Dos de los espejos que estaban cerca de los tronos se elevaron y giraron para encarar a Faetón y Dafne. Ambos mostraban la misma imagen: una especie de telaraña, la compleja geometría de arquitectura mental que estaba albergada en la mente de la
Fénix Exultante.
Faetón miró fascinado. No tenía la forma de ningún sofotec que Faetón hubiera visto. No tenía centro ni lógica fija, ni valores fundamentales. Todo estaba en movimiento, como un remolino.
¿Qué clase de mente es ésta?,
se preguntó.
¿Qué estoy viendo?
El diagrama del sistema mental de Nada parecía el vórtice de un remolino. En el centro —donde, en los sofotecs, iban los conceptos básicos, las reglas formales de lógica y las operaciones básicas de sistema— había un vacío. ¿Cómo operaba la máquina sin ningún concepto básico?
Había un flujo continuo de información en los brazos espirales que surgían del vacío central, y un movimiento centrípeto que mantenía las cadenas de pensamiento apuntadas en la misma dirección. Pero cada brazo de esa espiral, cada acto mental iniciado por la red giratoria, cada ramificación, tenía su propia jerarquía, sus propios objetivos. La energía se distribuía por la red mediante una realimentación del éxito: cada línea paralela de pensamiento juzgaba a sus vecinos de acuerdo con su propio sistema de valores, e intercambiaba grupos de datos y tiempo de prioridad según sus propias necesidades. Por ende, cada línea de pensamiento era conducida, como por una mano invisible, hacia los objetivos generales de todo el sistema. Sin embargo, estos objetivos no estaban inscritos en el sistema mismo. Eran tácitos. Estaban implícitos en la arquitectura del sistema, escritos en el medio, no en el mensaje.
Era una vorágine de pensamiento, sin núcleo ni corazón. Y, como era de esperar, había oscuridad. Faetón veía muchos puntos ciegos, muchos sectores de los que la máquina Nada no era consciente. Donde dos líneas de pensamiento de la red no concordaban, o divergían, aparecía una astilla de oscuridad, pues esos lugares perdían prioridad. Pero donde los pensamientos concordaban, donde se ayudaban mutuamente, o cooperaban, nacían redes adicionales, se intercambiaba energía, se aceleraba el tiempo de prioridad, crecía la luz. La máquina Nada era crucialmente consciente de cualquier área donde convergieran muchas líneas de pensamiento.
Faetón no podía creer lo que veía. Era como consciencia sin pensamiento, vida sin vida, una superinteligencia frenéticamente activa sin núcleo. Se inclinó hacia el espejo, fascinado, y tocó la superficie con el guantelete, como deseando que el sentido del tacto confirmara esa imagen imposible.
La voz de Dafne irrumpió en sus pensamientos.
—¡Oye, ingeniero! Dime cómo hace esta cosa para funcionar sin valores fijos. No hay números de línea en ninguna parte, ninguna dirección. ¿Cómo hace cualquier cosa para navegar por el sistema, sin objetivos? ¿Cómo construye un modelo de la realidad sin una lógica central? Aun las amebas tienen una lógica central. ¿Cómo...? ¿Como existe en un universo racional?
Había cierto temor en la voz de Dafne.
—Tiene que haber un error —murmuró Faetón—. Debo de haber omitido alguna premisa. ¿Qué pasé por alto...?
Dafne alzó los ojos y le gritó a la máscara empenachada del señor silente:
—¡Esto es una mentira! ¡Ninguna mente puede estar configurada de este modo! ¡Lo que se ve en pantalla es sólo una imagen sin sentido! ¡Estás falsificando la lectura!
Le respondió un caracoleo de música irónica, un cascabeleo de campanas distantes.
—Convenceos. Realizad pruebas. Mis pensamientos están expuestos para que los examinéis. Leedlos.
Dafne se volvió a Faetón con un relampagueo en los ojos.
—¡Esa maldita cosa puede fabricar la imagen de un señor de la Segunda Ecumene que se planta ante nosotros con una orquesta sinfónica en la axila! ¿Qué te hace pensar que no puede dibujar un remolino de líneas en un espejo?
—Puedo verlo —dijo Faetón con voz abatida—. Los monitores de mi armadura confirman la actividad de la mente de la nave. Concuerdan. Puedo detectar las pulsaciones que se desplazan de caja en caja. Puedo ver los circuitos que se abren y se cierran. Si la máquina Nada puede falsificar las lecturas dentro de mi armadura, ¿para qué se molestaría en persuadirme de abrirla?
—¡Es imposible! —exclamó Dafne—. ¡La mente no puede crear un modelo estable de la realidad a menos que tenga un sistema estable para crear modelos! Una mente debe entender las leyes de la lógica para comprender la realidad circundante, porque la realidad es lógica, ¿verdad? ¿Verdad? Y esas reglas tienen que estar inscritas en el nivel más alto de la arquitectura central porque se necesitan para entender las demás reglas. —Alzó las manos airadamente—. Esta cosa nos está engañando. La arquitectura central está escondida, o el maldito corrector de conciencia la está ocultando, o Nada no se ha descargado entera en la mente de la nave. ¡Algo pasa!
—No veo ningún indicio de que el virus tábano haya surtido algún efecto —dijo Faetón, desconcertado.
—Ha rechazado la carga. Pero tienes
razón.
Aquí hay puntos ciegos. Miles de ellos. Puedo cargarlo en algunos lugares que él no puede ver.
La máscara de plata emitió varias notas oscilantes.
—¿Cómo lo conseguirás, si yo estoy aquí, observándote? —preguntó delicadamente.
Dafne frunció el ceño.
—Lo verás, pero no vas a creerlo. No puedes ver tus propios puntos ciegos.
—Ni vosotros podéis ver los vuestros. Sois vosotros quienes os asombráis de lo que veis, no yo. Basándonos en esto, ¿cuál de nosotros. Faetón o yo, crees que ha sido fundamentalmente engañado?
En ese momento la varilla onírica de Dafne tenía forma de pistola de duelo, y ella la desenfundó. La apuntó al pequeño espejo en que Faetón había invocado las cuatro líneas del código del virus tábano, y las grabó con la varilla. Luego apuntó la pistola, con ambas manos, hacia el gran espejo donde la imagen de la estructura mental de la máquina Nada giraba como un remolino voraz, reluciendo como mil telarañas retorcidas. Buscaba una línea oscura de baja prioridad, pero las líneas de la red seguían moviéndose, girando, cambiando. La oscuridad aparecía y desaparecía en lugares distantes, a tontas y a locas.
Cuando apretó el gatillo, el virus se recargó en la mente de la nave, en la línea y dirección indicadas en el espejo con su varilla onírica.
La línea afectada cobró brillo y se desplazó hacia el centro vacío del remolino de pensamientos, estableciéndose como pensamiento central y prioritario, una pregunta que no se podía ignorar. Hubo un rápido intercambio de paquetes de información con otras líneas de pensamiento, una andanada de preguntas y respuestas. Luego, satisfechas, las otras líneas se apartaron de esta línea central, retirando su tiempo y atención. La línea central, ignorada, cayó en una prioridad baja, se oscureció y fue olvidada. El núcleo de Nada siguió en blanco.
Evidentemente, Nada tenía respuestas satisfactorias para si misma a las preguntas que el tábano había hecho acerca de su moralidad y supuestos básicos. Y Dafne no había visto interrupciones, ninguna oscuridad organizada, que hubiera significado la aparición de un corrector de conciencia.
¿No había corrector de conciencia? ¿Era posible que esta máquina fuera deliberadamente ilógica, racionalmente irracional?
Dafne no lo creía. Alzó la pistola y disparó una y otra vez contra el espejo, tratando de acertar en el elusivo caos de tinieblas que rodeaba la imagen rotativa.
No daba resultado.
Faetón, con la mano en el espejo, como si escrutara las honduras de una vorágine sin fondo, susurró:
—¿Qué di por sentado? ¿Dónde está el error?
Su propio rostro apareció en el espejo, con los dedos tocando los suyos. La vorágine de la arquitectura mental de Nada todavía estaba detrás del reflejo, así que su rostro parecía rodeado por una aureola de telarañas y tinieblas giratorias. Faetón entornó los ojos, preguntándose qué estaba mal con el reflejo. Comprendió que no era un reflejo. Su rostro estaba al descubierto y su cabello desmelenado; no estaba vestido con su armadura sino con frac negro y corbata blanca.
—Dimos por sentado que el universo era racional —dijo el reflejo—. ¿Y si no lo es?
—No creo en ti —le dijo Faetón al reflejo—. Ninguna argumentación que partiera de ese supuesto podría convencerme, convencerme honestamente. Es descabellado.
El reflejo asintió y dijo:
—Lo diré de otro modo. Lo que llamamos realidad racional es un subconjunto de un sistema más amplio. El sistema incluye las condiciones que se producen dentro del horizonte de sucesos de un agujero negro, donde todas nuestras leyes matemáticas, nuestras categorías de tiempo y espacio, identidad y causalidad se desmoronan. Nuestros sofotecs, con su matemática y su lógica, no podrían comprender ni operar dentro de un agujero negro. Las máquinas de la Segunda Ecumene podían, pueden y lo hacen. La razón por la cual la arquitectura mental que estás mirando no parece tener sentido es la misma razón por la cual no podíamos descifrar el pensamiento de Ao Varmatyr, aunque tuviéramos una lectura noética. Se basa en matemáticas irracionales.
Faetón sacudió la cabeza.
—Si crees que las leyes de la lógica no son absolutas, no eres una versión de mí. Trata de construir un puente sin creer que dos vigas más dos vigas equivalen a cuatro vigas, y verás a qué me refiero.
—Trata de construir un puente dentro de un agujero negro, donde el espacio está tan distorsionado que una viga actúa como dos o tres, y los valores de incertidumbre son mayores que la unidad, y quizá puedas construirlo. Pero, por favor, no me acuses de traicionar mis principios. Lo único que hago es aplicarlos con coherencia. Nuestra idea de la lógica puede estar limitada a las condiciones que hallamos en el espaciotiempo normal, las condiciones en las que evolucionamos, y para las cuales fueron construidos nuestros sofotecs. En cambio, la máquina Nada fue construida en condiciones donde nuestras categorías de causalidad e identidad no se aplican. Fue construida para servir a un sistema moral que nuestros sofotecs, por axioma, rechazan. Lo que aprendí, y lo que me convenció, fue que descubrí que estaba usando los mismos supuestos axiomáticos que los sofotecs pero sin aplicarlos con coherencia. Además, ciertos hechos básicos sobre Nada, y sobre la historia de la Segunda Ecumene, están totalmente equivocados. Aquí hay muchas más cosas en juego, me temo, de lo que parece a primera vista. Averigua los hechos antes de juzgar.
—¡No puedo creer que te dejes convencerme por este monstruo! —le vociferó Faetón a su reflejo—. ¡Trató de robar mi nave! ¡Ahora trata de robarla! ¿Cómo demonios pudo convencerte?
—Él trataba de robarla sólo para dártela —dijo el reflejo.
—¡Más disparates!
—No, escucha. Estaba destinada a transformarte en el héroe de la Segunda Ecumene, tal como dijo Ao Varmatyr. Y si tú hubieras estado en el puente, Ao Varmatyr te habría convencido. Él quería razonar contigo. En cambio, Atkins lo masacró.
—Atkins hizo eso porque... por las necesidades de la guerra.
El reflejo lo miró con desdén.
—Yo soy tú. No trates de engañarte. Ésa es la misma razón por la cual Nada fingió que intentaba robar la nave, y te trajo aquí. Para lograrlo transformó nuestra vida en un infierno durante un breve tiempo. Las necesidades de la guerra. Si esa excusa vale para Atkins luchando contra Varmatyr, también vale para los silentes luchando contra los sofotecs. Sólo que la guerra de ellos es mucho más grande.
—¡Una guerra contra la realidad! ¡Una revuelta contra la razón!
El reflejo negó con la cabeza.
—No. La matemática estándar se desmorona en ciertas condiciones. ¿Correcto? Nuestra ciencia no puede predecir ni describir de manera significativa las condiciones internas de un agujero negro. ¿Correcto? Pero esas condiciones internas existen, son reales. Y la realidad no puede carecer de integridad. ¿Correcto? Así que la misma matemática debe describir ambos conjuntos de condiciones reales, tanto internas como externas, y debe haber metaleyes que describan las transiciones y las condiciones limítrofes entre ellas. Mira esto.
Líneas de símbolos matemáticos aparecieron en un espejo cercano, e imágenes de geometría no euclidiana. La matemática partía de la premisa de la no identidad de la unidad, y de una equivalencia entre unidad e infinito.
Faetón frunció el ceño. Las demostraciones tenían una coherencia interna que sostenía esa premisa absurda, y la matemática normal pasaba a ser un subconjunto de este sistema al asumir una condición donde el infinito, al no ser igual a sí mismo, era finito.
Faetón desvió los ojos.
—Supongo que ésta es la matemática irracional de la Segunda Ecumene. Es un disparate. Todo esto forma un conjunto godeliano nulo. Si numerase las líneas de la demostración y asignara números de tus líneas numeradas a ellos, por el lema de tu primera demostración, la demostración se contradice, y llegas a un conjunto que tiene menos de cero miembros.
El reflejo asintió.
—Como un sólido geométrico mayor por dentro que por fuera. ¿Cómo crees que los silentes construyeron un agujero negro microscópico que no se evapora? La correlación entre el volumen interior y el volumen exterior no es uno a uno.
—Construyeron... —Contra su voluntad. Faetón empezó a sentir interés, pero se apresuró a contenerse—. ¡No, no tiene sentido! Nada puede escapar de un agujero negro; ninguna señal puede salir. ¿Cómo se puede construir algo dentro de uno...?
El reflejo miró a Faetón desdeñosamente. Faetón se preguntó si él tendría ese aire altanero cuando disentía con otras personas. Quizás hubiera una razón por la cual tenía pocos amigos en la Ecumene Dorada.
—Conoces varias maneras de transmitir información desde un agujero negro —dijo el reflejo—. Acabas de mencionarlas. Los agujeros negros tienen masa, rotación y carga; esta información, así como la información métrica de posición, se transmite del interior al exterior. Una máquina de partículas fantasma podría transmitir partículas virtuales al exterior.
—¡Pero sin transmitir información al mismo tiempo! ¡Las partículas fantasma caerían fuera del cono de luz del objeto-suceso!
—Si la velocidad de la luz y la posición del horizonte de sucesos fueran determinables. Las incertidumbres cuánticas garantizan que estos valores no sean fijos, excepto dentro de una pequeña gama estadística.