La tierra olvidada por el tiempo (9 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

BOOK: La tierra olvidada por el tiempo
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Mis hombres iban ahora armados con rifles y pistolas, cada uno con munición abundante. Ordené que uno de los alemanes desembarcara con una cuerda, y a dos de mis propios hombres para vigilarlo, pues por lo poco que habíamos visto de Caprona, o Caspak como aprendimos más tarde a llamar al interior, advertimos que en cualquier instante algún nuevo y terrible peligro podría acecharnos. Amarraron la cuerda a un arbolito, y al mismo tiempo eché el ancla.

En cuanto el boche y sus guardias volvieron a bordo, llamé a todo el mundo a cubierta, incluyendo a von Schoenvorts, y allí les expliqué que había llegado el momento de que llegáramos a algún tipo de acuerdo que nos aliviara de la molestia y la incomodidad de vernos divididos en dos grupos antagónicos: prisioneros y captores. Les dije que era obvio que nuestra misma existencia dependía de nuestra unidad de acción, que para todo propósito íbamos a entrar en un nuevo mundo tan lejano de las ideas y las causas de nuestro mundo como si millones de kilómetros de espacio y eones de tiempo nos separaran de nuestras vidas y costumbres pasadas.

—No hay ningún motivo para que traigamos nuestros odios raciales y políticos a Caprona -insistí-. Los alemanes entre nosotros podrían matar a todos los ingleses, o los ingleses podrían matar hasta el último alemán, sin que afectara en lo más mínimo el resultado de la escaramuza más pequeña que pudiera tener lugar en el frente occidental o en la opinión de un solo individuo en cualquier país beligerante o neutral. Por tanto, les planteo el tema a las claras: ¿Enterramos nuestras animosidades y trabajamos juntos mientras permanezcamos en Caprona, o continuamos divididos y la mitad de nosotros armados, posiblemente hasta que la muerte reclame al último de nosotros? Y déjenme decirles, si no se han dado cuenta todavía, que las probabilidades de que alguno de nosotros vuelva a ver el mundo exterior otra vez son de mil a uno. Ahora estamos a salvo en cuestión de comida y agua; podríamos aprovisionar el U-33 para un largo crucero: pero prácticamente nos hemos quedado sin combustible, y sin combustible no podemos esperar llegar al océano, y sólo un submarino puede pasar a través de la barrera de acantilados. ¿Cuál es su respuesta?

Me volví hacia von Schoenvorts.

Él me miró de esa manera desagradable suya y exigió saber, por si aceptaban mi sugerencia, cuál sería su estatus si llegábamos a encontrar un modo de escapar con el U-33. Repliqué que consideraba que si todos habíamos trabajado lealmente juntos deberíamos dejar Caprona en pie de igualdad, y para ese fin sugerí que si la remota posibilidad de nuestro escape en submarino se convertía en realidad, deberíamos dirigirnos inmediatamente hacia el puerto neutral más cercano y ponernos en manos de las autoridades, y que probablemente seríamos internados durante la duración de la guerra. Para mi sorpresa, él accedió considerando que era lo justo y me dijo que aceptarían mis condiciones y que podía contar con su lealtad a la causa común.

Le di las gracias y luego me dirigí individualmente a cada uno de sus hombres, y cada uno de ellos me dio su palabra de que cumpliría todo lo que yo había esbozado. Quedó entendido que íbamos a actuar como una organización militar bajo reglas y disciplina militares… yo como comandante, con Bradley como mi primer teniente y Olson como mi segundo, al mando de los ingleses; mientras que von Schoenvorts actuaría como segundo teniente adicional y se haría cargo de sus propios hombres. Los cuatro constituiríamos un tribunal militar bajo el cual los hombres serían juzgados y castigados por las infracciones de las reglas militares y la disciplina, incluso hasta la pena de muerte.

Entonces hice que entregaran armas y municiones a los alemanes, y tras dejar a Bradley y a cinco hombres para proteger el U-33, bajamos a tierra. Lo primero que hicimos fue probar el agua del pequeño arroyo… y para nuestra delicia descubrimos que era dulce, pura y fría. Este arroyo estaba completamente libre de reptiles peligrosos porque, como descubrí más tarde, quedaban inmediatamente aletargados cuando se sometían a temperaturas inferiores a los 70 grados Farenheit. Rechazaban el agua fría y se mantenían lo más apartados de ella posible. Había incontables arroyuelos aquí, y agujeros profundos que nos invitaban a bañarnos, y a lo largo de la orilla había árboles parecidos a fresnos y hayas y robles, sus características evidentemente inducidas por la temperatura inferior del aire sobre el agua fría y por el hecho de que sus raíces fueran regadas por el agua del arroyo en vez de por los cálidos manantiales que después encontramos con tanta abundancia en todas partes.

Nuestra primera preocupación fue llenar los tanques del U-33 con agua fresca, y tras hacerlo, nos dispusimos a cazar y explorar el terreno. Olson, von Schoenvorts, dos ingleses y dos alemanes me acompañaron, dejando a diez hombres para proteger el barco y a la muchacha. Yo pretendía dejar también a Nobs, pero se escapó y se nos unió y me alegré tanto que no tuve valor para hacerlo regresar.

Seguimos el arroyo corriente arriba a través de un paisaje maravilloso durante unos siete kilómetros, y encontramos su fuente en un claro salpicado de peñascos. De entre las rocas borboteaban veinte manantiales de agua helada. Al norte del claro se alzaban acantilados de piedra caliza hasta unos quince o veinte metros, con altos árboles creciendo en su base y casi ocultándolos de nuestra visión. Al oeste el paisaje era plano y apenas poblado, y fue aquí donde vimos nuestra primera presa: un gran ciervo rojo. Pastaba de espaldas a nosotros y no nos había visto cuando uno de mis hombres me lo señaló. Tras indicar que guardáramos silencio y que el resto de la partida se ocultara, me arrastré hacia la presa, acompañado solamente por Whitely.

Nos acercamos a un centenar de metros del ciervo cuando de pronto el animal alzó la cabeza y erizó sus grandes orejas. Ambos disparamos al mismo tiempo y tuvimos la satisfacción de verlo caer; entonces corrimos para rematarlo con nuestros cuchillos. El ciervo yacía en un pequeño espacio abierto cerca de un manojo de acacias, y nos encontrábamos ya a varios metros de nuestra presa cuando ambos nos detuvimos súbita y simultáneamente.

Whitely me miró, y yo miré a Whitely, y entonces ambos miramos en dirección al ciervo.

—¡Cielos! -dijo él-. ¿Qué es eso, señor?

—Me parece, Whitely, un error -contesté-. Un ayudante de dios que ha estado creando elefantes que debe haber sido transferido temporalmente al departamento de lagartos.

—No diga eso, señor -dijo Whitely-, parece una blasfemia.

—Más blasfema es esa cosa que está robando nuestra carne -repliqué, pues fuera lo que fuese la criatura, había saltado sobre nuestro ciervo y lo devoraba con grandes bocados que tragaba sin masticar.

La criatura parecía ser un gran lagarto de al menos tres metros de alto, con una enorme y poderosa cola tan larga como su torso, poderosos cuartos traseros y patas delanteras cortas. Cuando salió del bosque, saltó como si fuera un canguro, usando sus patas traseras y cola para impulsarse, y cuando permanecía erecto, se apoyaba en la cola. Su cabeza era larga y gruesa, con un hocico chato, y la abertura de la mandíbula se extendía hasta un punto detrás de los ojos, y las fauces estaban armadas con largos dientes afilados. El cuerpo escamoso estaba cubierto de manchas negras y amarillas de un palmo de diámetro, irregulares en su contorno. Estaban enmarcadas en un círculo rojo de una pulgada de ancho. La parte inferior del pecho, el cuerpo y la cola eran de un blanco verdoso.

—¿Y si nos cargamos al bicho, señor? -sugirió Whitely.

Le dije que esperase a que diera la orden. Entonces dispararíamos simultáneamente, él al corazón y yo a la columna.

—Al corazón, señor… sí, señor -replicó él, y se llevó el arma al hombro.

Nuestros disparos resonaron a la par. La criatura alzó la cabeza y miró en derredor hasta que sus ojos se posaron en nosotros; entonces dio rienda a un siseo espeluznante que se alzó hasta el
crescendo
de un alarido terrible y nos atacó.

—¡Atrás, Whitely! -grité mientras me daba la vuelta para echar a correr.

Estábamos a medio kilómetro del resto de nuestra partida, y a plena vista de ellos, que nos esperaban tendidos entre la hierba. Que vieron todo lo que había sucedido quedó demostrado por el hecho de que se levantaron y corrieron hacia nosotros, y a su cabeza saltaba Nobs.

La criatura que nos perseguía nos ganaba rápidamente terreno. Nobs pasó junto a mí como un meteoro y corrió directo hacia el temible reptil. Traté de llamarlo, pero no me prestó atención, y como no podía soportar la idea de que se sacrificara, también yo me detuve y me enfrenté al monstruo.

La criatura pareció más impresionada con Nobs que con ninguno de nosotros y nuestras armas de fuego, pues se detuvo mientras el perro lo atacaba gruñendo, y le lanzó una poderosa dentellada.

Pero Nobs se movía como un relámpago comparado con la lenta bestia y esquivó con facilidad los ataques de su oponente. Entonces corrió hasta detrás de la horrible bestia y la agarró por la cola. Allí Nobs cometió el error de su vida. Dentro de aquel órgano moteado había los músculos de un titán, la fuerza de una docena de poderosas catapultas, y el propietario de la cola era plenamente consciente de las posibilidades que contenía. Con una simple sacudida de la punta envió al pobre Nobs por los aires, directo al bosquecillo de acacias de donde la bestia había surgido para apoderarse de nuestra presa… Y entonces la grotesca criatura se desplomó sin vida en el suelo.

Olson y von Schoenvorts llegaron un minuto más tarde con sus hombres. Entonces todos nos acercamos con cautela a la forma tendida. La criatura estaba muerta, y un examen más atento reveló que la bala de Whitely le había atravesado el corazón, y la mía había roto la espina dorsal.

—¿Pero por qué no murió instantáneamente? -exclamé.

—Porque -dijo von Schoenvorts de modo desagradable-, la bestia es tan grande, y su organización nerviosa de un calibre tan bajo, que tardó su tiempo en que la inteligencia de la muerte llegara y se marcara en el diminuto cerebro. La cosa estaba muerta cuando sus balas la alcanzaron, pero no lo supo durante varios segundos… posiblemente un minuto. Si no me equivoco, es un Allosaurus del Jurásico Superior. Se han encontrado restos similares en Wyoming Central, en la periferia de Nueva York.

Un irlandés llamado Brady hizo una mueca. Más tarde me enteré que había servido tres años en la división de tráfico de la policía de Chicago.

Estuve llamando a Nobs mientras tanto y me disponía a ir a buscarlo, temeroso, lo reconozco, de encontrarlo lisiado y muerto entre los árboles del bosquecillo de acacias, cuando de repente emergió de entre los troncos, las orejas planas, el rabo entre las piernas y el cuerpo convertido en una ese suplicante. Estaba ileso a excepción de unas cuantas magulladuras menores; pero era el perro más abatido que he visto jamás.

Recogimos lo que quedaba de ciervo rojo después de despellejarlo y lavarlo, y nos dispusimos a regresar al submarino. Por el camino, Olson, von Schoenvorts y yo discutimos sobre las necesidades de nuestro futuro inmediato, y consideramos por unanimidad que teníamos que emplazar un campamento permanente en tierra. El interior de un submarino es el sitio más incómodo y deprimente que se pueda imaginar, y con este clima cálido, y en aguas calientes, era casi insoportable. Así que decidimos construir un campamento con su correspondiente empalizada.

Capítulo VI

M
ientras regresábamos lentamente al barco, planeando y discutiendo sobre esto, nos sorprendió de pronto una detonación fuerte e inconfundible.

—¡Un proyectil del U-33! -exclamó von Schoenvorts.

—¿De qué puede tratarse? -inquirió Olson.

—Están en problemas -respondí por todos-, y tenemos que ayudarlos. Soltad ese cadáver -dije a los hombres que llevaban la carne-, ¡y seguidme!

Eché a correr en dirección a la bahía.

Corrimos durante casi un kilómetro sin oír nada más, y entonces reduje el ritmo, ya que el ejercicio nos estaba pasando factura, pues habíamos pasado demasiado tiempo confinados en el interior del U-33. Jadeando y resoplando, continuamos nuestro camino hasta que, a poco más de un kilómetro de la bahía, nos encontramos con algo que nos hizo detenernos. Atravesábamos una barrera de árboles, habitual en esta parte del país, cuando de repente emergimos a un espacio abierto en el centro del cual había una banda que habría hecho detenerse al más valiente. Eran unos quinientos individuos que representaban varias especies relacionadas con el hombre. Había simios antropoides y gorilas; a estos no tuve ninguna dificultad para reconocerlos. Pero también había otras formas que nunca había visto antes, y me resultó difícil distinguir si eran mono u hombre. Algunos de ellos se parecían al cadáver que habíamos encontrado en la estrecha playa, junto a la muralla de acantilados de Caprona, mientras que otros eran de un tipo todavía más inferior, más parecido a los monos, pero otros eran sorprendentemente parecidos a los hombres, y caminaban erectos, menos peludos y con cabezas mejor formadas.

Había uno entre ellos, evidentemente el líder, que se parecía al llamado hombre de Neanderthal de La Chapelle-aux -Saints. Tenía el mismo tronco corto y fornido sobre el que descansaba una enorme cabeza habitualmente inclinada hacia adelante en la misma curvatura que la espalda, los brazos más cortos que las piernas, y las piernas considerablemente más cortas que las del hombre moderno, las rodillas dobladas hacia adelante y nunca rectas.

Esta criatura, junto a una o dos más que parecían de un orden inferior a él, aunque más alto que los monos, llevaban gruesos palos: los otros iban armados con músculos gigantescos y poderosos colmillos, las armas de la naturaleza. Todos eran machos, y todos iban completamente desnudos. No había entre ellos el menor signo de adorno.

Al vernos, se volvieron mostrando los colmillos y gruñendo. No quise dispararles hasta que fuera estrictamente necesario, así que empecé a dirigir a mi grupo para evitarlos dando un rodeo; pero en el momento en que el hombre de Neanderthal adivinó mi intención, evidentemente la atribuyó a cobardía por nuestra parte, y con un salvaje alarido saltó hacia nosotros, agitando su maza por encima de la cabeza. Los otros lo siguieron, y en un minuto nos habrían vencido. Di la orden de disparar, y a la primera descarga cayeron seis, incluyendo el hombre de Neanderthal. Los otros vacilaron un momento y luego corrieron hacia los árboles, algunos a ciegas entre las ramas, mientras que otros se nos perdieron entre la maleza. Von Schoenvorts y yo advertimos que al menos dos de las criaturas más altas, las parecidas a los hombres, se refugiaban en los árboles con la misma facilidad que los simios, mientras que otros que se parecían en porte y contorno buscaban la seguridad en el suelo, junto a los gorilas.

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