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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

La tierra olvidada por el tiempo (11 page)

BOOK: La tierra olvidada por el tiempo
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«Nuestro viaje de regreso ocupó dos días y estuvo lleno de aventuras, como de costumbre. Todos nos estamos acostumbrando a la aventura. Está empezando a calarnos. No sufrimos ninguna baja y no hubo enfermedades».

Tuve que sonreír al leer el informe de Bradley. En aquellos cuatro días había vivido sin duda más aventuras que un cazador africano en toda su vida, y sin embargo lo resumía todo en unas pocas líneas. Sí, nos estamos acostumbrando a la aventura. No pasa un sólo día sin que ninguno de nosotros tenga que enfrentarse a la muerte al menos una vez. Ahm nos enseñó unas cuantas cosas que han resultado provechosas y nos han ahorrado mucha munición, que empleamos para conseguir comida o como último recurso de autoconservación. Ahora, cuando nos atacan los grandes reptiles voladores corremos a ocultamos bajo los árboles; cuando los carnívoros terrestres nos amenazan, nos subimos a los árboles, y hemos aprendido a no disparar a los dinosaurios a menos que podamos quitarnos de en medio durante al menos dos minutos después de alcanzarlos en el cerebro o la espina dorsal, o cinco minutos después de perforarles el corazón: ese tiempo tardan en morir. Alcanzarlos en cualquier otra parte es peor que inútil, pues no parecen advertirlo, y hemos descubierto que ese tipo de disparos no los matan ni los hieren.

* * *

7 de septiembre de 1916. Han pasado muchas cosas desde la última vez que escribí. Bradley ha vuelto a salir con una expedición para explorar los acantilados. Espera estar fuera unas cuantas semanas y continuar su camino en busca de un punto donde los acantilados puedan ser escalados. Se llevó consigo a Sinclair, Brady, James y Tippet. Ahm ha desaparecido. Se marchó hace tres días. Pero lo más sorprendente que tengo que registrar es que von Schoenvorts y Olson, mientras cazaban el otro día, descubrieron petróleo a unos veinte kilómetros al norte de nosotros, más allá de los acantilados de piedra caliza. Olson dice que hay un gran surtidor de petróleo, y von Schoenvorts está haciendo preparativos para refinarlo. Si tiene éxito, tendremos los medios para dejar Caspak y regresar a nuestro mundo. Apenas puedo creer que sea verdad. Nos sentimos en el séptimo cielo. Ruego a Dios para que no nos decepcionemos luego.

He intentado en varias ocasiones abordar el tema de mi amor por Lys. Pero ella no quiere escucharme.

Capítulo VII

8 de octubre de 1916.

E
sta es la última entrada que haré en mi manuscrito. Cuando acabe, se habrá terminado. Aunque rezo para que llegue a hombres civilizados, el sentido me dice que nunca será leído por otros ojos que no sean los míos, y que aunque así fuera, sería demasiado tarde para que me sirviera de algo. Estoy solo en lo alto del gran acantilado, contemplando el ancho Pacífico. Un gélido viento del sur me cala hasta los huesos, mientras que debajo puedo ver el follaje tropical de Caspak a un lado y enormes icebergs de la cercana Antártida al otro. Cuando termine meteré el manuscrito doblado en el termo que llevo para ese propósito desde que salí del fuerte (Fuerte Dinosaurio, lo llamamos) y lo lanzaré al Pacífico desde lo alto del acantilado. No sé qué corrientes abrazan las costas de Caprona, ni puedo imaginar adonde llegará mi botella, pero he hecho todo lo que cualquier hombre mortal puede hacer para informar al mundo de mi paradero y de los peligros que amenazan a aquellos que todavía permanecemos vivos en Caspak… si es que quedan otros aparte de mí.

El 8 de septiembre aproximadamente acompañé a Olson y von Schoenvorts al geiser de petróleo. Lys vino con nosotros, y llevamos varias cosas que von Schoenvorts necesitaba para erigir una burda refinería. Recorrimos costa arriba unos quince o veinte kilómetros en el U-33, tratando de desembarcar cerca de la desembocadura de un pequeño arroyo que vaciaba grandes cantidades de crudo al mar; me resulta difícil llamar a este gran lago por otro nombre. Entonces desembarcamos y caminamos tierra adentro unos siete kilómetros, donde nos encontramos con una pequeña laguna enteramente llena de petróleo, en cuyo centro brotaba un geiser.

En las orillas del lago ayudamos a von Schoenvorts a construir su primitiva refinería. Trabajamos con él durante dos días hasta que consiguió poner las cosas en marcha, y luego regresamos a Fuerte Dinosaurio, ya que temía que Bradley pudiera regresar y se preocupara por nuestra ausencia. El U-33 simplemente desembarcó a los que íbamos a regresar al fuerte y luego regresó hacia el pozo de petróleo. Olson, Whitely, Wilson, la señorita La Rué y yo mismo desembarcamos, mientras que von Schoenvorts y sus alemanes regresaban para refinar el crudo. Al día siguiente Plesser y otros dos alemanes vinieron a por munición. Plesser dijo que los habían atacado hombres salvajes y que habían gastado gran cantidad de balas. También pidió permiso para llevarse carne seca y maíz, diciendo que estaban tan ocupados con el trabajo de refinado que no tenían tiempo para cazar. Permití que se llevara todo lo que quiso, y no sospeché de sus intenciones. Regresaron al pozo de petróleo el mismo día, mientras nosotros continuábamos con las diversas rutinas de la vida en el campamento.

Durante tres días no sucedió nada digno de mención. Bradley no regresó; tampoco tuvimos noticias de von Schoenvorts. Por la noche Lys y yo subimos a una de las torres de observación y escuchamos la sombría y terrible vida nocturna de las temibles eras del pasado. Una vez un dientes de sable rugió casi debajo de nosotros, y la muchacha se apretujó contra mí. Mientras sentía su cuerpo contra el mío, todo el amor acumulado de estos tres largos meses rompió las cadenas de la timidez y la corrección, y la envolví en mis brazos y cubrí su cara y labios de besos. Ella no intentó soltarse, sino que rodeó mi cuello con sus brazos y acercó mi cara aún más a la suya.

—¿Me amas, Lys? -pregunté. Sentí que asentía con la cabeza, un gesto afirmativo contra mi pecho-. Dímelo, Lys -supliqué-, dime con palabras cuánto me amas.

La respuesta fue en voz baja, dulce y tierna:

—Te amo más allá de todo lo imaginable.

Mi corazón se llenó entonces de embeleso, y se llena ahora igual que ha hecho las incontables veces que he recordado aquellas queridas palabras, y siempre lo hará hasta que la muerte me reclame. Puede que nunca vuelva a verla: puede que ella no sepa cuánto la amo… puede que se cuestione, puede que dude. Pero siempre verdadero y firme, y cálido con los fuegos del amor, mi corazón late por la muchacha que dijo aquella noche:

—Te amo más allá de todo lo imaginable.

Durante mucho tiempo permanecimos sentados en el pequeño banco construido para el centinela que aún no habíamos considerado necesario apostar más que en una de las cuatro torres. Aprendimos a conocernos mejor mutuamente en aquellas dos breves horas que en todos los meses que habían pasado desde que nos conocimos. Ella me dijo que me amó desde el principio, y que nunca había amado a von Schoenvorts, pues su compromiso había sido concertado por su tía debido a razones sociales.

Fue la noche más feliz de mi vida. No espero volver a vivir una experiencia como aquella, pero se terminó, igual que se termina la felicidad. Bajamos al complejo, y acompañé a Lys hasta la puerta de su habitación. Allí volvió a besarme y me dio las buenas noches, y entonces entró y cerró la puerta.

Me dirigí a mi propia habitación, y me senté a la luz de una de las burdas velas que habíamos hecho con la grasa de una de las bestias que habíamos matado, y reviví los acontecimientos de aquella noche. Por fin me acosté y me quedé dormido, soñando sueños felices y haciendo planes para el futuro, pues incluso en la salvaje Caspak estaba decidido a hacer feliz a mi amada.

Desperté cuando ya era de día. Wilson, que hacía las veces de cocinero, estaba ya levantado y enfrascado en su trabajo en la cocina. Los demás dormían, pero yo me levanté y seguido de Nobs bajé al arroyo a darme un chapuzón. Como era nuestra costumbre, iba armado con rifle y revólver, pero me desnudé y nadé sin ser molestado más que por una gran hiena, que suelen habitar las cuevas de los acantilados de piedra caliza al norte del campamento. Son enormes y terriblemente feroces. Imagino que se corresponden con la hiena de las cavernas de tiempos prehistóricos.

Este ejemplar atacó a Nobs, cuyas experiencias en Caprona le habían enseñado que la discreción es la mejor parte del valor, con el resultado de que acabó lanzándose de cabeza al arroyo junto a mí después de emitir una serie de feroces gruñidos que no tuvieron más efecto sobre la Hyaena spelaeus de lo que podría conseguir una dulce sonrisa contra un jabalí enfurecido. Al final abatí a la bestia, y Nobs se dio un festín mientras me vestía, pues se había acostumbrado a comer la carne cruda durante nuestras numerosas expediciones de caza, donde siempre le dábamos una porción de la presa.

Cuando regresamos, Whitely y Olson estaban levantados y vestidos, y todos nos sentamos a tomar un buen desayuno. No pude dejar de preguntarme por la ausencia de Lys de la mesa, pues siempre era una de las personas más madrugadoras del campamento. Así, a eso de las nueve, temiendo que se hallara indispuesta, me acerqué hasta su habitación y llamé a la puerta. No recibí ninguna respuesta, así que llamé con todas mis fuerzas. Entonces giré el pomo y entré, para descubrir que ella no estaba allí. Su cama había sido ocupada, y sus ropas yacían donde las había dejado la noche anterior al retirarse, pero Lys había desaparecido. Decir que me sentí lleno de terror sería expresarlo de una forma suave. Aunque sabía que no podía estar en el campamento, busqué en cada palmo del complejo y en todos los edificios, sin conseguir nada.

Fue Whitely quien descubrió la primera pista: una gran huella de aspecto humano en la tierra blanda junto al arroyo, e indicaciones de una pelea en el lodo.

Entonces encontré un diminuto pañuelo cerca de la muralla exterior. ¡Lys había sido secuestrada! Estaba bien claro. Algún horrible miembro de la tribu de hombres-mono había entrado en el fuerte y se la había llevado. Mientras contemplaba aturdido y horrorizado la temible evidencia que tenía delante, desde el gran lago llegó un sonido cada vez más fuerte que se fue convirtiendo en una especie de alarido. Todos alzamos la cabeza cuando el ruido pasó por encima de nosotros, y un momento más tarde se produjo una terrible explosión que nos lanzó al suelo.

Cuando nos pusimos en pie, vimos que una gran sección de la muralla oeste había quedado destruida. Fue Olson quien primero se recuperó lo suficiente para adivinar la explicación del fenómeno.

—¡Un proyectil! -exclamó-. Y no hay más proyectiles en Caspak que los que tenemos en el submarino. ¡Los sucios boches nos han traicionado! ¡Vamos!

Y agarró su rifle y echó a correr hacia el lago. Eran más de tres kilómetros, pero no nos detuvimos hasta que tuvimos la bahía a la vista, aunque no podíamos ver el lago a causa de los acantilados de piedra arenisca que se interponían. Corrimos lo más rápido que pudimos hasta el extremo inferior de la bahía, subimos los acantilados y por fin desde la cima vimos el lago completo. Muy lejos costa abajo, hacia el río por el cual habíamos llegado, vimos el contorno del U-33, vomitando humo negro por su chimenea.

¡Von Schoenvorts había conseguido refinar el petróleo! El mal nacido había roto su promesa y nos dejaba a nuestro destino. Incluso había bombardeado el fuerte como saludo de despedida. Nada podría haber sido más prusiano que esta marcha del barón Friedrich von Schoenvorts.

Olson, Whitely y yo nos quedamos mirándonos un momento. Parecía increíble que un hombre pudiera ser tan pérfido, que hubiéramos visto con nuestros propios ojos lo que acabábamos de ver. Pero cuando regresamos al fuerte, la muralla derruida nos dio pruebas suficientes de que no se había tratado de un error.

Entonces empezamos a especular sobre si había sido un hombre-mono o un prusiano quien había secuestrado a Lys. Por lo que sabíamos de von Schoenvorts, no habría sido sorprendente por su parte; pero las huellas junto al arroyo parecían una prueba irrefutable de que uno de los hombres subdesarrollados de Caprona había secuestrado a la mujer que yo amaba.

En cuanto me convencí a mí mismo de que ese era el caso, hice mis preparativos para seguirla y rescatarla. Olson, Whitely y Wilson quisieron acompañarme; pero yo les dije que eran necesarios aquí, ya que el grupo de Bradley seguía ausente y con la marcha de los alemanes era necesario conservar nuestras fuerzas en la medida de lo posible.

Capítulo VIII

F
ue una despedida triste. En silencio estreché la mano de cada uno de los tres hombres restantes. Incluso el pobre Nobs parecía abatido cuando dejamos el complejo e iniciamos la persecución del claro rastro dejado por el secuestrador. Ni una sola vez volví la mirada hacia Fuerte Dinosaurio. No lo he vuelto a ver desde entonces… ni es probable que vuelva a verlo jamás. La pista se dirigía hacia el noreste hasta que llegaba a la zona occidental de los acantilados de piedra arenisca al norte del fuerte; allí seguía un sendero bien definido que se dirigía al norte por un territorio que todavía no habíamos explorado.

Era un terreno hermoso y levemente ondulado, con amplias praderas donde pastaban incontables animales herbívoros: ciervos rojos, uros, y una amplia gama de antílopes y al menos tres especies distintas de caballo que oscilaban desde el tamaño de Nobs hasta un magnífico animal de catorce o dieciséis palmos de altura. Estas criaturas pastaban juntas en perfecta camaradería, y no mostraron ninguna indicación de terror cuando Nobs y yo nos acercamos. Se apartaron de nuestro camino y no nos quitaron los ojos de encima hasta que pasamos de largo; luego continuaron pastando.

El sendero atravesaba el claro hasta llegar a otro bosque, en cuya linde vi algo blanco. Parecía destacar en marcado contraste con sus inmediaciones, y cuando me detuve a examinarlo, descubrí que era una pequeña tira de muselina… parte del dobladillo de una ropa. De inmediato me sentí animado, pues sabía que era una señal dejada por Lys para indicar que había seguido por este camino: era un trocito del dobladillo de la ropa que usaba en vez del camisón que había perdido en el hundimiento del crucero. Tras llevarme a los labios el trocito de tela, avancé aún más rápido que antes, porque ahora sabía que seguía la pista correcta y que, hasta este punto al menos, Lys seguía con vida.

Hice más de treinta kilómetros ese día, pues ya estaba endurecido ante la fatiga y acostumbrado a largas caminatas, ya que pasaba mucho tiempo cazando y explorando en las inmediaciones del campamento. Una docena de veces ese día mi vida fue amenazada por temibles criaturas de la tierra o el cielo, aunque no pude dejar de advertir que cuanto más avanzaba hacia el norte, menos grandes dinosaurios había, aunque aún persistían en pequeño número. Por otro lado la cantidad de rumiantes y la variedad y frecuencia de animales herbívoros aumentaba. Cada kilómetro cuadrado de Caspak albergaba sus terrores.

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