La tierra olvidada por el tiempo (8 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

BOOK: La tierra olvidada por el tiempo
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Nos movíamos lentamente río arriba cuando la criatura nos atacó con las fauces abiertas. El largo cuello extendido, las cuatro aletas con las que nadaba batiendo poderosamente el agua, avanzando a ritmo rápido. Cuando llegó al costado del barco, las mandíbulas se cerraron sobre uno de los puntales de las de cubierta y lo arrancaron de su sitio como si no fuera más que un palillo de dientes.

Ante esta exhibición de fuerza titánica, creo que todos retrocedimos simultáneamente, y Bradley desenfundó su revolver y disparó. La bala alcanzó a la criatura en el cuello, justo por encima de su cuerpo: pero en vez de disuadirla, simplemente aumentó su furia. Su siseo se convirtió en un alarido cuando alzó la mitad de su cuerpo por encima del agua y se abalanzó sobre la cubierta del U-33 y se dispuso a destrozar la cubierta para devorarnos. Una docena de disparos resonaron cuando aquellos de nosotros que íbamos armados sacamos nuestras pistolas y disparamos contra la criatura. Pero, aunque la alcanzamos varias veces, no mostró signos de sucumbir y sólo continuó avanzando por el submarino.

Advertí que la muchacha había subido a cubierta y no se encontraba muy lejos de mí, y cuando vi el peligro al que todos estábamos expuestos, me di la vuelta y la empujé hacia la escotilla. No habíamos hablado desde hacía varios días, y no hablamos ahora, pero ella me dirigió una mirada de desdén, tan elocuente como las palabras, así que le di la espalda para poder protegerla del extraño reptil si éste conseguía alcanzar la cubierta. Y al hacerlo vi que la criatura alzaba una aleta sobre la barandilla, lanzaba la cabeza hacia adelante y con la rapidez del rayo agarraba a uno de los boches. Corrí hacia adelante, descargando mi pistola contra el cuerpo del monstruo en un esfuerzo por hacerle soltar su presa. Pero lo mismo habría dado si hubiera estado disparándole al sol.

Gritando y chillando, el alemán fue arrastrado de la cubierta, y en el momento en que el reptil se separó del barco, se hundió bajo la superficie del agua con su aterrorizada presa. Creo que todos nos quedamos anonadados por lo terrible de la tragedia… hasta que Olson observó que el equilibrio de poder se había restablecido. Tras la muerte de Benson éramos nueve y nueve, nueve alemanes y nueve «aliados», como nos llamábamos a nosotros mismos, y ahora no había más que ocho alemanes. Nunca contábamos a la muchacha en ninguno de los dos bandos, supongo que porque era una mujer, aunque ahora sabíamos bien que era de los nuestros.

Y así la observación de Olson sirvió para despejar la atmósfera para los aliados por fin, y nuestra atención se dirigió una vez más al río, pues a nuestro alrededor había brotado un perfecto manicomio de chirridos y siseos y un rebullente caldero de horribles reptiles, carentes de temor y llenos sólo de hambre y rabia. Se rebulleron, reptaron, intentando llegar a la cubierta, obligándonos a retroceder, hasta que vaciamos nuestras pistolas sobre ellos. Los había de todo tipo y condición, enormes, horribles, grotescos, monstruosos, una verdadera pesadilla mesozoica.

Vi que llevaron a la muchacha bajo cubierta lo más rápidamente posible, y que se llevó a Nobs consigo, pues el pobre animal casi había conseguido que le arrancaran la cabeza. Creo que también, por primera vez desde que fuera un cachorrillo, había conocido el miedo, y no puedo reprochárselo.

Después de la muchacha envié a Bradley y a la mayoría de los aliados y luego a los alemanes que estaban en cubierta. Von Schoenvorts estaba todavía encadenado abajo.

Las criaturas se acercaban peligrosamente cuando me metí por la escotilla y cerré con fuerza la tapa. Luego corrí al puente y ordené avante toda, esperando distanciarme de las terribles criaturas, pero fue inútil. No sólo podía cualquiera de ellos vencer rápidamente al U-33, sino que corriente arriba nos encontramos todavía con más, hasta que temeroso de navegar por un río extraño a toda velocidad, ordené reducir y avanzar lenta y majestuosamente a través de aquella masa pulsante y siseante. Me alegré de que nuestra entrada al interior de Caprona hubiera sido en submarino en vez de en cualquier otra forma de navío. Comprendí cómo era posible que en el pasado Caprona hubiera sido invadido por navegantes desdichados que no pudieron volver al mundo exterior, pues puedo asegurar que sólo con un submarino se podría remontar con vida aquel gran río viscoso.

Continuamos río arriba durante unos sesenta kilómetros hasta que la oscuridad nos invadió. Temí que si nos sumergíamos y anclábamos en el fondo para pasar la noche el lodo pudiera ser lo bastante profundo para atraparnos, y como no podíamos echar el ancla en ningún lado, me acerqué a la costa, y tras un breve ataque por parte de los reptiles, nos sujetamos a un gran árbol. También sacamos un poco de agua del río y descubrimos que, aunque bastante caliente, era un poco más dulce que antes. Teníamos comida de sobra, y con el agua nos sentimos aliviados, pero añorábamos poder comer carne fresca. Habían pasado semanas desde la última vez que la probamos, y la visión de los reptiles me dio una idea: que un filete o dos de alguno de ellos no sería mala comida. Así que subí a cubierta con un rifle, de los veinte que teníamos en el submarino.

Al verme, una enorme criatura me atacó y se subió a la cubierta. Me retiré hasta lo alto de la timonera, y cuando el monstruo alzó su poderoso cuerpo al nivel de la pequeña cubierta donde me encontraba, le metí un balazo justo entre los ojos.

La criatura se detuvo un momento y me miró, como diciendo:

«¡Vaya, esta cosa tiene aguijón! ¡Debo tener cuidado!».

Y entonces estiró el largo cuello y abrió sus poderosas mandíbulas e intentó capturarme, pero yo no estaba ya allí. Había vuelto a meterme de la torre, y a punto estuve de matarme al hacerlo. Cuando miré hacia arriba, aquella pequeña cabeza que remataba el largo cuello se cernía hacia mí, y una vez más corrí a sitio seguro, arrastrándome por el suelo hasta el puente.

Olson estaba alerta, y al ver lo que asomaba en la torre, corrió a por un hacha. No vaciló un instante cuando regresó con una, y subió a la escalerilla y empezó a golpear aquel horrible rostro. La criatura no tenía suficiente cerebro para albergar más de una idea a la vez. Aunque golpeada y llena de cortes, y con un agujero de bala entre los ojos, todavía insistía locamente en su intento de meterse en la torreta y devorar a Olson, aunque su cuerpo era muchas veces superior al diámetro de la escotilla. No cesó en sus esfuerzos hasta que Olson terminó de decapitarla.

Entonces dos de los hombres subieron a cubierta a través de la escotilla principal, y mientras uno vigilaba, el otro cortó un cuarto trasero del Plesiosarius Olsoni, como Bradley bautizó a la criatura.

Mientras tanto, Olson cortó el largo cuello, diciendo que serviría para hacer una buena sopa. Para cuando despejamos la sangre y despejamos la torre, el cocinero tenía jugosos filetes y un humeante guiso preparado en el hornillo eléctrico, y el aroma que surgía del Plesiosarius Olsoni nos llenó de gran admiración hacia él y todos los de su clase.

Capítulo V

C
omimos los filetes esa noche, y estaban buenos, y a la mañana siguiente saboreamos el guiso. Parecía extraño comer una criatura que debería, según todas las leyes de la paleontología, haberse extinguido hacía varios millones de años. Producía una sensación novedosa que resultaba casi embarazosa, aunque no pareció cohibir nuestros apetitos. Olson comió hasta que me pareció que iba a estallar.

La muchacha comió con nosotros esa noche en el pequeño comedor de oficiales situado tras el compartimento de los torpedos. Desplegamos la estrecha mesa, y colocamos los cuatro taburetes, y por primera vez en días nos sentamos a comer, y por primera vez en semanas tuvimos algo de comer diferente a la monotonía de las exiguas raciones de un pobre submarino. Nobs se sentó entre la muchacha y yo y comió trozos del filete de plesiosaurio, con el riesgo de contaminar para siempre sus modales. Me miró tímidamente todo el tiempo, pues sabía que ningún perro bien criado debería comer a la mesa, pero el pobrecillo estaba tan flaco por haber sido mal alimentado que yo no habría podido disfrutar de mi propia comida si a él se le hubiera negado una parte, y de todas formas Lys quería darle de comer. Así que eso zanjó el asunto.

Lys se mostró fríamente amable conmigo y dulcemente graciosa con Bradley y Olson. Yo sabía que no era de las efusivas, así que no esperé gran cosa de ella y agradecí las migajas de atención que me lanzó al suelo. Tuvimos una comida agradable, con sólo una desafortunada ocurrencia, cuando Olson sugirió que la criatura que estábamos comiendo era posiblemente la misma que se había comido al alemán. Tardamos un rato en persuadir a la muchacha para que continuara comiendo pero por fin Bradley lo consiguió, recalcando que habíamos avanzado casi sesenta kilómetros corriente arriba desde que el boche fuera arrebatado, y que durante ese tiempo habíamos visto literalmente a miles de esos habitantes del río, lo que indicaba que era muy improbable que se tratara del mismo plesiosaurio.

—Y de todas formas -concluyó-, sólo ha sido un plan del señor Olson para quedarse con todos los filetes.

Discutimos sobre el futuro y aventuramos opiniones sobre lo que nos aguardaba, pero sólo podíamos teorizar, pues ninguno de nosotros lo sabía. Si toda la tierra estaba infectada por estos y otros horribles monstruos, vivir aquí sería imposible, y decidimos que sólo exploraríamos lo suficiente para encontrar agua fresca y comida y fruta y luego rehacer nuestros pasos bajo los acantilados para regresar al mar abierto.

Y así nos volvimos a nuestros estrechos camastros, llenos de esperanza, felices y en paz con nosotros mismos, nuestras vidas y nuestro Dios, para despertarnos a la mañana siguiente descansados y todavía optimistas. No tuvimos problemas para continuar con nuestro camino… como descubrimos más tarde, porque los saurios no comenzaban a comer hasta bien entrada la mañana. De mediodía a medianoche su curva de actividad está en su cúspide, mientras que del amanecer hasta las nueve está en lo más bajo. De hecho, no vimos a ninguno todo el tiempo que estuvimos sumergidos, aunque hice que prepararan el cañón en cubierta y estuviéramos preparados contra cualquier ataque. Esperaba, aunque no estaba seguro del todo, que las balas pudieran desanimarlos. Los árboles estaban llenos de monos y de todo tipo y tamaño, y una vez nos pareció ver a una criatura parecida a un hombre observándonos desde la profundidad del bosque.

Poco después de continuar nuestro rumbo río arriba, vimos la desembocadura de otro río más pequeño que llegaba desde el sur, es decir, desde nuestra derecha. Y casi inmediatamente nos encontramos con una pequeña isla de unos ocho o nueve kilómetros de longitud; y a unos ochenta kilómetros había un río aún más grande que el anterior que llegaba desde el noroeste, pues el curso de la corriente principal había cambiado ahora a noreste suroeste. El agua estaba bastante libre de reptiles, y la vegetación en las orillas se había convertido en un bosque más despejado, como un parque, con eucaliptos y acacias mezclados con abetos dispersos, como si dos periodos distintos de eras geológicas se hubieran solapado y mezclado. La hierba, también, era menos florida, aunque había aún zonas preciosas moteando el césped; también la fauna era menos multitudinaria.

Diez o doce kilómetros más adelante, el río se ensanchó considerablemente; ante nosotros se abrió una expansión de agua que se extendía hasta el horizonte, y nos encontramos navegando por un mar interior tan grande que sólo una línea de costa era visible. Las aguas a nuestro alrededor rebosaban de vida. Seguía habiendo pocos reptiles, pero había peces a millares, a millones.

El agua del mar interior era muy cálida, casi caliente, y la atmósfera era calurosa y cargada. Parecía extraño que más allá de las murallas de Caprona flotaran icebergs y el viento del sur mordiera con fuerza, pues sólo una gentil brisa se movía sobre la superficie de estas aguas, y que hubiera humedad y calor. Gradualmente, comenzamos a despojarnos de nuestras ropas, conservando sólo la suficiente por decoro; pero el sol no era caliente. Era más parecido al calor de una sala de máquinas que al de un horno.

Bordeamos la costa del lago en dirección noroeste, sondeando todo el tiempo. El lago era profundo y el fondo era rocoso y en empinada pendiente hacia el centro, y una vez, cuando nos apartamos de la costa para seguir sondeando no pudimos encontrar fondo. En espacios abiertos a lo largo del la costa atisbamos de vez en cuando los lejanos acantilados, que aquí parecían sólo un poco menos impresionantes que los que asomaban al mar. Mi teoría es que en una era lejana Caprona fue una enorme montaña, quizás la acción volcánica más grande del mundo voló toda la cima, lanzó cientos de metros de montaña hacia arriba y la desgajó del continente, dejando un gran cráter; y luego, posiblemente, el continente se hundió como se sabe que sucedió con los antiguos continentes, dejando sólo la cima de Caprona sobre el mar. Las murallas circundantes, el lago central, los manantiales calientes que suministraban agua al lago, todo apuntaba hacia esa conclusión, y la fauna y la flora mostraban pruebas indiscutibles de que Caprona fue una vez parte de una gran masa de tierra.

Mientras bordeábamos la costa, el paisaje continuó siendo más o menos un bosque abierto, salpicado aquí y allá por una pequeña llanura donde vimos animales pastando. Con el catalejo pude distinguir una especie de gran ciervo rojo, algunos antílopes y lo que parecía ser una especie de caballo; y una vez vi una forma abultada que podría haber sido un monstruoso bisonte. ¡Aquí había caza en abundancia! Parecía haber poco peligro de morir de hambre en Caprona. La caza, sin embargo, parecía alerta, pues en el instante en que los animales nos descubrieron, alzaron la cabeza y las colas y salieron huyendo, y los que estaban más lejos siguieron el ejemplo de los otros hasta que todos se perdieron en los laberintos del distante bosque. Sólo el gran buey peludo permaneció en su terreno. Con la cabeza gacha nos observó hasta que pasamos de largo, y entonces continuó pastando.

A unos treinta y cinco kilómetros costa arriba de la desembocadura del río encontramos bajos acantilados de piedra caliza, evidencia rota y torturada del gran cataclismo que había anclado a Caprona en el pasado, entremezclando las formaciones rocosas de épocas ampliamente separadas, fundiendo algunas y dejando otras intactas.

Continuamos avanzando junto a ellas durante unos quince kilómetros, y llegamos a una amplia hendidura que conducía a lo que parecía ser otro lago. Como íbamos en busca de agua pura, no deseábamos pasar por alto ninguna porción de la costa, así que después de sondear y hallar que teníamos profundidad de sobra, introduje el U-33 entre las masas de tierra hasta llegar a una bahía hermosa, con buena agua a pocos metros de la orilla. Mientras navegábamos lentamente, dos de los boches volvieron a ver lo que creyeron un hombre, o una criatura parecida a un hombre, observándonos desde un bosquecillo situado a un centenar de metros tierra adentro, y poco después descubrimos la desembocadura de un pequeño arroyo que se vaciaba en la bahía. Era el primer arroyo que encontrábamos desde que dejamos el río, y de inmediato inicié los preparativos para probar su agua. Para desembarcar, sería necesario acercar al U- 33 a la orilla, tanto como fuera posible, pues incluso estas aguas estaban infestadas, aunque no demasiado, por salvajes reptiles. Ordené que en los tanques entrara la suficiente agua para sumergirnos un palmo, y luego dirigí lentamente la proa hacia la orilla, confiando en que si encallábamos tendríamos todavía potencia suficiente en los motores para liberarnos cuando el agua se vaciara de los tanques; pero la proa se abrió paso suavemente entre los cañaverales y tocó la orilla con la quilla despejada.

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