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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

La tierra olvidada por el tiempo (12 page)

BOOK: La tierra olvidada por el tiempo
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A intervalos por el camino fui encontrando trozos de muselina, y a menudo me reconfortaban cuando de otro modo habría sentido dudas sobre qué camino tomar cuando dos se cruzaban o había desviaciones, como ocurrió en varios momentos. Y así, a medida que se acercaba la noche, llegué al extremo sur de una hilera de acantilados más altos de los que había visto antes, y al acercarme, me llegó el olor de madera quemada. ¿Qué podía suceder? Sólo era posible una solución: había hombres cerca, una orden superior a la que habíamos visto hasta ahora, diferente a la de Ahm, el hombre de Neanderthal. Me pregunté de nuevo, como había hecho tantas veces, si no habría sido Ahm quien secuestró a Lys.

Me acerqué cautelosamente al flanco de los acantilados, allá donde terminaban en un brusco tajo, como si una mano poderosa hubiera arrancado una gran sección de roca y la hubiera depositado sobre la superficie de la tierra. Ya estaba bastante oscuro, y mientras me arrastraba vi a cierta distancia un gran fuego en torno al cual había varias figuras… al parecer figuras humanas. Indiqué a Nobs que guardara silencio, cosa que hizo pues había aprendido muchas lecciones sobre el valor de la obediencia desde que llegamos a Caspak. Avancé, aprovechándome de toda cobertura que pude encontrar, hasta que detrás de unos matorrales pude ver claramente a las figuras congregadas en torno al fuego.

Eran humanas y no lo eran. Debería decir que estaban un poco más alto que Ahm en la escala evolutiva, ocupando posiblemente un lugar en la evolución entre lo que es el hombre de Neanderthal y lo que se conoce como raza de Grimaldi. Sus rasgos eran claramente negroides, aunque sus pieles eran blancas. Una considerable porción del torso y los miembros estaban cubiertos de pelo corto, y sus proporciones físicas eran en muchos aspectos simiescas, aunque no tanto como las de Ahm. Adoptaban una postura más erecta, aunque sus brazos eran considerablemente más largos que los del hombre de Neanderthal. Mientras los observaba, vi que poseían un lenguaje, que tenían conocimiento del fuego y que llevaban, además de un palo de madera como el de Ahm, algo que parecía una burda hacha de piedra. Evidentemente estaban muy abajo en la escala de la humanidad, pero eran un peldaño superior a los que había visto anteriormente en Caspak.

Pero lo que más me interesó fue la esbelta figura de una delicada muchacha, apenas vestida con un fragmento de muselina que apenas le cubría las rodillas… una muselina rota y rasgada por el borde inferior. Era Lys, y estaba viva y, por lo que pude ver, ilesa. Un enorme bruto de gruesos labios y mandíbula prominente se encontraba a su lado. Hablaba en voz alta y gesticulaba salvajemente. Yo estaba lo bastante cerca como para oír sus palabras, que eran similares al lenguaje de Ahm, aunque más completo, pues había muchas palabras que no podía entender. Sin embargo capté el sentido de lo que estaba diciendo: que él había encontrado y capturado a esta galu, que era suya y que desafiaba a cualquiera que cuestionase su derecho de posesión. Me pareció, como después he comprendido, que estaba siendo testigo de la más primitiva de las ceremonias de matrimonio. Los miembros reunidos de la tribu escuchaban sumidos en una especie de apatía indiferente, pues el que hablaba era con diferencia el más poderoso del clan.

No pareció haber nadie que disputara su reclamación cuando dijo, o más bien gritó con tono estentóreo:

—Soy Tsa. Ésta es mi ella. ¿Quién la desea más que Tsa?

—Yo -dije en el lenguaje de Ahm, y salí a la luz ante ellos. Lys dejó escapar un gritito de alegría y avanzó hacia mí, pero Tsa la agarró por el brazo y la hizo retroceder.

—¿Quién eres tú? -chilló Tsa-. ¡Yo mato! ¡Yo mato! ¡Yo mato!

—La ella es mía -repliqué-, y he venido a reclamarla. Yo mato si tú no la dejas venir conmigo.

Y alcé mi pistola a la altura de su corazón. Naturalmente la criatura no tenía ni idea de para qué servía el pequeño instrumento con el que le apuntaba. Con un sonido que era medio humano y medio gruñido de bestia salvaje, saltó hacia mí. Apunté a su corazón y disparé, y mientras caía de cabeza al suelo, los otros miembros de la tribu, aterrados por la detonación de la pistola, corrieron hacia los acantilados… mientras Lys, con los brazos extendidos, corría hacia mí.

Mientras la abrazaba, de la noche negra a nuestra espalda, y luego a nuestra derecha y después a nuestra izquierda se alzó una serie de terribles alaridos, aullidos, rugidos y gruñidos. Era la vida nocturna de este mundo selvático que recuperaba la vida, las enormes y carnívoras bestias nocturnas que volvían espantosas las noches de Caspak. Un sollozo estremeció la figura de Lys.

—¡Oh, Dios -gimió-, dame fuerzas para soportarlo!

Advertí que estaba a punto de un colapso nervioso, después de todo el horror y el miedo que debía haber pasado ese día, y traté de tranquilizarla y consolarla lo mejor que pude. Pero incluso para mí el futuro parecía aciago, ¿pues qué posibilidad de vivir teníamos contra los terribles cazadores de la noche que incluso ahora nos rondaban cada vez más cerca?

Me volví para ver qué había sido de la tribu, y a la irregular luz del fuego percibí que la cara del acantilado estaba llena de grandes agujeros hacia los que subían aquellas criaturas humanoides.

—Vamos -le dije a Lys-, tenemos que seguirlos. Aquí no duraremos ni media hora. Tenemos que encontrar una cueva.

Ya podíamos ver los brillantes ojos verdes de los hambrientos carnívoros. Agarré una rama de la hoguera y la lancé a la noche, y como respuesta oímos un coro de protestas salvajes y enfurecidas, pero los ojos desaparecieron durante un rato. Tras seleccionar una rama ardiente para cada uno de nosotros, avanzamos hacia los acantilados, donde fuimos recibidos por furiosas amenazas.

—Nos matarán -dijo Lys-. Será mejor que busquemos otro refugio.

—No nos matarán con tanta seguridad como esas otras criaturas de ahí fuera -repliqué-. Voy a buscar refugio en una de esas cavernas. Esos hombres-cosa no se saldrán con la suya.

Y continué avanzando en dirección a la base del acantilado.

Una gran criatura se alzaba en un saliente, blandiendo su hacha de piedra.

—Ven y te mataré y me quedaré con la ella -alardeó.

—Ya has visto lo que le pasó a Tsa cuando quiso quedarse con mi ella -repliqué en su propio lenguaje-. Es lo que te pasará a ti y a todos tus amigos si no nos permitís ir en paz entre vosotros para evitar los peligros de la noche.

—Id al norte -gritó él-. Id al norte entre los galus, y no nos haremos daño. Algún día nosotros seremos galus, pero ahora no lo somos. No pertenecéis a este lugar. Marchaos u os mataremos. La ella puede quedarse si tiene miedo, y la cuidaremos; pero el él tiene que marcharse.

—El él no se marchará -repliqué, y me acerqué aún más.

Salientes irregulares y estrechos formados por la naturaleza daban acceso a las cuevas superiores. Un hombre podría escalarlas si no encontraba problemas, pero hacerlo delante de una tribu beligerante de semihombres y con una muchacha a la que ayudar estaba más allá de mi capacidad.

—No te temo -gritó la criatura-. Estabas cerca de Tsa, pero yo estoy muy por encima de ti. No puedes dañarme como dañaste a Tsa. ¡Márchate!

Coloqué el pie en el saliente más bajo y empecé a subir, tras extender la mano y aupar a Lys a mi lado. Ya me sentía más seguro. Pronto estaríamos a salvo de las bestias que volvían a acercarse a nosotros. El hombre que teníamos encima alzó el hacha de piedra por encima de su cabeza y saltó rápidamente para recibirnos. Su posición sobre mí le proporcionaba una ventaja superior, o al menos eso pensó probablemente, pues nos atacó mostrando grandes signos de confianza. Odié hacerlo, pero parecía que no había otro modo, así que lo abatí de un disparo como había hecho con Tsa.

—Veis -le grité a sus amigos-, que puedo mataros dondequiera que estéis. Os puedo matar de lejos o de cerca. Dejadnos ir entre vosotros en paz. No os haré daño si no nos hacéis daño. Ocuparemos una cueva alta. ¡Hablad!

—Venid entonces -dijo uno-. Si no nos hacéis daño, podéis venir. Ocupad el agujero de Tsa, que es el que tenéis encima.

La criatura nos indicó la boca de una negra cueva, pero se mantuvo apartado mientras lo hacía, y Lys me siguió mientras me arrastraba para explorarla. Llevaba cerillas conmigo, y a la luz de una de ellas encontré una pequeña cueva con el techo plano y un suelo que seguía las hendiduras de los estratos. Piezas del techo se habían caído en alguna fecha lejana, como quedaba claro por el grado de la suciedad que las cubría. Incluso un examen superficial reveló el hecho de que no se había intentado nada para mejorar la habitabilidad de la caverna; ni, juzgué, se había limpiado jamás. Con considerable dificultad solté algunas de las piezas más grandes de roca rota que cubrían el suelo y las coloqué como barrera ante la puerta. Estaba demasiado oscuro para hacer nada más.

Le di entonces a Lys un poco de carne seca, y tras sentarnos junto a la entrada, cenamos como pudieron hacerlo nuestros antepasados en los albores de la edad del hombre, mientras debajo el diapasón de la noche salvaje se alzaba extraño y aterrador a nuestros oídos. A la luz de la gran hoguera que todavía ardía pudimos ver grandes formas acechantes, y al fondo incontables ojos encendidos.

Lys se estremeció, y la rodeé con mis brazos y la atraje hacia mí, y así permanecimos durante toda la noche. Ella me contó su secuestro y el temor que había sufrido, y juntos le dimos gracias a Dios porque había salido ilesa, porque el gran bruto no se había atrevido a detenerse por el camino infectado de peligros. Ella dijo que acababan de llegar a los acantilados cuando yo aparecí, pues en varias ocasiones su captor se había visto obligado a subir a los árboles con ella para escapar de las garras de algún león de las cavernas o algún tigre de dientes de sable, y dos veces se habían visto obligados a permanecer ocultos durante largo rato antes de que las bestias se retirasen.

Nobs, a base de muchos saltos y rodeos y de escapar un par de veces por los pelos de la muerte, había conseguido seguirnos a la cueva y estaba ahora acurrucado entre la puerta y yo, tras haber devorado un trozo de carne seca, que pareció saborear inmensamente. Fue el primero en quedarse dormido, pero imagino que debimos imitarlo pronto, pues ambos estábamos cansados. Yo había soltado el rifle y el cinturón con las municiones, aunque los tenía cerca, pero seguía teniendo la pistola en el regazo, bajo mi mano. Sin embargo, no nos molestaron durante la noche, y cuando desperté el sol brillaba en la distancia, sobre las copas de los árboles. La cabeza de Lys había caído hasta mi pecho, y mi brazo todavía la rodeaba.

Poco después, Lys despertó y por un momento pareció no poder comprender la situación. Me miró y entonces se giró y vio mi brazo que la rodeaba, y de pronto pareció advertir de repente lo exiguo de su vestimenta y se apartó, cubriéndose el rostro con las manos y ruborizándose furiosamente. La atraje hacia mí y la besé, y entonces ella me rodeó con sus brazos y lloró suavemente, en muda rendición a lo inevitable.

Una hora después la tribu empezó a despertar. Los observamos desde nuestro «apartamento», como lo llamaba Lys. Ni los hombres ni las mujeres llevaban ningún tipo de ropas u ornamentos, y todos parecían ser de la misma edad: no había bebés ni niños entre ellos. Esto fue, para nosotros, lo más extraño e inexplicable, pero nos recordó que aunque habíamos visto a muchas especies salvajes y menos desarrolladas en Caspak, nunca habíamos llegado a ver ancianos ni niños.

Después de un buen rato recelaron menos de nosotros y luego se mostraron amistosos a su manera brutal. Tiraban de nuestras ropas, que parecían interesarles, y examinaron mi rifle y mi pistola y el cinturón de municiones. Les mostré la botella térmica, y cuando serví un poco de agua, se quedaron encantados, pensando que era un manantial que llevaba conmigo… una fuente infalible de agua.

Advertimos una cosa más entre sus características: nunca reían ni sonreían. Y entonces recordamos que Ahm tampoco lo hacía. Les pregunté si conocían a Ahm, pero contestaron que no.

—Allá puede que lo conociéramos -dijo uno de ellos. E indicó con la cabeza el sur.

—¿Venís de allí? -pregunté. Él me miró sorprendido.

—Todos venimos de allí -dijo-. Después vamos allí.

Y esta vez indicó con la cabeza el norte.

—Para ser galus -concluyó.

Muchas veces habíamos oído esta referencia a convertirse en galus. Ahm lo había mencionado muchas veces. Lys y yo decidimos que era una especie de convicción religiosa, tan parte de ellos como el instinto de conservación, una aceptación primitiva de una vida posterior y más sagrada. Era una teoría brillante, pero completamente equivocada. Ahora lo sé, y lo lejos que estábamos de imaginar la maravillosa, la milagrosa, la gigantesca verdad de la que todavía sólo puedo hacer suposiciones… el detalle que aparta a Caspak del resto del mundo mucho más claramente que su aislada situación geográfica o su inexpugnable barrera de gigantescos acantilados. Si pudiera vivir para regresar a la civilización, tendría material para que religiosos y profanos debatieran durante años… y los evolucionistas también.

* * *

Después de desayunar los hombres salieron a cazar, mientras las mujeres se dirigieron a una gran charca de agua caliente cubierta de espuma verde y llena de millones de renacuajos. Avanzaron hasta un palmo de profundidad y se tumbaron en el lodo. Permanecieron allí durante una o dos horas y luego regresaron al acantilado. Mientras estuvimos con ellos, vimos que repetían este ritual cada mañana, pero cuando les preguntamos por qué lo hacían no obtuvimos ninguna respuesta inteligible. Lo único que repetían a modo de explicación era la palabra ata. Intentaron que Lys las acompañara y no pudieron entender por qué ella se negaba.

Después del primer día fui a cazar con los hombres, dejando a Lys con Nobs y la pistola, pero nunca tuvo que utilizarlos, pues ningún reptil ni bestia se acercaba a la charca mientras las mujeres estaban allí… ni, por lo que sabemos, en otras ocasiones. No había rastro de bestias salvajes en el suave lodo de las orillas, y desde luego el agua no parecía potable.

La tribu vivía principalmente a base de animales pequeños que abatían con sus hachas de piedra después de rodear a sus presas y obligarlas a acercarse a ellos. Los pequeños caballos y los antílopes existían en número suficiente para mantenerlos con vida, y también comían numerosas variedades de frutas y verduras. Nunca traían más comida que la suficiente para cubrir sus necesidades inmediatas, ¿pero por qué molestarse? El problema de la comida en Caspak no causa preocupación en sus habitantes.

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