La tregua (17 page)

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Authors: Mario Benedetti

Tags: #Drama, Romántico

BOOK: La tregua
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Lunes 2 de setiembre

Me recibieron como a un salvador: con todos los problemas sin resolver. Parece que estuvo un inspector y armó tremendo lío sobre una idiotez. Muñoz, el pobre, se ahoga en un vaso de agua. A Santini lo encontré más marica que de costumbre. Me hizo unas monerías bastante escandalosas. ¿Este también será platónico? Se dice que, en vista de mi negativa, traerán un subgerente de otra compañía. Martínez está que brama. Hoy, por primera vez después de la borrasca, vino la Valverde. Mueve el trasero con un entusiasmo digno de mejor causa.

Martes 3 de setiembre

Por primera vez, Avellaneda me habló de su antiguo novio. Se llama Enrique Avalos y trabaja en el Municipio. El noviazgo sólo duró un año. Exactamente, desde abril del año pasado hasta abril de este año. «Es un buen tipo. Todavía le tengo estima, pero…» Me doy cuenta de que siempre temí esta explicación, pero también me doy cuenta de que mi mayor temor era que no llegara. Si ella se atrevía a mencionarlo, era porque el tema ya no importaba tanto. De cualquier modo, todos mis sentidos estuvieron pendientes de ese Pero, que me sonaba a música celestial. Porque el novio había tenido sus ventajas (su edad, su aspecto, el mero hecho de llegar primero) y quizá no las había sabido aprovechar. A partir de ese Pero empezaban las mías y yo sí estaba dispuesto a aprovecharlas, es decir, a socavarle el terreno al pobre Enrique Avalos. La experiencia me ha enseñado que uno de los métodos más eficaces para derrotar a un rival en el vacilante corazón de una mujer, es elogiar sin restricciones a ese mismo rival, es volverse tan comprensivo, tan noble y tolerante, que uno mismo se sienta conmovido. «De veras, todavía le tengo estima pero estoy segura de que no hubiera podido ser ni medianamente feliz con él.» «Bueno, ¿por qué estás tan segura? ¿No decís que es un buen tipo?» «Claro que es. Pero no alcanza. Ni siquiera puedo achacarle que él sea muy frívolo y yo muy profunda, porque ni yo soy tan profunda como para que me moleste una buena dosis de frivolidad, ni él es tan frívolo como para que no llegue a conmoverlo un sentimiento verdaderamente hondo. Las dificultades eran de otro orden. Creo que el obstáculo más insalvable era que no nos sentíamos capaces de comunicarnos. El me exasperaba; yo lo exasperaba. Posiblemente me quisiera, vaya uno a saberlo, pero lo cierto es que tenía una habilidad especial para herirme.» Qué estupendo. Yo tenía que hacer un gran esfuerzo para que la satisfacción no me inflara los carrillos, para poner la cara preocupada de alguien que en verdad lamentara que todo aquello hubiera acabado en una frustración. Hasta tuve fuerzas para abogar por mi enemigo: «¿Y vos pensaste si no tendrías también tu poco de culpa? A lo mejor, él te hería simplemente porque vos estabas siempre esperando que él te hiriese. Vivir eternamente a la defensiva no es, con toda seguridad, el método más eficaz para mejorar la convivencia.» Entonces ella sonrió y sólo dijo: «Contigo no tengo necesidad de vivir a la defensiva. Me siento feliz». Eso ya era superior a mis fuerzas de contención y disimulo. La satisfacción se derramó por todos mis poros, mi sonrisa llegó de oreja a oreja, y ya no me importó dedicarme a arruinar para siempre los prestigios aún sobrevivientes del pobre Enrique, un maravilloso derrotado.

Miércoles 4 de setiembre

Muñoz, Robledo, Méndez, me hablaron con insistencia de Avellaneda, de lo bien que había trabajado durante mi licencia, de lo buena compañera que había demostrado ser. ¿Qué pasa? ¿Cómo se habrá comportado Avellaneda en estos días para que esos insensibles se muestren emocionados? Hasta el gerente me llamó y, entre otros asuntos, me dejó caer esta frase distraída: «¿Qué tal esa muchacha que tiene en su sección? Tengo buenos informes sobre su trabajo». Formulé un mesurado elogio, en el tono más convencional del mundo. Pero el Cangrejo agregó: «¿Sabe por qué se lo preguntaba? Porque a lo mejor la traigo aquí, como secretaria». Sonrió mecánicamente, sonreí mecánicamente. Debajo de mi sonrisa, por lo menos, había palabrotas a granel.

Jueves 5 de setiembre

Creo que en esto sentimos igual. Tenemos imperiosa necesidad de decírnoslo todo. Yo hablo con ella como si hablara conmigo mismo; en realidad, mejor aún que si hablara conmigo mismo. Es como si Avellaneda participara de mi alma, como si estuviera acurrucada en un rincón de mi alma, esperando mi confidencia, reclamando mi sinceridad. Ella, por su parte, también me lo dice todo. En otro momento, sé que hubiera anotado: «Por lo menos, así lo creo», pero ahora no puedo, sencillamente porque no sería cierto. Ahora sé que ella me lo dice todo.

Viernes 6 de setiembre

Lo vi a Vignale en la confitería, muy escondido en una mesita del fondo, con una chiquilina bastante vistosa. Me saludó con un gran ademán, como para confirmarme que se ha lanzado a la aventura en gran escala. Así, desde lejos, la pareja me daba un poco de lástima. De pronto me encontré pensando: «¿Y yo?». Claro que Vignale es un tipo grosero, ampuloso, guarango… Pero ¿y yo? ¿Cómo seré yo para quien mire desde lejos? Salgo muy poco con Avellaneda. Nuestra vida transcurre en la oficina y en el apartamento. Me temo que mi resistencia a salir con ella se apoye más que nada en un vigilado temor a quedar mal. No, no puede ser. En un momento en que Vignale estaba hablando con el mozo, la muchacha le lanzó una mirada dura, de desprecio. Avellaneda no podría mirarme así.

Sábado 7 de setiembre

Me citó el amigo de Esteban. Es prácticamente seguro que mi jubilación esté pronta para dentro de cuatro meses. Es curioso: cuanto más me acerco al descanso, más insoportable me resulta la oficina. Sé que me restan sólo cuatro meses de asientos, de contraasientos, balancetes, cuentas de orden, declaraciones juradas. Pero daría un año de vida por que esos cuatro meses se redujeran a cero. Bueno, pensándolo mejor, no daría un año de vida, porque ahora mi vida tiene a Avellaneda.

Domingo 8 de setiembre

Esta tarde hicimos el amor. Lo hemos hecho tantas veces y sin embargo no lo he registrado. Pero hoy fue algo maravilloso. Nunca en mi vida, ni con Isabel ni con nadie, me sentí tan cerca de la gloria. A veces pienso que Avellaneda es como una horma que se ha instalado en mi pecho y lo está agrandando, lo está poniendo en condiciones adecuadas para sentir cada día más. Lo cierto es que yo ignoraba que tenía en mí esas reservas de ternura. Y no me importa que ésta sea una palabra sin prestigio. Tengo ternura y me siento orgulloso de tenerla. Hasta el deseo se vuelve puro, hasta el acto más definitivamente consagrado al sexo se vuelve casi inmaculado. Pero esa pureza no es mojigatería, no es afectación, no es pretender que sólo apunto al alma. Esa pureza es querer cada centímetro de su piel, es aspirar su olor, es recorrer su vientre, poro a poro. Es llevar el deseo hasta la cumbre.

Lunes 9 de setiembre

En la sección Ventas le han preparado una trampa sangrienta a un tal Menéndez, un muchacho ingenuo, supersticioso, tremendamente cabulero, que entró en la empresa formando parte de la misma tanda que Santini, Sierra y Avellaneda. Resulta que Menéndez se compró un entero para la lotería de mañana. Dijo que esta vez no lo iba a mostrar a nadie, porque tenía la corazonada de que, si no lo mostraba, el número iba a salir con la grande. Pero esta tarde vino el cobrador de Peñarol, y Menéndez, al abrir la billetera para pagarle^ dejó por unos segundos el número sobre el mostrador. El no se dio cuenta pero Rosas, un cretino en permanente estado de alerta, anotó mentalmente el número y de inmediato hizo un repartido verbal. La broma que han preparado para mañana es la siguiente: se combinaron con el lotero de enfrente para que, a determinada hora, anote en el pizarrón el número 15.301 en el lugar del primer premio. Sólo por unos minutos, después lo borrará. Al lotero le gustó tanto la concepción del chiste que, contra lo previsto, accedió a colaborar.

Martes 10 de setiembre

Fue tremendo. A las tres menos cuarto, llegó Gaizolo de la calle y dijo en voz alta: «Puta, qué bronca. Le estuve jugando a la cifra uno hasta el sábado pasado, y justo sale hoy.» Desde el fondo llegó la primera pregunta prevista: «¿Así que terminó en uno? ¿Te acordás de las dos cifras?». «Cero uno», fue la respuesta de mal talante. Entonces Peña saltó desde su escritorio: «Che, yo le jugué al 301» y agregó en seguida, dirigiéndose a Menéndez, que trabaja frente al ventanal: «Dale, Menéndez, fijáte en el pizarrón. Si salió el 301, me forré de veras». Parece que Menéndez dio vuelta la cabeza con toda parsimonia, en la actitud del tipo que todavía se está frenando para no hacerse ilusiones. Vio las grandes y claras cifras del 15.301 y quedó por un momento paralizado. Creo que en ese instante habrá pesado todas las posibilidades y también habrá desechado toda posible trampa. Nadie, sino él, conocía el número. Pero el itinerario de la broma terminaba allí. El plan establecía que, en ese momento, todos venían en equipo a tomarle el pelo. Pero nadie había previsto que Menéndez pegara un salto y saliera corriendo hacia el fondo. La versión de algún testigo es que entró sin golpear en el despacho del gerente (que en ese momento atendía a un representante de una firma americana), prácticamente se le tiró encima y antes de que el otro pudiera encauzar su propio asombro, ya le había dado un sonoro beso en la pelada. Yo, que me di cuenta tarde de este último giro, penetré tras él en el despacho, lo tomé de un brazo y lo saqué a la fuerza. Allí, entre las cajas de pernos y pistones, mientras él se sacudía en unas carcajadas eléctricas que nunca podré olvidar, le dije casi a los gritos la verdad verdadera. Me sentí horrible haciendo eso, pero no había más remedio. Nunca vi desmoronarse a un hombre de esa manera irremediable y repentina. Se le doblaron las piernas, abrió la boca sin poderla cerrar, y después, sólo después, se tapó los ojos con la mano derecha. Lo senté en una silla y entré en el despacho del gerente a explicarle el episodio, pero el cretino no podía tolerar que el representante americano hubiera presenciado su humillación: «No se fatigue explicándome una historia increíble. Ese imbécil está despedido».

Eso es lo horrible: está efectivamente despedido, y además amargado para siempre. Esos cinco minutos de frenética ilusión van a ser imborrables. Cuando los otros supieron la noticia, fueron en delegación a la gerencia, pero el Cangrejo es inflexible. Debe ser el día más triste, más grosero, más deprimente de todos los muchos años que he pasado en la oficina. Sin embargo, a última hora, la cofradía de los crueles tuvo un gesto: en tanto que Menéndez no encuentre otro empleo, el personal decidió contribuir con un pequeño porcentaje hasta formar su sueldo y entregárselo. Pero hubo un obstáculo: Menéndez no acepta el regalo o la reparación o como quiera llamársele. Tampoco quiere hablar con nadie de la oficina. Pobre tipo. Yo mismo me estoy reprochando por no haberlo puesto sobre aviso desde ayer. Pero nadie podía imaginarse que su reacción fuera tan fulminante.

Miércoles 11 de setiembre

Pasado mañana es mi cumpleaños, pero ella igual me mostró sus regalos. Primero me dio un reloj de oro. Pobrecita. Debe haber consumido íntegramente sus ahorros. Después, con un poco de vergüenza, abrió una ca- jita y me mostró el otro obsequio: un caracolito alargado, de líneas perfectas: «Lo recogí en La Paloma, el día en que cumplí nueve años. Vino una ola y lo dejó a mis pies, como una atención del mar. Creo que fue el momento más feliz de mi infancia. Por lo menos, es el objeto material que más quiero, que más admiro. Quiero que lo tengas, que lo lleves contigo. ¿Te parece ridículo?».

Ahora está en la palma de mi mano. Vamos a ser buenos amigos.

Jueves 12 de setiembre

Diego es un preocupado y, merced a su influencia, Blanca se está convirtiendo en otra preocupada. Esta noche hablé largamente con ambos. Su preocupación es el país, su propia generación, y, en el fondo de ambas abstracciones, su preocupación se llama Ellos Mismos. Diego quiere hacer algo rebelde, positivo, estimulante, renovador; no sabe bien qué. Hasta ahora lo que siente con la máxima intensidad es un inconformismo agresivo, en el cual falta todavía un poco de coherencia. Le parece funesta la apatía de nuestra gente, su carencia de impulso social, su democrática tolerancia hacia el fraude, su reacción guaranga e inocua ante la mistificación. Le parece espantoso, por ejemplo, que exista un matutino con diecisiete editorialistas que escriben como un hobby, diecisiete rentistas que desde un bungalow de Punta del Este claman contra la horrible plaga del descanso, diecisiete pitucos que usan toda su inteligencia, toda su lucidez, para henchir de habilidosa convicción un tema en que no creen, una diatriba que en el fondo de sí mismos consideran injusta. Le subleva que las izquierdas sobrelleven, sin disimularlo mucho, un fondo de aburguesado acomodo, de rígidos ideales, de módico camanduleo. «¿Usted ve alguna salida?», pregunta y vuelve a preguntar, con franca, provocativa ansiedad. «Lo que es yo, por mi parte, no la veo. Hay gente que entiende lo que está pasando, que cree que es absurdo lo que está pasando, pero se limitan a lamentarlo. Falta pasión, ése es el secreto de este gran globo democrático en que nos hemos convertido. Durante varios lustros hemos sido serenos, objetivos, pero la objetividad es inofensiva, no sirve para cambiar el mundo, ni siquiera para cambiar un país de bolsillo como éste. Hace falta pasión, y pasión gritada, o pensada a los gritos, o escrita a los gritos. Hay que gritarle en el oído a la gente, ya que su aparente sordera es una especie de autodefensa, de cobarde y malsana autodefensa. Hay que lograr que se despierte en los demás la vergüenza de sí mismos, que se sustituya en ellos la autodefensa por el autoasco. El día en que el uruguayo sienta asco de su propia pasividad, ese día se convertirá en algo útil.»

Viernes 13 de setiembre

Hoy cumplo cincuenta años. Es decir, a partir de este día estoy en condiciones de jubilarme. Una fecha que parece sentenciada para hacer balance. Pero yo he estado haciendo balance todo el año. Me revientan los aniversarios, las alegrías y las penas a plazo fijo. Me parece deprimente, por ejemplo, que el 2 de noviembre debamos llorar a coro por nuestros muertos, que el 25 de agosto nos emocionemos a la simple vista de la bandera nacional. Se es o no se es, no importa el día.

Sábado 14 de setiembre

Sin embargo, la fecha de ayer no pasó en vano. Hoy, en varios momentos del día, pensé: «Cincuenta años», y se me fue el alma a los pies. Estuve frente al espejo y no pude evitar un poco de piedad, un poco de conmiseración hacia ese tipo arrugado, de ojos con fatiga, que nunca llegó ni llegará a nada. Lo más trágico no es ser mediocre pero inconsciente de esa mediocridad; lo más trágico es ser mediocre y saber que se es así y no conformarse con ese destino que, por otra parte (eso es lo peor), es de estricta justicia. Entonces, cuando estaba mirándome al espejo, apareció sobre mi hombro la cabeza de Avellaneda. Al tipo arrugado, que nunca llegó ni llegará a nada, se le encendieron los ojos, y por dos horas y media se olvidó de que había cumplido cincuenta años.

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