—Ojalá tuviéramos algo con lo que identificarla. ¿No dijiste que esta Shoko Sekine tenía los dientes torcidos? Es una característica inconfundible. —Honma estaba pensando en la cabeza—. Pero nos estamos agarrando a un clavo ardiendo. No tenemos nada por dónde empezar a buscar.
—¿Ah, sí? En realidad, te sorprendería saber el rumbo que pueden tomar las cosas.
—¿Por qué? ¿Qué has averiguado?
Honma citó a Tamotsu.
—Kyoko Shinjo es una mujer extraña. Tiene algo, ¿cómo llamarlo? ¿Una vena de ética? ¿Una pizca de sentimentalismo? Como con esos anuarios, podría haberlos tirado a la basura. Pero no, se toma la molestia de enviarlos a una antigua compañera de clase de su víctima. No sólo ha sido una molestia. ¿Quién sabe? Incluso podría acabar delatando su escondrijo.
—… Sí, te sigo.
—No es lógico. Es como si no pudiera renunciar a sus principios. En todo lo demás, sus movimientos son precisos y planeados, y de repente gana en humanidad con todo esto de los anuarios. No es consistente. —Aquello que había dicho el ex marido de Kyoko sobre lo de ser supersticiosa se le había quedado grabado en la memoria—. Imaginemos que sigue adelante y trocea el cuerpo para deshacerse mejor de él, pero entonces siente que ha de darle a la cabeza un entierro decente.
—Es comprensible.
—Mm…
Ambos hombres guardaron silencio durante un momento hasta que Funaki añadió:
—Si fuera tú, echaría un vistazo a la tumba del padre de Shoko. Honma sonrió.
—Es una buena idea. El problema es que no hay tumba. —Sus padres habían muerto estando en la miseria, y sus restos descansaban en urnas de un templo.
—Vale, olvídalo. Siempre se me olvida que nada de esto tiene sentido. —Y con un chasquido de lengua rematado por un suspiro, Funaki colgó.
Durante los siguientes tres días a los que Isaka apodó «la tregua», Honma pudo por fin dormir en su futón con la sensación de que no lo había hecho durante años. Pudo dedicar más tiempo a Makoto y asistir con regularidad a sus sesiones de fisioterapia con la doctora Machiko. Entretanto, Tamotsu salía cada mañana y regresaba por la noche con toda información que había podido recopilar durante el día. No es que hubiera dado con algo que señalara el lugar donde se encontraba Kyoko Shinjo. Más bien se concentró en la vida que Shoko había llevado en Tokio. Pudo averiguar algún que otro detalle que conectaba a Shoko con Kyoko, aunque en aquel punto, el valor de dichas evidencias era algo escaso. Tamotsu lo sabía pero insistía en seguir adelante. Estaba decidido a hacerlo.
—Sólo hay una cosa que quiero pedirle —dijo una noche. —¿Qué es?
—¿Vamos a encontrar a Kyoko Shinjo, verdad? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Me gustaría pensar que sí.
—Me refiero a que vamos a encontrarla nosotros mismos, ¿no? Nada de acudir a la policía.
—Así es. Por lo menos, si podemos evitarlo.
—Cuando lo hagamos, cuando demos con ella, le pediré que me deje hablar a mí primero. Quiero oír lo que tiene que decir.
Al tercer día de su regreso de Ise, Honma recibió una llamada de Wada, el joven ejecutivo de Roseline. Dijo que había hablado con aquellos que habían trabajado con Kyoko y que seguían formando parte de la plantilla, pero no había averiguado nada concluyente. Aun así, se había empeñado en llamar a Honma para hacerle saber que no había olvidado su promesa. Para entonces, su seriedad empezaba a sonar algo sospechosa. Honma estaba seguro de que Kyoko había conseguido acceder a esos datos a través de aquel chico.
—¿Ha hablado ya con su compañera de piso? ¿Cómo se llamaba… ? Ah, sí, Orie Chino —dijo Wada.
Honma había marcado la fecha de regreso del viaje a Australia de Orie Chino en el calendario. Al día siguiente.
—Aún no. Puede que todavía siga en Sídney o Camberra, ¿no?
—Oh, sí, es cierto —repuso, atragantándose un poco. Casi sonaba como si no le apeteciera que Honma hablara con ella. Sin embargo, tampoco había puesto ninguna traba ni parecía particularmente retorcido. Qué hombre tan extraño.
—La llamaré mañana. De todas formas, gracias por su interés. Quizás necesite contactarle de nuevo, si surge algo.
A juzgar por el tono tímido en el que había contestado «vale» y colgado el teléfono, Wada parecía estar preocupado.
Pensando que lo mejor sería hablar con Orie tan pronto como regresara y antes de que Wada pudiera dar con ella, Honma decidió intentarlo a la mañana siguiente a primera hora. Aunque, pensándolo mejor, consideró que sería más educado, y quizás más efectivo, dejarla tranquila un día entero. Al segundo día, calculó la hora aproximada en la que se reincorporaría a su puesto trabajo, y la llamó por teléfono. La primera vez saltó el contestador automático. La segunda, contestó ella. Al principio, parecía precavida, pero se relajó un poco en cuanto Honma mencionó el nombre de Wada.
No tardó en ponerse a despellejarlo.
—¿Sabe? El señor Wada no logra quitarse de la cabeza a Kyoko —bromeó.
Aja, aquí viene.
—¿En serio? O sea, ¿Qué hubo algo entre ellos?
—Bueno, cuando Kyoko vivía conmigo, la trajo a casa un montón de veces. Kyoko nunca dijo que estaba interesada en él ni nada parecido, pero él parecía haberse hecho a la idea de que sí. —Lo que explicaba por qué se ponía tan nervioso ahora. Quizás esperaba que Honma diera con algo que le proporcionara una nueva oportunidad con ella.
—Ya que vivíamos juntas, Kyoko y yo procurábamos no entrometernos demasiado en la vida de la otra. Así que no supe nada de esa historia. Y cuando alguna de las dos tenía un día libre, se largaba por ahí.
—¿Ella se fue de vacaciones alguna vez? —Honma enarcó ambas cejas.
—Sí. No le puedo decir dónde exactamente, pero solían ser viajes largos.
—¿Tenía… ?
—¿Carné de conducir? Claro, alquilaba un coche cada vez que viajaba.
—¿Y solía hacerlo con alguien?
—Hum… Creo que casi siempre viajaba sola.
Esos viajes podrían ser misiones de reconocimiento para prepararse para el cambio.
—Entonces, ¿también trabaja en Roseline?
—Sí, en el Departamento de Informática. Me encargo de los datos de la compañía —dijo.
La sorpresa de Honma debió de ser obvia, porque enmudeció durante un instante y Orie se apresuró a intervenir, ansiosa.
—¿Hola? ¿Sigue ahí?
—Un momento. ¿Está en el Departamento de Informática? —Pero según Wada, Orie era una oficinista más. Así que había mentido, aunque fuera una mentira pequeña y aparentemente inofensiva.
—Así es. Tratamiento de datos de Roseline, Minami Green Garden y un par de compañías más.
—¿Y dónde trabaja exactamente?
—El Departamento de Informática está en las dependencias del Grupo Mitomo. Conocí a Kyoko a través del boletín.
—¿Boletín?
—Sí, en el boletín de la empresa hay una columna para que se anuncie la gente que busca compañeros de piso. Puse un anuncio. Ninguna de nosotras podía permitirse pagar un apartamento por sí sola.
Ahí entra Kyoko Shinjo, pensó Honma.
—Mi trabajo se considera una especialización —continuó Orie—. Así que el sueldo no está tan mal. Ella tan sólo estaba en prácticas y yo tenía mis dudas acerca de si podría arreglárselas. Pero me pareció lo suficientemente seria, así que accedí.
—Señora Chino, me temo que voy a tener que hacerle una pregunta algo violenta.
—Dígame.
—¿Le pidió la señora Shinjo alguna vez información sobre alguno de sus clientes?
Cayó un incómodo silencio antes de que ella estallara en carcajadas.
—No, ¿por qué razón pediría alguien un favor semejante?
—Pero en el caso de que alguien se lo pidiera, ¿accedería usted?
—Podría hacerlo, claro —repuso, aún riendo—. Pero si alguien se enterara, acabaría en la calle. Probablemente no volvería a trabajar en nada que tuviera que ver con la informática en esta ciudad.
Honma no podía imaginar que el elemento clave del plan de Kyoko dependiera de una compañera de piso que acababa de conocer. Pero tenía que asegurarse…
—De acuerdo, ¿y qué hay del señor Wada? ¿Cree usted que estaría dispuesto a hacer lo que la señora Shinjo le pidiera?
Ella respondió de inmediato.
—Esa es una pregunta fácil. Desde luego que sí.
«Bingo», pensó Honma.
Pero entonces, ella se retractó.
—Excepto esto.
—¿Por qué no? Sabe muy bien cómo funcionan esos ordenadores, ¿no? Orie se echó a reír.
—Oh, le gusta alardear delante de los clientes. Pero en realidad, no tiene autorización para entrar en el servidor. No tiene tarjeta de identificación.
Era obvio que desde el punto de vista de la chica, Wada no era más que un aficionado.
—Siento insistir en ello, pero ¿qué tal se le daban los ordenadores a la señora Shinjo? ¿No pudo haber burlado el sistema de Roseline para extraer los datos por sí sola?
—¿Insinúa que eso fue lo que ocurrió?
—No, sólo intento poner a prueba una hipótesis. Mientras vivía con usted, ¿mostraba el tipo de conocimiento que requiere una persona para conseguir algo así?
Su respuesta fue inmediata.
—Kyoko ni siquiera se hubiera imaginado que un ratón puede ser otra cosa que un bicho peludo.
—¿Un ratón?
—Por favor —dijo—. Oiga. Si Kyoko es capaz de desviar datos de un servidor informático, le aseguro que el día de mi boda iré vestida de payaso.
Honma soltó una breve risotada. ¿Cómo había logrado entonces hacerse con los datos de Shoko?
—¿Qué clase de compañera de piso era ella? —preguntó, probando una nueva táctica.
—¿Como compañera de piso?
—¿Era desordenada? ¿Solía tenerlo todo limpio?
El tono de Orie adquirió algo de vitalidad.
—Ah, ya entiendo. Era genial tenerla como compañera. Y además tenía mucho cuidado con el dinero y también cocinaba de maravilla. Podía cocinar el mejor arroz frito sólo con las sobras que encontraba en el frigorífico.
Honma recordó las resplandecientes aspas del ventilador en el apartamento de Honancho.
—¿Utilizaba gasolina para limpiar la grasa del ventilador del horno?
Orie parecía impresionada.
—¿Cómo sabe usted eso?
—Se lo oí a alguien que la conocía.
—Bueno, ahora que lo dice… No me gustaba mucho porque después olía muy mal en el apartamento. Además da miedo tener gasolina en casa. Le dije que utilizara algún producto, pero no, tenía una botellita de gasolina guardada en la terraza. Imagino que no supone un verdadero peligro, pero nunca se sabe, con tanta pila de periódicos cerca. —Aquello le hizo recordar algo—. ¡Eh!, ahora que lo pienso, Kyoko solía leer un periódico de Tokio.
—¿Qué periódico?
—El Asahi, ¿quizá?… ¿El
Yomiuri
? —mascullaba—. Sí, ese, el Yomiuri. Recuerdo que una vez le dije que la edición de Osaka era mucho más interesante, indiscutiblemente, y que no entendía por qué prefería la edición de Tokio.
—¿Qué contestó a eso?
—Hum… No me acuerdo. ¿Qué dijo?
Al parecer, Kyoko tenía que saberlo todo acerca de Tokio si iba a hacerse pasar por Shoko Sekine. Quizá la ciudad tuviera algún significado especial para ella, y el periódico era la única manera de convencerse de que una nueva vida estaba cerca. Así que cada noche estudiaba los acontecimientos que ocurrían en la capital.
—¿Cuándo se subscribió al
Yomiuri
?
Orie tuvo que reflexionar sobre aquello.
—Poco después de que se mudara, supongo. Solía extraer artículos para su álbum de recortes.
Aquella era la primera vez que Honma oía hablar de aquel álbum de recortes.
—¿Qué tipo de artículos? ¿Lo recuerda? Orie se echó a reír.
—No sé, quizás recetas. No le di mucha importancia.
Le dijo que si por casualidad llegaba a acordarse de algo más, podía llamarlo por teléfono, a cobro revertido. Después colgaron. Así que el misterio seguía siendo un misterio, incluso para aquella chica que compartió la comida con Kyoko durante meses. Aunque el retrato de Kyoko parecía ganar en claridad con cada paso: consiguiendo trabajo en Roseline, encontrando el apartamento con Orie del Departamento de Informática, siguiéndole el juego al director Wada, encajando las piezas de su plan. No obstante, ¿cómo había logrado hacerse con los datos de Shoko? ¿Debía Honma descartar de una vez por todas a Wada?
—Me rindo —dijo, sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.
—¿Que te rindes? —preguntó Makoto, que se sentaba a la mesa, detrás de él, haciendo los deberes—. ¿Es un juego?
—Eh, estás de buen humor. —El chico estaba sonriendo por fin. Desde la trágica muerte de
Zoquete
, casi no había hecho otra cosa que llorar, y Honma no lograba dar con el modo de consolarlo. Al final, Makoto había recurrido a la tía Hisae, en busca de consuelo, sacando a Honma del apuro—. ¿Se acabaron las lágrimas, entonces?
—Sólo a veces. Pero puedo con ello. De todas formas, tía Hisae dice que si lloro mucho me dolerán los oídos. —Típico de Hisae salir con aquello de «los niños no lloran»—. Eh, ¿sabes qué? —prosiguió—. Kazzy y yo hemos estado hablando y hemos decidido hacer una tumba para
Zoquete
.
Honma se quedó mudo de asombro. ¿No había dicho Isaka que habían buscado por todas partes pero no habían dado con el cuerpo del perro? Makoto pareció sentir la confusión de su padre, porque añadió:
—Vamos a enterrar su collar. —¿Su collar?
—Sí.
Zoquete
tenía dos collares. El que llevaba cuando desapareció sólo era un collar antipulgas. Aún tenemos el de cuero. Uno bonito, ése que lleva su nombre.
—¿Y dónde vais a enterrarlo?
—Aún no lo sé. Kazzy está buscando un buen lugar. Si lo enterramos en secreto, frente a Minamoto Park, ¿crees que el vigilante se enfadará?
—Mm, puede que no sea una buena idea. Al fin y al cabo, es una tumba.
El niño frunció el ceño, y apoyó la barbilla en una de sus manos.
—Sí, lo imaginábamos… Tamotsu dice que hará una lápida para la tumba. —El niño parecía haberle cogido mucho cariño a Tamotsu—. El tío Tsuneo dice que desde ahora,
Zoquete
va a cuidar de mamá. Ése va a ser su nuevo trabajo.
Honma sonrió. Bien por Isaka.
—Y tendrá un montón de espacio para correr. —Makoto estaba mirando la fotografía de su madre, en el altar budista—. ¿Papá?
—¿Sí?
—Tazaki es muy malo. ¿Por qué habrá matado a
Zoquete
?