Read La vida perra de Juanita Narboni Online
Authors: Angel Vazquez
Hijita, siento decírtelo, pero esa imaginación tuya no es normal. ¡Callejones! Ya los estás viendo, los callejones. Los del Hotel Lion D'Or. Por aquí ha pasado todo el mundo sin necesidad de agachar la cabeza para nada. Ya te estabas viendo tú en el corazón de la casbah, como en
Pepe Le Moko
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. Te salió el tiro por la culata, mi reina. Otra vez será. Bueno, pero hemos pasado por delante del patio de Juanito el Rondeño. Peor y más negro. ¡Pero si ya no queda nadie, alma mía! Y si quedara alguien tendría las mismas ganas que tienes tú de meterte en la vida de los demás. ¡Pues a mí no me faltan ganas, que no estoy muerta todavía! ¿Que no queda nadie, dices? Mira las dos hermanas, aquellas que se pasaban todo el tiempo en las calles, recorriéndose la ciudad de cabo a rabo. ¿Te parece poco? Nunca abrieron sus bocas como no fuera para preguntar la hora, por ese lado no tienes nada que temer. ¡Más prudentes nunca pudieron ser! El único defecto es que te las encontrabas en cuanto ponías un pie en la calle, por eso les pusieron de apodo las hermanas Salypún. ¿Cómo te llamarán a ti, desgraciada? Desgraciada, mala lengua, perversa. Por lo visto, ya hemos llegado. ¿Quién vivió antes en esta casa? Ya me acuerdo. En la primera planta vivía la de Castañeda. Yo he venido hasta aquí con Esther a recogerla para dar un paseo cuando aquello de la «Semana de Tánger»
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, cuando instalaron en la Avenida un ferial que era una mala réplica del de Sevilla. Y las sobrinitas que tenían muy mala pipa, iban vestidas de gitanas. ¿Cuándo se vio que dos niñas vestidas de ese modo sólo supieran cantar «Padam-Padam»?
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. Lo que se hubiera reído la descansada de mamá si las hubiera visto. Con el salero que tenían Nena Madison y María Benet para bailar sevillanas: «Me casé con un enano pa jartarme de reí, ole ahí, ese tío que va ahí»...
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. Bueno, tampoco tienes tú mala sombra, ni para qué. Y eso que mamá era de San Roque. Bien sabe Dios que no se puede presumir de lo que no se tiene. Y gracia, lo que se dice gracia, no tuve nunca. Este escaloncito se las trae. ¿Ya hemos llegado? «No, hijo, pensando tonterías como de costumbre.» De la época en que estaban de moda los burros es este escaloncito. «Gracias, mi rey, porque tengo hoy la pierna, que como mañana no llueva, será un milagro.» ¿Ya no vive nadie en la planta baja? Las ratas. ¡Qué pena, Señor, con lo que era esto antes! La ruina que cayó sobre nuestras cabezas. Mas vale no preguntar, porque la contestación ya se sabe: muerto, se fue, nadie, ratas... ¡Gracias a Dios que la mar sigue donde está y los árboles y el cielo siempre son los mismos! No faltaba sino que nos cambiaran eso también, esta gente son capaces de todo. «Sí, por favor, no faltaba más, pasa tú delante, mi bueno. ¡Qué casa más mona! ¡Y qué limpito lo tienes todo!» Esto debe de ser el museo de mamá. «Mira, mira qué salita más graciosa. No, no, me sentaré en el diván. Me gusta sentarme siempre frente a una ventana. Tiene una vista muy bonita.» Inclinándome un poco veo hasta el patio de mi casa, me callaré, mejor que no se entere, no quiero testigos de vista. Es más hacendoso que yo. Él mismo se lo preparará todo, el pobre... tiene que tener alguien que le ayude. Los pañitos de crochet tienen el mismo dibujo que los que hacía la descansada de mamá. «No te preocupes, hijo, ¿quieres que te ayude? Bueno, bueno, como quieras... Yo me entretengo sola viendo las cosas tan bonitas que tienes.» La verdad es que, pensándolo bien, yo nunca tuve maña para nada. Aquellas redecillas que cuando la guerra me encargó la pobre de Marinita Medina, y que nunca terminé. Todo el mundo ha querido ayudarme siempre y yo —capará por mí—, la desdeñosa, la vaga de mierda, que prefería estar chupando charcos por esas calles, de visiteo y de noveneo, y de chismorreo. Todo caía sobre Hamruch, que tampoco es mucho decir, porque esa memloca es más vaga que yo. Estoy por preguntarle quién le limpia la casa, porque ella sola no puede con todo esto. Alguna morita, dispuesta y joven, como Dios manda, y no el dromedario que tengo en casa. ¿Quién la pone ahora en la calle, al cabo de tantos años? Una momia está hecha, ya sólo le faltaba la sordera y la tiene completa. Me da lástima gritarle. Ella y yo, siempre juntas. ¡Mira tú que dos patas para un banco! Me gustaría que se quedara a dormir en casa, yo le prepararía un canapé en el despacho de papá, y me sentiría más acompañada, pero ella no quiere. Ya la conoces cuando no quiere una cosa. Una mañana me la voy a encontrar dormida para siempre en el umbral de la puerta, el sueño eterno, porque ahora le ha dado por venirse al amanecer y no se atreve a llamar hasta que no pasa el camión de la basura. Caprichos. Una colección de jarritas como ésas tenía mamá. ¿Adonde fueron a parar las bastardas? No quedó una. No quede nada. «No, no, te lo aseguro, Dedé, no me aburro. ¡Mira qué mantelito más gracioso! Claro, de Galeries Lafayette, ¿cómo no? ¿Qué no era en esta ciudad de Galeries Lafayette? Todo. Me da no sé qué quedarme aquí sentada como un pasmarote. ¿De veras no quieres que te ayude?» Ya no se lo pregunto más, no vaya a pensar que tengo demasiada curiosidad por ver la cocina. ¡Sabe Dios cómo la tendrá! Me parece a mí que esta salita es la piéce de résistence. Soy la invitada, de acuerdo. «No, no te molestes. ¿Un cojincito? Déjalo, estoy bien así, perdona que te lo pregunte, pero lo tienes todo tan ordenadito, claro, claro, la hija del cawashi
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de la esquina. Es una suerte. ¿Es joven? ¡Sin picardía, por favor! Joven y bizca. ¡No me hagas reír! Una tuerta. María Luisa viene a echarte una mano de vez en cuando. Pues ésa está ciega, que es peor. ¿Recuperó la vista? ¡No me digas! Pues se quedó ciega estos años atrás. La última vez que la vi, la malograda estaba vendiendo lotería. ¿Sabes quién la llevaba del brazo? Aquel fotógrafo judío, muy compuesto él, que siempre usaba corbatas de pajarita. Eso es, Messod. Arreglando unas cortinas en el estudio de Messod se le cayó una barra en la cabeza y recuperó la vista. No me extraña. Ese hombre, además de otras cosas, es un medio brujo, echaba las cartas, adivinaba el porvenir en un vaso, siempre me inquietó. Como que no quise ir de él para que me hiciera las fotografías del carnet de résidence. Entonces, tienes a María Luisa para los recados, otra vez ha vuelto a ser la recadera municipal. Buenas amistades tienes, mi rey, lo digo en serio. ¿Qué es eso? La tetera que está silbando. Ve, ve, mi bueno, no te preocupes, ya seguiremos charlando.» ¡Y a bueno está de disimular! Nosotros nos conocemos de toda la vida. ¡Me vas a venir a mí ahora con cuentos! Hilando, hilando en la memoria, hasta me puedo acordar de cómo era tu madre. Estuvo muchos años sin salir a la calle, desde que enviudó. Hijo mío, si lo tuyo está más claro que el agua y lo saben hasta los chinos. ¿Crees que a estas alturas yo me voy a escandalizar? Eso era antes, cuando yo era joven y atolondrada y tenía esa perra de hermana que me lo equivocó todo. Je n'ai pas besoin du cóté physique de l'homme, mon chou. Lo que no quiero es estar sola. A éste lo tengo yo que invitar a casa lo más pronto posible. Que digan lo que quieran, para lo que está que ver, no queda nadie, lenguas de mierda, que las ratas acaben con vosotras. Desgraciadamente todavía queda alguna que otra mala pécora. No haya un mal. Le tengo que escribir a Esther. Si no fuera por lo carísimo que es el franqueo... Se está bien aquí. Al menos no me recogeré temprano, que cuando me encierro en casa a estas horas, me enredo a pensar y no me pasa nada bueno por la cabeza. Ésa es la terraza del Hotel Family. ¿De quién será esa ropa que tienen tendida en el magnolio? ¡Unos zaragüeles, a bueno está!, ¿de quién iba a ser? Del bacalito y su familia. «Pero ¡por Dios Santísimo! ¿qué es esto? ¡Qué festín! ¡Galletas "Crawford"! Te las manda una prima de Gibraltar, surtidas. El té es "Lipton". Gracias por decírmelo, es el que más me gusta. ¡Esto es demasiado, bendito! Esta noche no ceno. ¡Bueno, siéntate ya, no des más vueltas! ¡Déjame servirlo a mí, es el privilegio de las damas, mi vida! ¿Azúcar? Dos terrones. No, yo con leche no. ¿Tú tampoco? Yo por las mañanas me echo una poquita. ¿Limón? ¿Una rodajita? Yo también. La verdad es que yo no me esperaba esto, es demasiado para mí. Hace tanto tiempo... ¿Qué lees? Perdona, lo pongo aquí no vaya a mancharse.» Es en francés, aquella marrana también leía en francés, cochinerías. «No, yo he leído mucho:
El Rosario
de Florencia Barclay,
La princesita de los Brezos
de Eugenia Marlitt,
Mariquita Monleón
de Pérez y Pérez, a Aguilar Catena, Muñoz y Pabón, y cosas fuertes, no creas, a Alberto Insúa y hasta a "El Caballero Audaz"...
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. ¡Uf, he leído un disparate! Pero ahora tengo la vista tan estropeada...» Por culpa de aquella hija de perra que se empeñó en que no llevara gafas. «En casa tenemos muchísimos libros, la mayoría de papá y de mi hermana. Tienes que venir una tarde.» ¡Ya se me escapó! Eres demasiado impulsiva, Juani. «¿Estos canapés los has preparado tú?» ¿No me sentará mal el de atún? ¡Qué hombre más apañado! Es una vergüenza que tú seas tan descuidada, niña. Mamá siempre lo dijo: yo tengo algo de marimacho. En cuanto cobre la paga de papá, tengo que cambiar. Al fin y al cabo, mi casa no es peor que ésta, nosotros también tenemos cosas buenas, cosas que ahora se han puesto de moda, pero todo anda en ella manga por hombro. «No, gracias, no fumo. No, por favor, no me molesta, en absoluto, además estás en tu casa, hijo. ¡Uf, qué calor da el té! Esta noche me ahorro la cena. Muy bueno, muy bueno todo, de veras. No, gracias, no puedo más. No, no mi rey, te lo juro, te lo agradezco. Bueno, me llevaré unas poquitas. Te lo agradezco de veras. Merci, merci infiniment. ¡Me gustan tanto! Eso es, luego me preparas un paquetito, pero me parece que ya es abusar demasiado.» Esa fotografía ¿de quién será? Laurita tenía cara de judía. «Es Raquel Meller
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, perdona, creí que era la descansada de tu mamá.» Ya decía yo... Dedicada. Nunca me gustó. Me callaré por prudencia y educación. «Ese prospecto que tienes pegado en el espejo ¿no es acaso la cara de Imperio Argentina? ¡Ya decía yo! Como no veo bien... Y aquel otro es de Carlos Gardel.
Luces de Buenos Aires.
Me encantó... ¿No es ahí donde cantaba "Cuesta abajo la rodada..."? ¡Ah, no! "Cuesta abajo" es de
Cuesta abajo
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. No, no voy al cine. Ya las películas no son lo que eran. De tarde en tarde, pero desde que se fue una amiga mía al Canadá... ¿Qué es esto? Revistas de cine. ¿Y las conservas todas? Has vendido muchas. ¡Lástima! Nosotras las tiramos todas, y las últimas que quedaban se las llevaron entre Reina la de los gatos y Louisette. ¡Lo que me gustó a mí
Doce hombres y una mujer, Agua en el suelo, Sor Angélica!
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. Aquéllas eran películas con argumento, no lo de ahora. No, ya te digo, la última vez que fui, me dormí. Nunca en la vida me ocurría a mí eso antes. ¿Que si quiero ver la habitación de tu mamá? ¡No faltaría más!» Miedo me está entrando. La habitación de la muerta. Guós por mí se haga, esto es peor que
Rebeca
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.
«¡Qué de cosas bonitas tienes, mi rey! Tenía la descansada de tu mamá.» Fue una mujer que se pasó toda su vida reuniendo curiosidades. No me extraña, pretas curiosidades, y tú te tienes que pasar ahora las noches enteras sacándole brillo a todo esto y dejándolo como los chorros del oro. Te conozco. Estoy segura de que en esta habitación, que es grandecita, no pone un pie la memloca de María Luisa, o la bizca de la hija del cawashi, que lo vería todo doble y sería tu mina. ¿Qué es esto? El último libro que la malograda estaba leyendo el día antes de que ingresara en el hospital para no volver. ¡Jamsa, jamsa! Forradito de cretona, miraré por curiosidad:
Que el cielo la juzgue
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. ¡Qué premonición! Bueno es saberlo, nunca lo leeré. Todo está tal como ella lo dejó. Claro, hijito, tus sudores te cuesta. ¡Pena de hombre! «¿Qué le echas a los muebles, quieres decírmelo?» Estoy harta de buscar por esos bancales. Ya. Una cera que te mandan de Gibraltar. ¡Qué suerte tienes con esa prima, mi rey! Yo, infeliz de mí, sin padre, ni madre, ni perrito que me ladre, desde que cerró «Kent» y la «Casa Orbea», como no le eche a mis muebles jarira... Unas florecitas. Están frescas. Bella —que en Gloria estés—, te fuiste y dejó de entrar en casa una flor, ni una rosita, ni una mala rosa para el retrato de mamá. ¡Y ahora que me acuerdo! ¿Qué pasó con el retrato de mamá? ¿No lo rompería en uno de esos arrebatos de limpieza? En cuanto llegue a casa tengo que mirar... Creo que lo guardé para que no le cayera el polvo, con intención de comprarle un marquito. Malograda de mí, no tengo perdón de Dios si ese retrato se hubiera perdido... A lo peor se lo llevó la otra en la huida... Me va a dar la tarde el retrato.
Muy sencillo todo, sí, hijo. Demasiado recherchée está esta modestia. La madera de la cama y del armario es de cerezo. Nunca debí vender la cama de mamá, me empujó aquella maldita con sus modernidades. «Me voy a París con el negro...», la bastarda, se fue a Casablanca que no a París, y con el valenciano, mal rayo la parta. ¡Qué locura hice vendiendo aquella cama por tres perras gordas! Las niqueladas las tienen ya en todas las pensiones de mala muerte. Y aquel colchón de lana, tan bueno... aquello fue culpa de la descansada de Merceditas, como la desgraciada rompía los colchones con su peso, que el peso la llevó a la tumba, se creyó que todo era harina del mismo costal. Ahora iba a encontrar uno igual, con aquella lana que parecía espuma. ¡A bueno está, deja de lamentarte, también ibas a encontrar al viejo Menajem el colchonero para que te lo volteara! Los tiempos cambian, mi reina. Que cambien, que sigan cambiando. Negros cambios, a ver si nos transformamos todos en basura de una vez que no quede nada de nosotros. Acuérdate de cuando el guerrab tenía que traer el agua a casa y la descansada de mamá echaba dentro de las tinajas aquellas llaves que parecían las llaves de Granada, todas al rojo vivo, para que el agua se purificara. ¡Otros tiempos! Pues mira lo que te digo, la gente era más limpia. ¡Como que lo mismo daba guisar con carbón que con esa mierda de gas embotellado que inventaron, que sólo sirve para matar a las personas! Te explota en las manos en cuanto te descuidas. Facilidades para acabar pronto. Me acuerdo que ponías unas lentejas por las mañanas, y, hasta sin echarle al agua bicarbonato, había que ver cómo estaban al mediodía, mantequilla bendita, se deshacían en el paladar. Igualito que ahora: mierda pura todo, falso. Siempre lo dije: lo moderno acabará con todo. Ya acabó con aquella malvada, que desde entonces, para mí, como si hubiera muerto. No me atrevo a preguntar ¿será ésa la fotografía de su madre? ¡No haya un guós, a lo mejor es la de doña María Guerrero!
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. «¿Es por casualidad esa señora tu mamá?» Menos mal. «Muy graciosa, muy fina, tenía mucha expresión y mucha viveza en la cara; en los ojos y en la nariz tú has salido bastante a ella. Una blusita como ésa a ramas llevó la descansada de la mía hace ya muchos años. Las lisas se pusieron de moda después de la Gran Guerra.» «¡Cuántas cosas bonitas, hijo, estoy como extasiada! ¿Dejas que me siente? Gracias. Sí, abre un poquito la ventana, aparte de que el té me ha dado bochorno, aquí huele un poquito a humedad. Eso ocurre siempre con las habitaciones cerradas.» No veo por ninguna parte una fotografía del padre, mejor será no preguntar, mal me huele a mí esto, mañana sin falta le escribo a Esther, cueste lo que cueste; ella se tiene que acordar de este farajmá por fuerza. Cuando le diga el nombre y apellidos, verás cómo me manda un rapport completo. Elefantitos de marfil. No los quiero ni en pintura, y menos éstos, que tienen la trompa bajada. Esas muñequitas de biscuit vestidas de Madame de Pompadour se usaban para tapar el teléfono. Un arcón de madera tallada. Siempre me aterrorizaron, me parecía como si de un momento a otro fuera a saltar de su interior Bela Lugosi en persona
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. ¿Qué me vas a enseñar? No me digas que vas a abrir el arcón. Temblores me entran. ¡No seas estúpida, Juani, por Dios, el pobrecito quiere enseñártelo todo! ¡Levántate, mujer, sé educada! No puedo, te lo juro, se me doblan las piernas. «Perdona, hijito, estoy tan cansada...» Haré un esfuerzo. «Ahora mismo voy.» ¿Qué es esto? Huele a membrillo. Mira, y bolsitas de lavanda. Eso es, mi bien, quita el hule y así dejará de latirme el corazón, menos mal que no es negro. ¡Mira, Juani, mira, piezas de tela enteras y retales de toda clase!... ¿tendrían éstos acaso una tienda de tejidos? Ya. Hubo un tiempo en que a tu mamá le dio por comprarse trapitos. Pues, francamente, éstos no son trapitos, esto es una sucursal de La Samaritaine. Ya lo ves, mi rey, tanto afanarse para nada. «No, no te molestes.» Me lo va a sacar todo, el memloco. Bueno, sí, si eso te hace bien. «¡Una maravilla! Ese crespón azul marino de lunarcitos blancos es una maravilla. No me digas, Dedé, esto es seda cruda... ¡Qué barbaridad! Parece mentira... La locura del siglo es ésta. Corduroy y chintz...» Una cosita así necesitaría yo para forrar el sillón de papá. Así le quitaba el olor de tabaco de una vez. Un chal muy bonito. Nunca se lo puso, la pobre. ¡Qué locura! «Muy bonito, muy bonito todo.» Si estuviera aquí la pendona de mi hermana, ya le estaría pidiendo cosas, se lo camelaría en cinco minutos, nunca tuvo vergüenza. Descarada. No nací yo con esa condición. Así me veo, por no atreverme a pedir ni siquiera lo que es mío. El que no llora, no mama. Será por bien. «¡Hijo mío, me quedo admirada de ver con el cuidado que lo manejas todo, qué paciencia!» ¡Cómo dobla la tela! Tiene unas manos muy bonitas. ¿La querías mucho, no es así, mi bien? ¡Claro que sí! La única que de verdad te comprendía. Desde entonces te has quedado muy solo. ¿Me lo vas a decir a mí? Si supieras cómo te comprendo; a una madre no la sustituye nadie, nadie en el mundo. ¡Que me lo pregunten a mí! Claro, claro, yo al menos tenía una hermana —no haya un mal—, en buen sitio has venido a poner el dedo, en plena llaga. Me callaré. Pero un día, más adelante, te contaré yo quién era esa puta de mi hermana, y lo que hizo de mí. Éso, eso mismo. Tienes razón. «Como si no la tuviera, una hermana casada ya no es lo mismo.» Tienes toda la razón del mundo. «Deja, deja que te ayude, pesa un horror la tapadera de este arcón. Muy bonito todo, Dedé, lo tienes todo tan arregladito. Esta habitación es como un museo. No tengo más remedio que marcharme. Está oscureciendo. No te preocupes, otro día. Si tenemos tiempo por delante, mi bien. Eso es. Te dejaré mi número de teléfono. ¿Tienes teléfono? Tu mamá lo odiaba. Hacía bien. Yo también le cogí terror en un tiempo, pero, mira lo que te digo, ahora me acompaña. Es un verdadero sacrificio porque cada mes está más caro, y lo peor de todo es que encima de que no me llaman, yo ni siquiera tengo a quién llamar: al bacalito y al Consulado. Gracias por todo, mi rey. ¿El resto de la casa? ¡No faltaba más!» ¡Qué remedio me queda! Se me hará de noche en el camino, me atracarán, eso no es todo el mal, el mal más grande es que me estoy meando viva. Bueno, me aguantaré, muy lejos de casa no estoy, y no quisiera que me acompañara, porque si me viera apurada lo haría en cualquier esquina, como la pobre de Isabel. Por lo menos hoy que no me acompañe, hoy no. Ya. Ésa es tu habitación, justo al lado de la de tu mamá, y el muy cabrón no me la enseña, ni siquiera abre la puerta. Es por respeto, mujer, las habitaciones íntimas nunca se enseñan. ¿Tú le enseñarías tu dormitorio? ¡A que no! No seas mal pensada. Tampoco me enseñó el armario, el armario de la difunta. Es normal. Juani, Juani... Éste es el cuartito de aseo, buena cosa me fuiste a enseñar, sólo de verlo me meo viva. ¡Qué martirio, Señor! Como todo, muy ordenadito. La casa no tenía cuarto de baño. ¿Y esta puertecita? Da a una terraza. Una terracita muy graciosa. «¿Sabes que se ha levantado viento? Ya me lo estaba diciendo a mí la pierna. Este viento es de agua. Se ve toda la playa, mi rey. Desde luego, tienes razón, ideal para tomar baños de sol. Yo ya hace años que dejé de tomarlos, no están los humores para bronceados. ¡Cuándo se vio esa bahía sin un barco! ¿Te das cuenta, Dedé? ¡Qué tristeza! Ni gaviotas hay. ¡Qué silencio! Parece como si estuviéramos en Ramadam. ¿Ésta es la cocina?» Pues me equivoqué, como de costumbre. Es una cocina grandísima. «¿No la podrías hacer más pequeña? Ganarías una habitación. Para un hombre solo me parece tremenda.» Así le gustaba a tu mamá. «Claro, claro, tienes toda la razón del mundo, cualquiera se mete en obras hoy en día y menos en una casa alquilada, sin saber, además, lo que vamos a durar aquí. No digas eso, no lo repitas. Se me pone la carne de gallina. Esas cosas ni se piensan siquiera. Tienes una neverita muy mona. ¿Es eléctrica? La mía es de las que hay que ir por el hielo, cuando te lo quieren vender, porque hasta eso se ha puesto difícil. Muy cómoda. ¡Cuestan tan caras!... ¡No me digas! Te la vendieron los Guerrero cuando se marcharon. ¿Adonde se fueron esa gente? A Marbella. Eso. Todos enfrentito sacándonos la lengua. El cementerio de los elefantes va a parecer esto. Sí, eso me han dicho, que se encuentran verdaderas gangas. La gente desbarata una casa sin ton ni son. Es una pena que tantas cosas que se han conservado durante años, y a las que se les ha tenido tanto cariño, acaben flotando por casas desconocidas... Mejor no hablar. Nos estamos poniendo tristes. Otro día, otro día vendré a oír tus discos. Tú también tienes que venir por casa. Nos veremos. Casi todas las tardes bajo a la Avenida y me siento en los jardines, frente a la estación. Me distraigo viendo la gente; la gente es un decir, mi rey. ¿Qué haces tú ahora? No, por favor. Te vas al Café Fuentes. ¡Claro, los hombres lleváis una vida distinta, gozáis de más libertad! ¿Qué es esto? Pero, por Dios, esto es un paquetón, no un paquetito. No debería admitírtelo. Eso es abusar. ¡Me encantan, me encantan pero no hay derecho! La próxima vez que nos veamos, si me gusta algo me callaré. No, no te molestes. ¿El mismo camino? No, no, deja, la cuesta la subo yo sola, no es necesario que te desvíes, mi rey. Con eso me acompañas bastante y yo me sentiré eternamente agradecida. Sí, sí, vamos, vamos. ¡Mira cómo están las calles: desiertas! Tampoco el huracán que se ha levantado de pronto es normal. Una ciudad bíblica parece esto. No comprendo cómo tienes ganas de salir. Claro, claro, no quieres quedarte solo en casa. Eso me ocurre a mí. Bastante soledad nos espera luego. Ni una cara conocida, lo que te digo. ¿Ves tú algún europeo? ¡Quién te ha visto y quién te ve! Si te digo la verdad, desde que después de la guerra española se puso de moda el bulevar, por aquí, como no fuera en verano... Pero esto de ahora, nunca se vio. Claro que el vendaval que se ha levantado tampoco invita mucho a darse paseos.» Dos locos, como éste y yo, cualquiera que nos vea... Ya hemos llegado gracias a Dios. «Dedé, no te molestes, sigue tu camino. Que te diviertas. No vuelvas muy tarde a casa, hijo. Estas noches no son para andar por esas calles
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. Gracias por todo. Nos veremos, nos veremos si Dios quiere. ¡Adiós, mi rey, que Dios te bendiga!» ¡Menos mal, creí que no se iba nunca! Muy gentil el pobre —¡bueno está!—, no tenemos bastante con el viento que se acaba de levantar, que ahora se han apagado las luces. ¡Juani, cuidado, mi bien, que no tienes cuatro manos! Está al caer noviembre, es el mes de las marejadas... ¿quién dijo eso? De los muertos... «Buenas noches.» No sé quién es, creo que es un empleado del Consulado español, de toda la vida. No comprendo. Me ha saludado. Mejor, eso me tranquiliza. No, no tengo cuatro manos y tampoco tengo dónde agarrarme. Avanzando, avanzando por este borde de la acera, llego a casa en un periquete. Hasta las tiendas han cerrado. ¿Pasará algo? Bultos, no se ven más que bultos. Dios quiera que sean bultos de buena voluntad. Dicen que han llegado muchos bandidos del Sur, fugitivos de las cárceles, muertos de hambre
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. La gente de aquí no es mala. Si por mal doy con alguien de preto corazón, hace de mí lo que quiera. Ni gritar se me oiría. ¿A quién se le ocurre volver a estas horas a casa? Tan tarde no es. A peores horas regresaba la que tú sabes, y nunca le pasó nada. Las hay que nacen con suerte. Y si le pasó algo fue porque ella quiso. Búscalo y lo encontrarás. ¡Guós por mí se haga, lo oscuro que está esto! No doy ni con el escalón, un escaloncito de nada. Pondré en el suelo el paquete. ¿Es que esa luz maldita no quiere venir? Un mercado de ladrones es esto. El recibo lo pasan puntual. Para eso están siempre a punto los muy ladrones. Hubo un tiempo, recién acabada la segunda guerra, que cortaban la luz un día sí y otro no, tuvieron que traer unos motores de Gibraltar. No sé con quién fui a un concierto en el British Center, que se tuvo que dar con las luces de unas velas, muy romántico me pareció entonces aquello, pero lo que es ahora, nada me parece romántico, al contrario, esto me parece una broma sangrienta. Pues mira tú el loco que se fue al Café Fuentes, le habrá pillado el corte subiendo las escaleritas del cine American. A lo mejor le gusta, seguro. Excitante el cortecito. ¡Y lo que tarda la negra luz en volver! Y el viento arreciando... Un viento extraño. Parece como de poniente. De Bubana nos llega este viento. Juani, por favor, deja de pensar cosas raras. En cuanto consiga entrar en casa enciendo una vela y me harto de galletas. ¿Qué es eso? ¿No estaré viendo visiones? Dos ojitos verdes que brillan en la oscuridad. ¡No, no me digas, por lo que más quieras, que es un gato! ¡Un gato negro y preto como la noche, que me mira fijamente! ¡Y en mi mismísima puerta! Esperándome el bastardo, esperando atacarme, porque esa forma de mirar no tiene nada de buenas intenciones... Ni siquiera maulla el ladrón. ¡Minino, minino! ¡Mira, me cago en tu padre, no me hagas fu que caigo muerta aquí mismo! ¿Tonta soy? Mejor momento para mear, ni pintiparado —con el susto se me había olvidado—, aprovecha, Juani, que ahora no te ve nadie, a lo mejor con la meada lo espanto. ¡A la una, a los dos y a las tres! ¡Quién te ha visto y quien te ve, Juanita Narboni, despatarrada en la puerta de tu casa! ¡Sí, pero qué consuelo! Ya lo hice y el asqueroso gato ni se movió. ¿No te da vergüenza? ¡A tu casa, gato! De todo esto tiene la culpa Reina y unas cuantas chifladas como ella que no hacen más que darles de comer. Así está la ciudad, llena de gatos. Si fuera un pobre a pedir a sus puertas, dirían enseguida: Gualo, gualo, majandishi. Pero en cuanto ven un gato se vuelven como locas. Para mí que es algo de brujería, este gato me lo han mandado expresamente. Reina, bendita, te lo imploro, te buscaré todas las revistas y papeles que quieras, pero haz que huya este felino. ¿Estará enfermo el desgraciado? Sólo veo sus ojos. ¡Y cómo me mira el bandido! Me mira con recelo... con odio. Ni una mala cerilla. ¡Claro, si fumara...! ¡Si fuera moderna! Esto es un castigo de Dios. ¡Hala para tu casa, gatito! Gatito bonito... malas puñaladas te den, hijo de perra. Te entre un mal. ¿No tuviste otro portal que escoger con lo larga y ancha que es la calle? ¿Por qué no te fuiste a la acera de enfrente, a la verja de la Gran Dama? Lo único que me faltaba es que me saltara a las piernas y además de arrancarme la piel a pedazos se cargara las medias. Las medias que me han costado un dineral. El mejor par que tengo. Esto no puede seguir así. Y la luz sin venir. Mamá, por este tiempo, se acordaba de los pobres pescadores, de aquellos que les pillaba el temporal en alta mar buscando el pan de los hijos. Mamá, bendita, te lo imploro, si de verdad estás donde yo me sé, deja por un momento de acordarte de los pescadores y echa un vistazo a lo que está ocurriendo aquí. Protege a tu hija. Virgen de los Remedios, apiádate de mí. Dios Te Salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo... Minino, lo bueno, ¡hala para tu casa! ¡Nada, que no se va! Al contrario, se enfurece. La llave... El paquete... si lo dejo en el suelo, se lo come. Seguro. No, galletas «Crawford» para un gato asqueroso, no. Ni aunque fueras un gato persa. Por nada del mundo. No. En mala hora se me ocurrió a mí hacer una visita. Para una hora de placer, doscientas de dolor y de angustia. Esto no le pasa a nadie más que a mí. Lo intentaré por las buenas: mira, minino, micifuz, cariño, si no te importa ¿por qué no te vas al portal de Mona? Es más cómodo; Mona no está nunca en casa. Te daré una galletita, ¿quieres? ¡Buena cosa le dije! Cualquiera abre ahora el paquete... y este Dedé, con lo mañoso que es, no le ha echado nuditos a la cintita, ni para qué. Mejor es dejarlo. Éste es capaz de abalanzarse sobre mí. No, no. Iré a La Española y te traeré unos bizcochitos de plantilla, mañana si Dios quiere, te lo prometo, lo bueno. Con el susto que me dan a mí estos animalitos, no parece sino que Dios trata de probarme. Y es negro, negro está todo esta noche. Dicen que los negros traen buena suerte. Compraré lotería. Porque lo que yo estoy pasando bien merece una recompensa. No hay mal que por bien no venga. Será por bien, para mí se quede la suerte y en cuanto doy un paso hacia adelante, me bufa. ¿Qué tendrá contra mí? Lo que faltaba es que estuviera rabioso. Juanita Narboni muere despedazada por un gato rabioso que la atacó en el propio portal de su casa. Una leyenda más en la historia de mi vida. Mira que te lo dije, Juani, antes de salir de casa: llévate el bolso grande. ¿Y para qué? ¿Acaso tengo la cartera repleta para hacer compras? Pues, ahora, fastídiate, porque con el bolso grande hubiera metido el paquete dentro y de un bolsazo lo aniquilo. Por lo menos lo asusto y se va. «Estaba una gata blanca sentadita en su tejado, marramamiau, miau, miau...» Sí, sí, ni con ésas. Éste se ha creído que la garita blanca soy yo. Tengo que tomar una determinación. Buscaré la llave y entraré en casa como la que no quiere la cosa, con naturalidad. ¿Lo ves, Juani? No hay nada en el portal. Todo, todo son imaginaciones tuyas. En buena hora no probé una gota de alcohol. Dicen que los alcohólicos ven cucarachas y murciélagos... ¿Quién sabe? Pero yo no estoy alcoholizada. ¡A bueno está de desprestigiarte por un bicharraco de mierda! ¿Lo ves?