no oía a alguien de la División llamarlo Hon. Era como un nombre que sólo se pronunciaba entre una pareja de ancianos.
—¿El teléfono?
—Esa es la gracia. Me ha dicho 5555-4444. ¿Crees que es una broma?
—Está bien. Gracias por llamar. —Colgó el teléfono antes de marcar el verdadero número de Emi.
Emi lo cogió al primer tono. Honma adoptó un tono de voz neutral.
—¿Sí? ¿Akiko Sato? ¿Es el 5555-4444?
—Pregúntale de dónde saca tanta imaginación —susurró Funaki. Pero Emi Kimura no estaba de humor para observaciones ingeniosas. Se echó a llorar.
—Hace tres años, tuvo que ser en el 89, a finales de noviembre. El diecinueve o veinte… Era domingo. Mi hermana sufrió un terrible accidente.
—¿Y?
—Hubo un incendio. Sufrió importantes quemaduras. El humo que inhaló le causó una lesión cerebral. Estuvo mucho tiempo en coma. Murió, el verano pasado.
Ese había sido el gran fallo de Kyoko Shinjo. Su primera elección había sido Emi, pero había fracasado en su tentativa para eliminar al único miembro de la familia de su candidata número uno. Claro, Kyoko podría haber seguido adelante con el plan y probar suerte con la hermana más tarde, pero entrañaba muchos riesgos. ¿Qué pasaba si, entretanto, salía del coma? Por otra parte, un segundo intento por quitársela de en medio resultaría peligroso, ya que podría hacer que la tesis del accidente quedara descartada. No, tenía que cambiar de objetivo. Alguien que acababa de quedar huérfana sería lo ideal.
Había ciertos puntos que aún debían aclarar.
—Señora Kimura, respecto a ese incendio —urgió Honma.
Emi no lo dejó terminar la frase.
—Nunca se supo muy bien cómo empezó, pero tanto el departamento de bomberos como la policía sospecharon que fue premeditado. Por aquel entonces, hubo varios incendios. Como si alguien intentara aterrorizar al vecindario. El caso salió en las noticias, y la zona se convirtió en pasto de las llamas. Se disparó el nerviosismo.
Honma cerró los ojos. Una vez más el periódico de Kyoko, la edición de Tokio. Quizás se había enterado de la serie de incendios y hubiera decidido aprovecharse de la situación.
—Asistía a clases de baile. Salí un poco tarde y por eso no estaba en casa cuando ocurrió. Mi hermana ya se había ido a la cama y no se levantó a tiempo…
Honma tenía una visión completamente diferente a la de la chica. En su opinión, el fuego había alcanzado su objetivo, en el momento oportuno.
—Señora Kimura… —Miró a Funaki y tragó saliva con fuerza—. En la época del incendio, o incluso algo antes, ¿hicieron nuevas amistades su hermana o usted?
—¿Se refiere a amigas?
—Eso es. ¿Conocieron a alguna chica?
Emi enmudeció durante un momento.
—No lo sé, no me acuerdo. Me cuesta mucho acordarme de aquella época. Fue muy traumático.
—Estoy seguro de ello —simpatizó Honma—. ¿Y últimamente? ¿Ha hecho nuevas amistades?
—¿Nuevas amistades?
—Sí. Alguien que, digamos, fuera una vieja amiga de su hermana. O una chica con la que se haya cruzado por la calle, que se ha detenido a hablar con usted, o…
—Sí, en realidad, sí.
—¿Ha conocido a alguien? —Se le hizo un nudo en la garganta—. ¿A quién? ¿Sabe cómo se llama?
—Se llama Shinjo. Kyoko Shinjo.
—Kyoko Shinjo.
Cuando Funaki oyó a su colega repetir el nombre, se golpeó la frente con la palma de la mano, antes de levantar el puño al aire, en un gesto silencioso de victoria.
—¿Quién es ella? ¿Cómo ha llegado a conocerla?
—Es amiga de mi hermana. Me llamó hace pocos días.
Se quedó sin respiración.
—¿Cómo ha dicho? ¿La llamó hace pocos días?
—¡Toma ya! —Funaki ya se había puesto de pie de un salto y estaba gritando como loco.
Honma levantó su pierna buena y dio una patada al aire, como si fuera dirigida hacia su colega.
—Siento el alboroto. Mi compañero se alegra mucho de que la hayamos encontrado.
Emi sonó algo sorprendida, pero dejó escapar una leve risita.
—¿Y qué le dijo esa Kyoko Shinjo?
—Me dijo que hacía mucho que no sabía nada de mi hermana y que por eso llamaba. Cuando le comuniqué su muerte, dijo que lo sentía mucho. Quería presentar sus condolencias y me pidió que la llevara a ver su tumba. Hemos quedado este sábado por la tarde, en Ginza.
Honma hizo todos los preparativos para el sábado. Su siguiente movimiento fue regresar a Utsunomiya.
Durante el trayecto, su mente divagó al ritmo del tren. No tenía noticia alguna de Tamotsu. Había demostrado mucha seguridad en sí mismo al partir de Tokio, pero ¿realmente confiaba en poder levantar un viejo patio de colegio, sin más? Honma había pensado incluso posponer la excavación. Si podían atrapar a Kyoko Shinjo, la búsqueda del cadáver podía esperar. Pero existía una remota posibilidad…
Honma sólo había dejado un mensaje, pero en cuanto atravesó el punto de control de entrada, alguien lo llamó. Allí, al otro lado de la estación, reconoció esos hombros cuadrados, esa marcada sonrisa.
Fuera, el viento del norte soplaba sobre el Gran Kanto, trayendo consigo un frío penetrante, lo suficiente como para helarte los sesos. Fue un alivio montarse en el asiento del pasajero de la furgoneta Honda Motors. Honma tuvo que frotarse unos minutos las rodillas para facilitar la circulación.
—Tengo varias cosas que contarle —empezó Tamotsu.
—Estupendo. Pero deja que te diga una cosa antes —interrumpió Honma—. Este sábado por la tarde vamos a conocer a Kyoko Shinjo.
Tamotsu lanzaba miradas de desconcierto a Honma mientras éste le relataba los últimos avances. Tamotsu le pidió dos veces que fuera más despacio. De repente, condujo la furgoneta al borde de la carretera y apagó el motor. Dijo que se sentía bastante nervioso. Pasaron diez minutos hasta que arrancó el vehículo.
—¿Sábado, dice? Eso es pasado mañana. ¿Puedo acompañarlo?
—Por supuesto.
—¿Recuerda lo que me prometió? ¿Dejarme hablar a mí primero? —Lo recuerdo perfectamente.
Tamotsu detuvo el automóvil frente a una intersección cuando el semáforo se puso en rojo.
—Antes de que vayamos a casa, me gustaría que viera el colegio —dijo, mirando al frente, con ambas manos en el volante—. Está cerca del parque Hachiman Yama.
Pasaron a toda velocidad por las carreteras que Honma reconocía de su última visita y no tardaron en llegar a una pendiente desde donde podían verse las colinas verdes, en la distancia. Aquella era una ciudad con espacios abiertos, un lujo que no existía en Tokio. El patio del colegio al que Tamotsu y Shoko habían asistido no era una diminuta cancha de baloncesto. Era lo suficientemente grande como para albergar un campo de rugby y uno de béisbol. El edificio de hormigón de cuatro pisos parecía bastante apartado. Hileras de cerezos se extendían a ambos lados, rodeando todo el patio. Debía de ser maravilloso contemplarlo en pleno abril.
—Nunca conseguirás registrar toda esa superficie.
Un escuadrón de niños con sudaderas marrones saltaba a la comba. Había unos veinte o treinta, alumnos, probablemente. El entrenador hacía sonar el silbato con energía, de vez en cuando.
—He preguntado a todos mis amigos y hemos intentando reconstruir la configuración que el patio tenía cuando estudiábamos aquí —dijo Tamotsu, agarrándose con ambas manos a la valla hecha de eslabones.
Honma lo miró entonces.
—¿A qué te refieres con «reconstruir»?
—Lo restauraron por completo hace cinco años.
—Ah. —Entonces, todo era posible.
Tamotsu se rascó la cabeza.
—También tiraron el viejo edificio y construyeron el nuevo algo más apartado, así que no sé dónde está la maldita tumba del pájaro.
Dicho esto, se echó a reír y Honma volvió a mirar al joven. ¿Por qué estaba tan contento?
—Pensé en llamarlo —explicó Tamotsu—. No es que ande perdido, pero primero tengo que hacer algunas comprobaciones.
Explicó que hacía dos años, en la primavera de 1990, cuando los cerezos estaban en flor, una mujer vino a visitar el patio, Kyoko Shinjo.
—¿En serio?
Tamotsu se inclinó sobre la valla, asintiendo lentamente.
—Sí. Una de las viejas profesoras, la señora Kina, ya enseñaba aquí cuando nosotros íbamos a este colegio. Ahora tendrá unos cincuenta años pero lleva un fichero en la cabeza que sería la envidia de cualquier biblioteca. Fue ella quien me lo contó. —También había identificado a Kyoko en la foto—. Me dijo que la recordaba muy bien, que era una chica preciosa.
—¿Y dónde la vio exactamente? ¿Te dijo qué estaba haciendo?
—Era sábado por la tarde. Kyoko vino directamente al patio y caminó justo por ahí —dijo Tamotsu, señalando una hilera de cerezos—. Paseó como si estuviera contemplando los árboles en flor, lo que no tiene nada de extraño. Viene mucha gente, incluso turistas. Al principio, la señora Kina no le dio mucha importancia, pero le llamó la atención que la chica se quedara tanto tiempo y se acercó. Llevaba un traje de falda y chaqueta negro; iba casi sin maquillar. Como si viniera de un funeral o algo así.
Cuando la profesora se acercó, la joven le dijo que había perdido la noción del tiempo contemplando los cerezos. Pero la señora Kina no quedó muy convencida y le preguntó qué la había llevado hasta allí.
—¿Y sabe lo que dijo? Que venía de parte de una amiga.
Honma miró las ramas sin hojas de los cerezos. «De parte de una amiga».
—Entonces la señora Kina le preguntó si esa amiga era de por aquí, y la joven asintió. Y ahora viene lo mejor —Tamotsu aspiró una profunda bocanada de aire—. Dijo que su amiga había sido alumna de este mismo colegio y que guardaba muy buenos recuerdos de aquellos años. Su amiga le había comentado algo del entierro de un pajarito en el patio. Pero claro, ella no tenía ni idea de dónde. —Kyoko había venido, de parte de Shoko, para rememorar el pasado.
«Aquello despertó las sospechas de la señora Kina que empezó a hacerle preguntas: ¿dónde estaba esa amiga? ¿Por qué no había podido venir en persona? —La joven no contestó al principio hasta que confesó que su amiga había muerto.