La tierra olvidada por el tiempo

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

BOOK: La tierra olvidada por el tiempo
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Entre mares helados, rodeado por acantilados inexpugnables, allá donde ningún hombre se ha atrevido a poner el pie, se alza una isla continente descubierta brevemente por un explorador italiano que le dio su nombre: CAPRONA, conocida por sus extraños habitantes como Caspak. Es la tierra que el tiempo olvidó, un rompecabezas evolutivo donde razas de hombres y animales juegan un extraño ritual que sólo puede tener dos resultados: la muerte o la ascensión a un plano superior.

De los dinosaurios a los mamuts, de los antepasados del Homo sapiens a los fantasmagóricos seres voladores que pueblan sus valles, cazadores y presas parecen proceder de un mismo limo primigenio que sigue sus propias reglas. Un mundo salvaje y violento, donde la vida no vale nada y los desdichados náufragos que llegan a sus junglas descubrirán que ni siquiera su tecnología de hombres de los albores del siglo veinte puede asegurarles una superioridad para la que tendrán que luchar a brazo partido, en todo momento, contra homínidos y bestias... Edgar Rice Burroughs le da la vuelta a las teorías de la evolución. El resultado, una aventura apasionante.

La primera de las tres novelas cortas que componen el ciclo, “La tierra olvidada por el tiempo” (“The land that time forgot“, que además da título al trío desde la primera edición conjunta en 1924), añade la figura de la mujer como elemento de tensión romántica (un poco de casto erotismo para la época) y motor de la acción, dada la extraordinaria facilidad con que son raptadas las protagonistas de Burroughs. Un estadounidense, Bowen J. Tyler, naufraga en 1916 en el Canal de la Mancha al ser su crucero torpedeado por un sumergible alemán. Tras una serie de incidentes, propios de una novela de aventuras bélicas, acaba embarcado en ese mismo sumergible, en compañía de un grupo de británicos, un número equivalente de prisioneros alemanes y Lys, superviviente como él del naufragio original.

El tira y afloja entre facciones que se sucede acaba con el sumergible perdido en los alrededores del Círculo Polar Antártico, donde por casualidad localizan la ignota (y tropical, merced a un intenso vulcanismo) isla de Caprona (descrita por un marinero italiano del siglo XVI), conocida por sus bárbaros habitantes como Caspak.

En Caprona/Caspak se suceden diversas aventuras, con importante protagonismo de la fauna prehistórica, algún que otro conflicto anglogermano adicional y, por supuesto, el rapto de Lys por una partida de cavernícolas libidinosos, que impulsa a Tyler hacia la aventura, armado apenas con un rifle, una pistola y su fiel perro.

Edgar Rice Burroughs

La tierra olvidada por el tiempo

Serie de Caspak - 1

ePUB v1.0

OZN
01.09.12

Título original:
The Land that Time Forgot

Edgar Rice Burroughs, 1918.

Traducción: Rafael Marín Trechera

Ilustraciones: Desconocido

Diseño/retoque portada: OZN

Editor original: OZN (v1.0)

ePub base v2.0

Capítulo I

D
ebían ser poco más de las tres de la tarde cuando sucedió: la tarde del 3 de junio de 1916. Parece increíble que todo por lo que he pasado, todas esas experiencias extrañas y aterradoras, tuvieran lugar en un espacio de tiempo tan breve; tres meses. Más parece que he experimentado un ciclo cósmico, tantos cambios y evoluciones en las cosas que he visto con mis propios ojos durante este breve intervalo de tiempo, cosas que ningún otro ojo mortal había visto antes, atisbos de un mundo pasado, un mundo muerto, un mundo desaparecido hace tanto tiempo que ni siquiera quedan restos en los más bajos estratos cámbricos. Oculto en la derretida corteza interna, ha pasado siempre inadvertido para el hombre más allá de aquel perdido trozo de tierra donde el destino me ha traído y donde se ha sellado mi condena.

Estoy aquí y aquí debo permanecer.

* * *

Después de leer esto, mi interés, que ya había sido estimulado por el hallazgo del manuscrito, se acercaba al punto de ebullición. Había venido a Groenlandia a pasar el verano, siguiendo las indicaciones de mi médico, y me estaba ya aburriendo de muerte, pues había olvidado traer lectura suficiente. Como la pesca me resulta indiferente, mi entusiasmo por este tipo de deporte se desvaneció pronto; sin embargo, en ausencia de otras formas de recreación estaba ahora arriesgando mi vida en un barquito absolutamente inadecuado a la altura de Cabo Farewell, en la zona más septentrional de Groenlandia.

¡Groenlandia! Como apelación descriptiva, es un pobre chiste, pero mi historia no tiene nada que ver con Groenlandia, nada que ver conmigo. Así que terminaré con una cosa y con otra lo más rápidamente que pueda.

El inadecuado barquito finalmente tocó tierra de manera precaria, los nativos, metidos en el agua hasta la cintura, me ayudaron. Me llevaron a la orilla, y mientras preparaban la cena, caminé de un lado a otro por la costa rocosa y recortada. Fragmentos de playa salpicaban el gastado granito, o las rocas de las que pudiera estar compuesto Cabo Farewell, y mientras seguía el flujo de la marea por una de estas suaves playas, lo vi. Si me hubiera encontrado con un tigre de Bengala en el barranco que hay detrás de los Baños de Bimini, no me habría sorprendido más de lo que me sorprendí al ver un termo flotando y girando en las aguas. Lo recogí, pero me mojé hasta las rodillas para hacerlo. Luego me senté en la arena y lo abrí, y a la luz del crepúsculo leí el manuscrito, claramente escrito y perfectamente doblado, que formaba su contenido.

Ya han leído el primer párrafo, y si son unos idiotas imaginativos como yo mismo, querrán leer el resto; así que lo reproduciré aquí, omitiendo hacer más comentarios, que son difíciles de recordar. En dos minutos me habrán olvidado.

* * *

Mi casa está en Santa Mónica. Soy, o era, ayudante en la firma de mi padre. Somos armadores. En los últimos años nos hemos especializado en submarinos, que hemos construido para Alemania, Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Conozco un submarino como una madre conoce la cara de su bebé, y he dirigido una docena de ellos en sus pruebas. Sin embargo, mis inclinaciones tienden hacia la aviación.

Me gradué en Curtiss, y después de un largo acoso mi padre me dio permiso para intentar enrolarme en la Escuadrilla Lafayette. Como paso previo conseguí un puesto en el servicio americano de ambulancias e iba camino de Francia cuando tres agudos chirridos alteraron, en otros tantos segundos, todo el esquema de mi vida.

Yo estaba sentado en cubierta con algunos de los tipos que también iban al servicio de ambulancias, con mi terrier airedale, Príncipe Heredero Nobbler, dormido a mis pies, cuando la primera andanada del silbato rompió la paz y seguridad del barco. Desde que entramos en la zona de submarinos habíamos estado ojo avizor ante la posible presencia de periscopios, y chiquillos como éramos, lamentábamos el triste destino que iba a llevarnos a salvo a Francia sin poder atisbar siquiera a los temibles incursores. Éramos jóvenes, ansiábamos emociones, y Dios sabe que las obtuvimos aquel día; sin embargo, en comparación con lo que he vivido desde entonces, fueron tan sosas como un espectáculo de marionetas.

Nunca olvidaré los rostros cenicientos de los pasajeros cuando corrieron hacia sus chalecos salvavidas, aunque no había pánico. Nobs se levantó con un gruñido. Yo también me levanté, y me acerqué al costado del barco y divisé, a menos de doscientos metros de distancia, el periscopio de un submarino mientras la estela blanca de un torpedo era perfectamente visible. Viajábamos en un barco americano que, naturalmente, no iba armado. Estábamos completamente indefensos; sin embargo, sin advertencia, nos estaban torpedeando.

Me quedé rígido, aturdido, viendo la estela blanca del torpedo. Golpeó la banda de estribor, casi en el centro del barco, que se agitó como si el mar hubiera sido desgarrado por un violento volcán. Caímos a cubierta, magullados y aturdidos, y entonces una columna de agua se alzó varios metros por encima del navío, llevando consigo fragmentos de metal y madera y cuerpos humanos desmembrados.

El silencio que siguió a la detonación del torpedo fue casi igual de horrible. Duró posiblemente dos segundos, y fue seguido por los gritos y gemidos de los heridos, las imprecaciones de los hombres y las roncas órdenes de los oficiales de a bordo. Se portaron como unos valientes, ellos y la tripulación. Nunca me había sentido más orgulloso de mi nacionalidad como en ese momento. En medio de todo el caos que siguió al impacto del torpedo, ningún oficial o miembro de la tripulación perdió la cabeza ni mostró el más mínimo grado de pánico o miedo.

Mientras intentábamos arriar los botes, el submarino emergió y nos apuntó con sus ametralladoras. El oficial al mando nos ordenó arriar nuestra bandera, pero el capitán del carguero se negó. El barco se inclinaba peligrosamente a estribor, inutilizando los botes de babor, y la mitad de los botes de estribor habían sido destruidos por la explosión. Mientras los pasajeros se apiñaban en la amura de estribor y corrían hacia los pocos botes que nos quedaban, el submarino empezó a ametrallar el barco. Vi una granada alcanzar a un grupo de mujeres y niños, y entonces volví la cabeza y me cubrí los ojos.

Cuando miré de nuevo al horror se unió el desencanto, pues cuando el submarino emergió reconocí que había sido fabricado en nuestro propio astillero. Lo conocía al detalle. Había supervisado su construcción. Me había sentado en aquella misma torreta y había dirigido los esfuerzos de la sudorosa cuadrilla cuando su proa hendió por primera vez las soleadas aguas veraniegas del Pacífico. Y ahora esta criatura, fruto de mi cerebro y mis manos se había convertido en Frankenstein y pretendía mi muerte.

Una segunda bomba explotó en cubierta. Uno de los botes salvavidas, lleno de gente, colgó en peligroso ángulo de sus cabestrantes. Un fragmento de granada rompió la proa, y vi a las mujeres y los hombres y los niños precipitarse al mar, mientras el bote colgaba por la proa durante un instante, y por fin, con gran impulso, se zambullía en mitad de las víctimas en medio de las aguas.

Vi que los hombres corrían a la amura y saltaban al océano. La cubierta se inclinaba en un ángulo imposible. Nobs abrió las patas intentando no resbalar y me miró con un gemido interrogador. Me incliné y le acaricié la cabeza.

—¡Vamos, chico! -exclamé, y tras correr al costado del barco, me lancé de cabeza.

Cuando emergí, lo primero que vi fue a Nobs nadando asombrado a unos pocos metros de mí. Al verme las orejas se le aplanaron, y su boca se abrió en una mueca característica.

El submarino se retiraba hacia el norte, pero sin dejar de bombardear los botes que quedaban, tres de ellos, llenos de supervivientes. Por fortuna, los botes pequeños eran un blanco difícil, lo cual, combinado con la poca habilidad de los alemanes impidió que sus ocupantes sufrieran nuevos daños. Después de unos pocos minutos, una mancha de humo apareció en el horizonte, al este, y el submarino se sumergió y desapareció.

Mientras tanto, los botes salvavidas se habían estado alejando del transporte hundido, y ahora, aunque grité con toda la fuerza de mis pulmones, no oyeron mi llamada o no se atrevieron a volver para rescatarme. Nobs y yo conseguimos distanciarnos un poco del barco cuando éste se volcó por completo y se hundió. La succión nos atrapó sólo lo suficiente para arrastrarnos hacia atrás unos cuantos metros, pero ninguno de los dos llegó a hundirse bajo la superficie. Busqué rápidamente algo donde agarrarme. Mis ojos se dirigían hacia el punto donde el barco se había hundido cuando desde las profundidades del océano llegó la reverberación ahogada de una explosión, y casi simultáneamente un geiser de agua donde botes salvavidas destrozados, cuerpos humanos, vapor, carbón, aceite y los restos de la cubierta se alzaron sobre la superficie: una columna de agua que marcó por un momento la tumba de otro barco en éste, el más grande cementerio de los mares.

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